Días 833 y 834 (25 y 26/2/2012): Ducie o el paraíso perdido…

Hoy no os voy a hablar de navegación, el tramo desde el último reporte hasta llegar al atolón consistió fundamentalmente en frenar el barco para llegar el domingo al amanecer.

Desde el principio, la isla parecía muy celosa de su intimidad, se resistía a facilitar una aproximación a ella, como si quisiera reservar sus tesoros naturales a unos pocos elegidos, tanto tiempo sola… Con las primeras luces del alba distinguíamos su silueta, con gran pesar nos dimos cuenta que la cartografía no coincidía con la realidad ni por asomo, y ya no sólo en ubicación, si no lo que es más grave, en orientación, es decir, mejor no mirarla, no servía de nada y únicamente nos confundía.

Todos en cubierta nos desgastábamos la vista tratando de detectar rocas, bajos o el inicio del arrecife. Inicialmente parecía inexpugnable, rompientes por todos lados, aunque parezca increíble, las olas convergían de cualquier punto hacia ella.

Sin cartografía, en una isla sin fondeaderos conocidos, sin posibilidad de acceso al lagoon interior y rodeada por rompientes, parecía misión imposible. Pero ya sabéis que no somos de los que se rinden fácilmente, ante la adversidad, templanza…

La estrategia fue simple, comenzamos a rodear el atolón a una distancia prudencial, buscando el sotavento y una zona a resguardo de la ola más significativa (la de viento), una vez seleccionada la zona, ya buscaríamos como fondear.

Con un poco de paciencia la localizamos, frente al norte de la isla y al abrigo de un arrecife existía una especie de remanso, una zona más tranquila, ahí nos dirigiríamos. Poco a poco nos aproximamos, sin dejar de mirar el fondo para detectar rocas o cabezas de coral, hasta que la profundidad se situó en torno a los 10 metros, largamos ancla. Para garantizar la seguridad pasamos una cincha por una roca enorme del fondo, unida por una cabo al barco, a la vez que exploramos todo el radio de borneo, y estaba libre, misión cumplida.

Desde el primer momento que sumergimos la cabeza en las cristalinas aguas quedamos hipnotizados por la explosión de vida y de color en su fondo marino. Paisaje interminable de coral, peces de todo tipo se acercaban hasta rodearnos, con el descaro del que no conoce la amenaza de la presencia humana, la belleza convertida en visión subacuática. No tardamos mucho en descubrir varios tiburones, jaquetones de puntas negras, en torno a un metro de longitud, no parecían agresivos, aunque si curiosos de nuestra presencia, por si acaso no los perdíamos de vista, aunque eso no impidió que continuáramos buceando.

Hemos buceado en muchos sitios espectaculares, pero las aguas de Ducie nos han sorprendido, la variedad, los tamaños y la casi total ausencia de miedo de sus habitantes solo se pueden dar en lugares realmente vírgenes, en los que casi nunca se ha dado la presencia humana.

Mientras Jose Carlos y Hugo desayunaban me acerqué a nado a la orilla, distraído haciendo fotos y contemplando aquel regalo divino. Al atravesar la rompiente una ola me hizo efecto lavadora y sufrí un pequeño revolcón sobre el arrecife, sin más consecuencias que un par de magulladuras. Di una vuelta por la playa, y mientras regresaba, tranquilamente embelesado con mis cosas, vi pasar de reojo una sombra que no me gustó nada.

Me giré y me di cuenta que podía empezar a tener problemas, un tiburón de metro y medio, en este caso un jaquetón gris, potencialmente peligroso, no paraba de dar vueltas a mi alrededor. Me preocupé porque, a pesar de que es muy difícil que un tiburón te ataque, en este caso yo tenía sangre en mis heridas recién hechas, ellos pueden oler una gota a un kilómetro de distancia, y es algo que les vuelve agresivos.

No es buena idea escapar corriendo de un depredador que duda de lo que eres, eso le confirmaría que eres una presa y la probabilidad de ataque aumenta, así que seguí nadando hacia el barco tranquilamente, eso sí, sin quitarle ojo y listo para defenderme con el cuchillo en caso de necesidad.

Los círculos que daba a mi alrededor se iban estrechando, hasta que llegó un momento en el que hizo su primer intento, se dirigió en línea recta hacia mí, cuando estaba a la distancia apropiada le di un aletazo con todas mis fuerzas en el hocico, esto lo volvió a alejar.

Seguí nadando, aunque tras este último comportamiento reconozco que sentí miedo, y eso me preocupaba más, porque se dice que son capaces de oler tu adrenalina, y a su vez les vuelve más agresivos todavía.

Cuando me quedaban 50 metros para llegar al barco hizo un segundo intento, esta vez más decidido, hasta el punto que le di una patada casi más que un aletazo, me estaba investigando, si me hubiese querido morder me habría destrozado. Por si acaso mejor no esperar a una tercera, igual era la definitiva, tras comprobar que yo era un ser muy inferior a él en el agua. Pude llegar al barco sin problemas, pero me impresionó verlo pasar justo por debajo en cuanto subí los pies a cubierta. No es una sensación agradable sentirse presa de un ser superior, es la primera vez que me he sentido seriamente amenazado por un tiburón, y es extraño, porque en contra de la creencia popular suelen ser inofensivos, sus ataques suelen ser más bien consecuencia de errores (te confunden con otra cosa).

La naturaleza salvaje, además de bonita, también puede ser peligrosa, y aquí la selección natural no se anda con bromas, a partir de ahora bucearemos en grupo y por si acaso listos con fusil submarino y una especie de lanza que vamos a fabricar con una flecha, pero eso no va a impedir que dejemos de disfrutar del fondo de estos mares.

