Días 1.441 a 1.442 (25 al 26/10/13): Una discursión en medio del océano…

Soy tan viejo como el tiempo, estoy aquí desde que el mundo es mundo, ya soplaba con fuerza antes de que despuntaran las montañas, se formaran los océanos o surgiera cualquier tipo de vida -exclamó el viento-

Mi fuerza es infinita, sólo comparable a la que se oculta bajo la tierra, pero esa está muy lejos y es perezosa, pocas veces despierta de su letargo. Sin embargo yo soy omnipresente, desde el nivel del mar hasta los picos más altos, desde el centro de los océanos hasta el interior de los continentes, cada día desato mi furia en alguna parte del planeta, esa es mi naturaleza, y a decir verdad, a mi edad tampoco me viene mal hacer un poco de ejercicio de vez en cuando -siguió con su razonamiento-

Cuando me enfado el resto de los elementos se pliegan ante mí: agua, tierra o fuego; nada se me resiste, puedo borrar del mapa una ciudad, arrasar un bosque, e incluso, con el tiempo, convertir en arena la roca más sólida -pensó, muy seguro de sí mismo-

Desde la antigüedad los hombres me han adorado, temido, amado y odiado. Yo se lo he dado todo, les permití descubrir el mundo, comerciar, enriquecerse, colonizar tierras lejanas… Sin mí no habría lluvia, no tendrían agua, no podrían vivir… Me lo deben todo a mí, me deberían reverenciar como lo más sagrado -masculló entre dientes-

Hace ya casi 4 años que tengo un par de individuos por aquí navegando en un velero que no paran de quejarse a todas horas, que si ahora soplo muy fuerte y les molesto porque les hago moverse mucho, que si ahora muy flojo y no hincho bien las velas, parece que nunca estén contentos, ¿pero estos que se han creído? ¿que dar la vuelta el mundo a vela iba a ser un paseo en barca? pues están muy equivocados… y para colmo, después de haberlos impulsado durante muchos miles de millas, ni siquiera he sido el auténtico protagonista de una de esas tonterías que escriben contando sus peripecias -dijo enfadado-

Pues mira, ahora me voy, y ahí se las compongan solos -sentenció-

Pero el mar (que para los marinos no es «el mar», sino «la mar», en femenino) lo escuchó en sus quejas. Se conocen muy bien, casi siempre están juntos, desde hace tantos años que sería imposible contarlos. Como fémina, la mar, más comprensiva y compasiva, le replicó con un marcado acento andaluz, como corresponde a un mar del Sur:

«¡Pero hombre! No zea azí ¿a ti no te da ná de ve ahí a las pobre criatura que paresen una garrapata panza p’arriba? To er día moviendo las patita, vela p’arriba, vela p’abajo, y ze mueven meno que los ojo de la Mona Liza. Y por sierto, hablando de la Mona Liza, a ve cuando me lleva a Parí, que yo también quiero verlo…»

¡Si venga! A París te voy a llevar a ti, si por donde pasas lo destrozas todo -contestó el viento, entre enfadado y escéptico-

¡Diigo¡ ahora la curpa de to va a ze mía, zoy yo quien lo rompe ziempre to, míralo er zantito, zi cuando le empiezan a poné nombre a lo huracane ze le acaban las letra der abecedario… ¡Po mira!, zi alguna ve hago un destrozo e porque tú me empuja, porque yo, cuando tu no eztá, eztoy mu tranquilita -afirmó la mar del Sur, muy ofendida por el mordaz comentario del viento-

Bueno, no me cambie de tema -siguió argumentándole la mar-, ha er favó y le da un empuhonsito a los chiquillo, que lo eztan esperando en caza como er turrón, pa Navidá.

No sabía nada -se sorprendió el viento-

¡Clarooo! no me extraña, to er día liao con er movi y er wazá eze modenno, y ya no te entera de lo que paza en la Interné -recriminó la mar-

Mientras tanto, en el Bahari, ajenos a las tribulaciones de mar y viento, Joloc y Kike se concentraban en bajarse el último parte meteorológico. Como no les gustó, lo devolvieron preguntando si les podían enviar otro diferente, que ese no les venía bien, pero el hombre del tiempo, poco sensible a sus deseos, les contestó que no tenía otro, que los de buen viento se le habían acabado por hoy.

Como siempre, cabezones como ninguno, no se resignaron a quedarse con los brazos cruzados, quisieron quemar el último cartucho que les quedaba, que dadas las circunstancias, no era otro que invocar por sus propios medios al viento con la ayuda del algún ritual. Como sistema más efectivo (porque así lo habían visto en las películas) probaron con la danza india del viento, y no porque lo que mejor se les dé sea hacer el indio (esa afirmación sería cuanto menos cuestionable), sino porque con el estilo Michael Jackson corrían serios riesgos de descoyuntarse la pelvis, y con el break dance de abrirse la cabeza con un winche o la botavara.

