Días 952 a 954 (23 al 25/6/2012): ¿Cómo se vive en una isla desierta?

Tranquilo, muy tranquilo, aunque no puedes bajar la guardia, debes ser capaz de resolver por ti mismo cualquier problema y competir con los depredadores para conseguir comida.

Estamos en Tahanea, un atolón desierto a 100 Km al Sudeste de Fakarava y 500 al Este de Tahití. Su lagoon es de tamaño mediano (24 millas por 6), desconozco si alguna vez estuvo habitado, los únicos vestigios de presencia humana que hemos detectado son los restos de una especie de cabaña de pescadores. No hay mucha información acerca de Tahanea, no aparece en las guías y únicamente están cartografiados sus pasos de acceso, el resto está en blanco.

El paisaje es digno de lo que podáis imaginar; sí, tiene aguas cristalinas, pequeñas islas, playas, cocoteros, coral, riqueza de vida salvaje por todos lados, etc.

En Tahanea el reloj no importa mucho, no vas a llegar tarde a ningún lado, todo lo que regula la vida son tus sensaciones (hambre, frío o calor, cansancio…)o está al alcance de tu vista: la altura del sol, el viento, las nubes y la rompiente en el paso (si la hay implica que la marea está bajando y por tanto la corriente es saliente, si no hay la corriente entra).

Tan lejos de todo, tan solitaria, y sin embargo tengo la sensación de estar en casa. ¿Os habéis plantado alguna vez porque tenemos ese sentimiento de felicidad cuando estamos en medio de la naturaleza? ¿Por qué nos resultan tan bonitas estas vistas? Yo creo que es lo que somos, es para lo que realmente estamos hechos, es nuestra esencia. En general vivimos de otro modo, como hemos aprendido, como la sociedad nos ha condicionado, y eso hace que a veces tengamos miedo de salir de nuestro entorno, nos sentimos más seguros en lo que conocemos, pero la realidad está fuertemente implantada en nuestro subconsciente, si lo dejas salir está ahí, también somos naturaleza.

Aquí la vida no es cómoda ni incomoda, es lo que es, y tienes que hacer lo que tienes que hacer, a veces de forma muy placentera, y otras aunque sea duro y no te apetezca nada.

Durante estos días el viento ha soplado con fuerza, rara vez ha bajado de los 20 nudos, y el cielo ha estado prácticamente siempre cubierto, una perturbación meteorológica.  Eso ha reducido nuestra actividad fuera del barco y de forma casi forzosa nos ha hecho descansar mucho, lo que también nos ha venido bien, aunque parezca que no, no paramos.

Como no pudimos aprovisionarnos de alimentos frescos en Fakarava, el mal tiempo no ha impedido que tengamos que salir a pescar, si no hay un supermercado cerca tienes que ir al hipermercado del mar.

Debido al viento las corrientes en el paso también han sido especialmente violentas, prácticamente imposible avanzar a nado en su contra, empleando todas tus fuerzas apenas consigues mantener la posición.

Pero a mal tiempo buena cara, y a grandes problemas grandes soluciones. He tenido que practicar una nueva modalidad de buceo, atado siempre a la lancha con un cabo, ya que si te separas de ella hay muchas probabilidades de que no consigas alcanzarla de nuevo.

Para localizar la zona donde bucear/pescar te echas al agua atado por la cintura y dejas derivar la auxiliar hasta llegar a un buen sitio, en ese momento te sumerges y la sujetas al fondo de donde puedas. Una vez fijos te unes a un cabo más largo y eso permite un poco de movimiento alrededor sin perder nunca la posibilidad de regresar.

Me está llamando la atención el comportamiento de los tiburones aquí, son muy voraces y más territoriales de lo que pensaba, en otros sitios han sido mucho más indiferentes, debe haber mucha competencia entre ellos.

Normalmente pesco siempre en el mismo sitio, un jardín de coral de unos 200 metros cuadrados en el límite interior del paso. Ayer, nada más sumergirme empezaron a dar vueltas a mi alrededor, creo que estaban a la espera, por si pescaba algo robármelo, y evidentemente hizo su aparición el gran gris roba-meriendas, aprenden rápido, son muy listos, pude reconocer también a un par de puntas negras que también estaban allí los días anteriores. Al cabo del rato se aburrieron y se fueron a su aire, momento que aproveché para pescar rápidamente y subir zumbando a la lancha, no esperé a ver si volvían.

