Días 1.212 a 1.222 (10 al 20/3/13): Cebú, donde Magallanes acabó su viaje

Filipinas, tierra íntimamente ligada a la historia española, a descubridores y territorios de ultramar, a equivocaciones y pérdidas, a lo que podía haber sido y no fue…

El primer europeo que vio estas tierras fue Fernando de Magallanes en el siglo XVI, capitaneaba la expedición española que, con tantas pérdidas y sufrimiento, consiguió dar por primera vez la vuelta al mundo. No es la primera vez que hablo de estos héroes, su ruta se parece en gran medida a la nuestra, si con una embarcación moderna y medios tecnológicos hemos tenido momentos realmente complicados, muchas veces no puedo evitar pensar en cómo tuvieron que pasarlo ellos, aunque las cifras lo expresan claramente, sólo uno de los cinco barcos regresaron, con apenas el 10% de la tripulación que zarpó de nuestras aguas.

Curiosamente el primer desembarco en Filipinas de la flota de Magallanes fue en la isla de Mactán, a pocos centenares de metros frente a Cebú, y digo curiosamente porque es exactamente el mismo punto en el que hemos fondeado nosotros, no lo hemos hecho aposta, allí es donde se ubica el Cebú Yacht Club.

No sé cuál sería su suerte al atravesar el estrecho de Surigao, uno de los pocos pasos que conectan los mares interiores de Filipinas con el océano, y por tanto expuesto a severas corrientes que pueden alcanzar los 8 nudos de intensidad. Nosotros tuvimos suerte y las encontramos a nuestro favor, de repente navegábamos a más de 10 nudos de velocidad con el motor apenas embragado, aunque al ver los remolinos a nuestro alrededor y el agua “hirviente” comprendimos que en caso de haber encontrado las corrientes en contra aquello habría sido un infierno infranqueable, capaz de quitarte el control del barco y llevarte a pique ante el más mínimo error.

Superado dicho punto crítico la complejidad más importante de la navegación fue no llevarnos por delante alguna de las incontables pequeñas “bancas”, la embarcación típica de pesca filipina. Durante la noche tienen la fea costumbre de estar a oscuras, no aparecen en el radar, y únicamente encienden alguna luz cuando estas ya encima de ellas, por lo que si no estás permanentemente atento los arrollas, ellos no se apartan.

Cebú city es una gran ciudad, la segunda más importante de Filipinas, con más de un millón de habitantes es un hervidero de actividad. Lugar de contrastes, en el que se mezclan las más humildes e insalubres chabolas con edificios modernos y preciosas instalaciones turísticas, tiene ya claramente el sabor de sudeste asiático, con sus taxis colectivos multicolor “tuneados”, tuc-tucs o triciclos, infinidad de pequeños puestos de venta con las cosas más variadas, un estilo estético completamente diferente, llamativo y exagerado, hay que vivirlo para percibir ese ambiente.

El tráfico es una locura, no solo por su increíble densidad, también porque las normas de circulación se pueden resumir más o menos en “cada uno hace lo que le da la gana”, subir en cualquier vehículo es una experiencia intensa, no me extraña que el alquiler de vehículos sea casi siempre con conductor, hay que estar entrenado para conducir por aquí.

La gente es amable, simpática y risueña, tienen un sentido del humor que no me extrañaría que sea herencia de los centenares de años de presencia española; Culturalmente no ha quedado mucho, aunque en su dialecto innumerables palabras todavía son en castellano, saben contar perfectamente como nosotros y es gracioso como cuando hablan entre ellos, en medio de una parrafada críptica, aparecen esporádicamente vocablos perfectamente reconocibles. En lo que si existe un claro dominio de nuestra lengua es en los nombres de personas y lugares, prácticamente todo se llama como lo bautizaron los colonizadores, yo creo que cualquier localidad Española tiene una homónima en Filipinas, aún las más pequeñas, supongo que cansados de inventar nombres usarían los de las poblaciones que conocían.

Durante nuestra estancia en Cebú también hemos aprovechado para hacer algunas reparaciones, son buenos profesionales y la mano de obra es increíblemente barata, con un salario medio de 90€ al mes, aunque nos apliquen un sobrecoste por estar un barco y ser extranjeros (que siempre pasa), los precios son varias veces inferiores a otros países.