Se plantearon encender la hoguera en cubierta para las señales de humo, pero rápidamente descartaron la idea, por un lado porque no es fácil encontrar leña en medio del océano (aunque de vez en cuando se ve algún tronco pasar que pone los pelos de punta), en segundo lugar porque las velas (aunque se llamen igual que las que arden) igual no se comportan muy bien con el fuego, pero lo más importante, porque un incendio sobre cubierta mancharía la teca de hollín, y luego cuesta mucho de limpiar.

Los más avezados pensarán ¡que pocos recursos!, se coge un mueble, se hace añicos y se prepara una buena fogata, ante lo cual la respuesta es evidente, ¡pues hazlo tú! ¿a ver si te atreves a hacerlo en el comedor de tu casa?

La cuestión es que, unos discutiendo por aquí, y los otros haciendo el indio por allá, pero el Bahari seguía sin moverse en medio del océano, más que un velero parecía un árbol plantado en medio del mar.

¡Po aquí vamo a tené que hasé argo! -seguía insistiendo la mar del Sur-

A mí no me mires, que yo ya he tomado mi decisión, y es inamovible, nadie debería osar cuestionarme -afirmó de nuevo el viento, altivo y obstinado-

La mar, que es muy intuitiva, tuvo claro que el enfrentamiento directo no iba a ser la solución, el orgullo del viento no daría marcha atrás, pero más lista y con pleno conocimiento de sus armas de mujer, se le ocurrió un camino alternativo…

Güeno, amo a dejarlo por er momento, oye, y estaba yo penzando, hace ya po lo meno 100 año que no comemo una buena fabadita, ¿preparo un puchero con frijone, choriso y zu buena pringá? – preguntó inocentemente la mar del Sur-

¡Uf! Ya sabes que me dan muchos gases ¿pero quién puede resistirse a esa delicia? ¡sea pues! Eso sí, cuidado con la sal, que se te va la mano, la última vez casi seco el Mar Muerto de la sed que me dio -contestó el viento-

No es objeto de este relato explicar cómo la mar consiguió los ingredientes y los cocinó, o cómo comieron, pero se supone que si son entes casi todopoderosos son capaces de eso, y mucho más…

Tras la opípara comida, en la que el viento engulló cantidades incomensurables de alubias, quedó satisfecho y de mejor humor, incluso se relajó y cayó en la típica modorra también conocida como la «siesta del borrego», hubiese deseado tener a mano un mullido sofá y una televisión para poner uno de esos documentales de animales que emite la 2 a mediodía, pero el sopor era tal que plácidamente se dejó llevar a los brazos de Morfeo sin mayor necesidad.

Entre ronquidos y murmullos guturales propios del sueño, se oyó un escatológico sonido sordo acompañado de un pronunciado silbido procedente de los bajos, la pesada digestión de las legumbres estaba haciendo su efecto.

Con una sonrisa pícara, y satisfecha de que su plan hubiera resultado, la mar del Sur pensó para sus adentros: «ya zabía yo que ezto no podía fallá, vamo, zi zon toh iguale…»

La llegada de una suave brisa puso en guardia a la tripulación del Bahari, dispuestos a aprovechar la mínima brizna de viento para avanzar aunque fuera unos metros, era un viento curiosamente racheado, más bien a ráfagas, un poco más intenso al principio (casi como una ligera explosión) , con un decreciente aunque sostenido desarrollo y un súbito final, pero tampoco se lo plantearon mucho y se pusieron a navegar, preguntándose si tal vez el ritmo de la danza del viento no había sido lo bastante intenso como para tener un viento constante.

Acunándolos en su seno con suaves movimientos para facilitar el avance, la mar del Sur los observaba con una mirada tierna y protectora, con ojos vidriosos de emoción se planteó: «zi e que zoy una zentimentá, que me gustan a mí los finale felice, aunque e una pena que ezto do zean tan duro de pelá, porque ahora una doble boda abordo habría eztao de lo ma bonito, como eza que zalían por la tele en la zerie Vacacione en el Mar, y digo yo, como lo do zon capitane, y navegando, ze podrían haber cazao er uno ar otro ¿no?, ¡ozú! ezo zi que habría eztao preciozo»

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado…

Moraleja: cuando hay una encalmada en medio del océano puedes cabrearte o reírte, yo opté por lo segundo.

*Nota: todos los personajes, nombres, fechas y lugares que aparecen en la presente historia son pura ficción, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, y en el caso de que alguno sea tan evidente que lo que acabo de decir no cuele, bueno… pues dejémoslo en que eran exigencias del guión, espero que nadie se sienta ofendido, especialmente los elementos, a los que suplico que no nos lo tengan en cuenta ni tomen ningún tipo de represalia.

Sed felices

Kike

Días 1.436 a 1.437 (20 al 21/10/13): El alisio sopla con fuerza

Navegación oceánica en estado puro, eso es lo que estamos viviendo durante estos días de travesía surcando las aguas del Atlántico Sur.

El viento no amaina, sigue fuerte en su deseo de impulsarnos hacia el Norte, camino de la isla de Santa Helena en primera instancia, para luego llevarnos al Ecuador.