A última hora de la mañana planeamos tratar de acceder al lagoon interior. Más tarde comprobaríamos que era imposible, pero como no lo sabíamos, conseguimos entrar. Rodeando el atolón buscamos un supuesto paso, pero la rompiente era durísima. Jose Carlos se acercó a nado mientras yo pilotaba la lancha. Iba a ser un auténtico numerito de circo, había que atravesar la rompiente a toda velocidad sobre una ola, pero pararse justo antes de la zona de arrecife, en la que cubría menos de 20 cm, todo esto sin estamparnos contra las rocas, y acto seguido lanzarnos al agua para aproar la auxiliar y alejarnos corriendo hacia adentro antes de que llegara la siguiente ola. No me preguntéis como, pero salió bien, eso sí creo que nunca más volvería a intentarlo, no hay que jugar tanto con la suerte.

Luego tuvimos que arrastrar la lancha durante unos 200 metros de aguas por el tobillo, plagadas de erizos enormes, cuya consistencia comprobé con uno de mis pies. Tras el esfuerzo llegó la recompensa, el lagoon (lago interior del atolón), de aguas azuladas y tranquilas, era espectacular. Recorrimos una parte en lacha y otra caminando por la playa, donde los pájaros, para los que también debíamos ser una novedad, se aproximaban hasta casi tocarnos.

La nota negativa vino cuando andábamos por la playa que da al exterior del lado de barlovento, vimos un terrible espectáculo, multitud de boyas, botellas, cabos, restos de redes, etc. que habían sido arrojados al mar y encallado en la isla. En ese momento me avergoncé de ser un hombre, me entraron ganas de llorar, ¿cómo podemos ser capaces? Ni en una isla desierta y perdida en mitad del océano pacífico nos libramos del yugo de la contaminación y algunos desaprensivos que arrojan cosas al mar como si en su inmensidad se fueran a perder, nada más lejos de la realidad, acaban en los lugares más insospechados.

Durante el paseo por la costa vimos que había un montón de cangrejos enormes (tipo jaibas), también ermitaños, así que recolectamos unos pocos para preparar un arros-en-carrancs o arros brut, en función de la parte del Mediterráneo desde la que se lo denomine.

Cuando vimos que el sol estaba ya bajo regresamos al barco, es importante para poder distinguir rocas y arrecifes bajo el agua. La salida del lagoon fue más fácil que la entrada, esperamos desde el borde de la rompiente a que se diera el momento adecuado y aceleramos a toda la velocidad que nos permitía nuestro pequeño fueraborda de 8 CV.

La puesta de sol desde el barco fue un excelente colofón de la jornada, no os la describo, la veréis en las fotos, preciosa. Cenamos el arroz (sabrosísimo, los bichos con más carne de la que parecía) y prácticamente caímos rendidos, agotados de un día sin descanso.

En principio nos quedaremos un día más aquí, os seguiré hablando de nuestro paraíso particular.

Sed felices.

Kike

Día 831 (23/2/2012): Mata-ki te vaikava (ojos que miran al océano). Parte 2.

(continuación del reporte del día anterior)

Gracias a su fuerza, y destreza como talladores de piedra, los tangata hanau e’epe dieron un fuerte empujón a lo que parecía uno de los principales pasatiempos de los otros, la creación de unas efigies con rostro humano que denominaban Moai. No entendían muy bien el motivo, pero veían que les hacia felices, así que sin más se afanaban en la tarea, como pago a la hospitalidad de sus anfitriones.

Los tangata hanau momoko, desde la llegada de los visitantes de ultramar, se sentían más fuertes y poderosos que nunca, habían incorporado a su estirpe una veintena de colosos que les permitiría llegar hasta donde nunca habían llegado, era el punto álgido de su civilización, un regalo de los dioses.

Ambos pueblos pasaron mucho tiempo compartiendo su cultura y sabiduría, sus rituales y creencias no eran tan diferentes, aprendieron mucho el uno del otro, dando como resultado una sociedad mucho más rica y avanzada.

El tiempo fue pasando y la vida discurría en paz y armonía, parecía que había sido así desde el origen de los tiempos. Los e’epe tenían mucho éxito entre las mujeres momoko, no había noche en que no tuvieran compañía, se diría que las disponibles querían hacer una prueba exhaustiva, y alguna de las no disponibles también. Mata-ki no era ajeno a esta situación, las nativas eran realmente bellas y complacientes, pero en su foro más interno, donde no entra nadie y solo están los sueños, seguía Anakena. Todas las tardes iba a la playa de arena blanca en la que desembarcaron, contemplaba la puesta de sol, observando el océano y el horizonte, esperando vanamente la aparición de una embarcación en la que tal vez pudiera llegar ella. Algunas noches se quedaba despierto, inventando formas con las estrellas, se quedaba dormido recordando su olor y el tacto de su piel.

¿Y por qué Anakena? Era capaz de explicar la mayoría de las cosas que sucedían en su universo más cercano, pero no el porqué de Anakena. No sabía si le correspondía, ni si podría ser feliz con ella, pero sí que era el ser más maravilloso que hubiese conocido jamás, a veces los dictados del corazón no son lo más lógico del mundo.

Un hombre se debe a su destino, y Mata-ki no era de los que dejaban las cosas a medias, desde su llegada nadie había comentado nada acerca de su misión, es más, parecía que todos la habían olvidado, el tiempo iba pasando y llegó el momento de aclarar las cosas.

Sabía que podía ser motivo de cambios en la buena relación establecida, y que muy probablemente fuera un esfuerzo estéril, pero si sientes que debes hacer algo, hay que hacerlo y asumir los daños colaterales, uno debe ser coherente consigo mismo.

Una mañana se presentó en la choza del Ariki, tenía que hablar con él. Mata-ki le explicó de forma detallada los motivos que les habían llevado hasta allí, y cuáles eran sus órdenes. El rostro del Ariki fue un fiel reflejo de miedo y desengaño a la vez, muy serio le pidió que abandonara su choza y todos los e’epe se marcharan del poblado, tenía que meditar acerca de qué medidas tomar.