La vida en general es barata en Filipinas, y más acostumbrados a los exorbitantes precios de muchas islas del Pacífico, aquí se pueden comprar cosas (no importadas) o salir a comer a precios muy razonables. De hecho, hemos observado que algunos europeos, estadounidenses o australianos se vienen a vivir con su pensión, lo que les permite llevar un nivel de vida muy superior al que podrían en sus países de origen, con buena temperatura todo el año, y ya si encuentran una novia filipina bastante más joven, que suele ser el caso, tienen una sonrisa y una cara de felicidad durante todo el día que supongo que no tendrían si estuvieran en su casa viendo las noticias.

Lamentablemente no se conserva mucha arquitectura de la época colonial, a excepción de algunas iglesias y la notable Basílica del Santo Niño, aunque hay algo que no nos podíamos perder, los restos de la Cruz de Magallanes. Según se dice, lo primero que los tripulantes de la histórica expedición hicieron al desembarcar fue plantar una cruz y tomar posesión de las tierras en nombre de la Corona y Dios. Inicialmente los filipinos, acostumbrados al comercio desde hacía siglos con chinos y otros países del entorno, se mostraron amables y acogedores con aquellos extraños viajeros. Al poco tiempo se dieron cuenta que no eran unos simples comerciantes y sus intenciones iban mucho más allá, incluidas ciertas imposiciones. Lapu-lapu, uno de los líderes locales de la isla de Mactán, decidió rebelarse y repeler aquella especie de invasión. Magallanes infravaloró la capacidad combativa de sus adversarios y fue abatido junto a numerosos expedicionarios, que no tuvieron más opción que retirarse y abandonar a toda prisa el lugar. Juan Sebastián Elcano tomó el mando y finalizo con éxito la primera circunnavegación al planeta, posiblemente el viaje más épico de todos los tiempos.

Nosotros también zarparemos esta noche de Cebú, aunque nuestros motivos no tienen nada que ver con nuestros ancestros navegantes, nuestras relaciones con los nativos han sido muy buenas, nos mueve el deseo de conocer otras islas, otras ciudades y sobre todo la exuberante naturaleza de numerosas áreas de Filipinas.

Antes de zarpar hemos podido tener una buena muestra de ello. En el Sudeste de la isla de Cebú hay una pequeña localidad denominada Oslob, allí los pescadores han llegado a una especie de acuerdo con una de las criaturas más enormes de los océanos, el tiburón ballena, ellos alimentan y atraen a estos inmensos escualos (de hasta 18 metros de longitud) y la presencia de los tiburones atrae a los turistas, con los ingresos que les reporta no necesitan pescarlos y vender sus aletas.

Bucear entre estos inofensivos colosos es una experiencia única, su tamaño y formas de tiburón contrasta con una preciosa piel recubierta de lunares azules. Intentas mantener distancias, porque un aletazo de las criaturitas te puede enviar algo así como a la estratosfera, pero llega un momento en que no sabes cómo acaban ellos encima de ti o estás entre varios, es imposible evitar el contacto. Son mucho más cuidadosos de lo que se podrían pensar, parecen intuir nuestra debilidad y en esos momentos se mueven suavemente, algún coletazo me tocó, pero en ningún momento me hizo daño. Ver como abren esa inmensa boca, en la que un humano entraría entero sin problemas, y la sacan del agua cerca de las barcas de los pescadores, a la espera de algo de comida, es algo inaudito, espectacular, subiré alguna imagen en cuanto pueda para que lo veáis.

Pese a sus locuras, exageraciones y caos, me llevo un excelente recuerdo de Cebú, me ha encantado y he estado muy agusto. Ahora iniciamos un recorrido por las islas centrales de Filipinas (también llamadas Visayas), ya os iré contando la experiencia.

Sed felices

Kike

Días 1.195 a 1.201 (21 al 27/2/13): El país de las islas con forma de magdalena

En el mar de Filipinas, 500 millas al Este de su costa, pero todavía conformando el extremo más occidental de Micronesia, existe un pequeño país del que tal vez muchos no hayan oído hablar, la República de las Islas Palau.

Es posible que los aficionados al buceo lo conozcan por las maravillas que albergan sus aguas, o incluso que a los que disfrutan con destinos exóticos les venga a la mente la imagen de pequeños montículos de formas redondeadas que, completamente cubiertos de vegetación, emergen de aguas turquesa, pero sin duda serán pocos los que habrán visitado este recóndito lugar del mundo, el turismo está todavía en fase de desarrollo.

Llegar frente a su costa desde Yap no fue muy complejo, 270 millas náuticas con vientos portantes permanentes, algún que otro chubasco, un par de trasluchadas y en menos de 36 horas estábamos allí. Entrar a puerto si tuvo un poco más de dificultad, un estrecho canal entre arrecifes es el único acceso, hubo que esperar hasta la llegada de la luz del día, y aun así costó debido a que la cartografía no coincide con la realidad.