La temperatura es baja (17-18ºC), al menos para lo que estábamos acostumbrados últimamente, si a eso se le suma la elevada humedad y el descenso de sensación térmica aparente debido al viento, el resultado es que la ropa de abrigo vuelve a ser la protagonista de nuestro vestuario, si algo se moja ya no se seca y donde mejor se está en los periodos de descanso entre guardias es en el camarote arropado dentro del saco de dormir, son los únicos momentos en los que uno se siente calentito y seco.

No ayuda que el sol haga días que no se digne a aparecer sobre nuestras cabezas, un cielo gris plomizo cubre el horizonte de lado a lado, las nubes son espesas y únicamente dejan pasar algunos rayos de luz directa ocasionalmente, parecen apariciones divinas.

A nuestro alrededor solo hay mar, desde que zarpamos de Sudáfrica no se ha divisado nada en la lejanía, ningún barco ni signo de vida humana, por las noches el radar no detecta más que algún chubasco esporádico y el rebote intermitente de las olas de mayor altura.

El paisaje es bonito a su manera, podría verse como un desierto infinito plagado de abruptas dunas de espuma blanca, como algo monótono, una trampa que te tiene atrapado y amenaza ponerte en problemas o engullirte al menor descuido; en el fondo es una muestra de que el planeta está vivo, las masas de aire australes corren por su superficie para compensar las diferencias de presión originadas por la elevada temperatura de las latitudes ecuatoriales, la fría corriente de Benguela fluye en el interior del océano como sangre por sus venas, transporta infinidad de nutrientes que posibilitarán la rica vida submarina del Oeste de África, el agua se pliega al empuje del viento, se amontona y desplaza en las formaciones que llamamos olas, que rompen cuando por gravedad ya no se soporta el peso de la columna de líquido elemento. Todo forma parte de un sistema que permite que el mundo sea tal y como lo conocemos, y que la vida se desarrolle en sus más escondidos rincones.

Ser capaz de aprovechar la fuerza de estos elementos para desplazarte hacia donde quieres (bueno, más o menos) provoca una henchida sensación de control y libertad, aunque si miras (y ves) a tu alrededor te das cuenta de que en realidad como especie no somos más que unos torpes aficionados que necesitamos infinidad de ayudas y siempre estamos pendientes de un hilo.

No hay más que observar como son capaces de usar el viento las aves marinas, hacen prácticamente lo que quieren, vuelos rasantes entre gigantescas olas en los que rozan con el extremo de sus alas el mar, picados en los que se sumergen y pescan sin mayor problema, y todo esto incluso bajo durísimas condiciones en las que nosotros tenemos suficiente con mantenernos enteros y a flote. O las grandes criaturas marinas, con sus migraciones de miles de millas sin necesidad de ningún aparato que les indique la posición, desarrollando una velocidad superior a la nuestra sin más que mover un poco su cuerpo, con una maniobrabilidad imposible para ningún ingenio naval humano. Ellos son los auténticos señores de los océanos, nosotros no somos más que invitados que deberíamos respetar al máximo un medio que no nos pertenece.

La dirección del viento se cierra, se desplaza progresivamente hacia el Sudeste o Estesudeste, eso implica que nos viene excesivamente de popa y ya no podemos hacer rumbo directo, nos tenemos que desviar para poder mantener un ángulo adecuado con respecto a él, tendremos que hacer bordos, por el momento mantenemos uno casi hacia el Oeste, más adelante tendremos que trasluchar y arrumbar a Norte. Los desvíos implican más millas, que se suman a la larga cuenta que tenemos pendiente, pero si algo hay que aprender en el mar es el estoicismo y la templanza, la situación es la que es, y por mucho que quieras no va a ser de otra manera, sin lamentos uno adapta velas y rumbo, y da gracias porque podría ser mucho peor, siempre puede ser peor, y lo hemos comprobado en multitud de ocasiones.

La vida abordo se ha convertido en una especie de rutina solo alterada por problemas puntuales o necesidad de maniobras, mientras tanto, durante las guardias uno vigila periódicamente velas y sistemas de navegación, haciendo las correcciones oportunas, en los descansos el tiempo es tuyo, para todo aquello que siempre quisiste hacer pero no te daban las horas, cada uno lo emplea como le apetece, además de dormir un poco.

A las 02:00 horas GMT del día 22 nos encontramos en la posición 25º 25’S, 005º 09’E, aproximadamente unas 830 millas al Sudeste de Santa Helena, navegamos rumbo 295º a velocidades entre 8 y 12 nudos, las olas son como montañas rusas y nos aceleran y frenan, tenemos únicamente la mayor desplegada con el primer rizo tomado, viento sostenido de 25-30 nudos del Sudeste, olas de 3-4 metros por popa.

Sed felices

Kike

Días 1.428 a 1.432 (12 al 16/10/13): Cape Town, la ciudad del cabo

Comenzó como un mero puesto de aprovisionamiento de alimentos frescos y agua para los barcos que se dirigían hacia el Cabo de Buena Esperanza, rumbo a las indias. Los restos de un naufragio holandés, a mediados del siglo XVII, dieron origen a la construcción de un fuerte que se ocuparía permanentemente para ayudar a las castigadas tripulaciones en su largo viaje desde Europa, muchas veces afectadas de escorbuto.

