Días 1.028 a 1.041 (7 al 20/9/12): Dentro del pozo de huracanes

Hace ya algún tiempo que no escribía en el blog, durante estos días he estado más concentrado en seleccionar y subir imágenes (aprovechando que tenía conexión internet) y, por supuesto, durante la jornada en reparaciones del barco. Aunque todavía me quedan muchas por subir, si accedéis al apartado de fotografías de la web o a la página en facebook de Aventura Oceánica (a la cual os recomiendo que os suscribáis, ya que al ser un sistema de comunicación más ágil y fácil de actualizar, en cuanto estoy en puerto suelo volcar mucho contenido) podréis ver las novedades.

Las 80 millas de travesía entre The Blue Lagoon y Nadi fueron una autentica pesadilla, viento de proa con una intensidad de 20-25 nudos, y unas olas tan cortas y puntiagudas como las del dibujo de un niño, se encargaron de hacerlas bien incómodas y complicadas. No hubo más remedio que navegarlas a motor, los pasos son tan estrechos y plagados de arrecifes que no hay posibilidad de hacer bordos.

En cuanto nos fue posible nos desplazamos a Vuda Point Marina, situada entre Nadi y Lautoka, allí podríamos amarrar en puerto y acometer una serie de reparaciones que precisábamos realizar. A veces alguien me ha comentado: «siempre estáis reparando», así es el mundo de los barcos, el mantenimiento es constante y las cosas fallan cada dos por tres, como no sepas un poco de todo y seas capaz de arreglarlo vas listo.

En cualquier caso siempre hay cosas para las que precisas soporte, teníamos un problema en la vela mayor desde que salimos de Chile, estaba mal cortada, la baluma (la hipotenusa del triángulo que forma, por así decirlo) era demasiado larga, y por lo tanto no había forma de aplanar la vela. Desde entonces no habíamos encontrado ningún velero que nos ofreciera garantías y fuera razonable en precio. Con esto podremos mejorar la forma de la vela al navegar y ceñir sacando las máximas prestaciones.

También tenemos un grave problema con el compresor de buceo, perdió el aceite por una junta y gripó, estamos gestionando la reparación, pero no está siendo nada fácil conseguir las piezas, deben llegar de Italia.

El resto de trabajos los hemos realizado nosotros, abordo llevamos un buen surtido de herramientas, repuestos y materiales, y si de algo no disponemos nos lo inventamos.

Mi impresión es que Fiji no es mal lugar para hacer una escala técnica como esta o reaprovisionarse, encuentras casi todo y acostumbrados a los precios de Polinesia (2-3 veces los de España) nos parece barato (inferiores a los de nuestro país).

Al llegar me llamó la atención la forma de la marina, un angosto canal da acceso a una especie de laguna prácticamente circular, bien adentrada en tierra, allí se atracan los barcos de forma radial a lo largo del perímetro del circulo; no es la mejor manera de aprovechar el espacio, posteriormente aprendí el porqué de esta curiosa disposición.

Originalmente aquello era una cantera, de la que se extrajo la piedra para construir el aeropuerto de Nadi. Un empresario indio (los poseedores de la mayoría de los comercios) vio las posibilidades, prácticamente con dragar el canal y hormigonar los muros de la cantera la tenía hecha, además con un resultado óptimo para la protección de los barcos en caso de huracanes.

En los lugares expuestos a este tipo de desastres meteorológicos suele haber lo que se denominan «pozos de huracanes», normalmente pequeños recintos muy bien protegidos en los que se puede afirmar bien el barco y soportar no solo el terrible viento, si no las montañosas olas (en Niue, durante el último, llegaron a alcanzar los 30 metros de altura).

Parece que lo tienen bien estudiado, en el centro de la laguna hay un peso enorme al que sujetar amarras por popa, y en su perímetro vigas de acero clavadas en el suelo para sujetarlas por proa, en caso de aviso de temporal repliegan los barcos alejándolos de la orilla para que no lleguen a golpear.

