Días 862 y 863 (25 y 26/3/2012): Pukapuka y su gente.

Durante estos días hemos podido comprobar de nuevo la calurosa acogida que brindan los polinesios habitantes de atolones remotos, recordaremos Pukapuka por su belleza, pero jamás olvidaremos a su gente y como nos han tratado.

Siendo domingo por la mañana, y tras unos días de navegación, nos levantamos tarde, con el sol ya bien alto. Nuestros amigos los delfines no estaban, y dado que el arrecife de enfrente tampoco tenía especial interés para el buceo (estuve allí la tarde anterior y lo único destacable fue un grupo de 6 tiburones de puntas grises cazando en formación), decidimos bajar al pueblo que habíamos visto al pasar con el barco. Aseguramos el fondeo y tomamos la embarcación auxiliar.

Nada más llegar fuimos el centro de atención, los pocos que se encontraban en el minúsculo muelle vinieron enseguida a ayudarnos a subir la lancha y saludarnos.

Una de mis primeras preguntas fue: ¿vive mucha gente en esta isla? Me hizo mucha gracia la respuesta: siii, ¡mucha!… -hizo una pausa para pensar, como si estuviera contando-… ahora mismo 169. Para que veáis que todo es relativo.

Tras pedirle permiso al alcalde, que también vino a recibirnos, empezamos a caminar por las calles, repletas de cocoteros y con casitas de madera salpicadas aquí y allá. ¿Cómo no? Una bonita iglesia de buen tamaño, desde luego los misioneros dejaron su legado por todo lugar.

A los pocos minutos se acercó a nosotros un hombre de los que habíamos conocido en el muelle, venía con otro amigo que disponía de una furgoneta, nos ofrecieron llevarnos al lagoon, allí había una especie de fiesta, aceptamos encantados.

Durante el trayecto el paisaje era espectacular, inicialmente un camino de tierra entre bosques de cocoteros, luego una pista que discurría por el borde del lagoon, con una serie de azules tan vivos que parecían pintados artificialmente. Habría parado cada 50 metros para tomar fotografías, pero me supo mal detener la marcha.

Llegamos a un techado de madera bajo el que se reunían varias familias y un joven francés que, tras conocer Tahití y no desear volver a Europa, había montado una pequeña empresa de construcción, estaba allí encargándose de un refugio para huracanes y tsunamis, también había llevado a cabo la rehabilitación de la catedral de Mangareva. El lugar es realmente privilegiado, frente a la laguna interior de aguas cristalinas, parece una enorme piscina, y con un pontón de madera que hace las veces de trampolín.

Nos integraron en el grupo como si nos conocieran de toda la vida, compartiendo su comida y todo lo que tenían. Pasamos horas conversando, riendo, bañándonos y contándonos cosas de nuestras respectivas vidas. Jose Carlos montó su equipo de kitesurf, y aunque no pudo navegar mucho, porque no había bastante viento, dejó a todo el mundo con la boca abierta, sobre todo a los niños, que lo observaban con enorme curiosidad.

Pukapuka es un atolón de 3,5 millas por 2, situado al Noreste de las Tuamotu. Casualmente fue descubierto por Magallanes en 1521, durante la primera vuelta al mundo de la historia. Su economía se basa en la copra (pasta de coco con la que luego fabrican cosas como aceites) y en los trabajos para la comunidad (pagados por el gobierno francés), aunque al igual que hemos visto en otros sitios, son bastante autosuficientes (pescan y cultivan sus propias frutas y verduras). No dispone de fuentes de agua, se recoge de la lluvia. Tiene un aeródromo con 2 vuelos al mes a Tahití. Un buque menor de aprovisionamiento les abastece cada 3-4 semanas, supongo que lo transvasarán a lanchas, no hay puerto. Existe colegio y puesto de enfermería. La ciudad tiene algunas calles asfaltadas con cemento, el resto son caminos de tierra.

Después de comer surgió el tema de la piragua polinesia, es un deporte que practican todos en la zona, entre sonrisas nos desafiaron a probarlo, aceptamos el reto. Montaron una piragua de 6 plazas y nos pusimos a remar. Subieron con nosotros dos mujeres, ellas se encargaron de fijar el ritmo y la dirección, se morían de la risa, aunque tampoco creo que lo hiciéramos tan mal.

En un momento llegamos a casa de unos amigos al otro extremo del lagoon, allí hicimos una parada para conocerlos y tomar algo. Eran gente realmente simpática, nos reímos un montón. Otra de las anécdotas vino cuando preguntamos:

– ¿Cuántos barcos como nosotros pasan por aquí?
– Sois los cuartos.
– ¿De este año?
– No, de este año sois los primeros, hay barcos que pasan por delante, pero nunca paran. Que yo sepa sois los cuantos que han parado en la isla.

Se me olvidó preguntarle si en estos había contado a Magallanes o no 😉

Supongo que éste es el premio de llegar a lugares tan aislados con fondeos muy complicados, son auténticos, sin turismo, y es lógico que no sea lo mismo que todos los días pase algún extranjero por allí, que sea algo que suceda cada años.

También nos hizo gracia el nombre de uno de los hombres, se llamaba «Te Amo», tal cual como suena («te» es un artículo, y «Amo» apellido), bromeamos con intercambiar nuestros nombres, así cada vez que nos llamaran nos dirían que nos querían.

Todos con los que hablábamos estaban encantados de vivir allí, no lo cambiarían por nada, y no me extraña, un paraíso, sin impuestos y casi sin normas. Por ejemplo, no hace falta permiso para conducir, nadie lo tiene, tampoco hay policía ni señales de tráfico, conducen desde los 13 años, y con no estamparse con un cocotero o caerse al mar les vale.