Los portugueses habían descubierto la ruta más de 150 años atrás, bautizándola como el cabo de las tormentas, aunque rápidamente su rey le cambio el nombre por Buena Esperanza, de otro modo pocos voluntarios iba a conseguir para explorar y establecer las rutas comerciales que deseaba.

Sin embargo, los aborígenes vivían allí desde el origen de la humanidad, hay restos de homínidos que confirman su presencia desde hace millones de años, aunque poco se sabe de del pasado de los pobladores hasta la llegada de los europeos.

La historia de Sudáfrica es una historia de luchas entre hombres (holandeses – los boers-, ingleses e indígenas) y del hombre por conquistar un vasto territorio rico y virgen, pero plagado de peligros. El descubrimiento de minas de oro y diamantes desencadenó guerras por su control económico, aunque tal vez la etapa más negra (y no es un chiste), por ser más reciente y conocida, fue la del Apartheid, que duró hasta 1.994.

Al ver una ciudad tan moderna y desarrollada como Ciudad del Cabo a uno le cuesta pensar que esta en el mismo continente africano que ve morir a muchos de hambre y que alberga tantas guerras intestinas que a nadie interesa parar. Pero no es oro todo lo que reluce, y a pesar de que Sudáfrica es con mucho el país más rico del continente, también está en las primeras posiciones mundiales de desigualdad social y de delincuencia violenta, la sombra del racismo sigue planeando, aunque no es explícito, pero no hay que ser muy observador para darse cuenta de que en la mayoría de sitios no hay mezcla racial.

Desde el punto de vista de un visitante que tiene mucho cuidado de no meterse en problemas solo se aprecia lo positivo, y Cape Town tiene mucho que ofrecer, es una ciudad bonita, rodeada de preciosas vistas, dotada de excelentes servicios y repleta de atracciones turísticas, en general enamora a todo aquel que la conoce.

Para nosotros Ciudad del Cabo también ha supuesto una de las mejores escalas técnicas del viaje, además de ser la última oportunidad para conseguir y reparar ciertas cosas hasta España. La afición a la vela es evidente, gran cantidad de buenos barcos bien construidos, regatas casi a diario, frenética actividad en el Royal Cape Yacht Club, y lo que más nos interesaba, posibilidad de encontrar prácticamente cualquier pieza de repuesto, material o servicio náutico, y además a precios muy competitivos.

Prácticamente la mitad del tiempo lo hemos destinado a reparaciones y trabajos en el barco, pero los días restantes los hemos aprovechado bien para disfrutar de la ciudad y su entorno.

Había una cosa que llevaba en mente desde el momento en que se diseñó el plan de viaje inicial, bucear con el gran tiburón blanco, Sudáfrica es uno de los pocos lugares del mundo en los que es posible de forma regular. Para ello hay que desplazarse unos 175 Km hacia el sudeste, hasta Gansbaai, un pueblecito situado en una pequeña península llamada curiosamente «Danger Point», a medio camino entre los cabos de Agujas y Buena Esperanza.

Elegí una mañana con buen tiempo, y viento y mar en calma, para tener más oportunidades de disfrutar la inmersión. Una vez fondeada la lancha, mientras la tripulación lanzaba restos de pescado y sangre al agua para atraer a los tiburones, se me pasó por la cabeza preguntar si me permitirían bucear fuera de la jaula para poder tomar mejores imágenes, al fin y al cabo he hecho incontables inmersiones rodeado de grandes escualos, estando atento a su lenguaje corporal no tendría porque haber ningún problema.

En cuanto vi aparecer al primero se me quito la idea de la cabeza, del fondo marino surgió una enorme sombra, los ejemplares adultos alcanzan 6,5 metros de longitud y 3.000 Kg de peso, era mucho más grande que la jaula y casi se equiparaba al tamaño de la embarcación. Emergió casi por completo del agua, abriendo unas fauces que podrían engullir un humano entero de un solo bocado, y sin rubor alguno lanzó una poderosa dentellada al cebo que había en el agua. No tardaron en aparecer varios colegas que por turnos se disputaban la «caza» de grandes cabezas de pescado atadas al extremo de un cabo.

Efectivamente no era muy razonable meterse sin protección en un agua plagada de los mayores depredadores del océano, que además en aquel momento estaban excitados con sangre y comida. Sin decir palabra ni pensar más tonterías me metí en la jaula cuando llegó mi turno, teniendo además cuidado de que ninguna parte de mi cuerpo sobresaliera de los gruesos barrotes.

Bajo el agua la visibilidad era muy mala y la temperatura bajísima (14ºC), tiritaba de frío mientras esperaba, de repente, a medio metro de mi cara apareció una gran aleta, luego una mandíbula gigantesca con afilados dientes, un ojo enorme… y un gran estruendo hizo temblar la jaula, si no hubiese estado agarrado con firmeza me habría golpeado con la parte trasera, el gran blanco había embestido contra nosotros…

No fue la única vez, realmente impresiona el poderío de estos colosos del mar, tienen la fuerza de varios toros (son puro músculo, su cuerpo no puede acumular grasa), unas mandíbulas con 5 filas de dientes que son el sistema del corte más eficiente de cualquier criatura viviente, son inteligentes y feroces, no dudan en atacar a presas de su mismo tamaño, en un sprint pueden alcanzar 40 nudos de velocidad, saltando por completo fuera del agua si fuera necesario, a veces llegas incluso a dudar si los barrotes de hierro serán suficiente protección.

