Días 1.160 a 1.162 (17 al 19/1/13): ¿Una isla española en Micronesia?

Pues aunque cueste de creer no solo hay una, son varias las islas que según los acuerdos internacionales serían consideradas territorio nacional de España.

El origen de esta situación se remonta a finales del Siglo XIX, una vez perdidos la mayor parte de los territorios de América, Cuba, Filipinas y Puerto Rico, poco le quedaba a nuestro país en ultramar, apenas los archipiélagos de Palaos, Marianas y Carolinas (todos en Micronesia). Con numerosos problemas internos en la metrópoli, sin un centro administrativo desde el que controlarlas y explotarlas, y sin posibilidad de defender la soberanía de estos territorios (una vez perdida la flota del Pacífico en la batalla de Cavite), España decidió vender estas remotas y deshabitadas islas. La transacción se realizó con Alemania, segunda potencia mundial de la época e interesada en mantener una flota militar en la zona.

Sin embargo, ya en el siglo XX, un abogado del estado descubrió que se habían pasado por alto varias islas que, teóricamente, seguirían bajo la soberanía nacional. Según los archivos existen cuatro islas (o grupos de islas) que fueron descubiertas por Hernando de Grijalba en 1.537 e incorporadas a los territorios de ultramar, aunque no pertenecen a los archipiélagos de Carolinas ni de Marianas, es decir, no fueron transferidas a Alemania, por lo tanto seguirían siendo españolas.

La delicada cuestión llegó a ser causa de un específico consejo de ministros presidido por Franco, pero dado que en aquellos momentos España tenía otros problemas más acuciantes que solucionar, se decidió postergar la cuestión, y así parece que ha continuado hasta nuestros días (tal vez ahora tampoco sea el mejor momento para plantearlo).

Los territorios en cuestión son: Os Guedes (Iles Mapia), Coroa (Rongerik atoll), Pescadores (Kapingamarangi en el idioma local, atolón con 33 islotes y 300 habitantes) y Matador (Ocea, actualmente un montículo submarino sumergido, probablemente considerado fondo marino internacional como consecuencia de la subida del agua).

Nos sorprendió aprender esto buscando información sobre Micronesia, del mismo modo que supongo que os sorprenderá a vosotros; tratamos de encontrar las ubicaciones exactas, pero sin internet, rebuscando entre la miríada de impronunciables nombres que contiene la cartografía, fue imposible, lo dejamos como una anécdota más a explorar.

Sin embargo la situación tuvo un giro radical el día 17. Nuestro avance hacia el norte estaba siendo más complicado de lo previsto, una vez se acabó el buen viento del Noroeste que nos acompañó desde Papúa Nueva Guinea Eolo se tornó caprichoso e inestable, y si se establecía era de componente Norte, justo en contra.

Esto incluso se agravó tras cruzar el Ecuador el día 15 (por cierto, ya estamos en el Hemisferio Norte de nuevo, es como estar un poquito más cerca de casa, aunque la mayor parte de la navegación que todavía nos queda seguirá transcurriendo en el Hemisferio Sur), nos pasó casi lo mismo que cuando lo cruzamos la primera vez, en junio de 2010, una sucesión de calmas totales con tormentas que llevan fuertes ráfagas durante un rato.

Si el chubasco esta ya bien formado el fuerte viento le precede, luego llueve torrencialmente y después desaparece; si está en proceso de maduración es al revés, primero ausencia de viento, lluvia y luego rachas infernales, total, que te pasas el día izando y arriando velas, y a pesar de ello en numerosas ocasiones acabas completamente empapado después de haber salido corriendo para soltar velas o tomar el timón a mano después de un buen susto y revolcón.

Estando así las cosas, lo más inteligente era desplazarnos mucho más hacia el Este, a la espera de que los vientos predominantes (Noreste) se establecieran y nos permitieran navegar de un bordo en dirección a Chuuk, primer destino en Micronesia. Mientras planificábamos el recorrido nos encontramos con una agradable sorpresa: Kapingamarangi, el principal territorio de la posible Micronesia española, se situaba a 180 millas al Este, todo encajaba para ir a hacer una visita al territorio nacional, nos miramos y no lo pensamos mucho, pusimos proa al atolón, la parada también nos serviría para solucionar un problema en el génova que nos impedía ceñir correctamente (el último segmento del enrollador se había soltado y por lo tanto no podíamos dar tensión de driza).

El día 18 de madrugada estábamos allí, tuvimos que esperar varias horas al pairo hasta tener luz suficiente, la cartografía apenas proporciona información. El paso es estrecho y sinuoso, y no teníamos datos de su profundidad, de modo que hicimos una exploración previa con la auxiliar para garantizar que podíamos entrar; era posible, pero no sencillo.

Su lagoon es poco profundo y plagado de cabezas de coral, tras dos intentos lo conseguimos y fondeamos frente al islote situado en su extremo Sudeste, una preciosidad, rodeado de una playa de arena blanca y frondosa vegetación, me gusta esta parte de España 😉

El jefe del poblado nos hizo una visita, no le dijimos nada de que veníamos a tomar posesión en nombre del Gobierno Español, porque ni teníamos el mandato ni sabíamos cómo se lo iba a tomar. Eso sí, la primera medida urgente que habría que implantar es poner algún bar con cerveza fresca y unas tapas, porque no sabéis el calor que hace, si no hay brisa no se puede estar más que dentro del agua.

Lástima que no pudimos parar más que unas horas, el tiempo justo de descansar un rato, bucear en su barrera de coral, reparar el génova, comer y levar ancla antes de que el sol bajara y no mostrara claramente los peligros bajo el agua en las proximidades del paso.

