Protegido: Días 1.298 a 1.301 (4 al 7/6/13): Cruzando el Mar de Banda
Días 1.292 a 1.297 (29/5 al 3/6/13): Las islas de las especias y el monstruo de Ambón
A día de hoy no son más que ínfimos puntos en el mapa de Indonesia, pero las Molucas, las legendarias islas de las especias, jugaron un importantísimo papel en la historia del mundo.
500 años atrás eran la única fuente de especias como la nuez moscada o el clavo, más caras que el oro en aquella época. El deseo de localizar la fuente de estos valorados cultivos fue lo que empujó a los exploradores europeos a navegar alrededor del Sur de África en dirección a la India, tratando de localizar una ruta más corta se descubrió América y buscando nuevas vías marítimas se realizó la primera circunnavegación del planeta.
Siempre fueron el deseado destino de los pioneros y más aguerridos navegantes, origen de leyendas y mitos de paraísos, opulencia, riquezas sin fin. Encontrarlas era sinónimo de que una vida de penalidades y sufrimiento se transformaría en bienestar y poderío económico, motivo por el que arriesgaron sus vidas en el mar navegando hacia lo desconocido.
Todas las grandes potencias marítimas a lo largo de la historia compartieron el interés por la ruta de las especias, desde los chinos (probablemente antes de la época del Imperio Romano), pasando por los comerciantes musulmanes (a quien se debe probablemente el nombre de Molucas), los venecianos (que tuvieron el monopolio en Europa hasta 1.500, comerciando con los Árabes), Portugueses, Españoles, Ingleses y Holandeses, que a través de la Compañía de las Indias Orientales estuvieron presentes en estas islas hasta la invasión por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero el pasado de las islas de las especias no fue solo aventura y descubrimiento, innumerables muertes y naufragios sembraron un camino de penurias, la sangre tiñó muchos pasajes de la historia, como las conocidas como Guerras de las Especias del siglo XVII, que diezmaron las poblaciones locales de origen melanesio que tuvieron que ser reemplazados con austronesios. El control del comercio de una mercancía tan preciada despertó las ansias de muchas naciones, que lucharon encarnizadamente por mantener o ganar privilegios, y en muchos casos los más perjudicados fueron unos nativos que ni siquiera entendían bien el modo de vida o el valor que para esos extraños personajes de ultramar sus mercancías representaban.
Sea como sea, para un amante del mar siempre es emocionante saber que se dirige hacia donde tantos legendarios navegantes lo hicieron, no puedes evitar imaginar al mirar las olas o la costa que ellos vieron lo mismo hace más de 5 siglos, llegaron al mismo lugar con unos medios tecnológicos muy inferiores, pero con una valentía y habilidad increíbles, más del 50% de los que lo intentaban perecían por el camino, pero su ilusión debió ser tal que casi los puedo ver llorar como niños y abrazarse al ver en el horizonte la silueta de estas islas.
En aquellos tiempos la vuelta al mundo se dividía en dos partes: llegar hasta aquí y regresar a casa.
6 mares bañan estas más de 1.000 islas, a saber, los mares de Molucas, Halmahera, Ceram, Arafura, Timor y Banda. Sin embargo menos de 2 millones de personas habitan sus 850.000 Km cuadrados de extensión, en su 90% agua.
De todos los posibles destinos en las Molucas elegimos Ambon, por ser uno de los núcleos más importantes para reaprovisionarnos tras muchos días navegando por islas desiertas, y por además tener un tipo de buceo muy especial, el conocido como muck diving, aguas oscuras y turbias, fondo de arena volcánica, pero multitud de extrañas criaturas difíciles de encontrar en otras partes, algo similar a Lembeh.
Abandonamos Raja Ampat con mucha pena, aunque con imágenes en la retina y sensaciones en la memoria que tardarán mucho tiempo en atenuarse o borrarse.