Tienen incluso otro sistema si cabe más efectivo, enterrar los barcos. En la zona de varadero hay una serie de fosos (tipo los de los talleres mecánicos) de modo que los apoyan en el suelo quedando toda la quilla (orza) bajo tierra, haciendo prácticamente imposible que vuelquen y provoquen el tan temido efecto domino al caer unos barcos sobre otros.

Está claro que cada zona desarrolla su técnica para defenderse de las inclemencias del tiempo que pueden suceder.
Por lo demás es un lugar tranquilo, dotado de servicios básicos como lavandería, duchas, bar, pequeñas tiendas, etc.

Evidentemente los hemos aprovechado, tras meses lavando a mano o duchándonos a la intemperie primero con agua salada y luego enjuagándonos con la mínima cantidad de agua dulce, es un lujo ver como de una máquina sale la ropa ya limpia o que abres un grifo y brota toda el agua que quieras, incluso caliente.

Aunque intensa en cuanto a trabajo, ha sido una estancia agradable, está bien cambiar de vez en cuando, pero lo que nos motiva no son los puertos, echábamos ya de menos estar frente a una bonita playa, el buceo o el kitesurf, de modo que, tras acabar las tareas que nos habíamos marcado, hoy hemos zarpado de Vuda Point Marina rumbo al norte, allí nos han hablado de una isla maravillosa, ya os cuento a ver qué tal.

Sed felices

Kike

Días 1.014 a 1.019 (24 al 29/8/12): Navadra y el guardián de las langostas

Al norte de las Mamanuca, casi en el límite con las Yasawa, existen dos islas dispuestas casi en forma de boomerang con el vértice apuntando al Sudeste, la dirección del viento predominante. Navadra y Vanua Levu están prácticamente unidas por coral, y en la zona abierta del ángulo que forman hay un arrecife que protege su entrada, en resumen, un excelente fondeadero.

No hay rastros de civilización en ninguna de las dos islas, como mucho se encuentran los restos de hogueras en la playa, de las que probablemente disfrutaron los tripulantes de algún barco que allí recaló. Las dimensiones son pequeñas, entorno a un kilómetro de longitud por isla y no más de medio de anchura, a pesar de ello un territorio casi inexpugnable por su densísima vegetación y lo escarpado de su orografía, a excepción de las playas.

Con muchísima precaución encontramos un punto adecuado para echar el ancla, bastante profundo (20 metros), pero con muy buen tenedero (arena), a unos 100 metros de la playa, ya que la profundidad asciende bruscamente y toda la costa es una plataforma de coral.

El sitio es tan idílico que nos hemos quedado más de lo previsto, disfrutando del maravilloso entorno y la naturaleza que lo inunda.

Nada más llegar bajamos a explorar Vanua Levu, la que tiene una playa mayor con una barra de arena unida a un islote y es más accesible. Cogimos algo para picar, era ya casi la hora de la comida, pero nos dimos cuenta que se nos había olvidado el agua después de desembarcar, no hay problema, no se nos había olvidado el machete, con eso, un poco de maña y no mucho vértigo, los cocos proporcionan un agua excelente, nos permitimos el lujo de seleccionar unos bien verdes y hermosos.

Regresamos al barco después de la puesta de sol, con los ojos inundados de belleza, un montón de fotografías, cangrejos para hacer un arroz, conchas preciosas encontradas sobre la arena y unos cuantos cocos de reserva. Ha sido la tónica durante la estancia, las islas nos han provisto.

Cada día ha habido como mínimo una sesión de snorkel, además de alguna inmersión con botella, aunque al final creo que hemos disfrutado más las primeras. El coral es abundante, vivo y colorido, sobre todo en los 5 primeros metros de profundidad, en cuanto desciendes el muro de la plataforma, que cae a los 15-20 metros, comienza a escasear y la vida no es tan abundante. Infinitos peces pequeños de arrecife, aunque también algún que otro tímido napoleón, grandes meros, un águila marina, un tiburón de puntas negras y dos de puntas blancas. Uno de ellos se mostro excesivamente territorial, cada vez que nos veía ya no se separaba de nosotros, siempre cerca dando vueltas alrededor, acostumbrado a ser el rey del arrecife creo que no llevaba bien eso de que alguien le hiciera sombra.