Bonito paisaje el del atolón de Pescadores, de forma casi circular y unas 6 millas de diámetro, jalonado con una hilera de islotes con compacta vegetación en la mitad Este y arrecife que encierra su lagoon en la mitad Oeste. Su situación es bastante remota, a unos 400 Kilómetros del atolón más cercano (inferior en tamaño y población) y a 800 del núcleo de población más importante de la zona (Chuuk o Pohnepi).

A falta de conocer las otras islas, sin duda serían una gran aportación a la belleza de nuestro país, aunque dudo que algún día se lleve a cabo formalmente, como mínimo sería económicamente complicado.

Sea como sea, la idea de la Micronesia española no deja de ser romántica y exótica, pocos podrán tendrán la oportunidad de conocerla, me hace sentir un auténtico privilegiado.

Sed felices

Kike

Días 1.157 a 1.159 (14 al 16/1/13): Sueños de un velero

Me gusta mi vida. Cuando el viento sopla e izan mis velas es como si desplegara unas alas, en ese momento siento todo mi poder, como el agua corre bajo mi casco y soy capaz de remontar las olas sin apenas esfuerzo, avanzando millas y millas a toda velocidad sin notar el cansancio, rodeado de cielo y mar, mis elementos.

Desde que nací supe que mi destino era hacer cosas especiales, por eso me diseñaron y construyeron fuerte, rápido, ligero y resistente. Durante un tiempo fui un gran atleta, mi especialidad eran largas carreras en mar abierto, la regata oceánica. Gané muchos premios y me codee con los mejores, y aunque mis líneas todavía son actuales y podría dar una lección a más de uno, ahora navego por placer.

Me gusta mi nombre, Bahari, me recuerda a la lengua que hablaban aquellos hombres de piel oscura mientras trabajaban sobre mi casco en el astillero de Sudáfrica. Significa océano, no tendría razón de existir sin él, no sería más que una inmóvil caja de formas redondeadas, y aunque los océanos hayan vivido durante muchísimos años sin mí, y los de mi especie, creo que les aportamos un toque de alegría al romper su horizonte con nuestra silueta, gracias a nosotros su nombre evoca libertad, y no una infinita trampa desértica, es a través nuestro que la gente sueña con conocerlos y atravesarlos.

Hace ya casi 7 años que vi por primera vez a mis actuales compañeros de viaje, por aquel entonces yo llevaba más de un año parado en una marina de Palma de Mallorca. Acostumbrado a surcar los mares la vida de puerto no es para mí, observaba con tristeza a mis congéneres de alrededor, algunos no conocían más que las Baleares, otros navegaban algún día suelto, los menos afortunados hacía años que no salían, lloraban óxido por sus piezas metálicas, algas en forma de barba les crecían en el casco, el sol y el mar, que antaño fueron su ilusión, los estaban matando de pena y corrosión. Yo no quiero acabar así -pensaba para mis adentros-, soñaba con liberarme de las amarras que me ataban al pantalán y volver a volar a ras de agua, dirigirme a destinos remotos, sentir las aguas cálidas del trópico, perseguir el horizonte…

Me dieron buena impresión, me revisaron con mucho detalle, síntoma de que buscaban algo especial y lo iban a preparar a conciencia. Al principio la relación no fue muy bien, me desnudaron por completo en el náutico de Valencia hasta casi no dejar un tornillo en su sitio, desmontaron todo, me hicieron pasar frio, tragar polvo, estar lejos del agua durante una temporada, pero cuando solo quedaba el casco y pensé que me iban a abandonar como un barco desguazado, comenzaron a reconstruirme. Me mejoraron por dentro y por fuera a todos los niveles, maniobra, superficies, sistemas, etc. Me vistieron de forma más cómoda y elegante, aunque sin lujos, pero siempre con cuidado de no incrementar mucho mi peso, lo cual agradecí, ligero puedo correr más con menos esfuerzo.

Un sistema inteligente hace que tenga el control de cada dispositivo eléctrico de forma programable, con este me lo paso muy bien, porque hago lo que me da la gana y a veces les gasto bromas, haciendo que algo funcione o deje de funcionar porque si, sin motivo aparente. En lugar de enfadarse me hablan con mucho respeto, cuchichean entre ellos y me llaman «madre», creo que recordando el ordenador central de una película de ciencia ficción o algo así, pero nunca hago nada peligroso, jamás juego con los sistemas importantes.

Me dotaron de ojos para ver en la oscuridad, electrónica para saber donde estoy hacia donde tengo que ir, para comunicarme, para cargar mis baterías con el sol y la velocidad del agua, un segundo piloto automático y varios cacharritos tecnológicos más, y es que creo que a uno de ellos le gustan ese tipo de cosas, siempre esta ajustándolas y tocándolas, pero por mucho que se crea que las controla, el que tiene la última palabra siempre soy yo.

No me dio muy buena espina que me instalaran una calefacción, ¿para qué? Si yo sé llevaros por sitios en los que nunca hace frío. Lo de Cabo de Hornos no me lo contaron, vaya como las pasamos por allí, hasta que nos adentramos más allá de los cuarenta rugientes nunca un viento había conseguido doblegarme, jamás había tenido que remontar olas casi tan altas como yo, en ese lugar las reglas de la navegación estándar cambian, en varias ocasiones pensé que no lo podría resistir, de hecho una especie de huracán acabó rompiendo mi mástil, faltó poco para el fin de mis días. A cambio vi paisajes tan bonitos como un barco pueda soñar ver, navegué entre montañas nevadas y témpanos de hielo, conocí a simpáticos animalitos que nunca habían nadado a mí alrededor.

