Días 263 y 264 (4 y 5/8/2010): Tiempos duros…

El de hoy no es un relato acerca de paraísos, islas, playas, nuevos países o amables personas; normalmente intento no profundizar mucho en dificultades y momentos duros, pero dado que no funciona el envío de datos por satélite, y por tanto cuando leáis esto estaremos en tierra con una perspectiva mucho más positiva, creo interesante describiros crudamente como estamos viviendo estos días de navegación.

Desde que salimos de Fortaleza parece que el mar nos estuviera esperando con muchas ganas, no ha parado de demostrarnos su poder y lo insignificantes que somos a su merced. El viento no ha bajado de 25 nudos, subiendo en intensidad hasta más de 35 cuando así lo tiene a bien, lo que afortunadamente si se cumplió fue la previsión de rolada a la derecha (hacia Sureste), de modo que aunque desviados casi 70 millas al norte de nuestro destino podemos aguantar un rumbo casi Este puro, cuando nos estemos acercando ya trataremos de arrumbar al Sur.

El mar es nuestro principal azote, inmensas olas nos acompañan desde que abandonamos el abrigo del dique de protección de nuestro puerto de salida. Como sucede en ocasiones las olas no vienen de una sola dirección, unas lo hacen por la amura, haciendo que de vez en cuando demos duros pantocazos, y otras muy cercanas al través, vapuleándonos lateralmente con brusquedad. En cualquier caso su tamaño y tendencia a romper es suficiente para barrernos permanentemente la cubierta, de hecho llega a entrar agua al interior a pesar de tener la capota anti-rociones y la puerta superior de entrada cerrada.

La vida a bordo se vuelve complicada en estas condiciones, cualquier pequeña cosa se convierte en una ardua y peligrosa tarea. Moverse es casi tan complejo como hacerlo a lomos de un toro de rodeo, anoche, mientras intentaba tomar algo, un violento movimiento del barco me lanzo sobre la mesa interior sin que pudiera hacer nada para evitarlo, la arranque de cuajo, sin tregua el mismo movimiento me lanzo en sentido contrario sobre la cocina, menos mal que pude frenar el golpe con la mano buena. Apenas hemos podido comer desde que zarpamos, un poco de pan de molde, con trozos de un absurdo salami y algunos frutos secos es nuestro menú, imposible cocinar nada.

Con tanta escora, restos de gasoil y gasolina del tambucho de timonería han penetrado en la sentina interior a través del agujero que hay en el mamparo para que pase el escape del motor, está mal sellado. El agua de las olas cuyos salpicones entran por la puerta, mezclada con estos restos, ha hecho que se extienda por todo el barco un nauseabundo hedor a combustible que no hay manera de eliminar, no podemos ventilar el barco, debe estar cerrado para que no entren las olas y limpiar así imposible.

El panorama dentro es desolador, cosas tiradas por el suelo por los continuos bandazos que poco sentido tiene recoger, casi todo húmedo o mojado, un calor asfixiante, un olor insoportable, un continuo movimiento que te hace sentir como una canica en una caja de zapatos agitada violentamente por un niño, y todo ello hora tras hora, día tras día, sin perspectiva de la cosa cambie hasta llegar a destino, al final constituye un serio desafío para los nervios, la moral o la capacidad de sufrimiento.

Y fuera las cosas no son mejores, cada salida significa un chapuzón de agua de mar, para moverse por cubierta prácticamente hay que arrastrarse por el suelo agarrándose fuertemente para no salir despedido, hacer cualquier maniobra es una dura tarea. De hecho apenas salimos, durante la guardia asomamos periódicamente la cabeza al exterior para otear el horizonte, jugando de este modo a una peculiar ruleta rusa que se agrava por el hecho de no llevar radar, pero de otro modo tampoco aguantaríamos continuas guardias en el exterior, y tampoco es esta una zona muy transitada, desde que salimos no hemos divisado ningún barco, salvo las Jangadas de pescadores muy próximas a costa (son embarcaciones tradicionales con un casco tipo una tabla de surf enorme y una especie de vela latina que navegan sorprendentemente bien por estos duros mares).

Hemos tenido navegaciones más complicadas, pero para mí esta está resultando especialmente dura, la herida en el dedo hace que casi pueda usar solo una mano, y el miedo a mojarla me dificulta muchas cosas. No es fácil sujetarse de este modo, voy lleno de golpes y moratones por todo el cuerpo, tampoco lo son gestos cotidianos en la comodidad de nuestras casas, como asearse (no he podido desde que salimos, y no creo que pueda hasta que lleguemos), lavarse los dientes o sencillamente orinar, imaginaos sujetarse y hacer todo esto con una mano…

El que no está de guardia pasa sus horas tumbado en el camarote, es donde mejor se está, descansando, durmiendo, leyendo, intentando evadirte de la situación que te rodea. A veces sueño con que abriré los ojos y estaré en esa cama que tanto ansío estar…

Durante la guardia las horas pasan lentamente, tumbado en los asientos del salón o sentando en la mesa de cartas (porque no se puede estar de otra forma), monitorizando periódicamente los instrumentos de navegación, saliendo al exterior para detectar posibles obstáculos, corrigiendo el rumbo o ajustando las velas si es necesario, pensando…

Y a veces no puedes evitar plantearte que haces solo en medio del mar pasando calamidades, en lugar de estar cómodamente en una casa con la gente que quieres, si fuera tan sencillo teletransportarse como apretar un botón, más de una vez lo habría pulsado.

Pero por otro lado está la mente, el sentido común, que te hace asumir ese sufrimiento como cruz de una moneda cuya cara es increíblemente bella y resplandeciente, una experiencia única que pocos somos los afortunados de poder vivir.

Desde el principio sabia que esto no iba a ser un camino de rosas, tenía claro y asumía como justiprecio que en este viaje, en esta aventura, se sucederían momentos espectaculares y momentos duros, pero soy humano, no soy una máquina, y al igual que disfruto unos, no puedo evitar pasarlo mal en alguna ocasión con los otros, a pesar de que normalmente intente llevarlos de forma muy estoica.

En todo caso, con esta reflexión no pretendía más que acercaros un poco más a determinados momentos que vivimos a bordo, consciente de que a buen seguro, en breve, en cuanto lleguemos a un lugar tan espectacular como Fernando de Noroña, el cerebro sabiamente mitigara el recuerdo de los momentos negativos y se concentrará en los positivos, que cuando haya acabado la travesía la mirada hacia atrás se transformará en satisfacción por haber superado de nuevo una complicada etapa, y que sin duda, un proyecto como Aventura Oceánica compensa de sobra las dificultades para llevarlo a cabo.

Sed felices.

Kike