300 millas de una insulsa, aunque muy tranquila, navegación a motor nos transportaron entre estos dos mundos, las corrientes se comportaron y nos ayudaron la mayor parte del tiempo, haciendo que pudiéramos recorrer la distancia en menos de 48 horas, el viento ni siquiera hizo acto de presencia. En el paso de Kelang llegamos a superar los 9,5 nudos de velocidad, cuando nuestra velocidad crucero habitual es entre 5 y 6, es decir, más de 3,5 nudos de corriente a favor, no quiero ni imaginarme lo que habría pasado si la hubiéramos tenido en contra. Eso sí, a la entrada de la bahía de Ambon comprobamos su doble filo, la fortísima corriente provocó unas inmensas olas de más de 4 metros, cortas y puntiagudas como dientes de sierra, durante varias horas nos revolcaron y zarandearon a su merced.
Isla y ciudad se llaman del mismo modo, Ambon, que además es la capital de las Molucas del Sur. Hasta hace 4-5 años no era posible visitarla, graves enfrentamientos entre las comunidades musulmana y cristiana mantuvieron el territorio en una especie de guerra civil durante décadas. Nadie es culpable en la historia, pero fuimos los occidentales, que con nuestro interés económico dejamos un legado de diversidad de religiones mezcladas con fuertes costumbres locales. Los amboneses, mayoritariamente cristianos, representan una ínfima proporción en una Indonesia abrumadoramente musulmana. Tras la independencia en 1949, y después de haber ayudado a los Holandeses a sofocar varias revueltas en otros lugares del extenso territorio indonesio, pensaron que les permitirían crear una república independiente, pero no fue así, los dejaron de la mano olvidando los servicios prestados. No tardó en iniciarse un conflicto que, aunque actualmente calmado, será difícil solucionar.
La bahía de Ambon es muy alargada, más bien parece una ancha ría de 12 millas de longitud. Llegamos de día, con luz suficiente para hacer alguna inmersión antes de ir a la ciudad para las compras. A pesar del callo que ya tenemos en fondeos difíciles, conseguirlo cerca de los puntos de buceo fue imposible por más que lo intentamos, la costa cae casi verticalmente a profundidades de centenares de metros, o el ancla no agarraba, o nos acercábamos peligrosamente a los bajíos cercanos a tierra, tras varias horas y lugares decidimos desistir, aprovechar el día para logística y a la mañana siguiente temprano volver con más información o habiendo pensado algo.
Al Noreste de la ciudad hay una pequeña laguna a la que se accede a través de un estrecho canal, dentro profundidad y protección son excelentes para dejar al Bahari mientras comprábamos. Desde el mar se aprecian claramente poblaciones en ambos lados de la bahía, el cristianismo es evidente, una iglesia y una enorme cruz en cada una de ellas, aunque las mezquitas tampoco se quedan atrás. Una pena la cantidad de basuras que hay en el agua, la conciencia ecológica brilla por su ausencia, parece que todo lo tiran al mar.
Para llegar a la zona donde se concentra la actividad comercial tuvimos que tomar un ferri primero y luego un taxi colectivo, algo que nos llevó menos de media hora y 40 céntimos de Euro en total, Indonesia es un país barato.
No están acostumbrados a ver occidentales, todo el mundo nos mira, algunos hacen gestos, otros se ríen, los más atrevidos se hacen fotos con nosotros o nos saludan alegremente con un «hello mister», da igual que seas hombre o mujer, probablemente son las únicas palabras que saben en inglés, no sé de donde vendrá el saludo, pero es algo que nos dicen a todas horas en todas partes habitadas de Indonesia. Nunca falta una sonrisa cuando se dirigen a nosotros, en general siempre tratan de ayudarnos a pesar de la barrera del idioma, eso sí, hay que negociar los precios, solo con vernos automáticamente los multiplican por 10, pero nada que no se pueda resolver siendo un poco espabilado, observas lo que pagan ellos y sin preguntar pagas lo mismo, si dicen algo les sonríes, les respondes que ese es el precio y te das la vuelta, es lo que mejor funciona.