Antes de que cayera el sol regresamos al pueblo, y tratamos de compensar su amabilidad mostrándoles nuestra humilde morada, el Bahari. Cuando nos dimos cuenta en el muelle había como 20 personas esperando a subir, solo pudimos llevar a un grupo antes de que se fuera la luz y se convirtiera en peligroso cruzar el arrecife.

Pensábamos irnos esa misma tarde, pero nos ofrecieron ir de pesca de madrugada (a las 5) y dijimos que sí, como veréis nos apuntamos a un bombardeo, hay pocas cosas que dejamos para que nos las cuenten…

Sin embargo las cosas se nos complicaron durante la noche, la ola fue subiendo, y llegó un momento en que la rompiente era terrible, estábamos demasiado cerca de ella. No nos atrevimos a abandonar el barco. Si por la noche el sonido ya era aterrador, esta mañana al verla se nos han puesto los pelos de punta, estábamos en el límite, hemos cortado el cabo y escapado de allí a toda prisa, luego volveríamos a recuperar todo con la auxiliar.

Mientras Jose Carlos mantenía el Bahari en círculos frente al pueblo, Hugo y yo hemos bajado a despedirnos y pedir disculpas por no haber acudido a la cita. Nos hemos ido de allí con un montón de besos, abrazos, saludos y buenos deseos, muchos nos han acompañado hasta el muelle para agitar sus manos en el momento zarpábamos.

Gracias Irma, Charles, Patricia, Te Amo y tanta gente cuyo nombre no recuerdo, como el joven francés, el hombre de la furgoneta (que fue nuestro chofer oficial), y muchos otros… ha sido una magnífica experiencia conoceros y compartir un trocito de nuestras vidas, con gente tan noble, humilde, pura de corazón y acogedora como vosotros el mundo es un lugar mejor, alimentáis la creencia de que todavía quedan paraísos habitados por gente amable y cariñosa.

Después de esta emotiva despedida, continuamos navegando rumbo a Fatu Hiva, la isla más septentrional de las Marquesas. Vamos rápidos, entre 7 y 9 nudos, con viento del Este de más de 15 nudos que nos viene entre ceñida abierta y través, llevamos la mayor con el primer rizo tomado y génova completamente desplegado. A las 11:37 GMT del día 27 (aquí 10 horas menos) nos encontramos en 12º 59′ S, 138º 47’W, a 151 millas de nuestro destino, si continuamos así podríamos llegar mañana, pero ya veremos si con luz o tendríamos que esperar al día siguiente.

Sed felices.

Kike

Días 860 y 861 (23 y 24/3/2012): Bailando con Delfines.

Nadar con delfines siempre es una experiencia que emociona, ya lo había hecho otras veces, pero la de hoy ha sido realmente maravillosa, muchísimo más allá de lo habitual, y no sólo porque haya sido en un atolón casi perdido del Pacífico Sur, en plena Polinesia.

Primero os pongo en situación. Estamos en Pukapuka, el atolón de las Tuamotu que os mencioné como posible recalada en el anterior reporte del blog. Hemos llegado esta mañana, la navegación hasta aquí estándar, viento moderado de componente Este, con alguna encalmada o arreciando con los chubascos. Medias de velocidad muy discretas, pero navegación cómoda (entre través y un largo), poco destacable salvo por alguna preciosa puesta de sol.

El primer intento de fondeo ha resultado infructuoso, casi pegados al arrecife la sonda marcaba más de 100 metros de profundidad, no lo podíamos creer, hasta el punto que hemos pensado que fallaba. Para verificarlo usamos una segunda sonda de mano y hasta un escandallo manual, efectivamente la costa caía en vertical. Por supuesto en las cartas no aparece la batimetría (la información de profundidades), no tenemos ningún tipo de información.

Para localizar un punto adecuado tendríamos que navegar en paralelo a la isla, próximos a la rompiente, si había un posible fondeadero de ese modo lo encontraríamos.

Concentrados en dicha tarea apenas hemos remarcado la presencia de delfines a nuestro alrededor, hasta que han empezado a saltar y hacer cabriolas. Eran un montón, más de 20, y se han mostrado especialmente simpáticos y juguetones.

Tanto ha sido así, que ha llegado un momento en que no aguantaba más, y me he lanzado al agua. Su primera reacción ha sido distante, han tardado unos minutos en acercarse a mí.

Sin darme cuenta estaba rodeado por un grupo que nadaba a mí alrededor, varios se han quedado inmóviles a medio metro de distancia, me observaban atentamente…

Ha sido un momento crítico, el contacto inicial, muy suavemente, sin movimientos bruscos, sin miedo, y tratando de irradiar el máximo cariño, me he ido acercando hasta tocar al que tenía más próximo. Con mucha delicadeza le he acariciado el lomo.

No ha hecho falta mucho para que perdieran la timidez inicial, con todo desparpajo se ha dado la vuelta para que le acariciara el vientre, y el que estaba a su lado, celoso, se ha pegado a mí para recibir su parte. A los pocos segundos me faltaban manos para acariciar a tanto delfín que competía por unos mimos.

Todo se ha convertido en una fiesta, me han integrado en sus juegos, iban, venían, saltaban a mí alrededor y sobre todo buscaban mucho el roce, ¿estarían faltos de cariño? o por el contrario, ¿son tan inteligentes e intuitivos que en realidad me lo estaban dando?

Su piel es la más suave y esponjosa que haya tocado jamás. Su mirada refleja inteligencia e inocencia. Sus gestos y expresiones parecen casi humanos. Cada uno tiene su carácter: puedes detectar al más tímido (pero que en el fondo lo está deseando), al atrevido, al cariñoso, al juguetón, el celoso, etc.

