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Días 1.157 a 1.159 (14 al 16/1/13): Sueños de un velero

Me gusta mi vida. Cuando el viento sopla e izan mis velas es como si desplegara unas alas, en ese momento siento todo mi poder, como el agua corre bajo mi casco y soy capaz de remontar las olas sin apenas esfuerzo, avanzando millas y millas a toda velocidad sin notar el cansancio, rodeado de cielo y mar, mis elementos.

Desde que nací supe que mi destino era hacer cosas especiales, por eso me diseñaron y construyeron fuerte, rápido, ligero y resistente. Durante un tiempo fui un gran atleta, mi especialidad eran largas carreras en mar abierto, la regata oceánica. Gané muchos premios y me codee con los mejores, y aunque mis líneas todavía son actuales y podría dar una lección a más de uno, ahora navego por placer.

Me gusta mi nombre, Bahari, me recuerda a la lengua que hablaban aquellos hombres de piel oscura mientras trabajaban sobre mi casco en el astillero de Sudáfrica. Significa océano, no tendría razón de existir sin él, no sería más que una inmóvil caja de formas redondeadas, y aunque los océanos hayan vivido durante muchísimos años sin mí, y los de mi especie, creo que les aportamos un toque de alegría al romper su horizonte con nuestra silueta, gracias a nosotros su nombre evoca libertad, y no una infinita trampa desértica, es a través nuestro que la gente sueña con conocerlos y atravesarlos.

Hace ya casi 7 años que vi por primera vez a mis actuales compañeros de viaje, por aquel entonces yo llevaba más de un año parado en una marina de Palma de Mallorca. Acostumbrado a surcar los mares la vida de puerto no es para mí, observaba con tristeza a mis congéneres de alrededor, algunos no conocían más que las Baleares, otros navegaban algún día suelto, los menos afortunados hacía años que no salían, lloraban óxido por sus piezas metálicas, algas en forma de barba les crecían en el casco, el sol y el mar, que antaño fueron su ilusión, los estaban matando de pena y corrosión. Yo no quiero acabar así -pensaba para mis adentros-, soñaba con liberarme de las amarras que me ataban al pantalán y volver a volar a ras de agua, dirigirme a destinos remotos, sentir las aguas cálidas del trópico, perseguir el horizonte…

Me dieron buena impresión, me revisaron con mucho detalle, síntoma de que buscaban algo especial y lo iban a preparar a conciencia. Al principio la relación no fue muy bien, me desnudaron por completo en el náutico de Valencia hasta casi no dejar un tornillo en su sitio, desmontaron todo, me hicieron pasar frio, tragar polvo, estar lejos del agua durante una temporada, pero cuando solo quedaba el casco y pensé que me iban a abandonar como un barco desguazado, comenzaron a reconstruirme. Me mejoraron por dentro y por fuera a todos los niveles, maniobra, superficies, sistemas, etc. Me vistieron de forma más cómoda y elegante, aunque sin lujos, pero siempre con cuidado de no incrementar mucho mi peso, lo cual agradecí, ligero puedo correr más con menos esfuerzo.

Un sistema inteligente hace que tenga el control de cada dispositivo eléctrico de forma programable, con este me lo paso muy bien, porque hago lo que me da la gana y a veces les gasto bromas, haciendo que algo funcione o deje de funcionar porque si, sin motivo aparente. En lugar de enfadarse me hablan con mucho respeto, cuchichean entre ellos y me llaman «madre», creo que recordando el ordenador central de una película de ciencia ficción o algo así, pero nunca hago nada peligroso, jamás juego con los sistemas importantes.

Me dotaron de ojos para ver en la oscuridad, electrónica para saber donde estoy hacia donde tengo que ir, para comunicarme, para cargar mis baterías con el sol y la velocidad del agua, un segundo piloto automático y varios cacharritos tecnológicos más, y es que creo que a uno de ellos le gustan ese tipo de cosas, siempre esta ajustándolas y tocándolas, pero por mucho que se crea que las controla, el que tiene la última palabra siempre soy yo.