Paramos en Koror (la capital) lo imprescindible para realizar los trámites de entrada al país, recabar algo de información y algunas compras, a la mañana siguiente zarpamos de nuevo rumbo al interior de su lagoon para descubrir los tesoros que encierra.

El parque natural de Rock Islands, declarado patrimonio universal por la Unesco, es uno de esos lugares en que la naturaleza se conjura para crear escenarios tan bonitos que en ocasiones cuesta creer que sean reales.

Iniciamos el recorrido en Ngeruktabel, el primer grupo de islotes al Sur de Koror. Tras superar numerosos arrecifes llega un momento en que la navegación transcurre entre pequeñas montañas, los pasos se van haciendo más y más cerrados, hasta que llega un momento en que da la impresión de estar metidos en un laberinto formado por setos semiesféricos cortados por un gigante.

Como no podía ser de otra manera, entramos hasta el final del laberinto, hasta que encontramos un pequeño claro con profundidad adecuada para fondear. Las cartas no proporcionan información del interior de la amalgama de islas e islotes, de modo que constituye una auténtica exploración en base a los datos que proporcionan ojos y sonda, suele haber calado, pero en ocasiones las formaciones rocosas están unidas por una barrera casi a ras de agua, y también se encuentran numerosas cabezas de coral, varias veces probamos un pasillo y al ver que estaba cortado tuvimos que dar la vuelta e intentarlo por otros hasta encontrar un camino despejado.

El paisaje es realmente singular, completamente rodeados de esas curiosas rocas densamente cubiertas de vegetación. Cada uno tendrá su opinión de a que le recuerdan sus formas, para mí las hay tipo flan, coliflor o champiñón, aunque llegamos al consenso de que la forma más extendida es la de magdalena, aunque todas tengan que ver con comida no penséis que pasamos hambre, que comemos bien.

La tranquilidad es completa, nadie puede vivir en las magdalenas gigantes, son inexpugnables, su base es un muro liso de roca, sobre la que se encuentra una vegetación tan densa que es absolutamente impenetrable.

Un par de días después nos trasladamos a Ulong, una isla situada al Oeste el lagoon a cuyo abrigo existe un buen fondeadero frente a una preciosa playa. El lugar es famoso porque allí se rodó una de las versiones internacionales de «Supervivientes», por lo que pude comprobar no les debió ser sencillo conseguir comida. Desde Ulong se ve el arrecife exterior, una gran tentación desde el punto de vista del buceo, que ni pude ni quise resistir. No hizo falta buscar mucho para encontrar inmensos bancos de peces de diversos tipos o tiburones descansando plácidamente sobre el inicio del fondo arenoso. También pudimos disfrutar de espectaculares puestas de sol desde la playa, algo que los días anteriores nos ocultaban los pequeños islotes que nos rodeaban.

Un repentino cambio en la dirección del viento nos dejó expuestos a fortísimas rachas que nos hicieron garrear peligrosamente hacia un bajo, hubo que salir rápidamente antes de que las cosas se complicaran más y buscar algún tipo de protección, la cual nos brindó una pequeña cala rodeada de muros de roca donde pasamos la noche.

Seguimos nuestro camino hacia el corazón del parque natural de «the rock islands» dirigiéndonos hacia Macharchar, un segundo grupo de islotes más pequeño, pero más tupido que en el que habíamos estado días atrás. Para llegar hasta allí tuvimos que hacer auténtico slalom entre arrecifes, una vez dentro no fue más sencillo, pasamos horas entre los canales intentando aproximarnos al jellyfish lake, al final no hubo forma, una auténtica barrera cierra todos los pasos entre las magdalenas gigantes más cercanas, de todas formas localizamos un magnífico fondeadero sobre una zona poco profunda no muy lejana.

Si espectacular era el paisaje de estos últimos días el actual lo supera, todo es un poco más pequeño y las aguas menos profundas, los colores esmeralda son más intensos, el inferior tamaño de las magdalenas las hace más bonitas y espectaculares.

La belleza, tranquilidad y naturaleza de las Islas Palau nos ha sorprendido, en nuestra mente estaba catalogado como un destino de buceo en el que se podría localizar el precioso lugar que aparece en todas las fotos y ya está, pero no es así, es mucho más, las imágenes de postal se dan por doquier, casi desde donde estés el paisaje deja sin aliento.

Durante los próximos días seguiremos recorriendo el entorno, nos queda mucho que descubrir, os lo iré contando.

Sed felices

Kike