También cambiaron mi motor y mi sistema de propulsión, todo nuevo y más potente, y aunque no me gusta navegar a motor, porque es como arrastrarse sobre el agua, tengo que reconocer que cuando no hay viento, o la zona de maniobra es reducida, me hace sentirme con potencia y control, y puedo desarrollar muy buena velocidad.

Cuando acabaron de ponerme a punto me sentí mejor que nunca, más fuerte, renovado, mejor preparado, bien equipado, listo para lanzarme a devorar millas, me dieron ganas de gritar: «ahora dejadme a mí y os enseñaré lo que soy capaz de hacer».
Hace ya más de 3 años que salimos de Valencia, desde entonces hemos recorrido casi 35.000 millas náuticas y visitado 31 países, son tantas las islas, atolones o calas en las que he lanzado mi ancla al fondo que ya he perdido la cuenta.

Me tratan bien, me cuidan y miman, me dejan correr sin miedo cuando tengo ganas, pero no me llevan al límite de poder romper algo por forzarme. Se nota que me quieren, se preocupan de que siempre este en plena forma, y si alguna vez no ha sido así han seguido a mi lado, como cuando la larguísima y compleja reparación de mi mástil, o cuando embarranqué en unos arrecifes de Fiji, a pesar de que era casi imposible sacarme de allí, y muchos otros habrían desistido, ellos jamás me abandonaron, lucharon hasta conseguirlo.

Yo también les cuido, los guardo en mi interior protegidos de las inclemencias meteorológicas mientras yo me bato con viento y mar, hago el trabajo duro. Los acuno para que duerman en las tranquilas noches de fondeo, les doy descanso, sombra, agua dulce y lo que necesitan para que me sientan su hogar. Cuando las cosas se complican y nos castiga algún temporal, peleo con todas mis fuerzas para mantenerlos a salvo, aunque los golpes de las olas sean tan grandes que me revuelquen una y otra vez, aunque las rachas sean tan fuertes que me inclinen, tratando de arrodillarme y no me dejen levantarme, jamás me rindo.

Somos un equipo, aunque no hablemos el mismo lenguaje nos entendemos a la perfección, ellos usan palabras siempre amables y de ánimo, yo muestro como estoy y lo que necesito con mis gruñidos y orquesta de sonidos, con la forma de moverme, o sencillamente no preciso decir nada, ellos me intuyen.

Me gusta mi vida, no paramos de ir de un sitio a otro, de conocer sitios bonitos, de navegar por aguas cálidas, tengo libertad para moverme, pocas veces me atan en un puerto.

A veces me da un poco de miedo porque pasamos muy cerca de los arrecifes para entrar en esos lagos de agua salada que forman algunas islas, pero siempre lo hacen con mucha precaución y luego buscan un lugar protegido y seguro para que me pare, no tienen pereza en bucear para ayudar a que me sujete bien al fondo. Me divierte fondear en esas aguas tan tranquilas, tan azules, envuelto por un precioso paisaje, además hay muchos pececillos que vienen y me hacen cosquillas.

En las travesías, los delfines vienen a jugar conmigo, hacemos carreras para ver quién es más rápido, y aunque no puedo competir con su velocidad y agilidad, disfruto viendo cómo juegan con mi estela, como se cruzan por delante de mí hasta casi rozarme, haciendo cabriolas sin parar.

Me gusta mi vida, y si un barco de alma libre y espíritu aventurero pudiera soñar, sin duda soñaría con ser el Bahari.

Sed felices

Kike

Día 1.156 (13/1/13): El milagro

Posición 03º 25′ Sur, 147º 45′ Este, 160 millas al Noreste de Madang y a 70 millas del islote más cercano, en pleno mar abierto, aproximadamente 19:00 horas locales.

Durante todo el día tuvimos buen viento, el Bahari volaba sobre las olas manteniendo una velocidad constante de entorno a 9 nudos, navegábamos con mayor rizada y génova desplegada al 80%, altura de ola moderada, unos 2 metros, una buena singladura.

El sol se había puesto hacía rato, aunque todavía no era noche cerrada, la penumbra dejaba entrever el blanco espumoso de las crestas de las olas.

Mientras preparaba la cena tuve una intuición y una sensación extraña, un impulso me llevó a dejarlo todo y acudir inmediatamente a la mesa de cartas. La pantalla del radar estaba despejada, la del ordenador de navegación estaba en orden, rumbo correcto y muy lejos de cualquier tierra, sin embargo hice zoom en la cartografía, no sé porque, cuando navegamos en travesía de aguas profundas no tiene sentido el detalle, la cartografía está a una escala mayor para tener visión general, y si hay algún obstáculo está indicado, cuando te acercas a él ya amplias.

Cuando llegué a la máxima resolución no me lo podía creer, ¡estábamos sobre unos arrecifes!, allí, en medio de la nada, y ninguna indicación en niveles inferiores de zoom, ¿pero cómo podía ser?

Miré la sonda y todavía no marcaba, es decir, todavía teníamos bastante agua bajo la quilla, por una vez me alegré de que la carta estuviera mal, de otro modo ya estaríamos encallados.

De un salto salí a cubierta y grité a Jose Carlos que estaba allí: ¡tenemos que virar en redondo ya, estamos sobre unos arrecifes! Se llevó un susto de muerte, pero no hizo preguntas, conectamos motor y viramos tan rápido como pudimos.