Los navegantes se replegaron en un punto estratégico y se prepararon para lo peor, empezaron a fabricar armas y establecer defensas. Algunas miradas de incomprensión se dirigieron a Mata-ki, pero nadie osó hacer ningún comentario, tenían claro que ese era su deber. Aunque cada uno de ellos pudiera luchar por 4 ó 5 de los otros, la superioridad numérica era aplastante, en caso de guerra su suerte estaba echada, pero venderían cara su piel, el valor y orgullo como pueblo estaba en los genes de su raza.

El inicio del conflicto armado no era una decisión fácil para ninguno de los dos líderes. El Ariki temía la dominación de invasores, pero no quería exterminar a los que habían facilitado su desarrollo. Mata-ki tenía que garantizar la seguridad ante una eventual llegada de los suyos, pero tampoco quería embarcarse en una lucha suicida con los que hasta ahora les habían acogido como hermanos.

Estando las cosas así, Mata-ki tuvo una brillante idea, los momoko eran apasionados de las competiciones y existía un ritual que parecía el más importante para ellos, la llegada de los pájaros fragata, cuyo anidamiento en los motu (islotes) situados frente al volcán Rano Kau anunciaba la primavera. Según sus cálculos quedaban pocos días para que se produjera este evento, así que propondría dirimir sus diferencias viendo quien era capaz de traer antes un huevo de la venerada ave, partiendo y regresando desde el santuario de Orongo, en la cima del volcán.

Fue muy suspicaz a la hora de plantearlo, lo hizo delante de todo el consejo, además, a pesar de contar entre sus filas con candidatos más atléticos, propuso desafiar él mismo al primogénito y heredero del Ariki, competidor accesible, ya que en la isla había hombres cuya agilidad no tenía parangón, no le convenía una selección abierta. Cuando todas las miradas se dirigieron al Ariki, éste sabía que un nuevo orden se estaba estableciendo en el equilibrio de poderes, pero no podía decir que no, así que asintió, aceptando que el vencedor fijaría las reglas hasta la nueva primavera.

La mañana en que los manu (pájaros) llegaron, los candidatos estaban listos al borde del acantilado. La tensión y adrenalina flotaban en el ambiente, todos los habitantes contemplaban expectantes un duelo que podía ser a muerte. Un largo y profundo grito ritual anunció la salida, los dos competidores se lanzaron a la pared para iniciar el descenso.

El hijo del Ariki era muy rápido, y a pesar de tener unas extremidades más cortas, las movía con tal celeridad que Mata-ki no era capaz de distanciarse de él. Llegado un punto, comprendió que siguiendo su mismo camino nunca conseguiría vencerle, además contaba con la ventaja de conocer el terreno. Una idea arriesgada se le ocurrió, recordó como en su isla natal había unas rocas que desde niños les servían de plataforma para lanzarse al mar, a costa de muchos barrigazos consiguió desarrollar una buena técnica de salto al vacío. La altura era descomunal, era una locura, pero son los locos los que cambian el mundo, para ganar hay que arriesgar…

En cuanto llegó a un lugar adecuado se puso en pié, estiró los brazos, cerró los ojos y se impulsó con todas sus fuerzas. Mientras caía, por su cabeza pasaron mil pensamientos, su pueblo… la misión… ¿y cómo no?, Anakena… No temía a la muerte, cuando vives intensamente cada día ajustas cuentas con tu suerte, y tal vez fuera el camino más corto para fundirse con su musa…

El brutal impacto con el agua le hizo volver a la realidad, tras décimas de segundo se dio cuenta que, aunque con dolores, estaba entero y podía nadar, era momento de seguir concentrado.

Desde lo alto del volcán, la multitud gritó con pavor cuando lo vieron arrojarse al vacío, sin embargo, cuando lo vieron emerger, comenzaron a exclamar: «tangata manu… tanganta manu…» (hombre pájaro), tal vez también por la forma que adoptaron sus brazos al volar.

Había conseguido una cierta ventaja, pero no estaba todo hecho. Llegó extasiado tras nadar hasta el borde de la pared del motu, sin recobrar el aliento inició su ascenso. Manos y pies se cortaban con la roca volcánica, pero no había tiempo para el dolor. Miró hacia arriba, detectó el nido más próximo y trazó mentalmente el recorrido óptimo. En poco tiempo tenía el huevo afirmado a su frente y estaba listo para regresar. Buscó con la vista a su contrincante, no lo podía creer, le llevaba ventaja.

No tenía otra opción, volver a saltar, esta vez desde más altura y con el riesgo de romper su preciado tesoro en la caída, se jugaba todo a una carta, eso o la derrota, tomó su decisión sin saber si era la correcta o la última.

Varió la técnica de impacto con el agua, colocando los brazos estirados frente a su cara mirando al cielo, tratando de crear un tubo de protección al huevo, con piernas estiradas y juntas, además de los dedos de los pies apuntando hacia abajo, era un auténtico dardo humano. El dolor fue insoportable, quedó casi inconsciente sin poder respirar, sospechó alguna fractura o descoyuntamiento de articulaciones.

Se volvieron a oír gritos en Orongo, ahora si apostaban a que se había matado, las lágrimas comenzaron a brotar en los ojos de algunos e’epe, también en los de alguna momoko. Todos contenían la respiración mientras escudriñaban el océano buscando el emerger de una cabeza, o un cuerpo inerte flotando.

Súbitamente una figura apareció en la superficie con la fuerza de un delfín cuando salta, era Mata-ki, su rabia y fuerza interior le dieron energías para continuar, o lo conseguía o reventaba.