Es muy distinto sentirte cazador a sentirte presa. Cuando eres cazador te sientes grande y fuerte, controlas la situación, estas tranquilo, decides lo que haces en todo momento, acechas. A la milésima de segundo tras arponear el pez comienzas a ser una presa de los tiburones, las tornas cambian, ya eres pequeño y vulnerable, miras a todos lados pensando cómo te vas a defender si te atacan, tu único objetivo es ponerte a salvo, ya no eres el más fuerte, te sientes acechado…  ¿se sentirán los peces así?  No debe de ser fácil la vida de un pequeño salmonete, o la de una gacela.

Hoy el panorama ha sido distinto, la corriente era incluso más fuerte que los días anteriores, los peces se pegaban al fondo entre el coral para no ser arrastrados, no se veían tiburones. Incapaz de nadar, me he mantenido a la espera de que algo pasara cerca de mí, y así ha sido, un incauto mero azul. Después de dejarlo en la lancha he seguido buceando, y no veáis la que se ha montado, de repente han aparecido como 20 tiburones, incluido el gran gris (le voy a tener que poner nombre, tengo ya una estrecha relación con él, nos vemos todos los días) que además se ha traído un colega del mismo estilo, pero que olfato más fino, ¿estará corriendo el rumor? Me imagino diciéndose los unos a los otros: venid, venid, que aquí hay un pardillo que pesca y se le roba fácil; pues oye, de momento vamos 3 a 1.

Esta tarde Jose Carlos estaba ya desesperado por bajar del barco, su pié sigue mejorando, pero todavía apenas puede caminar y tiene que descansar mucho. Hemos ido a pescar al curri en lancha al paso, se suelen coger pequeños atunes, barracudas, ukus, etc.  Nada que ver con lo que hemos capturado. Al echar el cebo en el agua, sin dar si quiera tiempo a hacer el nudo, una palometa. Los posteriores han sido más curiosos. Al poco ha picado algo de aspecto alargado, lo veíamos saltar del agua, tipo pequeña barracuda. De repente se ha visto unas enormes salpicaduras y algo ha comenzado a tirar con fuerza, hemos sacado del agua un tiburón de medio metro. Increíble, creemos que lo que ha pasado es que un tiburón más grande se ha comido toda la barracuda menos la cabeza, y que el pequeño ha llegado y la ha mordido. Lo hemos sacado del agua y con mucho cuidado le hemos quitado el anzuelo y devuelto al mar, a pesar de ser pequeño tenía unos dientes que de un mordisco se te lleva una mano. Ya de regreso algo todavía más extraño, ha picado un mero, en la vida había oído que un mero entrara al curri,  pero lo he visto con mis ojos, debía estar muy hambriento.

En cualquier caso ha sido un buen día de pesca, cenaremos mero, hemos congelado y con la palometa haremos conserva en aceite, debe ser como la caballa, seguro que esta bueno.

Mañana creo que el tiempo mejorará, podremos explorar un poco más la zona, ya os lo cuento en el próximo reporte.

Sed felices

Kike

Días 950 y 951 (21 y 22/6/2012): Me han robado la merienda…

Pero esto no es el patio de un colegio, aquí las cosas no son broma, estar solos en mitad de la naturaleza más salvaje tiene sus riesgos, aunque tratando de quitarle hierro, os voy a contar lo que sucedió ayer.

Primero os pongo en situación. Cuando llegamos al paso Sur de Fakarava parecía que los elementos se habían conjurado para que continuáramos camino: la marea estaba casi máxima y comenzando a vaciar (eso implica buena profundidad y corriente a favor), el viento continuaba del Noreste (no lo teníamos en contra), Jose Carlos se encontraba mejor y animado a navegar, y todavía había buena luz.

Ni siquiera paramos, tal cual lo atravesamos y salimos a mar abierto, dirección: Tahanea, un atolón deshabitado a unas 50 millas al Sudeste, del que teníamos muy buenas referencias.

Tras toda la noche navegando, al alba encarábamos la primera de las 3 entradas al lagoon interior. Una rompiente monumental nos hizo surfear y dar algún que otro bandazo, la corriente en contra nos obligó a acelerar el motor, pero fondeamos sin mucho problema al abrigo de un motu, entre dos de los pasos.

El sitio es realmente espectacular, desierto, naturaleza intacta, aguas cristalinas, etc. ya os lo describiré con más detalle. Después de descansar un rato me animé a bucear en el paso, con idea de tomar algunas imágenes y pescar para la cena.

Se nota mucha diferencia en el comportamiento de los peces cuando no están habituados a la presencia humana, tienen menos miedo, se aproximan más, son más curiosos, para lo bueno y para lo malo.

Llegado el momento de la pesca, dejé las cámaras en la embarcación auxiliar, tomé el fusil submarino, y empecé a buscar.
Como posibles objetivos cerca de la lancha solo había palometas, peces loro y cirujanos, pero me apetecía más un mero, es nuestro pescado de arrecife favorito.

