Días 1.182 a 1.185 (8 al 11/2/13): Entre la Polar y la Cruz del Sur

Las noches son oscuras, no hay luna, las estrellas brillan con toda su intensidad en ausencia de cualquier otra luz que las amortigüe. Aunque prestando atención se puede distinguir algún que otro satélite pasar por las capas altas de la atmósfera, no hay más ingenios artificiales a la vista, hace semanas que no vemos ni un avión en el cielo, estamos fuera de todas las rutas.

Si infinito es lo que tenemos por encima, lo que está por debajo no deja de tener unas dimensiones descomunales, 5.000 metros de agua, y llegaremos a tener 8.000 a medida que nos acerquemos a Yap, cuesta de imaginar las magnitudes que nos envuelven.

Pero lejos de estar perdidos entre tanta inmensidad, dos grupos de estrellas flanquean nuestro camino marcando una clara senda a seguir. Por nuestro costado de estribor se eleva la Polar, mi querida estrella del Norte, la que tanta información proporciona sólo con observarla, ya que su dirección siempre indica exactamente donde se encuentra dicho punto cardinal (con un error de +- 0,5º) y su altura sobre el horizonte equivale aproximadamente a la Latitud, verla me hace sentir más cerca de casa, es como un punto de referencia conocido que sabes que nunca te va a fallar. Localizarla es fácil, no hay más que buscar la característica forma de cazo de la Osa Mayor, prologar cinco veces el extremo opuesto al «mango» del cazo y ahí está, majestuosa y brillante.

Por babor se alza la Cruz del Sur, el sustitutivo de la Polar en el hemisferio austral. Cuatro estrellas de la vía láctea conforman una cruz claramente reconocible, prolongando hacia el horizonte cuatro veces y media la distancia de las dos que están más separadas se llega al Polo Sur (los que vivís en el hemisferio Norte no podréis verla).

Nuestro rumbo es prácticamente Oeste (Oeste-noroeste para ser exactos), hacia el punto medio entre estos dos luceros que jalonan nuestro destino.

Desde que abandonamos Olimarao, el que ha sido un paraíso particular durante más de una semana, hemos visitado el atolón de Ifalik, 90 millas más al Oeste, distancia que con los fuertes vientos que no dejan de solar por aquí recorrimos en una noche.

Ifalik tiene una graciosa forma de «Q» y un diámetro de no más de 1,5 millas, sin embargo sus islas ocupan bastante superficie y están densamente pobladas (para lo que es Micronesia), 600 habitantes en total.

Llegamos al amanecer y fuimos testigos de una preciosa estampa, media docena de sus canoas a vela regresaban de pescar. Estas embarcaciones no tienen proa y popa diferenciada, pueden navegar en ambos sentidos, es la técnica que utilizan para llevar el patín de apoyo siempre a sotavento. Como timón usan un remo que cambian de lugar de apoyo en función de la dirección en que estén avanzando. Con la vela tipo latina que usan y un casco en forma de «V» son capaces de ceñir más que aceptablemente contra el viento, es un espectáculo ver como las gobiernan. Las más pequeñas son individuales de 3-4 metros de eslora, las grandes admiten 5 tripulantes y alcanzan casi 10 metros de eslora.

Se cuentan historias de navegaciones épicas realizadas con ellas, desde luego lo que es un hecho es que han constituido el único medio de transporte para comerciar con Yap (a 400 millas) y con los atolones vecinos, y que los Polinesios (origen étnico de Micronesia) llegaron a colonizar hasta la Isla de Pascua, al otro extremo del Océano Pacífico. Ya fallecido, en Ifalik residía una de las mayores autoridades en navegación astronómica (orientándose por las estrellas) al estilo tradicional, es increíble el dominio que tenían los antiguos navegantes de este arte, llegando a trazar auténticos mapas del firmamento que les permitían desplazarse enormes distancias en cualquier época del año sin perderse. Además de la lectura de los astros, eran capaces de reconocer la presencia de una isla por el rebote de las olas, la forma de las nubes o el vuelo de los pájaros.