En ese momento, entre sombras, pude ver la rompiente, ¡Dios! ¡Estábamos a menos de 50 metros! Unos segundos más y habríamos embarrancado, el impacto hubiera sido brutal, 10 toneladas a 9 nudos de velocidad sobre unas rocas a ras de agua, ninguna posibilidad de no acabar hecho añicos, la catástrofe total, el final…

Incluso nuestro rescate personal habría sido dudoso, en medio del mar, tan lejos de costa, en Papúa Nueva Guinea, tras nuestra experiencia de haber lanzado un mayday en Fiji y no haber obtenido ayuda soy bastante escéptico del salvamento en ciertos países, tal vez si algún mercante nos hubiera oído tendríamos alguna posibilidad.

Habíamos conseguido evitar estrellarnos, pero ahora nos quedaba el siguiente desafío, la carta estaba claro que era errónea, pero no sabíamos hacia donde ni cuanto estaba desplazada, y el arrecife existía, porque habíamos visto la rompiente, ¿Cómo conseguíamos no meternos en él nosotros solitos?

Lo único que se nos ocurrió fue arriar todas las velas, reducir la velocidad al mínimo y volver exactamente por la misma traza que habíamos llegado (en sentido opuesto), la noche ya se había cerrado y no se veía nada a más de una decena de metros.

Con el corazón en un puño por lo que había pasado y lo que podía pasar, nos alejamos poco a poco, desgastando la vista tratando de detectar una rompiente en la oscuridad, agudizando los sentidos para escuchar o incluso oler lo que fuera, nos llevó horas hasta que dimos un rodeo de más de 5 millas al punto de contacto con el arrecife y pudimos reemprender una navegación normal.

Esta vez estuvo muy cerca, por segundos, ha sido un milagro que en el último momento pudiéramos evitar un desastre sin remedio.

Para mí se abre ahora un tema de reflexión, sin dramatismos ni exageraciones, porque bien está lo que bien acaba, pero hay cosas sobre las que conviene meditar.

Por un lado el de la tecnología, jamás había visto un error de este tipo, y eso que ya sabéis que he visto muchos. Siendo yo tecnólogo es casi irónico que diga esto, pero no se puede confiar en ella a pies juntillas, hay que ser muy crítico y analizar todos los aspectos en los que puede fallar, estando claro que es una inestimable ayuda a la navegación y la seguridad, y que sin ella posiblemente no habríamos llegado hasta aquí.

Por otro sobre aspectos mucho más internos y profundos, mi base es más bien racional y escéptica, pero mi mentalidad es abierta y creo que no todo es explicable con la lógica, de otro modo ¿Por qué tuve esa sensación, dejé de cocinar y me fui a ver la carta en ese momento? No era lo más oportuno, ¿Por qué amplié la carta al máximo? Cuando es algo que nunca hago estando en mar abierto y sin indicaciones de obstáculo o peligro, ¿Por qué a segundos de impactar y con el tiempo justo de reaccionar? Estadísticamente es altamente improbable que sea una coincidencia, por ejemplo es algo que no había hecho durante días y días de navegación (puede salir una probabilidad entre millones). Supongo que cada uno podrá interpretarlo de un modo u otro, yo tengo la mía, no es la primera vez que me suceden cosas así.

Hay instantes que pueden cambiar tu vida para siempre, y no sabemos porque la balanza se decanta a un lado u otro, en este caso la intuición y la percepción triunfó sobre la razón y fue el camino correcto, tal vez hay un instinto que se desarrolla cuando vives rodeado de permanente riesgo, tal vez hay otras cosas más difícilmente explicables, sea como sea, asumo lo sucedido, lo valoro como lo que es y sencillamente doy gracias.

Hasta ahora pensaba que mis regalos de reyes habían sido las experiencias en Hermit y Ninigo, anoche me hicieron dos regalos más: un barco y posiblemente una vida…

Sed felices

Kike

PD: para los que creen en los números, fijaos que era 13-1-13, capicúa y con dos 13, yo es algo en lo que no creo mucho, pero ahí lanzo el tema…

Días 1.146 a 1.149 (3 al 6/1/13): El atolón más pequeño

Heina es un precioso atolón de forma prácticamente circular con apenas 1,6 millas náuticas de diámetro, el de menor tamaño en el que he podido acceder al lagoon que encierran sus islotes y barrera de coral.

Pertenece al grupo de las Ninigo, ubicadas en el centro del Mar de Bismarck (Noreste de Papúa Nueva Guinea), a 280 millas de Madang.

El trayecto desde Carola Bay es de 55 millas, por lo que lo más razonable para franquear ambos pasos de acceso con buena luz era zarpar por la tarde de las Hermit y navegar despacio durante la noche hasta que la entrada de Heina estuviera suficientemente clara. Por mucho que intentamos frenar al Bahari no hubo forma, llegamos demasiado pronto, nos tuvimos que quedar al pairo durante más de 4 horas a la espera de que el sol se elevara lo necesario para mostrar los peligros que se esconden bajo el agua, y eso que al estar tan cerca del Ecuador amanece a las 6 de la mañana y a partir de ese momento el astro rey se catapulta hacia arriba a velocidad vertiginosa.

La única forma de entrar al interior de Heina es un estrecho canal entre arrecifes de unos 10 metros de ancho por 250 de largo con algunas curvas, sin duda el más complicado al que me he enfrentado hasta ahora, no solo por sus dimensiones, sino porque existe una fuerte corriente lateral y saliente, eso implica que no se puede navegar despacio, el barco debe llevar suficiente velocidad para que el timón gobierne bien y la corriente no te arrastre, vamos, una vez inicias la maniobra ya no hay vuelta atrás y solo existe una oportunidad de hacerlo perfecto. La cartografía existente no sirve de nada, es errónea e imprecisa, ni siquiera las imágenes satélite pueden prestar apoyo, navegación a ojo y descubrimiento puro.