Sin apenas darme cuenta me fui alejando, hasta que encontré una zona llena de coral plagada de meros. Saqué la cabeza del agua y evalué la distancia, tuve mis dudas, iba a tener que pegarme una buena nadada a contracorriente para regresar, pero todo fuera por una suculenta cena. Tenía tres o cuatro tiburones de puntas negras merodeando, pero no parecían peligrosos; entre nosotros llamamos «perritos» a los puntas negras, porque siempre están alrededor, pero son inofensivos, siempre y cuando no les amenaces.

Piqué y me sumergí, la profundidad sería de unos 7 metros, había tantos meros que la dificultad fue decidir a cual tirar, vi uno que tenía un tamaño adecuado (unos 3 kilos), apunté, disparé y ¡diana!, no erré el blanco.

No tuve tiempo ni de empezar a tirar del hilo para recuperarlo, súbitamente una sombra enorme apareció, no la había visto, sin margen a que pudiera reaccionar lo engulló entero, de un bocado.

Del susto casi salto del agua como un delfín, me dio un vuelco el corazón, se trataba de un tiburón gris más grande que yo, mediría dos metros y algo, surgió de la nada como un rayo.

La situación no era evidente, junto al pescado se había tragado la flecha, que a su vez está atada por un hilo muy resistente al fusil, situado en mis manos.  ¡Vaya caradura! Si quieres comer péscatelos tú, menudo sinvergüenza el tiburón gris este.

Soltar el fusil significaba perderlo y no tener oportunidad de volver a pescar en el arrecife (solo llevamos uno), así que lo tuve claro, agarré firmemente y empecé a aletear con fuerza, el mero debía estar ya en su estómago, pero al menos
recuperar la flecha. Aquello parecía el juego de ver quien tira más fuerte de la cuerda, aunque yo estaba en desventaja, casi me llevaba haciendo surf por el agua.

Menos mal que, afortunadamente, partió el puente al que estaba atado el hilo, y se lo llevo junto a la flecha, me quedé con el fusil en la mano.

Visto desde fuera la situación podría ser incluso cómica, porque se fue todo gordote y satisfecho (se diría sonriente), con la flecha en la boca (de un metro que medirá, apenas le sobresalían 30 centímetros, parecía que llevara un palillo), y yo me quedé con un palmo de narices, con la sensación del niño al que llega un abusón y le roba la merienda, ¡que listillo!

¿Y ahora qué hago?  La flecha no se la va a tragar, y si se la traga se muere, a ver si vamos a acabar cenando tiburón…  empecé a seguirlo, de un modo u otro se tendría que resolver la situación.

Al centenar de metros escupió la flecha, que quedó sobre el fondo, la recuperé limpia como si allí no hubiera pasado nada, luego se marchó del mismo modo que había aparecido.

No soy de los que se rinden fácil (será defecto o virtud, pero si no fuera por eso no estaría aquí), así que hice un nudo en otra parte, cargué de nuevo el fusil, y ya que parecía que aquella bestia se hubiera marchado, me dispuse a pescar de nuevo, tratando de olvidar el incidente.

Al primer disparo volví a atrapar otro mero un poco más pequeño que el anterior, tiré del hilo a toda velocidad y lo saqué fuera del agua con una mano, para que ni su movimiento ni su sangre atrajeran al tiburón roba-meriendas.

Empecé a nadar hacia la lancha con todas mis ganas, pero era duro, llevo 4 kg de lastre, más 2-3 Kg del mero fuera del agua con una mano, el fusil en la otra, y varios nudos de corriente en contra, pensé que no iba a llegar.

A los segundos miré a mi alrededor y ¿a que no sabéis quien estaba allí? Pues sí, el abusón, parece que la había tomado conmigo, me seguía de cerca a pocos metros, y visto que había fiesta se sumaron a la comitiva un par de tiburones de puntas negras, mencioné mentalmente a toda su familia en orden ascendente, y no precisamente para saludarlos…

Pasé un mal rato, asfixiado de la nadada con todo aquello encima, y un grupo de tiburones al acecho. Por un lado no podía parar de nadar, eso no solucionaba nada. Podía soltar el mero, pero en ese caso perdería el fusil, porque el nudo estaba atado a una parte que no se iba a romper, podía tratar de cortar el cabo con el cuchillo, pero ya puestos, preferí aguantar el tipo y si veía que el gris se atrevía a atacarme (los otros no lo iban a hacer), defenderme con la flecha y el mero, eso seguro que lo paraba.

Y aquello que no se acababa nunca, mira que aleteaba, pero los avances no eran significativos, y los pesados de los escualos sin quitarme ojo y sin separarse de mí.