Como ya sabéis, no somos de los que se rinden fácilmente, así que al día siguiente volvimos a la carga para tratar de anclar cerca de los puntos de inmersión, con la embarcación auxiliar no podemos recorrer grandes distancias, por lo que no tenemos otro remedio.
Habíamos visto una boya grande y rígida, de las que usan los mercantes, pero el día anterior descartamos la idea porque en ausencia de viento y con corriente fuerte el Bahari tenía tendencia a irse sobre ella y golpear el casco. Se nos ocurrió fabricar una especie de protección encadenando defensas y atarlas alrededor de la boya, pero mientras estábamos realizando la maniobra misteriosamente la boya se hundió varios metros y desapareció. No había un incremento sustancial de la corriente o la marea, por lo que no encontramos explicación alguna.
Decidimos intentarlo una milla más al sur, allí divisamos otra boya más pequeña, del estilo de las que sujetan una especie de barracas flotantes que usan los pescadores. Dudábamos de su resistencia y el tiempo que llevaría allí, pero podíamos comprobar el estado y tirar con el motor para ver si nos aguantaba. En el momento nos disponíamos a darle un cabo, tras verificar que la maroma era bastante gruesa, sorprendentemente también se hundió, desapareciendo en un segundo y sin posibilidad de volver a localizarla por más que lo intentamos. Tampoco hubo ningún cambio sustancial en las condiciones, y menos tan rápido, por lo que seguimos sin entender nada de lo que pasaba.
Pero lo más extraño fue que cuando, después de varios intentos frustrados de anclar, regresábamos ya derrotados a la laguna, encontramos la primera gran boya flotando de nuevo, por supuesto sin justificación alguna.
Miramos a nuestro alrededor para ver si localizábamos la cámara oculta, visto que no era una broma, y que nuestras teorías racionales no conseguían explicarlo consistentemente, solo se nos ocurrió la posibilidad de que en las profundidades hubiese algún tipo de ser que estuviera tomándonos el pelo, tal vez porque no deseaba que lo descubriéramos al bucear, así que bautizamos el extraño comportamiento de las boyas como provocado por el monstruo de Ambon.
Suponemos que se trata de un monstruo juguetón, porque durante los varios días que estuvimos amarrados a la boya se divirtió con nosotros de lo lindo, hundiendo y reflotando la boya aleatoriamente, aproximándonos y alejándonos, haciendo que varias veces al día tuviéramos que cambiar la configuración de amarras, pasando de dos en proa a una en proa y otra en popa para abarloarnos, o a dos en popa, en función de cómo consiguiéramos estar a distancia de ella y sin golpear.
A pesar de las dificultades pudimos bucear tanto en Laha como en Tanjung Sikula, donde queríamos. Igual os sorprende, pero el mejor buceo estaba justo bajo los muelles, un paisaje poco atractivo lleno de pilares derrumbados, neumáticos usados y otras basuras, pero también de peces piedra, escorpión, león, morenas de infinidad de tipos, peces duende, murciélago, erizo, nudibránquios, etc. A mí me encantó, no es lo mismo que sumergirse en las cristalinas aguas y espectaculares corales de Raja Ampat, pero es divertidísimo asomarse a cada rincón y encontrar unos ojitos que te miran expectantes, desde la superficie nadie imaginaría la vida que hay bajo ella, y menos que se trata de ejemplares tan extraños.
Durante nuestra estancia se ha unido a nosotros Koen, belga de origen e instructor de buceo en Tailandia, nos acompañará durante unas semanas hasta Bali, de modo que la tripulación actual del Bahari es de 4 personas, Julián, Alaitz, él y yo mismo.