En ese momento se acabó la supuesta neutralidad y las emociones contenidas, los espectadores comenzaron a animar con fuerza a su representante favorito, y no solo los e’epe estaban con Mata-ki.

Tras el sprint a nado afrontó su última dificultad, ascender el acantilado del Rano Kau, el volcán. Brazos y piernas flojeaban, apenas podía respirar, pero su coraje alimentaba los músculos. Cada vez el primogénito del Ariki se acercaba más y más, tuvo sus dudas, pero no se dejó amilanar por ellas.

Los últimos metros fueron realmente emocionantes, Mata-ki venció in extremis situando el preciado huevo de pájaro fragata a los pies del Ariki, después se desmayó. Gritos de júbilo y vítores retumbaron en todos los rincones de la isla, tangata manu, el hombre pájaro, reinaría hasta la siguiente primavera.

Durante su reinado, Mata-ki trató de ser justo y continuista con el régimen establecido, proclamó la igualdad entre todos los habitantes de la isla, así como la posibilidad de acoger a nuevos e’epe como ciudadanos de pleno derecho, en el caso de que llegaran de ultramar. Solo se permitió una licencia, bautizar la playa norte, a la que llegaron, con el nombre de Anakena, algo que no fue entendido, pero que tampoco importó tanto.

Nunca se volvió a presentar a tangata manu, aborreció las intrigas del poder y se retiró a vivir tranquilamente en el norte de Rapa Nui, como los nativos denominaban la isla. Siempre fue un miembro respetado de la comunidad, cuya opinión se tenía muy en cuenta, la sombra de ser el primer hombre pájaro jamás le abandonó.

Fue feliz, tuvo esposas, a las que amó en cuerpo y parte de corazón, e hijos, a los que quiso con ternura y trató de transmitir su sabiduría y valores, de hecho, varios llegaron a ser tangata manu.

Siguió yendo todas las tardes a la cita con la puesta de sol en la playa de Anakena, en silencio, con la vista fija en el horizonte, daba gracias a la vida por haberle permitido una existencia tan singular. No había ningún día que no recordara al amor de su vida, sin haberlo sido, no había ocaso que no se imaginara junto al ser que le hechizó el alma. A veces, divisaba un punto en la lejanía y le daba un vuelco el corazón, hasta comprobar que no era más que una ola o una sombra en el mar. Otras, le entraba una tentación irresistible de adentrarse en el océano en busca de ella, pero su sentido común, y sus responsabilidades paternales le aplacaban. La distancia y el tiempo son para el amor lo que el viento para el fuego, apaga los pequeños y aviva los grandes, y el suyo estaba más vivo que nunca.

Se dice que el Moai ubicado en solitario al borde de la playa de Anakena, sobre la colina, es Mata-ki te vaikava, ojos que miran al océano, persona sabia y valiente, primer hombre pájaro, que vivió acorde a sus sentimientos y sentido del deber, aunque eso implicara arriesgar su vida, aunque implicara sufrir por el amor de quien ya no tenía.

Su primogénito, en su lecho de muerte, fue el primero en conocer la auténtica historia de su vida, hasta ese momento no compartió con nadie sus más íntimas reflexiones. Le pidió que se transmitiera de generación en generación, no por pervivir en el tiempo, si no para aprender de su experiencia.

Después de haber escuchado esta narración, mientras caminaba hacia el Bahari, no paraba de darle vueltas a lo que el Rapa Nui me había contado, ¿sería cierta? ¿la recuerdo tal y como me la contó? ¿o la he soñado?…

No lo sé, lo que sí es cierto es que, a veces, hombres normales pueden hacer cosas especiales, y que los sentimientos muchas veces superan a la razón. Sea como fuere, la contaré siempre que pueda, en memoria de Mata-ki te vaikava, y seguiré soñando, porque si no fuera por eso, no estaría aquí…

Sed felices.

Kike

PD: a las 23:30 GMT del día 23 nos encontramos en 26º 39′ S, 118º 43′ W, navegamos rumbo 271º a 6,5 nudos de velocidad. Viento del NNW de unos 15 nudos nos permite ir a vela, eso sí, ciñendo. Hemos recorrido 512 millas desde que zarpamos de Isla de Pascua, nos quedan 621 para llegar a la Isla Pitcairn.

Día 830 (22/2/2012): Mata-ki te vaikava (ojos que miran al océano). Parte 1.

Hoy no tengo muchas novedades, la navegación sigue más o menos igual, así que os voy a contar una cosa que me sucedió durante la estancia en Isla de Pascua.

Paseando por Hanga Roa, un día a media mañana, me entró hambre, así que compré una empanada y me senté en la puerta del comercio a comérmela. Al poco un hombre se puso a mi lado, claramente tenía rasgos Rapa Nui, ya entrado en años, corpulento y de aspecto fornido a pesar de su edad, pelo y barba largos y canosos. Comenzamos a charlar un poco de todo, de la Tapati, la historia de la isla, los Moai, etc. Su conversación era amable, pero también radical en algunos sentidos y con un aire misterioso, casi tratando de decir algo sin ser explícito.

De repente, como si hubiese decidido compartir un preciado secreto, espetó: en la isla hay tantas formas de ver la historia como familias, cuando no hay nada escrito, uno se guía por lo que se va transmitiendo desde los antepasados de generación en generación, ¿quieres saber la mía? -preguntó-, ¡encantado! -le respondí sin dudar-.

Su mirada se perdió en el infinito, su cara se relajó, su tono transmitía añoranza y orgullo, con voz pausada pero firme comenzó a contarme la historia del primero de su estirpe en Rapa Nui, Mata-ki te vaikava, que significa: ojos que miran al océano.

El nombre hacía justicia a la principal afición de Mata-ki, se podía pasar horas y horas contemplando el mar, sus olas, las puestas de sol… le fascinaba todo lo relacionado con aquel elemento, no en vano su sueño era convertirse en tangata tere vaka, como se denominaba a los expertos navegantes.

