Día 443 (31/1/2011): Territorio inexplorado

El viento nos ha permitido navegar a vela durante toda la noche, aunque a lo largo del día se ha ido debilitando, hasta llegar al extremo que a primera hora de la tarde hemos tenido que arrancar motor para apoyar.

La ola también ha ido bajando, aunque sigue enorme, nunca baja de los 4-5 metros, a esta latitud no hay más tierra en todo el planeta que la pare, así que se genere donde se genere sigue ininterrumpidamente su camino hasta impactar con la costa chilena, y cuando se combina con otra generada por una dirección de viento diferente, el baile está asegurado.

La previsión ha cambiado, y para mañana se anuncian vientos fuertes contrarios, así que hemos tenido que analizar las opciones que teníamos y tomar una decisión.

Por un lado, con el tamaño de ola y vientos de proa, más que avanzar retrocederíamos, así que no tiene sentido seguir navegando, es evidente que hay que buscar refugio. El problema: imposible llegar de día a ningún fondeadero conocido, todos se sitúan a demasiada distancia, sin viento que nos impulse y un motor que no podemos forzar debido a las algas enredadas en la hélice, nuestra velocidad es baja. La alternativa más razonable, aunque con su riesgo, adentrarnos en una zona escasamente cartografiada, de la que no disponemos información, y con muchísimo cuidado tratar de encontrar un lugar seguro en el que aguantar hasta que podamos reemprender la navegación.

Una vez allí echaremos a suertes quien se mete a bucear para limpiar eje y hélice, meterse en agua a 4ºC es una sensación fuerte. En mar abierto y con el movimiento del barco no lo hemos podido hacer, habría sido un suicidio.

Por la tarde nos adentrábamos en el canal del Castillo, y poco a poco hemos ido analizando posibles fondeaderos. Tras recorrer varios hemos encontrado uno aparentemente adecuado, bien resguardado y con posibilidad de dar cabos a tierra. Para no correr riesgos innecesarios primero nos hemos aproximado con la auxiliar, comprobando que el calado fuera suficiente para el barco hasta una distancia apropiada. Se trata de una pequeña caleta sin nombre, estrecha y con árboles a ambos lados y a popa, perfecta para lo que buscábamos.

Mientras realizábamos la maniobra nos hemos dado cuenta que no estaba deshabitada, un grupo de delfines parecía tener allí su morada, así como una especie de pato de pico naranja intenso. Al pato no le hemos hecho mucha gracia y se ha marchado a regañadientes, sin embargo los delfines se han mostrado extremadamente acogedores, desde el primer momento han empezado a jugar con nosotros, no dejándonos ni a sol ni a sombra, todo el rato nadando alrededor de la fueraborda o del barco, saltos, piruetas y algún que otro chapuzón que nos ha empapado, pero lo hemos llevado con una sonrisa, al fin y al cabo las olas hacen lo mismo y no son tan simpáticas y graciosas.

Una vez el baharí seguro entre rocas y bosque, con 5 amarras a tierra y ancla, tantas que parece una araña con sus patas, hemos dado cancha a nuestros nuevos amigos y como gesto de cortesía nos hemos dedicado a hacer carreras con ellos en la auxiliar, ni que decir tiene que siempre ganaban, es increíble la velocidad y el control que tienen al nadar, os aseguro que no teníamos que preocuparnos por atropellarlos.

Desde luego parece que nos está costando avanzar por estos mares, pero por otro lado, siempre y cuando encontremos lugares para guarecernos como este, tan bonitos, salvajes, inexplorados, llenos de vida, y además seguros, sinceramente, tampoco nos preocupa en exceso. Disfrutaremos de lo que hay, además de porque no podemos hacer otra cosa, porque estar aquí es un privilegio y un placer.

Sed felices.

Kike