Al vernos cerca una canoa salió a nuestro encuentro, en ella remaban Low y su hijo, dos nativos, amablemente se ofreció a subir a bordo y guiarnos a través de los arrecifes, lo cual acepté de buen grado, fue una gran ayuda.

Solo 3 familias habitan este minúsculo atolón, dos en el motu junto al paso y otra en el de enfrente, no superan los 20 habitantes. Si pensaba que las Hermit estaban aisladas y sin recursos Heina las supera con creces, me quedé estupefacto de lo que me contaron, está claro que todo es relativo.

En las Hermit de vez en cuando reciben visitas de veleros como nosotros y en ocasiones algún familiar se arma de valor y recorre más de 200 millas en un fueraborda para verlos y llevarles algunas cosas. Sin embargo hemos sido el sexto velero de la historia en Heina y pueden pasar años sin que reciban ninguna visita o suministro.

Dado el tamaño y la naturaleza de las principales islas de las Hermit allí es posible cultivar fruta y verdura; Heina es un atolón bajo de tierra arenosa, a penas se puede cultivar nada, lo intentan, pero las cosechas son exiguas, tienen que centrar su alimentación en pesca, gallinas y coco.

Fondeamos en el Norte del atolón, al abrigo de los vientos predominantes, aunque en realidad no hay problema en cualquier parte del lagoon, es tan pequeño y esta tan cerrado que parece una piscina grande, sople de donde sople no se podría montar mucha ola.

El paisaje es idílico, posiblemente si pidiéramos a alguien que dibujara un atolón del Pacífico dibujaría algo parecido a Heina. Tiene todo: islitas repletas de cocoteros y vegetación, playas de arena blanca, aguas turquesa entre ellas, la tranquilidad de un lago, etc.

La elevada temperatura ecuatorial tiene un precio, inestabilidad meteorológica, es habitual que durante el día haya algún intervalo de lluvia torrencial seguido de sol, por la noche es prácticamente seguro que llueve, y eso que todavía no estamos en la estación húmeda. No hemos tenido muchos problemas de agua dulce, dejas un par de baldes en cubierta y siempre están llenos.

Una tarde vimos acercarse una canoa, a bordo iban un hombre, una mujer y un niño de unos 4 años, se trataba de Rellen con su familia. Saludaron y nos ofrecieron langostas, las aceptamos y les invitamos a subir, comenzaba a llover. Los tres son de complexión pequeña, piel muy oscura y rasgos claramente melanesios de la zona de Papúa. Rellen es afable y amistoso, de conversación escueta, pero comunicativo. Su mujer apenas se expresó, no sé si por timidez o poco dominio del inglés. El niño se comportaba como un niño, a mí entender, bien educado. Una cosa me llamó la atención, tiró los papeles de unos caramelos que le di al suelo, supongo que no está acostumbrado a tratar con nada que no sea biodegradable, su concepto de basura es diferente, en su entorno todo es natural.

Siendo consciente de su extrema humildad ofrecí a Rellen pagar las langostas u ofrecerle a cambio cosas que necesitara. Con una sonrisa me respondió que no, eso era un regalo y no tenía que darle nada a cambio, me dejó sin palabras, tampoco quería ofenderle, pero durante los siguientes días usé su misma lógica para regalarle numerosas cosas que durante nuestras conversaciones detecté que precisaba, y ayudarle en todo lo que pude, incluida la coordinación de un envío de material a través de un barco alemán que tiene previsto recalar enHeina el próximo agosto. Casi se me saltan las lágrimas cuando me contó que encendía el fuego frotando dos troncos, a veces le costaba tanto que quedaba exhausto, evidentemente le regalé varios mecheros y una bolsa llena de cajas de cerillas.

Como cualquier padre, Rellen se preocupa por sus hijos, pero aquí las preocupaciones son de otro tipo (no si llevarlos a buen colegio o que uso hacen de internet, entre otras cosas porque ni tienen ni saben lo que es), había visto las huellas de un enorme cocodrilo, y eso podría ser peligroso para los niños, trataría de cazarlo, pero no es fácil.

Ya que he mencionado lo de la educación os explico cuáles son sus alternativas:si desean escolarizar a sus hijos la única opción es enviarlos a una de las islas principales, y eso implicaría no saber cuando los volverían a ver, con suerte una vez al año, pero no es seguro.

Es difícil hacerse una idea de lo que significa vivir en un lugar comoHeina hasta que no estas aquí. Imaginaos que vuestro mundo es una estrecha franja de arena y cocoteros en medio del mar, el poblado más próximo se sitúa a unos 100 Km (las Hermit, que ya os he contado como son) y la ciudad más cercana Madang (a más de 500 Km). El único medio de transporte: canoas de madera (hechas vaciando un tronco) impulsadas a remo. La vivienda es una choza rectangular construida de madera con techo de hoja de coco trenzado, no hay cristales en las ventanas, es de pequeñas dimensiones y todos duermen juntos sobre esteras, no hay intimidad. No hay electricidad, ni cuarto de baño, ni agua corriente, ni nevera, ni nada por el estilo. Se cocina a leña con unas cacerolas que bien podrían tener más años que yo. Sus útiles y herramientas son artesanales, su materia prima la que les brinda la naturaleza. A veces se ve algo manufacturado, fruto del regalo de uno de los pocos barcos que han pasado por aquí, de las esporádicas visitas de familiares o porque ha llegado flotando como basura del mar, algo que les viene como caído del cielo, prácticamente reciclan todo. Aunque conocen la existencia de los productos de consumo, ni podrían comprarlos, ni tienen donde. En definitiva estas prácticamente solo, en medio de la nada, y tienes que subsistir y tratar de hacer tu vida un poco más cómoda con tu ingenio y lo que encuentres a tu alrededor, esto si es ser un auténtico Robinson.