No me dio muy buena espina que me instalaran una calefacción, ¿para qué? Si yo sé llevaros por sitios en los que nunca hace frío. Lo de Cabo de Hornos no me lo contaron, vaya como las pasamos por allí, hasta que nos adentramos más allá de los cuarenta rugientes nunca un viento había conseguido doblegarme, jamás había tenido que remontar olas casi tan altas como yo, en ese lugar las reglas de la navegación estándar cambian, en varias ocasiones pensé que no lo podría resistir, de hecho una especie de huracán acabó rompiendo mi mástil, faltó poco para el fin de mis días. A cambio vi paisajes tan bonitos como un barco pueda soñar ver, navegué entre montañas nevadas y témpanos de hielo, conocí a simpáticos animalitos que nunca habían nadado a mí alrededor.

También cambiaron mi motor y mi sistema de propulsión, todo nuevo y más potente, y aunque no me gusta navegar a motor, porque es como arrastrarse sobre el agua, tengo que reconocer que cuando no hay viento, o la zona de maniobra es reducida, me hace sentirme con potencia y control, y puedo desarrollar muy buena velocidad.

Cuando acabaron de ponerme a punto me sentí mejor que nunca, más fuerte, renovado, mejor preparado, bien equipado, listo para lanzarme a devorar millas, me dieron ganas de gritar: «ahora dejadme a mí y os enseñaré lo que soy capaz de hacer».
Hace ya más de 3 años que salimos de Valencia, desde entonces hemos recorrido casi 35.000 millas náuticas y visitado 31 países, son tantas las islas, atolones o calas en las que he lanzado mi ancla al fondo que ya he perdido la cuenta.

Me tratan bien, me cuidan y miman, me dejan correr sin miedo cuando tengo ganas, pero no me llevan al límite de poder romper algo por forzarme. Se nota que me quieren, se preocupan de que siempre este en plena forma, y si alguna vez no ha sido así han seguido a mi lado, como cuando la larguísima y compleja reparación de mi mástil, o cuando embarranqué en unos arrecifes de Fiji, a pesar de que era casi imposible sacarme de allí, y muchos otros habrían desistido, ellos jamás me abandonaron, lucharon hasta conseguirlo.

Yo también les cuido, los guardo en mi interior protegidos de las inclemencias meteorológicas mientras yo me bato con viento y mar, hago el trabajo duro. Los acuno para que duerman en las tranquilas noches de fondeo, les doy descanso, sombra, agua dulce y lo que necesitan para que me sientan su hogar. Cuando las cosas se complican y nos castiga algún temporal, peleo con todas mis fuerzas para mantenerlos a salvo, aunque los golpes de las olas sean tan grandes que me revuelquen una y otra vez, aunque las rachas sean tan fuertes que me inclinen, tratando de arrodillarme y no me dejen levantarme, jamás me rindo.

Somos un equipo, aunque no hablemos el mismo lenguaje nos entendemos a la perfección, ellos usan palabras siempre amables y de ánimo, yo muestro como estoy y lo que necesito con mis gruñidos y orquesta de sonidos, con la forma de moverme, o sencillamente no preciso decir nada, ellos me intuyen.

Me gusta mi vida, no paramos de ir de un sitio a otro, de conocer sitios bonitos, de navegar por aguas cálidas, tengo libertad para moverme, pocas veces me atan en un puerto.

A veces me da un poco de miedo porque pasamos muy cerca de los arrecifes para entrar en esos lagos de agua salada que forman algunas islas, pero siempre lo hacen con mucha precaución y luego buscan un lugar protegido y seguro para que me pare, no tienen pereza en bucear para ayudar a que me sujete bien al fondo. Me divierte fondear en esas aguas tan tranquilas, tan azules, envuelto por un precioso paisaje, además hay muchos pececillos que vienen y me hacen cosquillas.

En las travesías, los delfines vienen a jugar conmigo, hacemos carreras para ver quién es más rápido, y aunque no puedo competir con su velocidad y agilidad, disfruto viendo cómo juegan con mi estela, como se cruzan por delante de mí hasta casi rozarme, haciendo cabriolas sin parar.

Me gusta mi vida, y si un barco de alma libre y espíritu aventurero pudiera soñar, sin duda soñaría con ser el Bahari.