Antes de zarpar de Ambon regresamos a la ciudad para abastecernos de comida y gasoil hasta nuestra próxima escala en lugar civilizado. Fondeamos frente a una base de la policía y por probar preguntamos si nos dejaban amarrar allí la auxiliar, esperando más bien una negativa dado que se trataba de un complejo casi militar; jamás había visto unos funcionarios de seguridad más serviciales y amables, salió el jefe del destacamento y nos dio permiso para atravesar sus instalaciones y todo lo que necesitáramos, nos indicaron los mejores sitios donde comprar y como llegar hasta ellos, cuando llegamos nos ayudaron a cargar, y no solo eso, transportaron nuestras mercancías en una gran neumática de que disponen, evitando que tuviéramos que hacer varios viajes con nuestra pequeña auxiliar. En otros países no nos habrían dejado ni acercarnos, y menos habrían sido tan campechanos y simpáticos.
Así pues, surcamos de nuevo el mar de Banda, rumbo a las islas situadas entre Komodo y Flores, ¿veremos dragones?, yo creo que sí, os lo iré contando…
Sed felices
Kike
Días 1.285 a 1.291 (22 al 28/5/13): ¿Las islas más bonitas del mundo?
Hacía tiempo que un lugar no me sorprendía hasta el punto de emocionarme, de ponerme la piel de gallina al contemplar un paisaje grandiosamente bello y no poder dejar de mirarlo, Raja Ampat lo ha conseguido en varias ocasiones.
Después de 3 años y medio navegando por el mundo, y miles de escenas de espectacular belleza en el Caribe, Sudamérica, Polinesia, Melanesia, Micronesia o el Sudeste Asiático, creo que el nivel está muy alto, y aunque siempre se disfruta de un precioso entorno natural, no es fácil que me impresione; me da pena, pero está en la naturaleza humana, nos adaptamos a todo, hasta a vivir rodeados de belleza.
Desde Sorong navegamos 40 millas rumbo Noroeste hacia la alargada isla de Kri. Durante la travesía ni una brizna de viento e infinidad de potentes corrientes marinas, que a modo de ríos dentro la enorme masa del mar, te empujan, frenan o desplazan lateralmente de forma casi aleatoria. Poco se puede hacer con las velas más que apoyar ocasionalmente al motor, afortunadamente el gasoil es barato en Indonesia (aprox. 50 céntimos de Euro el litro) y el consumo del Bahari a velocidad crucero es muy bajo.
Kri, siguiendo la tónica de las abruptas orografías de la zona, tiene pocos sitios en los que poder pisar tierra, algunas estrechas playas y un par de áreas menos escarpadas que albergan media docena de rústicos alojamientos para los escasos buceadores que se aventuran a llegar hasta allí. Desde la distancia su silueta parece una enorme serpiente que emergió de las aguas y flota sobre ellas.
Llegábamos con las primeras luces del día, a lo lejos se distinguía un enorme mástil, inicialmente pensé que se trataría de un «vida a bordo» (uno de los pocos barcos de charter de buceo que operan el área), por lo que me aproximé ante la posibilidad de que existiera alguna boya a la que amarrarse. No era así, se trataba del Rainbow Warrior, el famoso buque de Greenpeace, que se encontraba allí llevando a cabo tareas de concienciación a los locales. El capitán es español y el primer oficial panameño, por lo que pudimos tener una conversación en nuestra lengua materna en la que nos dieron algunos consejos e informaciones de su experiencia en los alrededores.
El extremo Noreste de la isla es uno de los puntos de inmersión más famosos de Raja Ampat, el mítico Cabo Kri, tratamos de buscar un fondeadero lo más cerca posible, pero fue realmente complicado, tardamos horas en localizar algo aceptable, y al día siguiente lo tuvimos que cambiar por miedo a dañar coral con la cadena ante un cambio brusco de las condiciones meteorológicas.
El buceo es excepcional, especialmente en el vértice, en el que la corriente se acelera hasta que prácticamente ni te puedes sujetar agarrado al fondo, allí se concentran enormes cardúmenes de peces que aprovechan los nutrientes del agua en movimiento, y los que se alimentan de ellos, que no cesan de patrullar al acecho de algún despistado. El paisaje de coral, prácticamente en cualquier rincón, es como un jardín de fantasía, tupido, colorido y con las formas más variadas.