Cuando te miran fijamente, con su cara a 15 cm. de la tuya, y giran la cabeza en ambos sentidos, sabes que te están preguntando algo, que rabia no hablar su idioma, porque lo tienen, bajo el agua se les oye comunicarse con toda nitidez, es más, cada uno tiene un tono diferente, llegas a reconocerlos, solo puedes pensar en lo que quisieras decirles, con la esperanza de que logren leer tu mente.

Me cuesta explicar con palabras las sensaciones que te produce estar junto a estos increíbles animales con tal nivel de conexión, de forma libre. Notas su energía, sus sentimientos, te envuelven en una aureola de paz y diversión, una corriente eléctrica recorre tu cuerpo, en cualquier momento podrías estallar a reír o llorar, te absorben de tal modo que a veces se te olvida respirar.

Son animales poderosos, algunos ejemplares superaban ampliamente los 4 metros, de un aletazo podrían partirte en dos, pero no hay miedo, sabes que jamás lo harían, es más, todo lo contrario, no tengo la más mínima duda que ante un peligro serian una ayuda.

En un momento dado me he dado la vuelta buscando la cámara oculta, pensando que aquello era una broma y se trataba de delfines entrenados, pero la única cámara que había allí era la mía, estaba sólo, con ellos, en mar abierto (el barco se mantenía a una distancia prudencial para no interferir).

El punto álgido del juego ha venido cuando me he cogido de la aleta de uno y ha empezado a remolcarme, ha sido lo suficientemente listo como para saber que no tenía que ir hacia el fondo, pero le costaba controlar su fuerza, nadaba despacio unos metros y luego alcanzaba tal velocidad que me era imposible sujetarme, tal vez esa era su forma de divertirse, a costa mía, demostrando que era una criatura tan torpe que no podía seguirlo ni aún agarrado a él.

Se ve que les ha hecho gracia, porque luego varios alternaban la posición panza arriba, para que les acariciara, con aproximar su lomo para que me agarrara y salir nadando. También he probado con dos a la vez, rápidamente lo han captado y me han dado un corto paseo.

No sé cuánto tiempo he estado con ellos, perdí la noción, y habría estado más todavía, pero Jose Carlos se acercó con el barco para pedirme que cambiáramos, como es lógico él y Hugo también querían zambullirse, visto que estaban tan sociables.

Antes de dejarlos me he despedido, con caricias y hasta con abrazos, que han aceptado inmóviles, se diría que me entendían en todo momento. Cogido a ellos parecía que estábamos bailando, la danza de la despedida…

Desde el timón los veía retozar y jugar como yo lo había estado haciendo, con envidia, porque hubiese deseado estar en el agua, pero feliz de que mis amigos compartieran la experiencia.

Cuando Jose Carlos ha subido al barco no podía ni hablar, su mirada perdida indicaba el grado de conexión y sentimientos que le habían hecho aflorar. Hugo estaba extasiado, para él era una novedad, tanto ver delfines desde tan cerca, como nadar con ellos, no es una mala forma de conocerlos.

Se hacía tarde y todavía teníamos que encontrar un lugar adecuado para fondear y pasar la noche, tras un buen rato lo hemos conseguido. Da miedo, porque estamos muy cerca de la rompiente, pero estamos a sotavento y aunque bornearamos no llegaríamos a tocar, la profundidad se mantiene hasta el arrecife. Lo único que el tenedero es muy malo (roca), si sube el viento tendremos que salir a toda velocidad.

Nuestros amigos nos han seguido durante casi todo el trayecto, y ahora mismo, mientras os escribo en la noche, desde mi camarote con la escotilla abierta, de vez en cuando los oigo resoplar, ¿nos estarán esperando para seguir jugando mañana? Pues si es así se van a enterar, porque no pienso separarme de ellos en todo el día.

Los planes son zarpar antes de que anochezca, nos quedan 260 millas hasta Fatu Hiva, la isla más al Sur de las Marquesas, en un par de días estaríamos allí.

Sed felices.

Kike

PD: la mala noticias es que Reme no estaba, le habrá sido imposible seguirnos en alguna de las planeadas, ojalá encuentre una buena ballena o tiburón que la trate bien.

Días 852 a 855 (15 al 18/3/2012): Hermano y la isla maldita.

Hoy, a diferencia de lo que hago la mayoría de las veces, no os voy a decir exactamente donde nos encontramos, si seguís leyendo entenderéis porque… Voy a tratar de contaros los detalles más importantes de lo sucedido, tal cual se han venido dando, para que tengáis una aproximación a la increíble historia vivida, posiblemente el relato sea extenso, pero veréis que vale la pena.

El jueves nos levantamos con el cielo completamente encapotando y lloviendo torrencialmente, al igual que los días anteriores, decidimos regresar a Rikitea y preparar la salida hacia las Islas Marquesas, situadas 800 millas al Norte de las Gambiers.

Aprovechamos una pequeña ventana temporal sin que diluviara para recorrer las escasas 10 millas hasta la población de Mangareva, sobre todo para poder ver los bajos y arrecifes que salpican el camino entre dos aguas, imposibles de distinguir con lluvia fuerte, y ya sabéis que no nos podemos fiar de la cartografía.

Permanecimos allí hasta el sábado a mediodía, una vez todo listo zarpamos con la idea de continuar camino, aunque parando en los lugares de paso que nos parecieran interesantes. No tardamos mucho en encontrar una fuerte tormenta que nos aconsejó guarecernos al abrigo de una preciosa isla.

Afortunadamente no duró mucho y pudimos bajar a explorar el maravilloso entorno en que nos encontrábamos. Montamos en la auxiliar y pusimos proa a una pequeña playa de arena blanca y aguas cristalinas, a 50 metros de la orilla topamos con una barrera de coral que nos impidió avanzar.

Mientras estábamos entretenidos en como sortear el obstáculo, de la nada, apareció un joven polinesio, ataviado únicamente con un pareo, que comenzó a hacer enérgicos gestos con los brazos gritando algo, no alcanzábamos a escucharlo.