Sed felices

Kike

Día 1.156 (13/1/13): El milagro

Posición 03º 25′ Sur, 147º 45′ Este, 160 millas al Noreste de Madang y a 70 millas del islote más cercano, en pleno mar abierto, aproximadamente 19:00 horas locales.

Durante todo el día tuvimos buen viento, el Bahari volaba sobre las olas manteniendo una velocidad constante de entorno a 9 nudos, navegábamos con mayor rizada y génova desplegada al 80%, altura de ola moderada, unos 2 metros, una buena singladura.

El sol se había puesto hacía rato, aunque todavía no era noche cerrada, la penumbra dejaba entrever el blanco espumoso de las crestas de las olas.

Mientras preparaba la cena tuve una intuición y una sensación extraña, un impulso me llevó a dejarlo todo y acudir inmediatamente a la mesa de cartas. La pantalla del radar estaba despejada, la del ordenador de navegación estaba en orden, rumbo correcto y muy lejos de cualquier tierra, sin embargo hice zoom en la cartografía, no sé porque, cuando navegamos en travesía de aguas profundas no tiene sentido el detalle, la cartografía está a una escala mayor para tener visión general, y si hay algún obstáculo está indicado, cuando te acercas a él ya amplias.

Cuando llegué a la máxima resolución no me lo podía creer, ¡estábamos sobre unos arrecifes!, allí, en medio de la nada, y ninguna indicación en niveles inferiores de zoom, ¿pero cómo podía ser?

Miré la sonda y todavía no marcaba, es decir, todavía teníamos bastante agua bajo la quilla, por una vez me alegré de que la carta estuviera mal, de otro modo ya estaríamos encallados.

De un salto salí a cubierta y grité a Jose Carlos que estaba allí: ¡tenemos que virar en redondo ya, estamos sobre unos arrecifes! Se llevó un susto de muerte, pero no hizo preguntas, conectamos motor y viramos tan rápido como pudimos.

En ese momento, entre sombras, pude ver la rompiente, ¡Dios! ¡Estábamos a menos de 50 metros! Unos segundos más y habríamos embarrancado, el impacto hubiera sido brutal, 10 toneladas a 9 nudos de velocidad sobre unas rocas a ras de agua, ninguna posibilidad de no acabar hecho añicos, la catástrofe total, el final…

Incluso nuestro rescate personal habría sido dudoso, en medio del mar, tan lejos de costa, en Papúa Nueva Guinea, tras nuestra experiencia de haber lanzado un mayday en Fiji y no haber obtenido ayuda soy bastante escéptico del salvamento en ciertos países, tal vez si algún mercante nos hubiera oído tendríamos alguna posibilidad.

Habíamos conseguido evitar estrellarnos, pero ahora nos quedaba el siguiente desafío, la carta estaba claro que era errónea, pero no sabíamos hacia donde ni cuanto estaba desplazada, y el arrecife existía, porque habíamos visto la rompiente, ¿Cómo conseguíamos no meternos en él nosotros solitos?

Lo único que se nos ocurrió fue arriar todas las velas, reducir la velocidad al mínimo y volver exactamente por la misma traza que habíamos llegado (en sentido opuesto), la noche ya se había cerrado y no se veía nada a más de una decena de metros.

Con el corazón en un puño por lo que había pasado y lo que podía pasar, nos alejamos poco a poco, desgastando la vista tratando de detectar una rompiente en la oscuridad, agudizando los sentidos para escuchar o incluso oler lo que fuera, nos llevó horas hasta que dimos un rodeo de más de 5 millas al punto de contacto con el arrecife y pudimos reemprender una navegación normal.

Esta vez estuvo muy cerca, por segundos, ha sido un milagro que en el último momento pudiéramos evitar un desastre sin remedio.

Para mí se abre ahora un tema de reflexión, sin dramatismos ni exageraciones, porque bien está lo que bien acaba, pero hay cosas sobre las que conviene meditar.