Los embarcaderos suelen ser lugares ideales para divisar determinada fauna marina, existen especies que prefieren este trasiego, aguas generalmente turbias y fondos fangosos, de modo que probamos en uno situado en la cara Sur de la isla, más o menos en el centro.
Allí encontramos aguas cristalinas, corales blandos que se abrían como flores, coloridas esponjas y gorgonias creciendo hasta en los pilares de madera del pontón, como comentábamos posteriormente en clave de humor, demasiado limpio y bonito como para que le guste a los peces piedra, escorpión, rana, etc. Sin embargo, además de los habituales peces de arrecife que paseaban a su libre albedrío, indiferentes al origen humano de la estructura, encontramos cosas curiosas, como un pez cocodrilo, infinidad de nudibranquios, raros peces pipa, etc.
Continuando rumbo Noroeste, en el extremo más occidental de la isla de Gam, existe un pequeño islote llamado Yanggelo, entre las dos tierras hay un estrecho paso cubierto de manglares, casi oculto entre ellos y apenas reconocible desde la distancia. No teníamos previsto atravesar este canal, pero buscando protección para el fondeo empezamos a entrar muy despacio y comprobamos que había profundidad, nos fuimos adentrando sin saber muy bien hasta donde podríamos continuar, poco a poco llegamos a un recodo situado prácticamente en la mitad, suficientemente amplio y abrigado de todos los vientos, un lugar perfecto para anclar.
Una vez parado el motor nos quedamos embelesados mirando a nuestro alrededor, completamente rodeados de vegetación parecía que estuviéramos en un río en medio de la selva, pájaros coloridos que emitían extraños sonidos eran los únicos que quebraban el silencio, el verde nos envolvía hasta tocar un agua azul claro, la imagen me sobrecogió, me sentí en medio de la naturaleza más virgen y frondosa, el extremo opuesto a la civilización.
La combinación de manglar y agua clara es difícil de encontrar, normalmente suelen tener muy poca visibilidad además de ser zonas peligrosas, ya que entre el laberinto de raíces del mangle, entre otros, te puedes topar con cocodrilos, encuentro del que puedes salir muy mal parado en aguas turbias, sin embargo, con buena visibilidad el riesgo es mínimo, salvo durante la noche, claro está. Debido a las corrientes, los manglares de Yanggelo tienen un agua cristalina, incluso el coral crece hasta el borde de los árboles, o entre ellos, una combinación de extraordinaria belleza.
Durante varios días nos dedicamos a explorar los más recónditos rincones de aquel bosque inundado por el mar, descubrimos recovecos espectaculares, como pequeñas sendas en las que apenas cabía la lancha auxiliar, o una playa de arena blanca con palmeras completamente escondida entre la jungla tras un acceso de pocos metros de ancho, que a modo de puerta franqueaba la entrada a este bucólico mini paraíso.
También nos zambullimos bajo el agua entre los manglares, confiando en que si nos cruzábamos con algún cocodrilo respetaría la regla de que en agua clara no debería atacar. Es un buceo diferente, además de especies difíciles de encontrar en otros lugares, muchos peces aprovechan la protección de los arbustos para desovar, por lo que se encuentran multitud de juveniles, en general muy diferentes en color y forma a los adultos, cada uno usa su estrategia de camuflaje y mimetismo. Por otro lado, la maraña de raíces del manglar, y los rayos de sol colándose entre sus hojas, proporcionan un paisaje subacuático muy original, dando lugar a contraluces y escenas preciosas.
A poco más de 2 horas de navegación hacia el Oeste, Pulau Penemu, una isla de apenas 4 millas de longitud y forma de «m» (o «w», según se mire), ofrece dos entornos tan variados como espectaculares. Entre unos islotes aislados en su extremo oriental, a unos 10 metros de profundidad, está el conocido como Melissa’s Garden, su nombre ya lo dice todo, creo es el jardín de coral más frondoso y bonito que he visto en mi vida. La competición por el espacio es tal que las formaciones rebosan, los corales se mezclan entre ellos haciendo composiciones dignas del diseño de un florista, el colorido es un arcoíris de sensaciones.