Como si pudiera caminar sobre el agua, se acercó hasta nosotros a pié desnudo sobre el arrecife. Una vez allí, con semblante muy serio, nos ordenó (en francés, idioma oficial) detener el motor fueraborda, aquellos eran sus dominios y le estábamos espantando los peces. Avergonzados lo paramos de inmediato. Le pedí disculpas en dicho idioma, y traté de quitarle hierro al asunto estableciendo conversación y pidiéndole permiso para estar allí, bajar a tierra, bucear y pescar. Un poco a regañadientes nos lo concedió, incluso nos invitó a acompañarle a atrapar langostas y cigalas cuando cayera la noche. Para no incomodar más nos fuimos a explorar a otro extremo (eso sí, a remo) y descubrimos unas bucólicas caletas. Cuando regresamos al barco se había puesto ya el sol, y estábamos tan cansados que no volvimos a bajar.

Al día siguiente estaba desayunando tranquilamente en cubierta y lo vi llegar con un bote. Amablemente me saludó y ofreció unas coles y papayas, que acepté dando las gracias. Acto seguido preguntó si le podíamos ayudar a subir su embarcación a la orilla, puesto que es muy pesada y el solo no podía. Por supuesto -le respondí-, aunque únicamente le podía ofrecer mi ayuda, Jose Carlos estaba durmiendo y Hugo se había marchado con la auxiliar a conocer una aldea cercana. No hay problema -afirmó-, creo que entre los dos podremos.

Fui con él y nos dirigimos a un pequeño claro con playa enfrente, en el que se distinguía una casita de madera. Tuvimos que esforzarnos de lo lindo, pero conseguimos subir la lancha hasta un nivel superior al que alcanza la marea máxima. Agradecido, y con una amplia sonrisa, me preguntó: esta es mi propiedad y mi hogar, ¿quieres conocerla? Me faltó tiempo para decirle que sí. Estrechó mi mano y me dijo: mi nombre es Hermano (tal cual, como suena en castellano, lo cual me hace sospechar que proviene de la época de los primeros misioneros). Le expliqué el significado de esa palabra en mi idioma, y sonrió, lo sabía, ya se lo habían dicho.

Orgulloso me hizo un recorrido por sus posesiones, contándome durante la visita su historia. Hermano tiene 20 años, nació en una aldea próxima, pero desde niño vivió en la isla en compañía de su abuelo, de quien aprendió casi todo lo que sabe (que es mucho). Cuando ya estaba muy mayor tuvieron que trasladarse a la aldea, donde falleció con 100 años, que él supiera. Para aquel entonces Hermano tenía 15 años, y decidió regresar a vivir solo al lugar en que tan feliz había sido, nadie lo entendió, todos lo tildaron de loco.

Siendo un adolescente, y con el único patrimonio de la tierra que su abuelo le cedió en herencia, construyó con sus manos y mucho esfuerzo lo que ahora es un oasis en la jungla. A lo largo de 5 años ha conseguido limpiar una zona de terreno, construir una casa y cultivar todo tipo de frutas y verduras. También tiene 3 cerdos y un centenar de gallinas, que campan a sus anchas por allí. Solo le queda un pato de los 50 que tenía, una vez se le ocurrió acoger un perro por mascota, que durante una de sus ausencias se dedicó a exterminar a todos los palmípedos, como castigo mató al perro y se lo comió. Su economía es prácticamente al 100% de auto-subsistencia, solo necesita comprar gasolina para el fueraborda, para ello vende patatas, algún animal, langostas o pequeñas conchas muy valoradas para la artesanía que recolecta en una pequeña playa-santuario al otro extremo de la isla. Recoge el agua de la lluvia y alimenta a cerdos y gallinas exclusivamente con cocos, que abundan por doquier. La pesca complementa su dieta, no necesita nada más.

Es difícil describir la belleza y la riqueza natural del entorno (la veréis en las fotos), no creo que Adán y Eva tuvieran un lugar mejor. ¿Entiendes que me guste vivir aquí? -me preguntó-, hago lo que quiero, si me apetece trabajo, si no no, y me levanto cada mañana con este paisaje. No me gustan las ciudades (y se estaba refiriendo a una aldea de calles sin asfaltar en la que, textualmente, hay 4 casas y una iglesia).

Te entiendo perfectamente -le contesté-, era evidente que mi aprobación le gustaba y le iba haciendo sentir cada vez más cómodo.

En un momento de la conversación me contó que tuvo una placa solar y una batería para poder iluminarse por las noches, pero que no sabía por qué un día la batería estalló.

Le expliqué que eso no se podía conectar así, hacía falta un regulador de carga, casualmente llevo uno de sobra en el barco, le ofrecí regalárselo y hacerle toda la instalación para que no le volviera a suceder.

– ¿Harías eso por mí?
– Pues claro

Se le iluminó la cara, como a un niño al que le aseguran que los Reyes Magos le traerán todo lo que ha pedido, parece que la perspectiva de tener algo de claridad en las oscuras noches le hacía feliz.

Me cogió de la mano y me dijo: ven, voy a preparar un café que yo mismo cultivo, es excelente. Yo no tomo café, pero por prudencia lo acepté sin rechistar. Calentó el agua a leña y llenó dos boles tipo ensaladera, fuimos a la playa a tomarlo.
La mirada de Hermano refleja la candidez del niño que ha pasado rápidamente por la infancia, aunque también la dureza del que sabe luchar en solitario por sobrevivir. Su nobleza salta a la vista, de igual modo que las ganas de hablar por tanta soledad y la firmeza de su carácter. Mi intuición me decía que me podía fiar de él, pero que tenía que estar alerta en mis reacciones y comentarios.