Pero cuidado, no son esa criatura diabólica que retratan películas como «Tiburón», no es más que un animal salvaje que sigue su ciclo biológico. Los escasos ataques a humanos son más bien por confusión (en general surfistas que confunden con focas), no superan los 100 por año en todo el mundo (10 de ellos mortales), muchísimas menos víctimas de las que provocan por ejemplo avispas, abejas, serpientes, cocodrilos o hipopótamos. La pesca indiscriminada los ha llevado al peligro de extinción, sería una pena que esta máquina casi perfecta, coetánea de los dinosaurios y con millones de años de evolución, despareciera de los océanos.

Ciudad del Cabo tiene como mínimo dos visitas obligadas para cualquier turista. Una de ellas es Table Mountain, la montaña de formas cuadradas y cumbre plana omnipresente en el paisaje de la ciudad, los oriundos dicen que con ella no se pierden nunca, es visible casi desde cualquier lado y ayuda a orientarse. Existe un teleférico que sube hasta la cima, a algo más de 1.000 metros sobre el nivel del mar, desde arriba se disfruta de una soberbia vista 360º a la redonda, por abajo quedan las laderas sobre las que se asienta la ciudad, el puerto, las distintas playas y calas en las que se ubican barrios residenciales de lujo, e incluso mirando a lo lejos se divisa Cape Point, la segunda visita obligada.

Unos 15 Km al sur de la ciudad se encuentra False Bay, una bahía con forma de herradura abierta por el Sur, su límite occidental lo conforma la estrecha península del Cabo, declarada parque natural. En el extremo Sur de la península, en una especie de «T» invertida, se ubica el Cabo de Buena Esperanza en su punta más Oeste y Cape Point en la situada más al Este.

Desde tierra Buena Esperanza no es nada espectacular, más allá de su importancia geográfica y lo que representa para la navegación, el primer punto de África en que los navegantes pueden arrumbar hacia el Este, por eso se consideró durante muchos años el extremo meridional del continente y el lugar en el que el Océano Atlántico se encontraba con el Índico, pero con el desarrollo de la cartografía se descubrió que ese punto exacto era en realidad era el Cabo de Agujas.

Cape Point presenta un paisaje más imponente, rodeado de verticales acantilados de 200 metros se alza como uno de los señores del mar, la vista del océano y las rocas batidas por sus olas encoge el corazón, no quiero ni imaginar el pavor que supondría verse arrastrado hacia ellas por un temporal, una tragedia que se ha dado muchas veces en la historia. En su punto más alto está el antiguo faro, a 250 metros sobre el nivel del mar, también llamado el faro invisible, porque la niebla y nubes bajas lo cubrían frecuentemente, ocultando su luz, motivo de numerosos naufragios, ya que es peor saber que hay un faro y no verlo (piensas que estas a una distancia suficiente) que saber que no hay ninguno (extremas la distancia de resguardo). A los pocos años se tuvo que construir otro en su ubicación actual, mucho más baja y menos afectada por estos fenómenos atmosféricos.

Durante estos días tampoco han faltado las visitas al turístico Waterfront, la animada Long Street, recorridos por la ciudad o cenas con amigos, en fin, en Ciudad del Cabo si quieres no paras ni un momento.

Pero de nuevo llega el momento de partir, las fechas no perdonan y el tiempo pasa rápido, todavía nos quedan muchas millas por delante y poco tiempo si queremos llegar a Valencia antes de Navidades.

El Bahari ya está listo, reparaciones hechas, repostado, estibado y arranchado, de modo que mañana por la mañana temprano zarparemos hacia una larga travesía que nos llevará hasta la remota isla de Santa Helena, en mitad del Atlántico Sur, a 1.700 millas de distancia (entre 10 y 15 días de navegación).

Sed felices

Kike

Días 1.422 a 1.424 (6 al 8/10/13): ¡Cruzamos el cabo de Buena Esperanza!

¡Tercer intento de doblar el cabo de Buena Esperanza! Pasado el temporal nos lanzamos de nuevo al mar para tratar de franquear el extremo austral del continente africano.

A última hora de la tarde del sábado entrábamos en el puerto de Mossel Bay, prácticamente in extremis, mientras arriábamos frente a la bocana veíamos la furia blanca que se aproximaba velozmente hacia nosotros. Durante la aproximación y atraque el viento era tan fuerte que las gotas de agua (no se sabe si de lluvia o de la que levantaba el mar) hacían daño en los ojos, no se podía mirar hacia delante, me tuve que poner unas gafas de nadar para conseguir ver algo durante la maniobra. 5 minutos más tarde y lo habríamos pasado realmente mal.