Cuando lancé el pescado dentro de la lancha y subí de un salto estaba exhausto, me quedé un rato tumbado en el suelo tratando de recuperar la respiración y que el corazón no se me saliera por la boca.

Me incorporé y miré hacia fuera, no lo podía creer, seguían allí esperando, ¡qué barbaridad! ¡qué fijación! Se ve que le había gustado eso de robar peces, debe ser mucho más cómodo que cazarlos uno mismo. Me dieron ganas de tirarme al agua y liarme a guantazos, pero no habría sido muy inteligente, vale que te perdonen y no te ataquen, pero como les amenaces tu entonces si te llevas un buen mordisco con toda seguridad. Además, en el fondo, el animalito sigue su instinto, detecta una presa herida y su reacción es comérsela, es normal.

No le hice un corte de mangas por respeto, porque todavía me tenía que tirar al agua a desatar la embarcación (la dejé atada a un puente de roca en el fondo) y por si llamaba a su primo, el de Fakarva, y volvía a hacer un agujero en la lancha de un mordisco.

En fin, que en estas aguas la pesca submarina es un deporte de riesgo, una historia más para contar a mis futuros hijos, y si no tengo (que mal camino llevo), pues a mis nietos.

Hoy el viento ha soplado con fuerza y el día ha estado nublado, sumado al cansancio, ha hecho que no haya bajado del barco. Espero que mañana mejore y podamos ir a explorar un poco la zona, esto es precioso. La infección de Jose Carlos va descendiendo con el antibiótico, todavía tiene el pié hinchado, pero con mucho mejor aspecto, prueba de ello es que ya me está diciendo que aunque sea tumbado en la lancha se viene conmigo.

Sed felices

Kike

Días 941 y 942 (12 y 13/6/2012): El ataque del tiburón

Poco después de salir el sol reemprendimos camino hacia el Sur, dirección al paso de Tumakohua, que comunica el lagoon del atolón de Fakarava con el Océano Pacífico.

Un canal cartografiado (el resto no lo está) transcurre pegado a la costa interior del Este. Seguirlo es un placer para la vista: por el costado de babor preciosas playas de arena blanca al borde de motu densamente poblados de cocoteros, por el de estribor las aguas azules del cuasi mar interno.

Casi cuatro horas pasaron hasta llegar a nuestro destino, no se hizo largo, siempre había un punto interesante que contemplar.

La fama de Tumakohua de ser el paso más bonito de Polinesia está bien merecida, el paisaje es sobrecogedor, tanto sobre el agua, como bajo ella.

Fondeamos frente a un islote a unos 500 metros de él, la belleza tiene un precio, está plagado de arrecifes formados por el coral.

Durante la maniobra, el hilo de la caña de pesca se lió en la hélice, estaba suelto porque acabábamos de pescar un uku de unos 5-6 Kg. Me tiré al agua para desenredarlo, nada más sumergir la cabeza me llamó la atención el elevado número de tiburones que teníamos a nuestro alrededor, unos 20, sobre todo puntas negras, no parecían agresivos.

Mientras cortaba la línea (porque no hubo forma de sacarla), Jose Carlos limpiaba el pescado, eso atrajo todavía a más tiburones, empezaron a aparecer algunos grises y limón de buen tamaño.

Era una buena ocasión para tomar imágenes, me pasaron la cámara y empecé a ello, pero llegó un momento en que las cosas se complicaron, tuve que salir del agua, cada vez estaban más nerviosos, los ejemplares más grandes se acercaban demasiado moviéndose violentamente, alterados por la sangre y los restos del pescado.

Ya puestos, atamos la cabeza del uku a un cabo y la lanzamos al agua, jugando con ellos para ver si la atrapaban. Nos quedamos sorprendidos de su voracidad, un tiburón gris casi se sube a la cubierta tras ella, acabaron cortando el cabo de 8 mm a dentelladas, como si fuera hilo de coser, eso sí, nada comparado con lo que sucedería el día siguiente.

Cuando acabamos de jugar, montamos en la embarcación auxiliar y fuimos a dar una vuelta por la zona. No hubo mucho tiempo hasta la puesta de sol, pero suficiente para una zambullida en el paso, reconociendo el terreno para el día siguiente, y un paseo sobre el motu situado frente a nosotros hasta el arrecife exterior.

Esta mañana los tiburones seguían ahí, parece que nos han tomado cariño, pero estaban más tranquilos, así que he aprovechado para bucear con ellos y filmarlos. Mientras Ángel y yo nos distraíamos con los escualos, Jose Carlos ha tomado la lancha para ir a comprobar si había buenas condiciones para hacer kitesurf.