Mata-ki no era ni el más fuerte ni el más listo de la isla (situada en algún punto de Melanesia), sin embargo, era muy valorado en la comunidad por el buen equilibrio que poseía de ambas virtudes, sumadas a su tenacidad y sentido común.

Su vida era apacible y feliz; pesca, agua y vegetales abundantes facilitaban la existencia de un pueblo que se creía único sobre la faz de la tierra. Sin embargo, una idea siempre rondaba la mente de Mata-ki, ¿qué habría más allá de la línea en la que el cielo se une al mar? ¿en realidad somos los únicos hombres en el mundo? No le parecía lógico, pero los ancestros y el Ariki (rey) así lo afirmaban.

En alguna ocasión llegó a plantearle al consejo organizar una expedición de reconocimiento, ¿para qué? -le respondían-, aquí tenemos todo lo que podamos necesitar.

Mata-ki no tenía esposa, aunque sí bastante éxito con las chicas. La promiscuidad y la naturalidad eran algo arraigado en sus costumbres, siempre y cuando no existiera una unión en firme. Digamos que se conocían, o sencillamente disfrutaban, sin mayor sentimiento de posesión, hasta que decidían comprometerse públicamente, a partir de este momento la fidelidad si era importante. De hecho, podía llegar a castigarse con pena de muerte la infidelidad a un pescador que estuviera arriesgando su vida por alimentar a la comunidad, aunque esto rara vez había sucedido, y siempre se había solucionado por otros medios.

De todas aquellas con las que había estado, con una sentía de forma especial, la princesa Anakena. Su interés por ella era evidente, y así se lo demostraba; Anakena, sin embargo, se mostraba más bien caprichosa y dubitativa, nada era suficiente. No obstante, Mata-ki, hombre de ideas claras, sabía que, a pesar de todo, siempre actuaría como le indicara su corazón, y ella era quien en realidad le gustaba.

Una mañana el poblado se despertó revolucionado, el consejero espiritual del Ariki había tenido un sueño, en el que Tangaroa (su dios), le revelaba que una terrible amenaza de muerte y destrucción planeaba sobre la isla. Carreras, lamentos, corrillos comentando en voz baja… El Ariki se veía presionado a tomar alguna medida en breve que tranquilizara al pueblo.

¿Y qué hacer? No tenía ni idea, desconocía que tipo de peligro corrían y cuando se podía manifestar, pero por otro lado el consejero era firme en su presagio, no podía no hacer nada. Tras mucho meditar, se le ocurrió una solución al problema en base a las propuestas que en varias ocasiones le había realizado Mata-ki.

Enviaría un conjunto de exploradores a buscar nuevos territorios habitables, ellos serían la avanzadilla que se encargaría de preparar el terreno para el resto, que abandonarían su isla natal en el momento se materializara la amenaza. La expedición no regresaría, salvo orden en contra, su deber sería colonizar las tierras que encontraran, liberarlas de peligro y gestionar los recursos suficientes para alimentar a todo su pueblo.

Para poder ser encontrados navegarían siempre hacia el Este, hasta localizar la primera isla, en caso de que esta no ofreciera las condiciones adecuadas dejarían señales indicando la dirección en la que habían seguido navegado, y así sucesivamente.

Para Mata-ki no era el mejor de los planes, pero no podía discutirlo, además, le daba la oportunidad de cumplir ese sueño que siempre había tenido, y comprobar si las premisas de las creencias de su pueblo eran correctas.

Todo se dispuso con urgencia, los mejores maorí (expertos) carpinteros se pusieron manos a la obra para construir un gran catamarán lo suficientemente robusto para llevar a cabo tan arriesgada empresa. Se reclutó a una veintena de voluntarios, todos ellos solteros, diestros en las especialidades necesarias: guerreros, pescadores, navegantes, agricultores, así como los más habilidosos en el arte del tallado. Mata-ki los comandaría, conocía bien las estrellas y cómo orientarse con ellas, estaba habituado a dirigir equipos y, debido a su curiosidad y capacidad de atención, tal vez era el que tenía una visión más clara del conocimiento acumulado por su pueblo.

En dos semanas la expedición estaba lista para partir con la mejor y más habitable nave que se hubiera construido jamás, equipada hasta con fuego y un pequeño techado en el que guarecerse del sol y la lluvia, depósitos para agua y víveres en cada uno de los dos cascos, etc.

A todos se les llenaron los ojos de lágrimas en el momento de la despedida, a cada uno por una razón, pero teniendo también todos claro que no había elección. El Ariki lloraba porque enviaba a un futuro incierto a muchos de sus mejores hombres, los que se marchaban porque no sabían si volverían, los que se quedaban porque los iban a echar de menos, y Mata-ki sencillamente lloraba porque tenía el presentimiento que jamás volvería a ver a Anakena.

Las lágrimas se fueron secando con las manos hasta el momento en el que el catamarán apenas divisaba la isla, y desde la isla ya no se veía al catamarán. Era hora de que cada uno volviera a su función, los de tierra a continuar con la vida normal, y los embarcados a navegar.

Durante los primeros días los vientos fueron propicios y la pesca abundante. La moral era muy alta, y los elegidos estaban orgullosos de ser la punta de lanza de la supervivencia de su raza. Mata-ki organizó turnos de guardia y descanso, de modo que todos permanecieran ocupados en una tarea, pero a su vez nunca agotados. La navegación era sencilla, con la ayuda del sol por el día y aquella lucecita que siempre marcaba el norte por la noche, sabía exactamente qué rumbo seguir permanentemente.