Llegamos empapados y ateridos de frio, aunque conseguimos una ducha caliente y una buena cena no hubo forma de quitarse la gélida sensación de humedad que duró hasta el día siguiente. Los miembros del Mossel Bay Yacht Club fueron extremadamente acogedores y atentos con nosotros, la solidaridad marina, nos despidieron con palabras de ánimo y deseos de buena navegación, una señora mayor, a quien todo el mundo llama “mami”, no dejó que nos volviéramos a mojar con la lluvia que seguía arreciando bajo el intenso viento, nos llevó en coche hasta el barco. La pena es que no sirviera de mucho, amarramos en un muelle para grandes navíos y durante la noche tuvimos que salir varias veces bajo el diluvio de agua helada para ajustar las defensas por el cambio de marea.

El domingo 6 por la mañana, tras confirmar que la meteorología cambiaba a una situación favorable, abandonábamos el abrigo del puerto y continuábamos con la travesía hacia Cape Town que tan complicada nos está resultando.

Todavía quedaban restos del temporal en forma de viento del Sudoeste (de proa) y enormes olas de mar de fondo coronadas por formas más abruptas levantadas por la brisa. Avanzar a motor era complicado y los pantocazos durísimos (parecía que el barco se iba a desmontar entero), de modo que izamos velas y nos pusimos a ceñir al máximo, cuando está escorado el Bahari pasa mejor la ola de proa.

Poco a poco fuimos ganando distancia efectiva haciendo bordos, hasta que llegó un momento en el que pudimos mantener rumbo directo al Sur del Cabo de Agujas, aunque todavía estaba muchas millas por delante.

Durante la noche el mar bajó y el viento se abrió un poco, tuvimos una navegación más cómoda, aunque a velocidades moderadas de 6-7 nudos, pero tampoco había prisa, con superarlo manteniendo el barco de una pieza, y nosotros dentro de él, nos valía.

A las 08:00 horas GMT del lunes 7, 10:00 horas locales, que coinciden con fecha y hora de España, franqueábamos el punto situado en 34º 54’S, 20º 00’E, esto es 4,5 millas exactamente al Sur del Cabo de Agujas, conseguíamos bordear el mítico cabo de las tormentas, ¡a la tercera va la vencida!

El sol brillaba con fuerza, una brisa de 15 nudos nos empujaba por el través, mayor y génova desplegadas rendían tributo a uno de los señores de viento y mar.

No hemos querido aproximarnos más porque está rodeado de bajíos y arrecifes, la corriente lleva hacia él y las olas se elevan a mayor altura y rompen con fuerza en sus inmediaciones. Desde la distancia lo hemos observado con la arrogancia y alegría de un David escapando de un Goliat, siendo consciente de que el otro es mucho más fuerte.

Desde aquí no parece tan temible, pero es porque hoy está de buen humor. En el fondo, al que hay que dar las gracias está al otro lado, el océano, sin más que mover un meñique nos arrodillaría pidiendo clemencia, a él jamás lo desafiamos.

Pero tampoco quiero cantar victoria, todavía nos queda un hito importante antes de llegar a Cape Town, Buena Esperanza, el otro cabo situado 90 millas al Noroeste, prevemos tener mucho más viento al llegar allí y el mar puede embravecerse con montañas de agua.

Y así ha sido, aparentemente según su criterio todavía no habíamos recibido bastante, no íbamos a pasearnos delante de los grandes y salir de rositas, a medida que nos acercábamos a Buena Esperanza el viento ha incrementado su intensidad y nos ha obligado a ir recortando vela para poder mantener estable al Bahari.

A primera hora de la noche navegábamos ya con 40 nudos de viento por la aleta, hemos tenido que poner el segundo rizo a la mayor y recoger por completo el génova, no aguantábamos más trapo. Las olas no se han querido perder la fiesta y nos catapultaban una y otra vez en larguísimas planeadas que parecían no tener fin.

Un poco más tarde, a las 22:30 horas, pasábamos frente al cabo de Buena Esperanza bajo condiciones de temporal, tal vez esa sea su forma de saludar, pero desde luego nos ha hecho sufrir hasta el último momento, el viento seguía arreciendo sin piedad y las olas se han cruzado ligeramente al barco, pero con su altura y potencia cada vez que nos impactaban casi nos hacían volcar.

Menos mal que todo pasa, a pocas millas de Ciudad del Cabo misteriosamente el temporal ha desaparecido gradualmente, hasta quedarse en una encalmada que nos ha obligado a recorrer las últimas millas hasta puerto a motor. Tal vez el Océano Atlántico, por el que ya navegamos, nos ha reconocido y nos da la bienvenida.

Sea como sea, doblar el Cabo de Buena Esperanza ha supuesto un importante desafío, técnico y físico, no en vano es uno de los dos lugares más peligrosos para navegar del mundo, nadie lo cruza a la ligera vaya en un sentido u en otro, la corriente de Agujas y su durísima meteorología son algo que uno siempre tiene que respetar si no quiere verse en un problema de gravísimas consecuencias, y aun así te sigues encontrando con temporales no previstos.

Hoy es un gran día para Aventura Oceánica, estamos orgullosos de tener en nuestro currículum los dos grandes cabos el planeta, y no porque nadie nos lo vaya a valorar, más bien porque como navegantes es el máximo desafío, una prueba de superación y sobre todo una intensísima experiencia.