Mientras tomábamos café hablamos de muchas cosas, con la confianza de dos amigos que se conocen desde hace tiempo. ¿Sabes? -me dijo-, si me oís gritar en la oscuridad no os asustéis, no pasa nada, cuando cae el sol la isla se llena de «hombres de la noche» (entiendo que se refiere a espíritus), está plagada de ellos, porque esto es un auténtico cementerio. Yo no les tengo miedo y a mí no me hacen nada, pero a veces son demasiado molestos.

– ¿Y eso? -le pregunté con curiosidad-

– Bueno, es que… a mis antepasados no les gustaba la gente que venía de fuera, y aquí se han producido muchas muertes violentas… se practicaba el canibalismo -me contó entre dubitativo y avergonzado-.

– ¿Cómo?

– Si, a la gente que venía en barcos, los mataban y se los comían. Mi abuelo fue el último en hacerlo, hasta no hace tantos años…

El abuelo de Hermano se llamaba Te Haito Matutean (que significa el guerrero Matutean), el último de un clan cuya habilidad para la guerra era famosa en todas las islas de alrededor. Antiguamente cada isla o grupo de islas tenía un rey (arakiri), en general su convivencia era pacífica, pero si en algún momento estallaba un conflicto se reunía a los guerreros y se enzarzaban en feroces luchas, tan sanguinarias y atroces como no podemos imaginar. Las batallas acababan en actos de canibalismo, más como ritual que por hambre.

Su familia fue protagonista de diversos capítulos en la historia de la región, 8 veces más poblada en tiempos pretéritos que en la actualidad. De entre los que me contó me quedó grabado el que sucedió a mediados del siglo XIX, cuando una expedición de las Islas Australes llegó con más de 200 guerreros y provocó una masacre descomunal, arrasando allá por donde pasaban. Todos los reyes locales unieron sus fuerzas en un ejército que derrotó a los sanguinarios invasores, uno de los líderes militares fue un antepasado de Hermano, todos los miembro de cuyo clan siempre han tenido el calificativo Te Haito, siempre han sido conocidos como «los guerreros».

Como quien comparte un preciado secreto, me preguntó: ¿has oído hablar de los amotinados de la Bounty?

– Pues claro, hicimos una parada en Pitcairn, es un suceso histórico famoso en Europa.
– La Bounty recaló aquí después de Tahití y antes de llegar a Pitcairn, en la noche mis antepasados abordaron el barco y liquidaron a cuatro de ellos, era su técnica habitual, yo sé donde están enterrados, ¿quieres verlo?
– Vamos…

Nos adentramos en la jungla, y tras un rato caminando llegamos al borde de una pared vertical a la falda de la montaña de unos 200 metros de altura que constituye el punto más elevado. Allí, entre la maleza, unas rocas marcaban el punto exacto, bajo ellas se encontraban las cabezas de los asesinados, un poco más allá estaban enterrados sus cuerpos (parece que la decapitación y la sepultura de los restos por separado es parte del ritual).
Presidiendo el cementerio una pequeña cruz apoyada sobre la roca, a modo de amuleto que aplaque la rabia de los que tuvieron tan desgraciado final. Examiné la cruz en busca de alguna inscripción, pero no la encontré, desde luego es muy antigua, fabricada con bronce o latón, con madera incrustada de la que apenas quedan algunos restos debido a la erosión de la intemperie.

No pude corroborarlo, pero desde luego él estaba convencido de lo que me contaba, eso o es el mejor actor del mundo, me tengo por persona intuitiva. Desde aquí, sin internet poco puedo hacer, pero sería interesante si alguien es aficionado a la historia, y le apetece, que pudiera comprobar si existe algún registro que indique que la Bounty sufrió la baja de 4 personas por ataque de nativos en alguna isla, yo creo que pudo ser tanto en el viaje de ida hacia Tahití (antes del motín), como en el de regreso, una vez amotinados y previamente a Pitcairn. En cuanto a la cruz, le hice varias fotografías en detalle, las subiré en cuanto pueda, también agradecería si alguien puede confirmarnos que coincide con las que se fabricaban en dicha época. Tengo muchísima curiosidad al respecto.

Mientras regresábamos al claro me contó otra de las leyendas de la isla. Hace muchos años hubo una batalla entre el rey de estas islas y las vecinas, que se saldó con la derrota y muerte del local. Sus hijos consiguieron escapar de la segura ejecución que les aguardaba, las «mujeres de la noche» les guiaron hasta una cueva de la isla en que nos encontramos, allí se escondieron durante un año, protegidos y cuidados en secreto por sus antepasados. Eso sucedió cuando el primogénito y heredero tenía 17 años, era un niño. A los 18 años se transformó en un hombre, abandonado su escondite y reclutando a sus fieles para recuperar el trono perdido y retornar al orden establecido, así fue, y a ello ayudaron mucho los Te Haito. Hermano me mostró la cueva, podrías pasar por delante y ni fijarte que está ahí, una entrada muy angosta oculta el acceso a una estancia con un volumen similar al de nuestro barco, y desde allí se controla todo lo que sucede en el exterior, es un escondite perfecto.

Una vez en la explanada, casi llegando a su cabaña, me preguntó si me apetecía escalar, desde la cima de la montaña había una vista espectacular y se podía contemplar la extensión de sus dominios. Me encantó la idea.

Nos dirigimos hacia el norte, caminando primero a través de la selva, buscando una vía de subida. Llegamos a una pared casi vertical y comenzamos el ascenso. No soy persona con vértigo, durante bastantes años estuve en un grupo de rescate de mar y montaña, pero tengo que reconocer que hubo momentos en los que me asusté. Sin ningún tipo de seguridad, con barro y piedras que se desprendían, calzando unas chanclas de playa y una caída de decenas de metros por abajo, aquello era una locura, pero claro, ya había dicho que si, y por otro lado, bajar lo que había subido incluso podía ser más peligroso, no tenía otro remedio que continuar. Hermano trepaba descalzo como una gacela, me era imposible seguirlo, tenía que esperarme.