El sexto día la situación cambió radicalmente, el cielo se tiñó de un color extraño, las nubes adoptaron formas amenazantes, el viento calmó como un mal presagio. Era evidente que algo malo iba a suceder, Mata-ki lo sintió en su estómago y comenzó a dar órdenes. Había que aligerar peso, lanzando por la borda todo aquello que no fuera imprescindible, vaciando depósitos de agua e incluso de comida, el techado también fuera, el fuego apagado, todos los hombres bien afirmados y listos para la acción, todos los elementos importantes bien trincados.

El viento comenzó a soplar con furia inusitada, inicialmente trataron de correr el temporal, pero llegó un momento en que la velocidad era tan elevada y el mar tan formado, que corrían riesgo de clavar uno de los cascos y volcar de proa, no había remedio, tendrían que capear. Desmontaron la vela y lanzaron todo lo que pudieron por proa, sujeto con amarras, eso les frenaría y mantendría la nave encarando el mar.

No se sabe cuántos días estuvieron soportando el temporal, el cielo estaba tan oscuro que apenas había diferencia entre día y noche. Las rachas eran tan fuertes que solo podían permanecer boca abajo pegados al suelo, si alzaban la cabeza podían salir despedidos volando. Todos pensaron que iban a morir, pero Mata-ki se encargaba de recordarles periódicamente que tarde o temprano pasaría, solo era necesario aguantar un poco más, cada minuto que pasaba el final se acercaba el mismo tiempo. Sus firmes palabras no dejaban opción alguna a la rendición, aunque él tenía su propia forma de evasión, cerraba los ojos y se imaginaba en los brazos de Anakena.

Cuando la tormenta pasó no tenían ni la menor idea de donde estaban, pero lo importante es que estaban todos vivos y podían seguir navegando. Mata-ki, para sus adentros, sabía que estaban perdidos para siempre, no era capaz ni de reconocer las estrellas del firmamento, jamás los encontrarían, pero seguiría cumpliendo sus órdenes, navegaría hacia el Este, buscando un lugar habitable, y en caso de encontrarlo esperaría preparando la llegada de sus compatriotas.

Varias lunas pasaron hasta que su intuición le dijo que había tierra cerca, el avistamiento de pájaros que se alejan pocas millas de costa y el rebote de un tren de olas, imperceptible para la mayoría de la gente, así se lo confirmaba. Por el periodo y la dirección calculó de forma aproximada la ubicación del obstáculo, y puso rumbo directo hacia él.

No pasaron muchas horas hasta divisar la silueta de una isla, ¡lo habían conseguido!, aunque para Mata-ki era una victoria agridulce, la esperanza es lo último que se pierde, pero las probabilidades eran muy bajas.

A medida que se acercaban fueron buscando un lugar adecuado en el que desembarcar, tras bordear el extremo Norte localizaron una preciosa playa de arena blanca y palmeras, no podía existir un sitio mejor.

Al llegar a tierra firme, tras meses de navegación y las numerosas vicisitudes pasadas, unos se abrazaban, otros lloraban, algunos se rebozaban en la arena cogiéndola con sus manos, como temiendo que se les fuera a volver a escapar, Mata-ki permanecía tranquilo, casi ausente, tal vez fuera el único realmente consciente de la situación.

No tardó mucho en llegar una comitiva para recibir a los recién llegados, todos estaban sorprendidos, ninguno pensaba que podían existir semejantes, y a la vez tan distintos físicamente. Los nativos eran más bajos y mucho menos corpulentos, barro y pinturas cubrían su piel, llenos de adornos confeccionados en base a plumas, trozos de árbol de plátano y conchas, dándoles un colorido aspecto. Los visitantes les sacaban la cabeza en altura, su piel cobriza solo estaba manchada por algún tatuaje, su único atuendo un taparrabos, sus orejas presentaban grandes lóbulos, deformados artificialmente desde la niñez.

Al principio únicamente se miraban, con timidez y respeto, pero tras el lenguaje universal de las sonrisas, ambos grupos se fundieron, reían, observaban todos sus detalles, se tocaban, se olían, incluso las más descaradas comprobaron con sus manos lo que había en la única parte de su cuerpo tapada.

En cuanto las miradas del Ariki de la nueva isla y Mata-ki se cruzaron, ambos entendieron que estaban líder frente a líder, no hicieron falta palabras. Sin dejar de mirarse fijamente a los ojos se fueron aproximando hasta situarse al alcance de los brazos, en ese momento Mata-ki, hábil para las relaciones personales, apoyó su mano sobre el hombro del Ariki, como símbolo de amistad y reconocimiento, pero no de doblegación. El Ariki, tras pensárselo durante unos segundos le correspondió, a lo que Mata-ki respondió con una sonrisa, acabaron dándose un abrazo que fijó las bases de las relaciones entre ambos pueblos.

Esa noche se celebró la mayor fiesta que se recordaba, nadie durmió solo, los navegantes pudieron descansar plácidamente tras su larga travesía.

A medida que trataban de comunicarse se dieron cuenta de que su lenguaje era muy similar, algunas palabras diferentes y detalles de pronunciación, pero en grueso, hablaban el mismo idioma.

Poco a poco se fueron integrando en la vida de la nueva isla, acogidos como hermanos, la única diferenciación era fruto de su tamaño, lo que les ganó el calificativo de tangata hanau e’epe (hombres de raza ancha), mientras que ellos denominaban a los oriundos tangata hanau momoko (hombres de raza delgada).

Perdonad, pero se me está haciendo tarde y tengo que bajar la meteorología, mañana os sigo contando la historia… solo que sepáis que a las 02 horas GMT del día 23 nos encontramos en 27º 00′ S, 116º 03′ W, navegamos rumbo 287º a 5,6 nudos, con mayor y génova. Nos restan 765 millas para llegar a destino.

Sed felices.

Kike

Días 824 y 825 (16 y 17/2/2012): Tapati

Tapati Rapa Nui es la fiesta más importante de la isla, se celebra todos los años entre fines de enero y mediados de febrero. Evoca el culto del Tangata Manu (hombre pájaro), con la diferencia que ahora son dos jóvenes candidatas las que compiten por ser declaradas reinas.

