Días 1.014 a 1.019 (24 al 29/8/12): Navadra y el guardián de las langostas

Al norte de las Mamanuca, casi en el límite con las Yasawa, existen dos islas dispuestas casi en forma de boomerang con el vértice apuntando al Sudeste, la dirección del viento predominante. Navadra y Vanua Levu están prácticamente unidas por coral, y en la zona abierta del ángulo que forman hay un arrecife que protege su entrada, en resumen, un excelente fondeadero.

No hay rastros de civilización en ninguna de las dos islas, como mucho se encuentran los restos de hogueras en la playa, de las que probablemente disfrutaron los tripulantes de algún barco que allí recaló. Las dimensiones son pequeñas, entorno a un kilómetro de longitud por isla y no más de medio de anchura, a pesar de ello un territorio casi inexpugnable por su densísima vegetación y lo escarpado de su orografía, a excepción de las playas.

Con muchísima precaución encontramos un punto adecuado para echar el ancla, bastante profundo (20 metros), pero con muy buen tenedero (arena), a unos 100 metros de la playa, ya que la profundidad asciende bruscamente y toda la costa es una plataforma de coral.

El sitio es tan idílico que nos hemos quedado más de lo previsto, disfrutando del maravilloso entorno y la naturaleza que lo inunda.

Nada más llegar bajamos a explorar Vanua Levu, la que tiene una playa mayor con una barra de arena unida a un islote y es más accesible. Cogimos algo para picar, era ya casi la hora de la comida, pero nos dimos cuenta que se nos había olvidado el agua después de desembarcar, no hay problema, no se nos había olvidado el machete, con eso, un poco de maña y no mucho vértigo, los cocos proporcionan un agua excelente, nos permitimos el lujo de seleccionar unos bien verdes y hermosos.

Regresamos al barco después de la puesta de sol, con los ojos inundados de belleza, un montón de fotografías, cangrejos para hacer un arroz, conchas preciosas encontradas sobre la arena y unos cuantos cocos de reserva. Ha sido la tónica durante la estancia, las islas nos han provisto.

Cada día ha habido como mínimo una sesión de snorkel, además de alguna inmersión con botella, aunque al final creo que hemos disfrutado más las primeras. El coral es abundante, vivo y colorido, sobre todo en los 5 primeros metros de profundidad, en cuanto desciendes el muro de la plataforma, que cae a los 15-20 metros, comienza a escasear y la vida no es tan abundante. Infinitos peces pequeños de arrecife, aunque también algún que otro tímido napoleón, grandes meros, un águila marina, un tiburón de puntas negras y dos de puntas blancas. Uno de ellos se mostro excesivamente territorial, cada vez que nos veía ya no se separaba de nosotros, siempre cerca dando vueltas alrededor, acostumbrado a ser el rey del arrecife creo que no llevaba bien eso de que alguien le hiciera sombra.

La pesca con fusil ha sido abundante, varias noches la cena ha consistido en barbacoa en la playa asando el resultado de la incursión diaria, sobre todo peces loro y cirujano, aunque nos dijeron que allí se puede comer todo, el recuerdo de la ciguatera sigue estando muy presente.

Lo que no ha ido muy bien es la langosta, una noche me animé a ello y entorno a la 1 de la mañana me enfundé el neopreno y me metí en el agua armado con fusil y linterna. Nada más bajar, en el momento me disponía a sujetar la auxiliar anudándola a una roca del fondo, una langosta en el agujero por el que pensaba pasar el cabo, ¡qué pena!, no llevaba nada para atraparla, lo intenté con la mano, pero se escapó. Aquí es complicado, en el fondo hay mil pasadizos y recovecos profundos en los que ocultarse, se pescan entre 2 y 4 metros de agua, por lo que, aunque inicialmente las deslumbres, en el tiempo que tardas en sumergirte es muy posible que te vean y corran a un lugar del que jamás las podrás sacar. Es cuestión de estadística, encontrar una colocada de tal modo que puedas disparar con el fusil o que se esconda en un sitio al alcance de la mano.

En cualquier caso no estaba mal para empezar, si había una debía haber más, afirmé la lancha y empecé a recorrer la zona. Bucear por la noche en aguas tropicales siempre impone respeto, puedes tener encuentros desagradables, en Polinesia era demasiado peligroso, con la oscuridad los grandes tiburones (como los tigre) entran a comer a los atolones, y los no tan grandes se vuelven más agresivos, es la hora de llenar el estómago. Esta zona es mucho más segura, hay menos densidad de tiburones y los grandes se suelen quedar en aguas abiertas, más allá de los arrecifes exteriores, a unas 15 millas al Oeste.

Me costó un buen rato volver a encontrar los ojos brillantes de las langostas al reflejo de la linterna, seguidos de una negra silueta en la oscuridad, con esas antenas tan características. Un par estaban tranquilamente colgando de un repecho a unos 3 metros de profundidad, no era un tiro muy complejo, al menos podría atrapar a una de ellas. En el momento apuntaba, con fusil y linterna, una gran aleta pasó frente a mí, aunque estaba bajo el agua di un salto del susto. Seguí la sombra con la linterna, que iluminó unos ojos, se trataba de un tiburón de puntas blancas, de unos 2 metros de longitud, por la forma de moverse reconocí al que me había encontrado en otras ocasiones y se mostraba tan territorial.

Pescando peces por el día, a veces se ponía un poco pesado, pero esperando un poco acababa por alejarse y podías continuar con la pesca. En esta ocasión no fue tan condescendiente, se movía en círculos a mi alrededor cada vez más estrechos y de forma más violenta, no me gustó nada su actitud. Desde luego ni se me ocurrió disparar, solo faltaba una presa arponeada para que atacara sin muchos miramientos.

Esperé un poco, pero rápidamente me di cuenta que no se iba a ir, todo lo contrario, que cada vez estaba más nervioso, jamás había visto un puntas blancas tan enfurecido, la cosa pintaba mal, la retirada era la mejor opción.

Nadé con mucha delicadeza durante los 200 metros que me separaban de la auxiliar, no quería que malinterpretara ninguno de mis movimientos, también trate de enfocarlo todo el tiempo, seguro que la luz le desconcertaba y le impedía evaluar bien un posible ataque. No negaré que respiré de alivio en el momento salí del agua, regresaba mojado de madrugada y con las manos vacías, pero mejor no comer que ser comido, y en Navadra las langostas tienen un guardián, un fiero defensor al que burlar antes de poder disfrutar del excelente manjar.

Sed felices

Kike

4 Comments

  • Hola Kike ,hoy como todos los dias entrè en tu blog y !!sorpresa!!! noticias agradables y como siempre nosotros desde aquì soñando e imaginando cada detalle que cuentas..y lo mejor!!! nos queda por ver fotos..por cierto,este es otro deseo y a ver si se cumple jajajaja me encantaria tener una de esas conchas,si las poneis a la venta avisame,no digo las langostas que aqui de eso tenemos. y por cierto es verdad,a veces es mejor no comer que ser comido ufff y menos por un pez.jajajaja. un abrazo desde Galicia.

  • Al final seras un experto en tiburones y por lo que respecta a las conchas, tiene que ser una gozada el tener una colección de los diferentes lugares que habeis estado. Otro dia será el de comer langosta y por lo que parece mas que territorial , creo que lo que queria era comer sin cazar, recuerda…
    Un abrazo.

  • Primo, una vez leido el relato de hoy, entiendo el porque de su titulo «el guardian de las langostas»…
    NOTA: si ya es tenso el leer el encuentro con el tiburon, vivirlo tiene que ser la ….

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