En un pequeño recodo paró para descansar. Mientras recobrábamos el aliento (más bien lo recobraba yo), me dijo:

– Eres la segunda persona que sube aquí, la primera soy yo, mis antepasados jamás lo hicieron, la consideraban sagrada.
– Me siento muy honrado, gracias por concederme este privilegio (aunque a su vez, esto añadía más presión al hecho de que tenía que conseguir subir hasta arriba como fuera).
– La gente no quiere venir a esta isla, dicen que esta maldita, que los «hombres de la noche» la dominan, tienen miedo, pero yo no, ellos no son malos conmigo.
– Pues claro, el que es noble de corazón, y no tiene fantasmas en su interior, nada tiene que temer.
– Dicen que estoy loco por vivir aquí solo, no me entienden…
– Eso me suena, lo mismo dijeron algunos de mi cuando dejé una vida cómoda y un buen trabajo para dar la vuelta al mundo en un velero, te comprendo perfectamente, ¿quién está más loco? el que no hace lo que desea por miedo, o el que lo hace a pesar de que no sea lo que está comúnmente establecido.

Continuamos ascendiendo hasta por fin llegar a la cima, en ese momento me alegré de haberlo hecho, la recompensa de la vista desde aquel privilegiado promontorio valía la pena, me quedé mudo contemplando tanta belleza a mi alrededor, más bien debajo de mi.

El descenso lo hicimos por la otra cara de la montaña, más sencillo por tener menor inclinación y vegetación a la que agarrarse, aunque para llegar hasta el nivel del mar había que dar prácticamente la vuelta a toda la isla, debido a que en ambas pendientes hay un tipo de hierba que corta, de tomar un atajo acabaríamos completamente magullados. De repente Hermano desapareció, se tiró pendiente abajo corriendo como un descosido, bajando a tumba abierta a plena carrera.

Cuando llegué donde él estaba le dije:

– ¿pero qué haces? ¿estás loco? te vas a matar.
– Me entreno -respondió con una sonrisa-, aquí hay cabras salvajes, y las cazo corriendo detrás de ellas y atrapándolas a mano, hasta ahora he conseguido capturar a 20.
– Venga ya, no me lo creo, eso es imposible.
– ¿ah no?, vale, ya lo veras…

Me quedé con la intriga, y seguimos montaña abajo. En un momento dado, donde se inicia el bosque, escuchamos un ruido, me hizo un gesto de silencio y desapareció en la maleza. Me quedé allí parado como un pasmarote esperando a ver lo que sucedía.

Al cabo de unos minutos escuche que venía corriendo hacia mi posición, ya se está entrenando de nuevo -pensé-.

Como un rayo, apareció delante de mí una escena que no podía creer, una cabra venía a la carrera, y a escasos dos metros, Hermano corría detrás de ella, ¡a su misma velocidad!

Si no lo hubiera visto con mis propios ojos diría que es mentira, no pensaba que nadie fuera capaz de eso, hasta el punto que no reaccione y la cabra pasó a mi lado sin que yo hiciera nada. A los pocos metros Hermano se tiró en plancha tratando de hacerle un placaje, consiguió agarrarla de una pata, pero cuando se disponía a afirmarla por la otra pegó una patada y se le escapó.

Esta vez no lo había conseguido, pero le faltó bien poco, ya no dudé más de su capacidad para atrapar cabras salvajes corriendo detrás de ellas, armado únicamente con sus manos y pies desnudos.

Estaba extenuado, así que no volvió a intentarlo.

Cuando llegamos abajo fuimos a descansar un rato tumbados en la playa. De repente hicieron su aparición todas las gallinas y los cerdos comenzaron a gruñir de forma exagerada.

– ¿Qué hora es? -me preguntó-.
– Casi las 4 de la tarde.
– Hora de la comida de los animales.

Estallé a reír, no pensaba que en una isla tan libre hubieran horarios, y menos que ciertos habitantes reclamaran lo que les correspondía de forma tan puntual.

Abrió la cerca del recinto de los cerdos, cogió un hacha, me dio un machete y nos pusimos a caminar por la playa hacia el Sur. La escena era de lo más cómico, como si fuera el flautista de Hamelín le seguían en comitiva cerdos y gallinas, atentos al menos de sus movimientos.

Llegados a un punto nos adentramos en la maleza y Hermano comenzó a partir algunos de los cocos que encontraba por el suelo (los que tienen un brote que empieza a crecer). Nunca había abierto uno en este estado, su interior esta macizo de una carne de coco espumosa y muy buena de comer, a los animales les encanta, y a mí también. Con unos cuantos es suficiente para alimentarlos a todos, y se encuentran tantos, que se diría que es un recurso casi ilimitado, además, hay tal cantidad cocoteros que no paran de formarse.

Después regresamos, los animales ya lo harían solitos cuando acabaran de comer. Nuestra dieta de la jornada también se basó en lo que fuimos encontrando por el camino, plátanos, cocos, guayabas, mangos, etc. cuando teníamos hambre sencillamente tomábamos lo que veíamos a nuestro alrededor, cuando teníamos sed abríamos un coco de un machetazo.

Como todavía quedaban unas horas de luz, Hermano me propuso visitar la costa de barlovento (el Sudeste de la isla, el lado opuesto a donde el reside). Para llegar hasta allí lo hicimos bordeando la costa a nivel del mar. El paisaje es completamente diferente, roca volcánica en lugar de arena, cada paso es una lección de geología en la que se aprecian claramente las capas formadas por las distintas erupciones volcánicas que posteriormente emergieron por las fuerzas de la tierra. Posteriormente, debido a la erosión se dan formas realmente curiosas, llegando a crear una especie de piscinas que se dirían artificiales y playetas ínfimas, allí es donde se pescan langostas, cigalas y cangrejos enormes, pero no era el momento.