Una vez superado el slalom entre cabezas de coral que hay que atravesar para entrar al lagoon, fondeamos frente a la isla principal, no tardó en venir a abordarnos una canoa a remo con Manu, uno de los jefes, y su asistente.

Nos explicó el protocolo del atolón, era necesaria una reunión con los 4 jefes en la que tras presentarles unas ofrendas podríamos pedir permiso para fondear, bucear, pescar o pasear por las islas, teniendo en cuenta que hay lugares que nos estarían vedados según su tradición. Hasta ahí todo razonable y acorde con otras islas tribales visitadas, luego insistió en que debíamos pagarle unas tasas de 20 USD por persona como «landing fee» y 10 más como «anchorage fee», esto ya nos extrañó un poco más, le expresamos que nos parecía un poco caro para un par de días que íbamos a estar, insistió en que era un aporte a la comunidad y que lo único que podía descontarnos era la tasa de fondeo que correspondía al estado. Quiso que le pagáramos en el momento y así lo hicimos para no tener conflictos. Otra de las cosas que nos indicó es que guardáramos todo en el interior del barco y lo cerráramos, los últimos barcos que habían pasado por allí había sufrido robos de material de pesca, luces, cabuyería, etc.

Fijamos la reunión con los jefes a las 3 de la tarde, Manu nos esperó en la playa para acompañarnos hasta la casa de mando, por el camino nos comentó que no dijéramos nada del dinero, que eso era algo que ya se arreglaban entre ellos; bueno -pensé yo-, cada uno sabe como gestiona las cosas en su casa.

La casa de mando es una amplia cabaña sin paredes en la que se reúnen jefes y hombres del poblado para tratar los temas importantes que afectan a la comunidad. Allí nos esperaban, sentados en el suelo sobre ramas de cocotero, 3 hombres de edad avanzada y aspecto afable. Prepararon unas hojas para que nos sentáramos frente a ellos y comenzó la reunión, solo nuestro primer interlocutor hablaba inglés, se encargaba de liderar la conversación y traducir al resto de los jefes.

En un punto de la conversación Manu empezó a hablar acerca de que nos perdonaban todas las tasas a cambio de que les ayudáramos a reparar algunas cosas, pero de una forma muy extraña, de repente lo entendí todo, el dinero se lo iba a quedar para su bolsillo, y los otros 3 inocentes nos sonreían con la satisfacción de habernos concedido un trato especial. Pensé en contradecirle y dejar clara su jugada delante del resto, pero me di cuenta que no serviría de nada, no me iban a entender, y él podía manipular mis palabras en el sentido que quisiera para explicar la situación que le interesara a sus colegas.

Esta es la excepción que confirma la regla, en cualquier parte del mundo puedes encontrar corruptos y listillos. Parece que la aglomeración humana saca lo peor que hay en nosotros, aparecen las envidias y robos, la ética se queda atrás como valor primario. También tengo que decir que esto no es lo habitual que nos hemos encontrado.

Tras la desagradable experiencia nos despedimos amablemente, especialmente de los otros 3 jefes, y dimos un paseo por el poblado. Viviendas y atuendos tradicionales, saludos acompañados de sonrisas, niños jugando y animales domésticos desperdigados nos hicieron olvidar lo negativo y quedarnos con lo positivo.

Ayer a mediodía zarpamos de Ifalik rumbo a Yap, Daniel y Olga tomarán su vuelo desde allí y preferimos llegar con tiempo. Como está siendo habitual desde que llegamos a Micronesia, viento fuerte y mar dura nos acompañan, no ha habido ni un solo día de calma.

El alisio del Noreste rara vez baja hasta los 15 nudos, más bien se mantiene en los 20-25, con rachas ocasionalmente más elevadas, que pueden llegar hasta los 40 cuando acompañan un chubasco. Las olas suelen superar los 2 metros, las más grandes llegan a los 4, pero lo que las hace más incómodas es que su periodo es muy corto y son bastante puntiagudas.