Al cabo del rato regresó diciendo que había chocado con algo y pinchado uno de los laterales de la lancha, aunque no sabía lo que era, ya que no había visto nada. Tras sacar la embarcación del agua para repararla, hemos observado algo que nos ha dejado helados.

No era un pinchazo, era un mordisco, algo había arrancado un trozo de goma de unos 20 centímetros de diámetro, se veía claramente la marca de los dientes. Sin duda se trataba de un tiburón, para hacer eso debía tratarse de un ejemplar grande y una especie agresiva, posiblemente tigre, gris o martillo, con más de 3 metros de longitud.

Es muy raro que un tiburón ataque una embarcación, la teoría es que, sin querer, fue atropellado, a modo de defensa se giró y mordió, una reacción instintiva, un ataque intencionado no tendría sentido. De todas formas la moraleja esta clara, hay que tener mucho cuidado con cualquier cosa que pueda confundir o amenazar a los animalitos, no son bromas.

Superado el susto, me he acercado a nado al paso para bucear un rato, curiosamente había menos tiburones allí que bajo el barco. El coral es precioso, radiante de frondosidad y colorido. Bancos de peces se concentran en numerosos puntos, como muestra de la buena salud de la vida subacuática. Innumerables especies de arrecife se desplazan indiferentemente por doquier, casi inmunes a la presencia humana. He visto varios napoleones enormes, como de 60-80 Kg, uno de ellos se ha mostrado especialmente sociable, estaba siempre a mi lado, posando con mucho desparpajo, eso le ha valido un buen número de fotos y un par de vídeos, los podréis ver en breve.

Al llegar al barco, Ángel estaba preparando una fideuá de uku y jaiba (unos cangrejos grandes que atrapamos ayer), aunque el nombre suene raro, nos hemos puesto las botas, estaba excelente, un buen invento esto de adaptar la cocina de casa a los ingredientes se encuentran por ahí.