Sin embargo aquí nadie se muere de hambre, no hay depresiones, ni estrés, ni lamentos, es admirable como asumen su realidad y tratan de vivir de una forma digna. Su concepto del tiempo o de la certidumbre es diferente, para ellos lo importante es hoy, el mañana no lo pueden prever ni organizar. Por ejemplo, saber que cabe la posibilidad de que dentro de 8 meses llegue un barco y le traiga ciertas cosas ya es suficiente, ni necesitan la garantía de que vendrá ni se estresan por el tiempo que falta, con eso les vale, si no sucede pues ya se arreglarán de otro modo. Otro concepto que relativizan es la seguridad, les podrían pasar muchas cosas, peroasumen su destino, y si suceden lo solucionaran como puedan, si pueden, no necesitan saber que están cubiertos ante casi todas las amenazas.

En definitiva un modo diferente de vivir, que tal vez ellos no comparan porque es lo único que conocen, pero que desata muchas dudas el aquel que si tiene una visión más general de como se vive en otras partes del mundo, sobre todo si se valoran los aspectos más básicos y humanos, dejando un poco más de lado comodidades y temas materiales.

Algo que incita a reflexionar… nada es perfecto, pero ¿es el modelo de vida occidental el mejor?…

Sed felices

Kike

Días 1.138 a 1.143 (26 al 31/12/12): El cocodrilo y el cervatillo

EL COCODRILO
Leabon es un motu de las islas Hermit que no está nada mal para vivir, sobre todo siendo un cocodrilo. También conocido como la isla de los pájaros, hace honor a su nombre y allí anidan miles de aves, tantas que cubren el cielo cuando vuelan, los árboles cuando se posan o las playas cuando toman el sol y retozan sobre la arena.

Con tanta algarabía siempre hay un descuido, un polluelo que cae de un nido o un huevo fresco puesto al alcance del reptil. A pesar de superar los 4 metros de longitud el cocodrilo es más rápido de lo que parece, su especialidad es cazar al acecho manteniéndose completamente inmóvil hasta el momento adecuado, su aspecto le mimetiza con un tronco de los muchos que llegan a la orilla, pacientemente analiza sus presas, a veces durante días, pero una vez llegada la hora es implacable, difícilmente se le escapa un objetivo bien estudiado.

Además de ser un buen sitio para comer, Leabon es un islote bonito, pequeño (150 metros de largo por 75 de ancho), con una playa de arena blanca que lo rodea por completo, tupida vegetación ecuatorial en su interior y numerosos árboles que despuntan en todas direcciones. A su alrededor las aguas son poco profundas, con fondo arenoso en el lado que da al lagoon, lo que proporciona un colorido turquesa, y fondo coralino en el lado mar abierto. La vida florece sobre el coral, que además de proporcionar sus propias formas y colorido, es el caldo de cultivo para infinitas especies de invertebrados y peces. La frontera con el océano es un muro que cae en vertical desde los apenas tres metros hasta el infinito azul de los más de trescientos metros, si trasladáramos esta pared a un acuario seria digna de un museo de ciencias, pero no daré ideas, porque de este modo el cocodrilo se quedaría sin uno de los paisajes que más le gusta contemplar.

La vida del cocodrilo es más bien tranquila, pocas cosas afectan a su ritmo vital, y solo una le hace cambiar de entorno, la presencia de esos seres ruidosos que caminan sobre dos patas. No le gustan, a pesar de no tener ningún depredador que le amenace su instinto le dice que es mejor ocultarse de ellos, ningún animal llega a hacerse grande de no ser extremadamente precavido. De vez en cuando llegan chapoteando sobre unos troncos, él los puede detectar a mucha distancia, en estas ocasiones lo mejor es nadar hasta la vecina isla de Luf y ocultarse en el manglar, allí se siente a salvo.

Hoy sin embargo algo diferente llegó a su islote, un enorme tronco blanco que rugía mientras se movía. Comenzó su maniobra de evasión, pero curioso se volvió y quedó inmóvil para ver lo que sucedía. Cuando el tronco dejó de rugir de él saltaron seres bípedos, pero con un aspecto distinto a los que había visto hasta ahora: piel de color de las gaviotas, e incluso más ruidosos y torpes a la hora de moverse en tierra o mar. Andaban por la playa claramente visibles, observando descaradamente todo. Poco van a cazar así -pensó el cocodrilo-, no hacen más que espantar las posibles presas. Al cabo de un rato comenzaron a gritar, señalaban sobre la arena, allí donde el cocodrilo había estado por última vez, contemplaban sus huellas y se exaltaban por ello.

En ese momento el cocodrilo lo tuvo claro, nadó más rápido que nunca hacia el refugio de su manglar, nada bueno se podía esperar de criaturas que se comportan así.

EL CERVATILLO
Aunque parezca extraño los de su especie habían vivido allí desde hace muchos muchos años, en lo más denso de la jungla que cubre las principales islas de las Hermit; En otros tiempos el Noreste de Papúa Nueva Guinea fue colonia alemana, y éstos, con disciplina germánica, introdujeron ciervos procedentes de los bosques de su país en todas aquellas islas y atolones que encontraron, para dotar de comida a posibles náufragos o en caso del inicio de una explotación de copra (coco seco). La isla de Akib, una de las tres islas principales, tiene la forma de una estrecha y alargada bota con tacón, su impenetrable vegetación es el refugio perfecto, o casi perfecto, para estos animalitos.