El sol comenzó a ponerse, era hora momento de volver al barco, además, aunque suponía que me habían visto en tierra, llevaba todo el día fuera sin haber avisado a Jose Carlos y Hugo, podían estar preocupados.

Les vi a lo lejos sobre la embarcación auxiliar y les llamé a gritos, haciendo gestos con los brazos. No tardaron en divisarme y venir a por mí. Les presenté a Hermano.

Mientras nos despedíamos, tras pasar todo el día juntos, quedamos en que mañana por la mañana iría a instalarle el regulador de carga solar.

– Perfecto, muchísimas gracias, luego iremos a la caza de la cabra, de ese modo tendréis carne en el barco.
– ¿Sí? Eso sería genial -le comenté encantado-.

Ya en el Bahari, cenamos algo y nos acostamos pronto, nos aguardaba un nuevo día a buen seguro lleno de emociones. Mañana os lo cuento.

Sed felices.

Kike

Días 847 a 849 (10 al 12/3/2012): Un jardín de bonsáis bajo el mar…

Os escribo desde uno de los motus (islas) del interior del enorme lagoon de las Gambiers, un precioso lugar llamado Tauane, ahora os cuento cosas acerca de él.

Zarpamos de Rikitea el domingo a media mañana hora local, durante unos días vamos a recorrer algunas islas e islotes que nos han recomendado por su belleza y/o excelente buceo.

Desde la última vez que os escribí hemos tenido un poco de todo en Mangareva, el viernes por la noche se organizó una barbacoa de todos los barcos fondeados en la bahía. Cada uno aportó una cosa, y terminó siendo una excelente demostración de las distintas gastronomías, incluida la local. Probé una cosa nueva, el molusco que dentro del nácar produce la perla, marinado con leche de coco, muy rico. En la zona hay bastantes granjas de dicho cultivo, una vez ha dado 4 ó 5 perlas ya no vale, en ese momento se come.

Seríamos unas 25 personas, incluyendo varios polinesios, y fue una fiesta de lo más interesante y divertida. El mar, los barcos y viajes fueron el tema central de conversación, aunque también tuve la ocasión de compartir durante un buen rato con los nativos acerca de cómo era la vida allí. Llegado un momento de la noche se pasó de la música grabada al directo, Jose Carlos y uno de los locales se encargaron de amenizar la velada con un buen concierto.

El sábado lo dedicamos a bricolaje en el barco y el domingo por la mañana nos dirigimos a comprar fruta y verdura fresca que comer los los próximos días. Para nuestra sorpresa no se vende en los comercios, cada uno se cultiva la suya. ¿Y cómo conseguimos? -preguntamos-, hay que ir a una casa en la que veas que hay y pedir -fue la respuesta-.

Es algo que, acostumbrados a nuestra sociedad, choca, pero si lo piensas bien es lógico. Por un lado cualquier árbol que plantes (o incluso sin hacerlo) crece con gran vigor y produce en exceso para una familia, por otro todo lo comprado (que viene de fuera) es carísimo, de modo que se va a las tiendas únicamente a por aquello que no se puede obtener del mar o la tierra, y con mucha moderación, vamos, prácticamente auto-subsistencia.

«Donde fueres haz lo que vieres», de modo que con todo el desparpajo del mundo nos dirigimos a pedir fruta por las calles. No nos fue mal, Schmac nos dio dos frutos del árbol del pan (similar a la patata) de unos 2 kg. cada uno y una bolsa de limones, y de la primera casa en la que entramos a preguntar salimos con una bolsa entera de naranjas y pomelos, además de un racimo de plátanos como de 25 kg, y aún nos decía que no tenía muchas cosas. Por si fuera poco, al volver para tomar la auxiliar, una de las hijas de Schmac nos vio y nos dijo, casi ofendida, que se lo teníamos que haber dicho a ella, que tiene de todo en casa, nos añadió 3 aguacates de casi 1kg cada uno y quedó en tenernos preparado un buen surtido para antes de que marcháramos hacia marquesas. Es impresionante lo amable y sencilla que puede ser la gente, y como el que menos tiene más generoso es.

La distancia entre la bahía de Rikitea y el motu en el que estamos no es mucha, unas 10 millas, aunque hay que estar muy atento, hay innumerables bajos y arrecifes por el camino, además de las boyas de las granjas de perlas.

Es pequeño, como de 100 metros por 30, rebosante de vegetación, sobre la que destacan los cocoteros, y rodeado por una playa de arena blanca que se extiende por otro centenar de metros más hacia el sur, como una dorsal entre dos aguas. Sus únicos habitantes son cangrejos y pájaros.

Ahora, si bonito es lo que hay sobre el nivel del mar, no os podéis imaginar el paisaje submarino de las aguas que lo rodean. El arrecife está plagado de todos los tipos de coral que se dan en el Pacífico, sus formaciones son dignas del dibujo de un cuento de fantasía, en una de las inmersiones juraría que estaba volando sobre un jardín de bonsáis, ya que ese es el aspecto que tiene uno de los corales predominantes. Su colorido tampoco se queda atrás, lo hay verde fosforescente, distintos tonos de azul, violeta, rojo, blanco, amarillo, naranja, marrón, ninguno se quiere quedar atrás en la competición por llamar la atención.

En cuanto a la vida que aloja, hace justicia al hecho de que los arrecifes coralinos son los espacios más densamente poblados por seres vivos del planeta. La cantidad, variedad y tamaño de los peces están haciendo las delicias de mi cámara fotográfica submarina, poco a poco me estoy aficionando, me paso el día buscando decorados y modelos, aquí no me cuestan mucho de encontrar.