Sed felices

Kike

Días 927 a 932 (29/5 al 3/6/2012): Un lago dentro de otro lago…

¿Es posible que haya un lago dentro de otro lago? Nunca me lo había planteado, hasta conocer el Lagon Bleu, empiezo a pensar que en Polinesia casi todos los caprichos de la naturaleza son posibles…
El lagoon de Rangiroa es como un mar interior; 75 Km de Este a Oeste y 25 de Norte a Sur son dimensiones suficientes como para que una vez dentro de él no se divisen sus extremos, si no fuera por la cartografía y los instrumentos de navegación, a veces costaría creer que estas dentro de un atolón.
En su extremo Sudoeste, una línea de motus y arrecifes forman una especie de inmensa piscina natural situada entre el lagoon y el arrecife principal, de unas dimensiones aproximadas de 1Km por 500 metros.
Llegar hasta allí desde Tikehau nos costó más de lo que pensábamos, viento y corriente en contra nos obligaron a hacer noche en Avatoru (uno de los dos pasos de entrada a Rangiroa), donde existe una población de 400 habitantes llamada del mismo modo. El muelle para el barco de aprovisionamiento estaba disponible, no hizo falta fondear, nos abarloamos. Día y noche, algunas personas pescaban con rudimentarias artes a nuestro alrededor. Hilo en mano, con una piedra y un anzuelo atados en el otro extremo, lo lanzaban (tipo onda) a las aguas del paso, un par de tirones y al sacarlo, la mayoría de las veces, venía cargado con un pez de buen tamaño, incluso vimos salir un tiburón de 90 cm, que afortunadamente fue devuelto al mar. Avatoru no es una excepción a la elevadísima densidad de vida que se concentra en los pasos, los chapoteos, peces saltando y en la superficie, eran constantes. Tanto es así, que la curiosidad me pudo y me zambullí con una linterna durante la noche, aunque no me alejé más que unos metros del barco, me avisaron que un grupo de tiburones martillo aprovecha la oscuridad para entrar y comerse a las rayas, también es habitual encontrar algún tiburón tigre, y la verdad, no son el tipo de encuentro nocturno más sugerente, a su hora de la comida, y con poca visibilidad no son buena compañía. Estuve un rato contemplando los bancos de peces que se concentraban a nuestro alrededor, y como los depredadores (sobre todo palometas) los acorralaban y engullían.
Poco después del amanecer continuamos camino, tras 3 horas de slalom entre corales llegábamos a un nuevo paraíso, el Lagon Bleu (lago azul), su nombre no es casual: aguas lapislázuli, rodeadas por barrera de coral y pequeñas islas repletas de cocoteros,  espectaculares playas de arena blanca, una combinación de ensueño.
Hicimos un primer intento de desembarcar en el motu más cercano, pero no llegamos, unos metros antes del arrecife algo enorme se movía bajo el agua, eran mantasrraya gigantes, segundos después todos buceábamos. El paisaje de coral era tan bonito, y había tal cantidad de vida, que nos quedamos embobados mirando hacia todos lados, olvidamos casi por completo que nuestra intención era bajar a tierra.
Durante horas nos dedicamos a admirar el vuelo y las piruetas de las mantarraya, los círculos que describían los tiburones a nuestro alrededor, los colores y la orografía creada por el coral, la increíble  cantidad y variedad de peces…
Desperté de un sueño de fantasía multicolor, en el que todos los seres vivos podíamos volar y jugábamos a observarnos con curiosidad, cuando me gritaron que íbamos a pasar la embarcación auxiliar sobre la barrera de coral para ingresar en el Lagon Bleu. Salí del agua con la sensación de regresar de otro mundo, sin tener muy claro en cuál de los dos mundos prefería estar.
Superar el arrecife no es sencillo, durante un buen centenar de metros hay que llevar en volandas la embarcación, dado que apenas hay unos centímetros de agua y la superficie está llena de salientes que cortan como cuchillas de afeitar. Imprescindible llevar un buen calzado (o ser un faquir). Una vez dentro, el fondo predominante es arena, salpicado de cabezas de coral.
En el momento estábamos todos listos a bordo, y había profundidad suficiente para el motor, surgió la pregunta del millón, ¿y a donde vamos? El paisaje era tan bonito en todas direcciones que costó decidir hacia dónde dirigirnos, fuimos a la playa de un motu cualquiera, y caminamos un poco por nuestro jardín del Edén particular. Durante el paseo los peces saltaban a nuestro alrededor, una morena salió disparada al vernos, las rayas se apartaban, pequeños tiburones nos merodeaban. Nos divertimos cazando algún cangrejo gigante y subiendo a las palmeras a por cocos.
Aquí los pasatiempos son diferentes a la televisión, internet o el whatsapp. Ya desde el Bahari, durante la tarde y parte de la noche, nos dedicamos a jugar con los tiburones; atábamos cabezas de pescado al extremo de un hilo y lo lanzábamos a unos metros de distancia, no tardaban en aparecer los escualos, poco a poco los íbamos acercando, tratando de esquivar los ataques a lo que debían considerar una presa muy escurridiza, se llegaron a concentrar una docena, y tarde o temprano ganaban ellos la partida, son muy rápidos, aunque su radio de giro es grande, si no aciertan a la primera tienen que dar toda una vuelta para volver a intentarlo. Puede parecer un curioso juego, pero es divertido, si vierais a los niños de Tikehau, su distracción es saltar sobre los tiburones desde el muelle, gana el que es capaz de sentarse a horcajadas sobre uno de ellos, yo creo que los animalitos les temen, cada vez que los vean deben salir disparados pensando en la que les espera.
Los más madrugadores del día siguiente fueron Daniel y Olga, nos avisaron de que en uno de los extremos del Lagon Bleu, en la salida de un pequeño canal que lo conecta con el lagoon principal, sucedía algo excepcional, los peces se arremolinaban en una formación cilíndrica que iba desde el fondo hasta la superficie, las mantas daban volteretas hacia atrás en la misma zona, los tiburones eran un enjambre, debía estar relacionado con los nutrientes que salían del lago más pequeño, cuyas aguas están a una temperatura mucho más elevada.
Jose Carlos y yo subimos inmediatamente a la auxiliar, los cuatro nos dirigimos hacia allá. La naturaleza es a veces espectacular y ser testigo directo de ciertos eventos un privilegio. Una especie de pequeños insectos o crustáceos se concentraban en la superficie, aparentemente un apetitoso bocado, bancos de peces los devoraban saliendo prácticamente del agua, la hacían hervir. A su vez, éstos eran objetivo de sus depredadores, extasiados por tal cantidad de comida concentrada. Sobre todos ellos, los tiburones, en la cima de la cadena alimenticia. Una auténtica escena de documental, que muestra lo apasionante de la aventura de la vida bajo el mar, y todo sucedía en unos 100 metros cuadrados, a escasos centenares de metros del barco.
Un poco más allá, en aguas muy someras, se producía otra escena no menos espectacular. Decenas de tiburones de puntas negras (no peligrosos en circunstancias normales) no cesaban de patrullar una zona en concreto. Describían círculos de amplio radio, me situé en su interior para captar algunas imágenes, y a pesar de que el agua estuviera un poco turbia, os aseguro que son dignas de película de terror, la secuencia previa a otra en la que alguno de los protagonistas es devorado.
Después de que casi todos los que estaban a nuestro alrededor comieran, era nuestro turno,  aunque nosotros elegimos un picnic de fiambres a la sombra de los cocoteros, frente a una playa de arena blanca bañada por las aguas turquesa del lago interior, no puede haber un restaurant con mejores vistas.
A una hora prudencial tuvimos que abandonar el Lagon Bleu y poner rumbo a Tiputa, Daniel y Olga tomaban su vuelo de regreso al día siguiente por la mañana, el camino se demora entre 3 y 4 horas.
Llegó el momento de la separación de nuestros amigos, con quienes tan buenos ratos hemos pasado. Con lágrimas en los ojos nos abrazamos fuertemente, sus palabras de despedida fueron de agradecimiento, según ellos, habían estado en el paraíso. Seguro que los volveremos a tener junto a nosotros en alguna otra etapa del viaje.
Jose Carlos y yo permanecimos un par de días en Tiputa, solucionamos un par de pequeñas reparaciones y preparamos al Bahari para nuestro siguiente destino: Fakarava.
Sed felices
Kike