Numerosas especies de árboles solapan sus copas tan estrechamente que los rayos de sol apenas pueden llegar al suelo. Con tanta sombra y humedad la vegetación crece implacable hasta ocupar cada centímetro cuadrado de tierra. Brotes tiernos, hierbas y tubérculos son un sabroso alimento. La lluvia es tan frecuente que no faltan charcos o arroyuelos en los que beber. No hay muchos peligros, sencillamente hay que mantenerse apartado del manglar para no ser engullido por un cocodrilo, no comer nada raro, y sobre todo huir cuando se huele o se oye a los humanos, según aprendió de su madre la especie más peligrosa de cuantas se pueden encontrar en su hábitat, no hay más depredadores.

Al cervatillo no le gustaba nadar, era un medio en que se sentía torpe, sin embargo pasear por el borde entre la selva y la playa era una de sus principales aficiones, allí podía contemplar el horizonte, islas lejanas, un mar que a veces se rizaba con el viento, un paisaje tan distinto de la miope visión del laberinto de plantas y arbustos.

A veces veía los peces saltar, y se preguntaba que sería aquello; otras los humanos pasaban remando en pequeñas canoas frente a la costa, en ese momento se quedaba inmóvil tratando de mimetizarse con el entorno, ante el menor síntoma de aproximación o movimiento extraño se lanzaba a la carrera por los intrincados pasadizos entre la selva que solo los de sus especie conocían. Afortunadamente en Akub no vivía ninguna de aquellas criaturas que constituían su principal amenaza, y cuando esporádicamente desembarcaban en la isla rara vez penetraban en su interior, en general se quedaban en costa.

Durante los últimos días el cervatillo tenía una mala intuición, había un movimiento fuera de lo habitual, unos humanos que no había visto nunca pasaron en un artefacto flotante frente a las costas de su isla, desde su llegada varias expediciones de nativos habían puesto en guardia a sus congéneres, aunque tras observarlos se dieron cuenta que únicamente estaban cazando cangrejos del cocotero, pescando en sus proximidades o recogiendo cosas por la playa.

El presentimiento era más intenso hoy, y es que aunque el cervatillo no lo sabía, era Nochevieja, la víspera de año nuevo. Ensimismado en sus pensamientos caminaba tranquilamente por el bosque hasta que oyó agitarse unas ramas, se quedó inmóvil, tratando de detectar de que se trataba y pasar desapercibido a la vez, en el momento se dio cuenta ya no pudo reaccionar, estaba rodeado por humanos, trató de huir a la desesperada, pero mientras trataba de hacerlo una flecha le atravesó el cuello, las patas se le doblaron sin fuerza, cayó al suelo a la vez que veía como le rodeaban caras que observaban fijamente, un segundo después notó una llamarada de calor bajo la garganta y todo terminó, el cielo de los cervatillos le esperaba, mientras que su cuerpo sería el plato especial de la cena para la celebración de la llegada del nuevo año.

Sed felices

Kike

PD: mis mejores deseos para todos vosotros en este nuevo año que comienza, disfrutad de la Nochevieja y empezad 2013 con unas buenas risas, son terapéuticas y atraen a la buena suerte.

Días 1.133 a 1.137 (21 al 25/12/12): Navidades en la tribu

Tras dos días y dos noches de navegar a motor, porque el viento no se dignó a hacer acto de presencia, la silueta de las Hermit aparecía por proa con las primeras luces del alba. Poco que destacar de una travesía bastante monótona, salvo el brillo y la claridad de las estrellas en la oscuridad, tal era su luminosidad que rielaban sobre el agua, como le gusta hacer a la luna en las noches claras.

Durante la aproximación era evidente a simple vista que la cartografía no coincidía ni por asomo con la realidad, calculé un error de milla y media, tuve que situarme a ojo como pude y entrar por uno de los pasos que da acceso al lagoon tomando todas las precauciones posibles. A partir de ahí los mapas ya no sirvieron de nada y la navegación fue 100% en visual, esquivando arrecifes hasta llegar a Carola Bay, el primer destino.

Las Hermit son un grupo de 3 islas principales más varios motu e islotes menores, encerradas en una barrera de coral de unas 12 millas de largo por 8 de ancho. Las islas grandes tienen colinas como de 100 metros de altura, todas ellas cubiertas de selva, un oasis verde en medio del azul mar de Bismarck.

Solo existe un pequeño asentamiento humano, en la isla de Luf viven 200 personas completamente aisladas del mundo, ningún barco les aprovisiona o les sirve de medio de transporte, y no existe otro modo de llegar hasta aquí.

A medida que nos adentrábamos en la bahía se distinguía claramente el poblado de cabañas de madera y hoja de cocotero, tan sencillo y bonito como podáis imaginar. Una canoa salió a nuestro encuentro, sobre ella remaba Bob, el jefe de la tribu, acudió a darnos la bienvenida y aconsejarnos el mejor sitio para fondear, lo cual no es evidente, ya que o hay demasiada profundidad, o es arrecife.

Una vez bien anclados le invitamos a subir a bordo y tomar algo, nos habló de las vicisitudes de vivir en uno de los sitios más remotos que puedan existir.

No hay electricidad, gas ni agua corriente, existen dos aseos comunitarios que no son más que cuatro paredes situadas sobre el mar a los que se accede por unos troncos. En general solo tienen aquello que puedan cultivar, pescar o fabricar por sí mismos. Cosas tan básicas como azúcar, arroz, cebollas, ajos, ropa, útiles de pesca o un bolígrafo son un auténtico tesoro para ellos.