Con este viento que nos viene entre el través y el largo avanzamos bien, prácticamente todo el tiempo por encima de los 8 nudos, con picos de hasta 10. En 24 horas hemos recorrido 200 millas, si todo continua igual en las siguientes 24 recorreremos aproximadamente la misma distancia y llegaremos a Colonia (capital de Yap) durante el día de mañana.

Sed felices

Kike

Días 1.179 a 1.181 (5 al 7/2/13): Un día en Olimarao

La luz del sol ilumina la escotilla en el techo de mi camarote, al abrir los ojos puedo contemplar el azul intenso del cielo sin mover más que los párpados, por las noches es genial dormirse contemplando las estrellas o la luna; parece que hace buen día, a juzgar por la temperatura, anoche tuve que cerrar porque las tormentas llegaban una tras otra acompañadas de fuerte viento, si no estuviéramos en un fondeo tan seguro y bien protegido no habría pegado ojo.

Me levanto con hambre, un buen desayuno es fundamental cuando vives como un robinsón en una isla desierta, la actividad de las jornadas es muy intensa, si no como fuerte antes del mediodía me entra la pájara y tengo que volver al barco a reponerme tiritando de frío. Aunque parezca increíble, con una temperatura tropical en superficie y un agua a 28ºC, tras varias horas buceando llega un momento en el que el organismo no puede más, consumes mucha energía con el ejercicio físico y manteniendo la temperatura corporal, cuando se agota, la única forma de generar calor que tiene el cuerpo es contraer bruscamente los músculos, o sea temblar, si pasa es momento de salirse, ya no hay forma de poder recuperar dentro del agua.

No es tarde, pero Olga y Daniel ya están despiertos, son los más madrugadores. Jose Carlos dormirá todavía un buen rato más. Comentamos las posibles actividades del día, hay para no parar, ¿cómo podemos tener la agenda tan apretada estando casi perdidos en un atolón desierto de Micronesia?, en cualquier caso me apetecen todas.

Empezar el día mirando a tu alrededor, viendo aguas turquesas y una paradisiaca isla te pone de buen humor, se me ocurren mil visiones peores y perspectivas de día por delante menos motivantes, pero se me ocurren ahora mientras escribo, en el momento sólo sonrío y pienso que es un excelente inicio para lo que será, sin duda, un excelente día.

Como aquí las únicas reglas que imperan son las de la supervivencia, ¿por qué no? primero el placer y luego el deber. Primero una sesión contemplativa de snorkel y más tarde nos ocuparemos de caza y pesca.

A Daniel le gusta tanto estar en el agua como a mí, así que no duda en venir conmigo. El paisaje submarino del lagoon en las proximidades de la isla me encanta, sobre un fondo de arena clara aparecen infinidad de cabezas de coral diseminadas por aquí y por allá, sus formas semiesféricas o cilíndricas y su colorido rompen con un horizonte de minúsculas dunas cuyo techo es el azul del mar.

En cualquier caso, lo más sorprendente es la cantidad de vida que albergan, nunca había visto tal diversidad y concentración en el interior de un atolón, los pasos o zonas exteriores suelen estar más concurridos, pero no así las zonas protegidas. Supongo que la corriente tendrá mucho que ver en esto, las olas superan el arrecife y crean un flujo casi permanente, su aporte de nutrientes ayuda a que la vida florezca.

Desde hace tiempo la cámara me acompaña en cada inmersión, disfruto con la fotografía subacuática, aunque no es nada sencilla. A las dificultades de la fotografía normal hay que añadir la pérdida de luz y colores con la profundidad, el efecto de las partículas en el agua, la limitación de tiempo en el fondo (lo que aguantes sin respirar, salvo que lleves botella) y que los «modelos» pueden no estar muy interesados en salir en la foto.

Hay que tratar de moverse suave para no asustar a los peces, el aleteo fuerte lo asocian a sonido de depredador, y os aseguro que a la carrera es imposible atraparlos, de hecho muchas veces lo que hago es sumergirme en un lugar cuyo encuadre me gusta, quedarme en el fondo y esperar a que tomen confianza y se acerquen.