El formato actual se realiza desde mediados de la década de los sesenta, tras el reconocimiento de la ciudadanía de los isleños por el régimen chileno, país en cuyo territorio se integra. Este es un tema del que no se habla mucho, especialmente en fiestas, pero parece que existe un deseo de independencia. Hay un enorme cartel en una de las principales calles de Hanga Roa que aclara, para el conocimiento internacional, que la nación Rapa Nui jamás otorgó la soberanía a Chile. Desconozco más detalles, aunque sí nos comentaron que existe un buen nivel de autogobierno y un régimen fiscal especial, con numerosas ayudas, además de que únicamente los nativos pueden poseer tierras, que a su vez le van siendo otorgadas por el gobierno.

Volviendo al Tapati, este año las candidatas han sido Celine y Lili (podéis ver alguna foto suya en las imágenes que he subido), quienes junto a sus clanes familiares y amigos, han competido en pruebas deportivas, artísticas y culturales para acumular el máximo número de puntos. La participación es masiva e involucra a niños, adultos y ancianos, sean de allí o visitantes.

Ya os hablé del Haka Pei (deslizamiento en tronco de plátano desde lo alto de un cerro), además hay otras competiciones físicas, como una especie de triatlón (remo en bote de totora, maratón cargando racimos de plátanos y natación sobre flotadores de totora), regatas, distintas variedades de canoa, tiro de lanza, levantamiento de peso, apnea, carreras a caballo, etc.

Las hay que tienen mucho que ver con la tradición, entre ellas los tallados, tatuajes, pesca al estilo tradicional, confección de atuendos, etc.

Y por supuesto las artísticas, incluyendo cantos, desfiles, actuaciones en conjunto con música y coreografía, etc. Una de ellas me llamó mucho la atención por su originalidad, el Kai-Kai, una mezcla de arte figurativo, recitativo y destreza manual. Las competidoras (suelen ser mujeres), vestidas con trajes ancestrales, recitan una historia en Rapa Nui (vamos, no pillamos ni una, pero no hace falta entender para sentir), mientras la acompaña con una figura creada usando un hilo continuo que entrelaza usando sus manos. Las combinaciones son específicas y la tradición se remonta a tiempos inmemoriales.

En definitiva, hay como 40 pruebas, que realizadas a lo largo de dos semanas, deciden quién es la reina.

Las actuaciones nocturnas en el escenario del Hanga Vare-Vare son las que aportan color y ritmo. En ellas cada candidata cuenta con dos masivos conjuntos de danza, uno infantil y otro adulto. Vestidos con trajes típicos realizan un espectáculo en el que se valora la música, canto, coreografía y sincronización. Os aseguro que es imposible no sonreír y no moverse al ritmo de compases tan pegadizos, transmiten la alegría y la hospitalidad que en nuestras mentes se asocia a las islas polinésicas.

Eso sí, para nosotros nada comparable con la Farándula, el gran día del desfile. En esta competición cada una de las aspirantes debe reunir al máximo número de personas que, ataviadas por completo como sus ancestros, les acompañen en su comitiva, en la que además hay carros alegóricos y figuras talladas en piedra y madera que se van arrastrando.
Jose Carlos y yo teníamos decidido que íbamos a participar, así que a primera hora de la tarde estábamos en el punto de concentración para prepararnos. Desde luego la vestimenta masculina no requiere mucha tela, es la mínima expresión de un taparrabos. Tras colocárnoslo, ya muertos de la risa, nos dirigimos a la siguiente etapa, rebozarse en la piscina de barro rojizo (tipo arcilla), y vamos si lo hicimos, no quedó un milímetro cuadrado de nuestro cuerpo sin sumergirse. Una vez seco el barro sobre nuestra piel, pasamos a la fase de decorado, donde nos pintaron motivos tribales en cara y cuerpo con distintos colores.

En el momento nos vimos no nos reconocíamos a nosotros mismos (os invito a comprobarlo en las fotos), y por supuesto nos integramos al 100% con todo aquel colectivo que no paraba de hacer poses y danzas. Fue divertidísimo, por unas horas yo creo que la gente se olvidó de la civilización y volvimos a ser primitivos, la sensación me encantó.

Yo creo que nos vieron tan mimetizados y entregados que nos ofrecieron hacer de porteadores del carro del Ariki (rey), encantados aceptamos. Había que hacer fuerza, porque el Ariki está entradito en carnes (eso sí, se mueve con una gracia que es la monda) e iba acompañado de varias niñas y jovencitas. Un montón de turistas se paraban para fotografiarse con nosotros y cámaras nos filmaron, tras la sonrisa estaba el pensamiento: si supierais que soy de Valencia… pero no les iba a quitar la ilusión.

Acabamos ya de noche, agotados pero contentos, un día inolvidable, repleto de sensaciones y vivencias. Quitarnos todo aquel barro y pinturas no fue tarea fácil, tras media hora frotando dentro del mar y sucesivas duchas todavía quedaban restos, yo creo que hasta Australia veremos de vez en cuando alguna partícula.

La Tapati acabó la noche del 17 con una preciosa ceremonia de clausura que ensombreció un poco la lluvia en algunos momentos, aunque los Rapa Nui no se amilanaron por un poco de agua caída del cielo. En ella se proclamó como reina a Lili, la competición estuvo muy reñida.

Realmente hemos sido afortunados de haber podido coincidir con este evento, toda una experiencia…

Sed felices.

Kike

Días 820 y 821 (12 y 13/2/2012): Hanga Roa

Iorana korua! (hola a todos en idioma Rapa Nui)

Con las primeras luces del día llegábamos al principal fondeadero de Isla de Pascua, situado frente al único pueblo, Hanga Roa.