Nos han aconsejado no comer ningún pez, parece que la ciguatera está muy extendida en la zona. Creo que ya os he hablado de ella, es una toxina que se encuentra en los peces debido a la ingesta de una microalga o plancton. Comienza por los herbívoros y se va transmitiendo en la cadena trófica. No hay forma de reconocer los peces tóxicos y, aunque no es mortal, puede ser muy grave. Curiosamente la ciguatera se determinó como causa de peces venenos por los científicos en estas islas, de hecho, el ser unicelular que la provoca tiene el dudoso honor de llamarse también Gambierdiscus toxicus.

Os cuento una anécdota de la inmersión matutina: próximo a la isla el coral forma una especie de laberinto, canales por los que puedes nadar entre formaciones que llegan casi hasta la superficie. Mientras iba por uno de ellos, al girar para incorporarme a otro, casi me doy de frente con un tiburón de puntas negras (a priori no peligroso) como de dos metros. Yo creo que los dos íbamos a la nuestra y no nos habíamos dado cuenta de la presencia del otro, porque ambos nos hemos dado un buen susto, cada uno ha salido nadando en dirección contraria, me ha dado tiempo a hacerle una foto porque llevaba la cámara encendida y el dedo sobre el disparador. También he visto un águila marina como de metro y medio de envergadura y más de 3 metros de longitud, impresionante la majestuosidad con la que nada, parece más bien que vuele sobre el fondo.

Durante los próximos días os seguiré contando nuestras experiencias por los motus de las Gambier.

Sed felices.

Kike

Día 842 y 843 (5 y 6/3/2012): Llegada a las islas Gambier.

Las previsiones se cumplieron, y el mismo viento que nos hizo abandonar apresuradamente el fondeadero de Pitcairn, ha sido el que nos ha facilitado la llegada a las Islas Gambier en un plazo muy razonable de tiempo.

Durante todo el camino un Este-Noreste de entre 15 y 25 nudos nos ha acompañado, navegábamos a un largo con una ola que ha llegado a superar los 3 metros de altura, balanceándonos bastante y empujándonos ocasionalmente en largas planeadas que superaban ampliamente los 10 nudos de velocidad. Prueba de ello es que hemos tenido medias de casi 9 nudos mantenidas durante horas. El resultado: 305 millas recorridas en menos de 2 días.

Únicamente hemos tenido un incidente destacable, para variar en mitad de la noche, no sé que tiene la oscuridad que parece que atraiga los problemas, creo que el 90% de  ellos nos han sucedido cuando el sol estaba acostado.

Todavía no nos explicamos cómo pudo pasar, pero en una de esas maniobras inverosímiles que les da de vez en cuando por hacer a las velas, el génova se lió consigo mismo y con las escotas, de tal forma que era imposible desplegarlo. La única opción fue soltar las escotas para desliarlo a mano, maniobra en la que nos llevamos unos cuantos latigazos que nos ocasionaron algunos moratones y una pequeña brecha. Pero la cosa no acabó ahí, cuando ya estaba todo aclarado y estábamos montando de nuevo la maniobra, tuvimos la mala suerte que una escota se fue al agua y acabó enredada en la hélice, ¿pero cómo se pueden complicar las cosas en un momento?

Con el mar que había imposible bucear para desliarla o cortarla, habría sido un suicidio, nos hemos tenido que esperar hasta la llegada al arrecife de entrada a las Gambier, ahí hemos podido fondear a vela durante un momento, el suficiente para desliarla (ha salido fácil) y continuar a motor por el canal balizado.

Ha sido la primera vez en mucho tiempo que no hemos necesitado frenar la marcha por llegar de noche, en este caso todo apuntaba a que entraríamos por el paso complicado con el sol bien alto, y así lo hemos podido hacer.

Como buenas islas de formación volcánica, las Gambier tienen picos elevados (hasta 482 m.), por lo que se las distinguía perfectamente desde la distancia. El paisaje es realmente bonito, aguas azules salpicadas de picos verdes completamente cubiertos de vegetación.

Se ubican en el extremo Sudeste de la Polinesia Francesa, motivo por el cual son poco transitadas, quedan demasiado al Sur de la ruta de los veleros que atraviesan el Canal de Panamá.

Su distribución es muy particular, 10 islas rocosas rodeadas de una barrera de arrecifes semicircular de 65 Km de longitud. Solo está habitada la mayor de ellas (Mangareva, significa la montaña flotante), con una población de unos 1.100 habitantes y un núcleo principal (Rikitea) con servicios muy básicos.

Sobre las 16:30 hora local (GMT-9) fondeábamos en Rikitea, allí nos esperaban dos barcos franceses de amigos que conocimos en Ushuaia. Siempre es agradable que te esperen para darte la bienvenida, después de charlar un rato hemos quedado para mañana, nos pondrán al día de los mejores lugares y todas las informaciones necesarias.

La pequeña bahía en la que nos encontramos es muy pintoresca, a la falda de las montañas y con pequeñas casas de madera que se extienden a lo largo de la costa. Un bajo la protege, por lo que en su interior las aguas están calmadas como en una piscina, ya teníamos ganas de un fondeadero así, desde  que salimos de Chile no hemos tenido ninguno tranquilo, todos han sido completamente abiertos.

Durante la tarde nos ha dado tiempo de dar un pequeño paseo por el pueblecito, más bien un conjunto de casas con jardín y/o huerto, la vida aquí tiene otro ritmo, no hay que ser muy observador para darse cuenta. Curiosamente tiene una catedral de un tamaño considerable, pero esa es una historia que os contaré durante los próximos días.

Poco más por hoy, voy a descansar, os sigo contando que tal por estas maravillosas islas.

Sed felices.

Kike