Sin embargo están bien organizados y la comunidad se apoya en todo lo necesario. Construyeron unas cabañas destinadas a escuela, allí educan a los 100 niños que son la alegría de la isla. Las sendas y zonas comunes están limpias y despejadas. La solidaridad es fundamental para la supervivencia del clan, si alguien pesca lo comparte y nunca faltan manos para las tareas pesadas.

Antes de que nos diera tiempo a bajar a tierra llegó una canoa con una niña de 11 años, nos traía patatas y algo de fruta. Un refresco y unos dulces le hicieron abrir los ojos como platos, durante un buen rato se dedicó a observar con curiosidad cada rincón del barco y reírse, es tan diferente a lo que está acostumbrada, jamás había visto un inodoro.

Un montón de canoas la siguieron, cargadas con piñas, plátanos, yuca, huevos, calabazas, etc. tantas que llegó un momento en que tuvimos que dejar de aceptar regalos, seríamos incapaces de comernos todo lo que nos estaban trayendo antes de que se pusiera malo, además llegábamos aprovisionados de Madang. Nosotros les correspondimos con las cosas que sabemos que más les hacen falta, a buen seguro el Bahari saldrá de aquí mucho más ligero que llegó.

El primer paseo por el pueblo fue una sucesión de sonrisas, saludos y carreras para vernos. Por nuestra parte comprobamos su modo de vida, y como sin dramatismos se adaptan a su realidad y tratan de mejorarla con mucho ingenio y trabajo.

A bordo llevo pequeños detalles para los niños, como caramelos, lápices, bolígrafos, ceras de colores, etc. Cosas que para nosotros casi carecen de valor, pero que para ellos son motivo de admiración y alegría del mismo modo que lo sería para un pequeño occidental una videoconsola o el juguete a la última moda que más se anuncia en televisión.

No tiene precio su sonrisa, el modo en que aceptan tímidamente los regalos, sin movimientos bruscos, pero aferrándolos firmemente y observándolos con detalle, valoran las cosas de un modo sincero, nada que ver con los excesos a que se ha acostumbrado las nuevas generaciones de nuestro país.

Siempre tenemos algún querubín a nuestro alrededor y las visitas al barco se suceden cuando nos ven en el Bahari, no piden, pero sus ojos les delatan, de todos modos cuesta tan poco hacer felices a unas criaturas que jamás han tenido un regalo de navidad ni un juguete, que no me da cargo de conciencia malacostumbrarlos un poco mientras esté aquí.

En las Hermit se celebra la navidad, pero a diferencia de nuestras costumbres para ellos la comida más importante es la cena del día 25, es cuando se reúnen las familias, y como casi todos están más o menos emparentados todo el poblado se aglutina entorno a tres celebraciones. Fuimos invitados a dos de ellas, y para no herir susceptibilidades aceptamos con la primera familia que nos lo propuso.

Cada uno cocinó algo, con la materia prima que tenía a mi disposición solo pude preparar unas tortillas españolas, pero gustaron. Nos reunimos como 40 personas, que nos acogieron como invitados distinguidos, aunque con la cercanía del calor de hogar y familia. Las mesas estaban repletas de recipientes con deliciosos platos, todos ellos en base a pescado, tubérculos o las verduras que tienen a su disposición, incluido bambú. No había ningún lujo, ni manteles, ni servilletas (no usan papel de ningún tipo), ni siquiera platos o cubiertos para todos, pero no los echamos en falta. La única bebida fue agua de lluvia, y al terminar manos y utensilios se limpiaron en el mar con arena (no hay detergentes).

Los niños corrían y jugaban, las madres los perseguían para comer, todos conversaban alrededor de las mesas, se diría de una escena cotidiana de nochebuena, salvo por estar casi a oscuras, a la intemperie, en medio de la selva, en unas pérdidas islas del océano pacífico, rodeados por una remota tribu de Papúa Nueva Guinea.

Han sido unas navidades diferentes, y aunque me hubiese gustado tener conmigo a algunas personas, la experiencia es inolvidable, poder compartirlas con estas gente, de vida tan sencilla, pero con elevados valores humanos, y que tienen tanto… a pesar de tener tan poco.

Sed felices

Kike

PD: para todos aquellos que no la recibieran o consultaran facebook os adjunto mi felicitación navideña:

«Este año pasaré las navidades en las Hermit, un pequeño grupo de islas casi deshabitadas en medio del mar de Bismark (norte de Papúa Nueva Guinea), de naturaleza casi virgen y cuyas tribus viven allí como hace muchos muchos años.

En Papúa Nueva Guinea (como en muchos otros países) la gente no sabe lo que es la crisis, su preocupación es comer cada día, tener un techo bajo el que guarecerse de las intensas lluvias y sobrevivir a enfermedades, animales peligrosos o alguna de las guerrillas. La mayoría no es capaz ni de hacerse una idea de cómo se vive en nuestro país, pero cualquiera de ellos se cambiaría por el más humilde de nosotros. Sin embargo, en sus ojos no se ve amargura, sonríen de oreja a oreja y saludan amablemente a todo aquel con el que se cruzan.

Para navidades y año nuevo no te voy a desear felicidad, si está al alcance de tu mano y es cuestión de perspectiva, ni prosperidad, si tienes lo necesario para vivir, voy a desearte salud y que tengas 5 minutos para hacer una pequeña lista de las razones por las que eres afortunad@ (a ser posible ahora, porque luego se te olvidará), que la apuntes en cualquier sitio y que al menos durante estas fiestas la repases durante un minuto cada mañana.

Tal vez con eso podamos hacer un poco más felices a los que nos rodean, relativizar los problemas y que este mundo sea un lugar mejor.

Un cálido abrazo (que estoy casi en el Ecuador)

Kike Fenollosa