Casi en el centro de la isla, el mar se adentra en tierra creando un lago de agua salada entre abruptas y variadas formaciones de piedra caliza. Solo accesible para embarcaciones menores, pudimos recorrerlo con la auxiliar y perdernos durante unas horas en un mundo de almenas, anfiteatros, menhires, torres, laberintos y lo que a cada uno le sugiera este particular paisaje kárstico.
Desde Pulau Penemu navegamos durante una noche para llegar hasta las islas Wayag, según nuestras referencias las más pintorescas de Raja Ampat. Situadas 70 millas más al norte y a menos de 20 Km del Ecuador, son las más remotas y alejadas de cualquier núcleo habitado, un entorno sin signos de presencia humana reservado para los muy pocos que hemos tenido la suerte de poder haber llegado hasta allí.
La luna rielaba con intensidad cuando llegamos frente al complejo de islas. A la espera de la luz del día para la aproximación final paramos el Bahari, que quedó al pairo sobre un mar calmado como un plato, aunque la corriente nos hacía derivar a casi 2 nudos. La superficie del agua era como un espejo que reflejaba estrellas y el azulado globo casi redondo. Al fondo se distinguía la oscura silueta de Wayag, desde la distancia evocaba un enorme castillo erigido sobre el mar.
La claridad del alba se proyectó justo sobre la cima de la supuesta fortaleza, como si se iluminara su interior y una ciudad escondida tras sus murallas cobrara vida.
Cuando el sol estuvo suficientemente alto nos dispusimos a arrancar de nuevo y adentrarnos en aquel peculiar territorio, pero algo nos sobresaltó, una enorme silueta removió las aguas próximas al barco, una gran manta raya, de unos 4 metros de envergadura, comía a nuestro alrededor. Durante un rato tratamos de nadar con ella, pero parece que no le gustaba el sonido del motor y en mar abierto fue imposible aproximarse.
Reemprendimos la marcha sin tener muy claro por dónde accederíamos al interior ni en qué lugar fondear, la información de las cartas náuticas es irrisoria, poco más que un garabato con algunas manchas, tendríamos que explorar y basarnos en la visual, los colores del agua y la sonda.
A velocidad moderada nos fuimos adentrando entre islotes, la profundidad era buena, pero en ningún momento nos confiamos. Llegamos al corazón de una pequeña bahía, que por lo cerrada la calificaría casi de lagoon, parecía una ubicación perfecta, así que allí nos quedamos.
Por mucho que me hubiera hecho expectativas, la visión a nuestro alrededor superó cualquier imagen mental. Islas e islotes de formas suaves, redondeadas y con un potente verde que las recubre, aguas de intenso azul, pequeñas playas de arena blanca, rocas con formas extrañas como setas, diminutas calas que se cierran formando casi lagos…
Muchas escenas captaron mi atención, pero una en concreto me dejó sin aliento. Desde una de las playas parte una senda hacia el interior de la vegetación, posteriormente asciende por una empinada ladera por la que hay que prácticamente escalar durante media hora hasta alcanzar la cima de una de las crestas de las islas, desde allí se tiene una impresionante perspectiva panorámica de Wayag, sin duda uno de los paisajes más bonitos que he visto en mi vida. La primera vez que subimos estuvimos varias horas e hicimos cientos de fotografías, dos días más tarde repetimos y casi se nos hace de noche, lo que captan las retinas hipnotiza, no te cansas de mirar a uno y otro lado, fijarte en cada detalle, saborear cada sensación…
Wayag además nos proporcionó pesca y cangrejos para comer, barbacoas en la playa, snorkel, buceo, noches en las que casi se podía tocar las estrellas, y sobre todo la paz y tranquilidad que solo aportan los grandiosos entornos naturales que brillan con luz propia como una de las maravillas del mundo.
Otro de los sitios que jamás olvidaré, y en el que tal vez, ¿quién sabe?, igual me pierda algún día…
Sed felices
Kike