La pesca con fusil ha sido abundante, varias noches la cena ha consistido en barbacoa en la playa asando el resultado de la incursión diaria, sobre todo peces loro y cirujano, aunque nos dijeron que allí se puede comer todo, el recuerdo de la ciguatera sigue estando muy presente.

Lo que no ha ido muy bien es la langosta, una noche me animé a ello y entorno a la 1 de la mañana me enfundé el neopreno y me metí en el agua armado con fusil y linterna. Nada más bajar, en el momento me disponía a sujetar la auxiliar anudándola a una roca del fondo, una langosta en el agujero por el que pensaba pasar el cabo, ¡qué pena!, no llevaba nada para atraparla, lo intenté con la mano, pero se escapó. Aquí es complicado, en el fondo hay mil pasadizos y recovecos profundos en los que ocultarse, se pescan entre 2 y 4 metros de agua, por lo que, aunque inicialmente las deslumbres, en el tiempo que tardas en sumergirte es muy posible que te vean y corran a un lugar del que jamás las podrás sacar. Es cuestión de estadística, encontrar una colocada de tal modo que puedas disparar con el fusil o que se esconda en un sitio al alcance de la mano.

En cualquier caso no estaba mal para empezar, si había una debía haber más, afirmé la lancha y empecé a recorrer la zona. Bucear por la noche en aguas tropicales siempre impone respeto, puedes tener encuentros desagradables, en Polinesia era demasiado peligroso, con la oscuridad los grandes tiburones (como los tigre) entran a comer a los atolones, y los no tan grandes se vuelven más agresivos, es la hora de llenar el estómago. Esta zona es mucho más segura, hay menos densidad de tiburones y los grandes se suelen quedar en aguas abiertas, más allá de los arrecifes exteriores, a unas 15 millas al Oeste.

Me costó un buen rato volver a encontrar los ojos brillantes de las langostas al reflejo de la linterna, seguidos de una negra silueta en la oscuridad, con esas antenas tan características. Un par estaban tranquilamente colgando de un repecho a unos 3 metros de profundidad, no era un tiro muy complejo, al menos podría atrapar a una de ellas. En el momento apuntaba, con fusil y linterna, una gran aleta pasó frente a mí, aunque estaba bajo el agua di un salto del susto. Seguí la sombra con la linterna, que iluminó unos ojos, se trataba de un tiburón de puntas blancas, de unos 2 metros de longitud, por la forma de moverse reconocí al que me había encontrado en otras ocasiones y se mostraba tan territorial.

Pescando peces por el día, a veces se ponía un poco pesado, pero esperando un poco acababa por alejarse y podías continuar con la pesca. En esta ocasión no fue tan condescendiente, se movía en círculos a mi alrededor cada vez más estrechos y de forma más violenta, no me gustó nada su actitud. Desde luego ni se me ocurrió disparar, solo faltaba una presa arponeada para que atacara sin muchos miramientos.

Esperé un poco, pero rápidamente me di cuenta que no se iba a ir, todo lo contrario, que cada vez estaba más nervioso, jamás había visto un puntas blancas tan enfurecido, la cosa pintaba mal, la retirada era la mejor opción.

Nadé con mucha delicadeza durante los 200 metros que me separaban de la auxiliar, no quería que malinterpretara ninguno de mis movimientos, también trate de enfocarlo todo el tiempo, seguro que la luz le desconcertaba y le impedía evaluar bien un posible ataque. No negaré que respiré de alivio en el momento salí del agua, regresaba mojado de madrugada y con las manos vacías, pero mejor no comer que ser comido, y en Navadra las langostas tienen un guardián, un fiero defensor al que burlar antes de poder disfrutar del excelente manjar.

Sed felices

Kike