Hoy ha habido una buena sesión, dos inmensos bancos de peces (uno de arenques y otro de palometas) dan mucho juego, no solo por ellos, inmensos atunes, pargos, tiburones y otros depredadores están siempre merodeándolos tratando de atrapar a algún descarriado, tan concentrados en su tarea que a veces no se dan cuenta ni de que estas allí, de hecho un tiburón casi tropieza conmigo, ha acelerado de tal forma que no ha visto que estaba en el centro del cardumen, ha tenido el tiempo justo de esquivarme. El barco está tan cerca que para ir a bucear no es necesaria la embarcación auxiliar, se puede ir a nado.

Como el hombre no sólo vive bajo el agua, un paseo por la playa es la mejor opción de estirar las piernas, no hay prisa, tengo tiempo de detenerme a observar tranquilamente cada pequeño detalle, y de recoger conchitas, una de mis actividades favoritas, en Olimarao he encontrado algunas preciosas.

La altura del sol (y los rugidos de mi estómago) me dicen que es ya hora de comer. Dedicamos tiempo a la cocina, estar en un barco no tiene porque significar comer mal, todo lo contrario, la materia prima es fresca y de primera calidad, con un poco de imaginación y de gusto se pueden preparar platos deliciosos, ¿por qué no un exquisito plato de pasta con langosta o un arroz meloso de cangrejo de cocotero?

No suele haber ocasión para la siesta, llega la tarde, hora de pescar antes de que se ponga el sol (sobre las 18 horas). Ya se han acabado prácticamente todos los alimentos frescos que compramos en Truk, si queremos proteínas hay que buscarse la vida para conseguirlas.

Esta vez sustituyo la cámara por el fusil de pesca submarina, con un aro salvavidas y un cubo improviso un sistema para dejar el pescado fuera del agua y que los tiburones no nos acosen. Daniel toma el otro fusil y mano a mano nos dirigimos al arrecife a ver que conseguimos para la cena.

Las percepciones cambian, el instinto cazador que llevamos dentro sale a flote, la belleza y la armonía contemplativa de la mañana se transforman en búsqueda de presas. Los peces tal vez lo presienten o de alguna manera interpretan el lenguaje de los movimientos, las especies más suculentas y de mayor tamaño guardan siempre las distancias, sin embargo, para poder disparar la flecha tienen que estar a menos de 4 metros, es nuestro alcance efectivo. Pescar cualquier cosa es fácil, pero en mi opinión hay que ser muy selectivo y tirarle solo a aquello que es comestible, tiene un tamaño adecuado y es una de las especies que buscas; vale la pena volver con las manos vacías antes que con algo de lo que no estés satisfecho.

Hay varias técnicas, tratar de mimetizarse y quedarse inmóvil en un lugar estratégico a la espera de que pase algún incauto, aproximarse lentamente disimulando, tratar de sorprenderlos tras una roca o cabeza de coral, esconderse en un punto de tiro privilegiado, etc. Voy variando, pero suelo investigar en los agujeros a la búsqueda de meros, y mira por donde encuentro un par de langostas a las que invito a cenar de forma que no pueden rechazar.

Tenemos un asunto pendiente con las palometas, hasta hoy se han reído ampliamente de nosotros, nos envuelven cuando únicamente llevamos la cámara encima, o cuando el fusil esta descargado, mientras a toda prisa tratas de ponerlo a punto giran a tu alrededor casi rozándote, pero cuando estás listo y miras se te queda cara de tonto, ¿pero donde se han metido? Yo creo que son más listas que nosotros. Decidimos tratar de probar suerte y rastreamos la zona Este para localizar el banco, lo encontramos. Cual táctica militar atacamos por ambos flancos en un pasillo entre dos arrecifes, esta vez lo conseguimos, dos palometas medianitas cada uno, aportarán carne blanca y fina a nuestra cocina.

Daniel atrapa un emperador de ojos grandes, yo lo he intentado en varias ocasiones y no lo he conseguido, a cambio pesco dos peces soldado para que los prueben, tienen un sabor muy bueno. Ya está, es suficiente, tenemos comida para varios días, con el «supermercado» tan cerca no tiene sentido acumular en la nevera.