¿Es posible que haya un lago dentro de otro lago? Nunca me lo había planteado, hasta conocer el Lagon Bleu, empiezo a pensar que en Polinesia casi todos los caprichos de la naturaleza son posibles…

El lagoon de Rangiroa es como un mar interior; 75 Km de Este a Oeste y 25 de Norte a Sur son dimensiones suficientes como para que una vez dentro de él no se divisen sus extremos, si no fuera por la cartografía y los instrumentos de navegación, a veces costaría creer que estas dentro de un atolón.

En su extremo Sudoeste, una línea de motus y arrecifes forman una especie de inmensa piscina natural situada entre el lagoon y el arrecife principal, de unas dimensiones aproximadas de 1Km por 500 metros.

Llegar hasta allí desde Tikehau nos costó más de lo que pensábamos, viento y corriente en contra nos obligaron a hacer noche en Avatoru (uno de los dos pasos de entrada a Rangiroa), donde existe una población de 400 habitantes llamada del mismo modo. El muelle para el barco de aprovisionamiento estaba disponible, no hizo falta fondear, nos abarloamos. Día y noche, algunas personas pescaban con rudimentarias artes a nuestro alrededor. Hilo en mano, con una piedra y un anzuelo atados en el otro extremo, lo lanzaban (tipo onda) a las aguas del paso, un par de tirones y al sacarlo, la mayoría de las veces, venía cargado con un pez de buen tamaño, incluso vimos salir un tiburón de 90 cm, que afortunadamente fue devuelto al mar. Avatoru no es una excepción a la elevadísima densidad de vida que se concentra en los pasos, los chapoteos, peces saltando y en la superficie, eran constantes. Tanto es así, que la curiosidad me pudo y me zambullí con una linterna durante la noche, aunque no me alejé más que unos metros del barco, me avisaron que un grupo de tiburones martillo aprovecha la oscuridad para entrar y comerse a las rayas, también es habitual encontrar algún tiburón tigre, y la verdad, no son el tipo de encuentro nocturno más sugerente, a su hora de la comida, y con poca visibilidad no son buena compañía. Estuve un rato contemplando los bancos de peces que se concentraban a nuestro alrededor, y como los depredadores (sobre todo palometas) los acorralaban y engullían.

Poco después del amanecer continuamos camino, tras 3 horas de slalom entre corales llegábamos a un nuevo paraíso, el Lagon Bleu (lago azul), su nombre no es casual: aguas lapislázuli, rodeadas por barrera de coral y pequeñas islas repletas de cocoteros,  espectaculares playas de arena blanca, una combinación de ensueño.

Hicimos un primer intento de desembarcar en el motu más cercano, pero no llegamos, unos metros antes del arrecife algo enorme se movía bajo el agua, eran mantasrraya gigantes, segundos después todos buceábamos. El paisaje de coral era tan bonito, y había tal cantidad de vida, que nos quedamos embobados mirando hacia todos lados, olvidamos casi por completo que nuestra intención era bajar a tierra.

Durante horas nos dedicamos a admirar el vuelo y las piruetas de las mantarraya, los círculos que describían los tiburones a nuestro alrededor, los colores y la orografía creada por el coral, la increíble  cantidad y variedad de peces…

Desperté de un sueño de fantasía multicolor, en el que todos los seres vivos podíamos volar y jugábamos a observarnos con curiosidad, cuando me gritaron que íbamos a pasar la embarcación auxiliar sobre la barrera de coral para ingresar en el Lagon Bleu. Salí del agua con la sensación de regresar de otro mundo, sin tener muy claro en cuál de los dos mundos prefería estar.