Durante estos días en Ciudad del Cabo celebraremos este triunfo, pero para siempre quedará en nuestro recuerdo el día en que nos enfrentamos a uno de los monstruos de los océanos, el que tantas vidas y naufragios se ha cobrado entre sus fauces, el que hacía temblar a capitanes y tripulaciones, el segundo aro en la oreja de los veteranos del mar… y podemos contarlo…

Sed felices

Kike

Días 1.413 a 1.417 (27/9 al 1/10/13): El anticipo… ¡Temporal!

Zarpamos de Maputo plenamente conscientes de que nos dirigíamos hacia nuestro segundo gran reto del viaje: la travesía del Cabo de Buena Esperanza. Teníamos claro que durante las próximas semanas, hasta llegar a Ciudad del Cabo, debíamos ser muy prudentes y conservadores, aquí el mar no se anda con bromas y una mala decisión te puede costar la vida, y como os contaré a continuación, ya hemos tenido un pequeño anticipo…

¿Porque es tan complicado Buena Esperanza? Está considerado (después de Cabo de Hornos) como el segundo punto más peligroso para la navegación del planeta, su sobrenombre es el cabo de las tormentas, y no es por casualidad. En realidad la dificultad no reside en un lugar exacto, y si lo hiciera no sería en Buena Esperanza, sino en el Cabo de Agujas, que frente a lo que muchos piensan, es en realidad el extremo más meridional del continente africano. La zona peligrosa comprende prácticamente todas las aguas territoriales de Sudáfrica, especialmente el sudeste y sur, digamos que hasta franquear Buena Esperanza y llegar a Cape Town.

Los 3 factores fundamentales que condicionan la dificultad son: la corriente de agujas, la inestabilidad meteorológica y la escasez de lugares para refugiarse. La corriente de agujas fluye poderosamente hacia el Sudoeste bordeando África, en algunos puntos su intensidad alcanza los 6 nudos. La meteorología de la zona está condicionada por trenes de bajas presiones que vienen de la zona Antártica sin ninguna tierra que los frene, conllevando fortísimos vientos del Sudoeste. Como ya os he comentado en alguna ocasión, cuando la corriente se enfrenta al viento tiene como resultado olas grandes y abruptas, mucho más de lo que correspondería en condiciones normales, así que imaginaos lo que ocurre cuando se enfrentan estos dos colosos, bueno, incluso cuesta de imaginar, porque se han registrado olas de hasta 18 metros de altura, muros de agua imposibles de sortear.

La única forma de atravesar el área es estando muy atento a las previsiones, evitando los temporales de Sudoeste que se suceden cada 3-4 días y aprovechando para navegar entre ellos. Pero la meteorología no es una ciencia exacta, las experiencias de los que alguna vez se ha visto atrapados en esta situación son para echarse a temblar, no puedes avanzar porque tienes el viento en contra, pero tampoco puedes volver porque la corriente no te deja, un mar montañoso te envuelve, con gigantescas olas que te golpean por todos lados, una auténtica pesadilla de la que es muy difícil salir, como atestiguan miles de naufragios.

Desde el inicio de la travesía sabíamos que uno estos temporales llegaría en un par de días, por lo que nos planteamos inicialmente recalar en Durban, a 325 millas. Durante esta primera etapa de navegación no hubo ningún problema, un suave viento y la corriente nos ayudaron, costaba creer que ese mar se pudiera convertir en un infierno, pero nuestra información mostraba que el temporal se acercaba, y finalmente decidimos refugiarnos en el lugar más cercano, Richards Bay, 90 millas antes que Durban.

Una imagen en la bocana de puerto nos confirmó que la decisión había sido la correcta, un inmenso mercante yace allí partido en dos, hace aproximadamente un mes decidió zarpar desoyendo los avisos de mal tiempo, y el mar no lo perdonó, las gigantescas olas le hicieron tocar fondo partiendo hélice y timón, una vez sin gobierno acabó completamente destrozado (podéis ver fotografías en facebook). Si eso es lo que puede hacer con una enorme mole de acero y potentísimos motores, ¿qué podría hacer con nosotros?, mejor ni pensarlo…

Bien amarrados soportamos el paso del mal tiempo sin problemas, aprovechamos para reabastecernos (Sudáfrica es mucho más barato que Mozambique) y disfrutar de las comodidades de un país muy desarrollado.

El lunes a mediodía regresábamos de nuevo al mar, una excelente ventana meteorológica se abría por delante, tendríamos viento favorable que podría alcanzar los 30 nudos, eso añadido a la corriente nos haría ir muy rápido, con un poco de suerte podríamos avanzar un buen tramo.

Durante la tarde el viento fue arreciando, progresivamente tuvimos que ir recortando trapo hasta quedarnos sólo con la mayor con el primer rizo. Estaba siendo más fuerte de lo previsto.

A lo largo de la noche la situación no mejoró y las olas se iban haciendo cada vez más grandes, el Bahari volaba en planeadas de 16-17 nudos y mantenía velocidades estables por encima de 10, ciertamente íbamos muy rápido, pero nos estábamos acercando peligrosamente al límite.