No fue sencillo localizar la pequeña zona donde hay algo de arena y la profundidad es razonable para echar el ancla, pero lo conseguimos. Es un lugar peligroso, dado que está muy abierto y expuesto al mar de fondo que casi permanentemente viene del Sudoeste, hay que estar permanentemente atento a la meteorología, para asegurar el barco o cambiar el fondeo en caso de ser necesario.

La primera impresión de la isla fue una mezcla entre amenazante, por la enorme rompiente que se aprecia a lo largo de casi toda su costa, y preciosa, más verde, de formas más suaves a lo que imaginábamos.

Según nuestra información, para bajar a tierra con la auxiliar había que meterse entre dos rompientes frente a la pequeña caleta de pescadores que constituye el único abrigo. Una cosa es leerlo y otra ver como inmensas olas rompían y barrían toda la zona, haciendo las delicias de numerosos surfistas. ¿Por ahí hay que meterse? No lo teníamos nada claro, así que hicimos un primer viaje de inspección para comprobar si éramos capaces de superar los enormes tubos. Analizando la situación vimos que calculando los trenes de olas teníamos una pequeña ventana para entrar y salir, eso sí, al más mínimo error nos podría la lancha por sombrero.

Los minutos de emoción en cada trayecto de ida o vuelta a costa han sido una constante en nuestra estancia, incluidos alguna buena remojada, una vez que se nos paró el motor a mitad y tuvimos que salir a remo (del susto creo que habríamos batido el record de velocidad en piragua), otra que nos equivocamos de zona y casi acabamos sobre las rocas, y las nocturnas, en las que apenas se veían las olas y nos teníamos que guiar más de nuestro instinto que de las sombras en el horizonte.

En la caleta nos esperaba Andy, un amigo que vive allí, nos acompañó a realizar las gestiones con las autoridades y nos dio una pequeña vuelta introductoria por Rapa Nui (como ellos la denominan), también Te Pito (el ombligo de la tierra) o Te Henua (el lugar más alejado de cualquier otro lugar poblado del planeta). Una que me gusta mucho es Mata Ki Te Rangi (los ojos que miran al cielo), el lugar donde vientos y estrellas orientan la existencia.

Pascua es la cima de una gran montaña de unos 3.000 metros de altura sumergida en el mar, casi triangular, con un antiguo volcán en cada uno de sus vértices, su máxima dimensión es de unos 25 Km, un poco más grande que Formentera (Islas Baleares).

La isla tiene una energía especial, además de su exuberancia natural, transpira tradición y ritos ancestrales, autenticidad y orgullo del pasado, no en vano ha sido cuna de una cultura milenaria que no tuvo contactos exteriores hasta 1.722.

Afortunadamente hemos podido coincidir con la Tapati (semana) Rapa Nui, en la que dos candidatas, con la ayuda de sus familias y adeptos, compiten por el reinado de la isla durante un año. Numerosas pruebas, fundamentalmente deportivas y artísticas, les hacen obtener puntos, además de mostrar la belleza y espectacularidad de su fiesta más importante.

El día en que llegamos se celebraba la Haka Pei, una prueba de valor en la que los participantes se deslizan por una colina sobre dos troncos de plátanos unidos por varas de madera, gana el que recorre mayor distancia.

No hay medios de transporte en Pascua, así que alquilamos unas bicicletas para llegar hasta el cerro Pu’i (Maunga Pu’i), a unos 15 Km de distancia, media hora según nos dijeron, pero en realidad más de hora y media pedaleando cuesta arriba, llegamos agotados.

El espectáculo que vimos, sencillamente impresionante, creo que toda la isla estaba allí, muchos ataviados con su vestimenta (o más bien todo lo contrario) típica. La pendiente de la colina es de 45º, alcanzan velocidades de hasta 100 Km/hora, sin posibilidad de frenar, «pa matarse…»

Al llegar abajo, los competidores saltaban, danzaban y adoptaban amenazantes poses tribales, el resto corría a abrazarlos y vitorearlos, no me extraña, tras la elevada dosis de adrenalina generada.

Me agradó comprobar la apertura y voluntad de integración hacia la gente de fuera, por ejemplo, durante la actividad estaba previsto un curanto (carne, pescado y tubérculos asados a las brasas, todo enterrado bajo tierra), pues bien, la comida era para todo el mundo, independientemente de su procedencia, no se hacen distinciones, y esto lo hemos podido detectar en otros momentos de las fiestas.

Una vez finalizado el Haka Pei volvimos a Hanga Roa, esta vez más cómodos y a velocidades de vértigo, ¿extasiados después de contemplar a los Rapa Nui? No sé, más bien porque era cuesta abajo.

Por la noche aprovechamos para cenar en la ciudad y dar una vuelta, vivir un poco su ambiente. Tampoco duramos mucho, estábamos agotados del día y de la travesía, la víspera apenas dormimos.

El día siguiente lo tomamos de relax y descanso, nos levantamos tarde, aprovechando para dormir de un tirón sin tener que hacer guardias. También hicimos algunas gestiones y reparaciones necesarias, con un barco nunca se acaba, además de buscar una conexión internet que funcionara, tarea muy frustrante, únicamente hay 3 lugares disponibles, con una velocidad realmente baja. La isla no tiene cable submarino, todas las comunicaciones van vía satélite, y eso supone una limitación importante.

A pesar de ello he conseguido subir fotografías y algún video, para los que no lo han hecho os recomiendo visitar los apartados correspondientes (podéis acceder a ellos a través de los vínculos situados en la parte derecha de www.aventuraoceanica.es), podréis contemplar imágenes de Chile, de la travesía o de la propia Isla de Pascua y el Tapati.

En siguientes reportes son sigo contando cosas de este mágico lugar.

Sed felices.

Kike