El sol casi se está poniendo cuando regresamos al Bahari, es momento de disfrutar de los colores del atardecer en un escenario tan bucólico. Por un lado el agua se oscurece, la arena se vuelve ocre y las palmeras cambian a un verde más anaranjado, por el otro el astro rey se va sumergiendo en un horizonte de mar, sus rayos se reflejan en el agua, las nubes van tomando un tono rojizo a medida que se esconde, hasta que el resplandor del ocaso es lo único que compite con el azul de un cielo que, poco a poco se oscurece y va dejando paso las lucecitas titilantes de las estrellas, primero los planetas y las más brillantes, luego llegará la vía láctea y trazará un camino en la bóveda celeste, la luna hoy está perezosa y aparecerá muy tarde.

Después de la cena hay que tomar una decisión, si mañana queremos hacer una barbacoa en la playa y asar unos cangrejos de cocotero hay que ir a cazarlos, la noche es el mejor momento. Me da pereza, pero es una auténtica delicatesen, para mi gusto supera a la langosta y casi cualquier otro marisco, además, es excepcional encontrar una isla en la que hay en abundancia.
La misma pareja de pesca nos disponemos a la caza, me equipo para adentrarnos en la selva, pantalón largo y camiseta de manga larga, repelente de insectos, luz frontal en la cabeza, machete en la cintura y guantes de cuero por si a alguno de los animalitos se le ocurre intentar atraparme un dedo con sus poderosas pinzas.

Noche y jungla tropical son una combinación que siempre genera respeto, aunque sepas que no hay nada mortalmente peligroso. Esta vez llevamos brújula para orientarnos, aunque parezca extraño uno es capaz de perderse a pesar de que la isla no tenga más de medio kilómetro en su parte más estrecha, los árboles no dejan ver la luna o las estrellas y el ruido de la rompiente se amortigua con el sonido de pájaros y vete tú a saber que más, la última vez acabamos pasando 3 veces por el mismo sitio. En realidad tampoco sería tan grave, en un momento dado andando hacia el murmullo de las olas siempre llegaríamos a la playa Norte, pero mejor saber dónde estamos.

Hay zonas por las que avanzar resulta complicadísimo, la vegetación es tan densa que se convierte en un muro infranqueable, los insectos acuden a la luz y unas hormigas enormes pegan unos picotazos que parece que te claven un alfiler, pero el esfuerzo tiene su recompensa cuando semiescondido descubrimos la forma de un cangrejo de cocotero. Es un ejemplar adulto, tienen una envergadura de más de 60 centímetros y pesa varios kilos, las pinzas tienen unos 3 dedos de grosor y la capacidad de abrir un coco. Tiene mucha fuerza, descargo casi todo mi peso sobre él para sujetarlo y casi me levanta, puro músculo envuelto en un grueso blindaje, pero no se escapa, su coraza le hace poco flexible, agarrándolo de una forma concreta no puede revolverse y alcanzarme, aprendí la técnica en las islas Hermit, de otro modo es muy peligroso jugar con estos enormes bichos. La noche se da bien, decidimos parar cuando tenemos 3 ejemplares gigantes para asar a la brasa y un par medianos para cocinar en el barco de otro modo.

Estamos casi en el centro de la isla, para regresar a la auxiliar es más rápido salir a la playa Sur y andar por ella. Mientras caminamos con el agua por los tobillos Daniel lanza un grito, hay una langosta sobre la arena, justo donde las suaves olas baten. Nunca había visto algo así, ya es complicado verlas en la parte interior del lagoon, pero que no estén en roca solo puede ser fruto de una extrema abundancia. Aproximación suave mientras Daniel la deslumbra y un rápido movimiento al final, la cojo con la mano y la tendré que llevar así hasta el barco, los dos sacos los tenemos ocupados con cangrejos y no hay otro sitio donde ponerla.