Superar el arrecife no es sencillo, durante un buen centenar de metros hay que llevar en volandas la embarcación, dado que apenas hay unos centímetros de agua y la superficie está llena de salientes que cortan como cuchillas de afeitar. Imprescindible llevar un buen calzado (o ser un faquir). Una vez dentro, el fondo predominante es arena, salpicado de cabezas de coral.

En el momento estábamos todos listos a bordo, y había profundidad suficiente para el motor, surgió la pregunta del millón, ¿y a donde vamos? El paisaje era tan bonito en todas direcciones que costó decidir hacia dónde dirigirnos, fuimos a la playa de un motu cualquiera, y caminamos un poco por nuestro jardín del Edén particular. Durante el paseo los peces saltaban a nuestro alrededor, una morena salió disparada al vernos, las rayas se apartaban, pequeños tiburones nos merodeaban. Nos divertimos cazando algún cangrejo gigante y subiendo a las palmeras a por cocos.

Aquí los pasatiempos son diferentes a la televisión, internet o el whatsapp. Ya desde el Bahari, durante la tarde y parte de la noche, nos dedicamos a jugar con los tiburones; atábamos cabezas de pescado al extremo de un hilo y lo lanzábamos a unos metros de distancia, no tardaban en aparecer los escualos, poco a poco los íbamos acercando, tratando de esquivar los ataques a lo que debían considerar una presa muy escurridiza, se llegaron a concentrar una docena, y tarde o temprano ganaban ellos la partida, son muy rápidos, aunque su radio de giro es grande, si no aciertan a la primera tienen que dar toda una vuelta para volver a intentarlo. Puede parecer un curioso juego, pero es divertido, si vierais a los niños de Tikehau, su distracción es saltar sobre los tiburones desde el muelle, gana el que es capaz de sentarse a horcajadas sobre uno de ellos, yo creo que los animalitos les temen, cada vez que los vean deben salir disparados pensando en la que les espera.

Los más madrugadores del día siguiente fueron Daniel y Olga, nos avisaron de que en uno de los extremos del Lagon Bleu, en la salida de un pequeño canal que lo conecta con el lagoon principal, sucedía algo excepcional, los peces se arremolinaban en una formación cilíndrica que iba desde el fondo hasta la superficie, las mantas daban volteretas hacia atrás en la misma zona, los tiburones eran un enjambre, debía estar relacionado con los nutrientes que salían del lago más pequeño, cuyas aguas están a una temperatura mucho más elevada.

Jose Carlos y yo subimos inmediatamente a la auxiliar, los cuatro nos dirigimos hacia allá. La naturaleza es a veces espectacular y ser testigo directo de ciertos eventos un privilegio. Una especie de pequeños insectos o crustáceos se concentraban en la superficie, aparentemente un apetitoso bocado, bancos de peces los devoraban saliendo prácticamente del agua, la hacían hervir. A su vez, éstos eran objetivo de sus depredadores, extasiados por tal cantidad de comida concentrada. Sobre todos ellos, los tiburones, en la cima de la cadena alimenticia. Una auténtica escena de documental, que muestra lo apasionante de la aventura de la vida bajo el mar, y todo sucedía en unos 100 metros cuadrados, a escasos centenares de metros del barco.

Un poco más allá, en aguas muy someras, se producía otra escena no menos espectacular. Decenas de tiburones de puntas negras (no peligrosos en circunstancias normales) no cesaban de patrullar una zona en concreto. Describían círculos de amplio radio, me situé en su interior para captar algunas imágenes, y a pesar de que el agua estuviera un poco turbia, os aseguro que son dignas de película de terror, la secuencia previa a otra en la que alguno de los protagonistas es devorado.

Después de que casi todos los que estaban a nuestro alrededor comieran, era nuestro turno,  aunque nosotros elegimos un picnic de fiambres a la sombra de los cocoteros, frente a una playa de arena blanca bañada por las aguas turquesa del lago interior, no puede haber un restaurant con mejores vistas.

A una hora prudencial tuvimos que abandonar el Lagon Bleu y poner rumbo a Tiputa, Daniel y Olga tomaban su vuelo de regreso al día siguiente por la mañana, el camino se demora entre 3 y 4 horas.

Llegó el momento de la separación de nuestros amigos, con quienes tan buenos ratos hemos pasado. Con lágrimas en los ojos nos abrazamos fuertemente, sus palabras de despedida fueron de agradecimiento, según ellos, habían estado en el paraíso. Seguro que los volveremos a tener junto a nosotros en alguna otra etapa del viaje.

Jose Carlos y yo permanecimos un par de días en Tiputa, solucionamos un par de pequeñas reparaciones y preparamos al Bahari para nuestro siguiente destino: Fakarava.

Sed felices

Kike