Por la mañana el mar era un hervidero de espuma blanca, inmensas olas de 5 metros nos rompían por detrás, el viento sostenido rondaba los 40 nudos y las rachas superaban ampliamente los 50, un temporal en toda regla.

Tuvimos que recortar de nuevo la mayor tomando el segundo rizo, el barco aguantaba bastante bien porque el viento nos venía prácticamente de la popa, pero aun así se estaba volviendo excesivamente arriesgado, demasiado viento y unas olas cada vez más inmanejables.

Decidimos acercarnos a costa, según la previsión allí habría menos viento y menos ola, pero el margen en el que nos podíamos mover era estrecho, si nos aproximábamos a profundidades inferiores a 200 metros perderíamos la ayuda de la corriente, y en este caso, al venir el temporal de detrás, a mayor velocidad nuestra menor viento aparente y menor velocidad relativa de las olas que nos alcanzaban por detrás, nos convenía navegar rápido. Eso nos obligó a ir trasluchando una vez tras otra, una maniobra delicada con tanto viento.

Durante una de las trasluchadas, que al final hacíamos virando por avante para evitar el violento botavarazo, escuché un brusco sonido y de repente noté que el timón no reaccionaba, girar la rueda no tenía ningún efecto. Se me heló la sangre, quedarnos sin gobierno cruzados a ese enorme mar era una de las peores cosas que nos podían pasar, eso implicaba un revolcón seguro (y no de los placenteros), las olas se nos tragarían… Instintivamente me pasé a la otra rueda, la cual afortunadamente respondió, posteriormente comprobamos que había partido uno de los guardines (sistemas de transmisión) del timón, pero son independientes, de manera que aunque una falle la otra sigue funcionando. Ley de Murphy, no podía haber elegido un otro momento para romperse…

Antes del mediodía era evidente que las condiciones eran tan duras que no las soportaríamos mucho más tiempo, había que buscar un refugio, el más cercano, East London estaba a unas 170 millas, 16-17 horas a las velocidades que llevábamos, había que aguantar como fuera hasta entonces, no había más remedio, no existía posibilidad de regresar.

Una especie de explosión anunció un nuevo problema, el cabo de la contra de botavara había partido, normal, con tanta presión el material estaba trabajando al límite (o por encima de él), no había nada que hacer, ya repararíamos al llegar a puerto, la vela mayor no mantenía su forma, pero de este modo también vaciaba y liberábamos esfuerzos.

Tengo que reconocer que hubo momentos en los que pasé miedo, el horizonte estaba plagado de rompientes, las olas tenían un aspecto terrible, veteadas de blanco, escupiendo agua en horizontal, cada vez más abruptas y agresivas, si el vendaval continuaba podíamos tener graves problemas, no lo soportaríamos. Más de una vez rogué en silencio a Eolo y Neptuno, les pedí mostrando mi máximo respeto un poco de clemencia, que no apretaran más, que nos dieran un pequeño respiro que nos permitiera llegar a puerto, no los habíamos desafiado, ellos desataron su furia muy por encima de lo que habían anunciado.

Sin embargo el Bahari aguantaba como un campeón, sacando su raza y dando lo mejor de sí, le di las gracias en numerosas ocasiones, no sé lo que habría pasado de ir en otro barco. El piloto automático también hizo un trabajo excelente, a pesar de que cuando subía la racha y una ola nos alcanzaba un poco por el través se iba de orzada, recuperaba muy bien y mantenía un rumbo razonablemente estable, únicamente perdió el control en un par de ocasiones, algo muy aceptable bajo esas condiciones tan extremas.

Pero una de esas ocasiones fue una trasluchada involuntaria con el consiguiente golpe de botavara, fue tan duro que arrancó por completo los topes del carro de mayor, no hubo más remedio que arriar. Sufriendo un poco pudimos dominar la vela y recogerla, desplegamos un poco de génova a modo de tormentín y continuamos navegando, un poco menos estables que antes, pero asumible.

Ahora ya no quedaba ninguna duda, necesitábamos ir a puerto para reparar los desperfectos, en esas condiciones no podíamos afrontar una navegación de varios días más con una meteorología tan variable como la de Buena Esperanza, la recalada en East London se hacía necesaria y urgente.

Durante la noche el temporal empezó a remitir, la furia de los elementos se fue aplacando, las olas se volvieron más manejables y el viento se estabilizó en unos 30 nudos, para nosotros una brisa después de lo que habíamos soportado.

Poco después del amanecer cruzábamos la bocana de puerto adentrándonos en el Buffalo River para buscar un lugar de descanso, parecía que llegáramos de una guerra, aunque con la sonrisa de los vencedores, o al menos de los sobrevivientes. En cualquier caso, esto no ha hecho más que confirmar la extrema prudencia necesaria en estas aguas, puede no ser más que un anticipo, y si con viento y corriente a favor casi no lo aguantamos, no quiero ni imaginar lo que habría sido en contra, imposible, innavegable, el fin…

Los planes son dormir, comer bien, repostar, reparar, estudiar las previsiones con detalle y en cuanto el tiempo lo permita seguir navegando hacia Ciudad del Cabo.

Sed felices

Kike