Acabo el día rendido, pero feliz, mientras me cepillo los dientes en cubierta, a la luz de las estrellas, miro a mi alrededor, el espacio es ilimitado, el tiempo no tiene reloj, preciosa naturaleza virgen me rodea, hago lo que me gusta, ¿acaso no estamos hechos para vivir así?, ¿no es esto la auténtica libertad?… cada uno tendrá sus respuestas, pero yo sé que me gusta mi vida…

Sed felices

Kike

Días 1.170 a 1.172 (27 al 29/1/13): De Puluwat a Lamotrek

Fuerte viento y enormes olas nos están acompañando prácticamente a diario durante nuestro recorrido por Micronesia, sabíamos que el Alisio soplaría con intensidad, pero la realidad está superando nuestras previsiones y los registros de los Pilot Charts.

A medida que nos alejábamos del lagoon de Truk las condiciones de navegación se fueron endureciendo, por la noche peleábamos con 40 nudos de viento y olas de 5 metros, hubo que arriar génova y rizar mayor, era imposible soportar más trapo. Afortunadamente el viento nos era favorable (a un largo), por lo que el Bahari volaba prácticamente sobre las olas en interminables planeadas.

Recorrimos mucho antes de lo previsto las 170 millas de distancia que hay hasta Puluwat, un pequeño atolón de apenas 2 millas por 1,5 del que teníamos muy buenas referencias, aunque solo dispone de un paso muy estrecho y poco profundo, bastante complicado, habría que explorar antes de poder abordarlo.

Durante la aproximación, al llegar a una zona de poca profundidad, las olas se elevaron como montañas con crestas rompiendo en blanca espuma, el piloto automático no pudo con ellas, hubo que gobernar el barco a mano para evitar que una de ellas nos revolcara como una lavadora.

En el momento cruzamos frente al paso nos dimos cuenta que con esas condiciones era imposible, una rompiente justo en la entrada de un minúsculo canal poco profundo, con fortísimo viento lateral, del que carecemos de cartografía exacta, vamos, un suicidio.

Inútilmente intentamos fondear en la parte de sotavento del arrecife, imposible, es un muro, pasa de 300 metros a la superficie casi en vertical. Decidimos esperar un poco para ver si las condiciones se suavizaban, podíamos montar la auxiliar e investigar la posibilidad de entrar por el paso, pero viento y mar no quisieron tranquilizarse, no hubo manera, no tuvimos más opción que continuar camino hasta la siguiente isla, Lamotrek, a unas 173 millas.

En menos de 20 horas estábamos allí, casi 9 nudos de velocidad media, una barbaridad. Durante la noche la crudeza de la meteorología mejoró suavemente, el viento se estableció en 25-30 nudos y las olas en 3-4 metros, los golpes ya no eran tal violentos, pero el interior del Bahari seguía pareciéndose a ir montado sobre un caballo encabritado.

A pesar de que la cartografía tiene un error de más de media milla no tuvimos mucho problema en localizar un paso entre los arrecifes y fondear al abrigo de la isla. Es impresionante como cambia la situación al pasar de estar navegando en un revuelto mar abierto a la tranquilidad de unas aguas bien protegidas por elevados árboles sobre una franja de tierra, es como si fuera otro mundo al que se accede a través de las puertas del atolón.

Lamotrek está habitado por unas 300 personas que viven en un único poblado de forma tribal. Francis, el jefe, nos dio la bienvenida y se ofreció a guiarnos en un recorrido por sus dominios.

La historia de la vida en la isla casi se cuenta por si misma por lo que se ve a medida que paseas por el poblado. Hace muchos años que el hombre habita allí, sus rasgos y costumbres indican claramente que sus antepasados pertenecieron a una de las primeras migraciones polinesias. La indumentaria es tradicional, una tela anudada para los hombres, pareo por la cintura y pecho descubierto para las mujeres, todavía no tienen nuestros prejuicios.

Cabañas por vivienda, cascara de coco como combustible para la cocina, canoa como medio de transporte, animales libres por doquier, útiles ancestrales, todo ello muestra que el estilo de vida es muy similar al de centenares de años atrás; La civilización que les ha llegado en forma de un barco de aprovisionamiento cada 4-5 meses y una conexión de comunicaciones con Yap no les ha cambiado mucho.

La iglesia es uno de los núcleos importantes del poblado, su campana rige varias de las actividades comunitarias a través del día. Lo gracioso es que la llaman «iglesia» (en castellano), como muchas otras palabras que quedan en su vocabulario como herencia de su españolidad desde mediados del siglo XVI hasta 1899, momento en que se realizó la venta a los alemanes.

Muy cerca de la playa se pueden observar los restos de dos hidroaviones japoneses inutilizados en su posición por fuego norteamericano. Durante la II Guerra Mundial el ejército japonés estableció una base de observación y defensa en Lamotrek. Los nativos no guardan muy buen recuerdo, parece que los dominaron con mano dura, coartando sus libertades e incluso racionándoles la comida que ellos mismos pescaban o cultivaban, según dicen, desde los puestos de vigilancia contaban hasta los peces que sacaban del agua, de modo que no les pudieran engañar a la hora de entregar sus capturas. No son las únicas reliquias de esta época: bases de torres, pozos de agua y cimientos de algún edificio atestiguan la histórica presencia del destacamento militar que fue arrasado por la aviación enemiga.

Siguiendo el recorrido destaca la presencia de varias construcciones bajas de cemento y ladrillos, lo que contrasta con chozas y jungla a su alrededor, y extraña sabiendo que no disponen de esos materiales. Son la herencia de la ayuda Norteamericana tras la guerra, los grupos de ingenieros del ejército les edificaron una escuela, un dispensario y varios edificios auxiliares, el paso del tiempo ha hecho mella en ellos, pero siguen en pie dando servicio. Existe alguno más moderno, fruto de la ayuda tras el tifón que a finales de los 80 arrasó la isla y no dejó ni un árbol en pié, afortunadamente no hubo ninguna desgracia humana porque todo el poblado se refugió en la iglesia.

Después de la visita, Francis nos invitó a compartir el evento que durante algún tiempo reunirá a todos los hombres del poblado cada tarde: la construcción de una gran canoa a vela, la mayor que han construido hasta el momento. Aunque parezca increíble, con este tipo de embarcaciones son capaces de llegar hasta Yap o Guam (a unas 500 millas), y lo que es mucho más complicado, regresar contra el viento. 5 días de ida y un número indeterminado de vuelta, a la intemperie (puesto que no tiene ningún tipo de protección), achicando el agua que entra a cubos y llevando el rumbo a mano con una especie de remo que hace de timón, increíble, sinceramente yo no sé si me atrevería.

La actividad actual consiste en vaciar el único tronco que dará forma al casco de la canoa, por grupos van trabajando mientras el resto descansa, toma una especie de cerveza que fabrican ellos mismos en base a savia de cocotero o conversan. Les costará semanas, pero tampoco se les ve con mucha prisa, intuyo que en parte es una expresión de su tradición como comunidad, y una excusa para la reunión de los hombres todas las tardes.

Niños corriendo y jugando con aviones de papel, gallinas campando a sus anchas, olor a humo de leña y cocina, sonido del viento batiendo las ramas de los cocoteros eclipsado rítmicamente por los golpes de los hombres construyendo la canoa, mujeres con el torso desnudo amamantando a sus bebes mientras, sentadas en suelo, realizan alguna tarea doméstica, paisaje verde jungla salpicado del marrón de las cabañas, hechas con tronco y hoja de coco, con un fondo de agua azul turquesa perenne, síntomas de una vida en comunión con la naturaleza y el pasado.

A pesar de toda su historia reciente, y de la modernidad que esporádicamente aparece a su lado (entre otras como consecuencia de la visita de veleros como nosotros), parece que en Lamotrek el tiempo haya decidido pararse, tal vez porque sus habitantes así lo han decidido, tal vez porque es la única forma razonable de vivir coherentemente con el entorno que les rodea.

Sed felices

Kike