Por un lado el de la tecnología, jamás había visto un error de este tipo, y eso que ya sabéis que he visto muchos. Siendo yo tecnólogo es casi irónico que diga esto, pero no se puede confiar en ella a pies juntillas, hay que ser muy crítico y analizar todos los aspectos en los que puede fallar, estando claro que es una inestimable ayuda a la navegación y la seguridad, y que sin ella posiblemente no habríamos llegado hasta aquí.

Por otro sobre aspectos mucho más internos y profundos, mi base es más bien racional y escéptica, pero mi mentalidad es abierta y creo que no todo es explicable con la lógica, de otro modo ¿Por qué tuve esa sensación, dejé de cocinar y me fui a ver la carta en ese momento? No era lo más oportuno, ¿Por qué amplié la carta al máximo? Cuando es algo que nunca hago estando en mar abierto y sin indicaciones de obstáculo o peligro, ¿Por qué a segundos de impactar y con el tiempo justo de reaccionar? Estadísticamente es altamente improbable que sea una coincidencia, por ejemplo es algo que no había hecho durante días y días de navegación (puede salir una probabilidad entre millones). Supongo que cada uno podrá interpretarlo de un modo u otro, yo tengo la mía, no es la primera vez que me suceden cosas así.

Hay instantes que pueden cambiar tu vida para siempre, y no sabemos porque la balanza se decanta a un lado u otro, en este caso la intuición y la percepción triunfó sobre la razón y fue el camino correcto, tal vez hay un instinto que se desarrolla cuando vives rodeado de permanente riesgo, tal vez hay otras cosas más difícilmente explicables, sea como sea, asumo lo sucedido, lo valoro como lo que es y sencillamente doy gracias.

Hasta ahora pensaba que mis regalos de reyes habían sido las experiencias en Hermit y Ninigo, anoche me hicieron dos regalos más: un barco y posiblemente una vida…

Sed felices

Kike

PD: para los que creen en los números, fijaos que era 13-1-13, capicúa y con dos 13, yo es algo en lo que no creo mucho, pero ahí lanzo el tema…

Días 1.146 a 1.149 (3 al 6/1/13): El atolón más pequeño

Heina es un precioso atolón de forma prácticamente circular con apenas 1,6 millas náuticas de diámetro, el de menor tamaño en el que he podido acceder al lagoon que encierran sus islotes y barrera de coral.

Pertenece al grupo de las Ninigo, ubicadas en el centro del Mar de Bismarck (Noreste de Papúa Nueva Guinea), a 280 millas de Madang.

El trayecto desde Carola Bay es de 55 millas, por lo que lo más razonable para franquear ambos pasos de acceso con buena luz era zarpar por la tarde de las Hermit y navegar despacio durante la noche hasta que la entrada de Heina estuviera suficientemente clara. Por mucho que intentamos frenar al Bahari no hubo forma, llegamos demasiado pronto, nos tuvimos que quedar al pairo durante más de 4 horas a la espera de que el sol se elevara lo necesario para mostrar los peligros que se esconden bajo el agua, y eso que al estar tan cerca del Ecuador amanece a las 6 de la mañana y a partir de ese momento el astro rey se catapulta hacia arriba a velocidad vertiginosa.

La única forma de entrar al interior de Heina es un estrecho canal entre arrecifes de unos 10 metros de ancho por 250 de largo con algunas curvas, sin duda el más complicado al que me he enfrentado hasta ahora, no solo por sus dimensiones, sino porque existe una fuerte corriente lateral y saliente, eso implica que no se puede navegar despacio, el barco debe llevar suficiente velocidad para que el timón gobierne bien y la corriente no te arrastre, vamos, una vez inicias la maniobra ya no hay vuelta atrás y solo existe una oportunidad de hacerlo perfecto. La cartografía existente no sirve de nada, es errónea e imprecisa, ni siquiera las imágenes satélite pueden prestar apoyo, navegación a ojo y descubrimiento puro.

Al vernos cerca una canoa salió a nuestro encuentro, en ella remaban Low y su hijo, dos nativos, amablemente se ofreció a subir a bordo y guiarnos a través de los arrecifes, lo cual acepté de buen grado, fue una gran ayuda.

Solo 3 familias habitan este minúsculo atolón, dos en el motu junto al paso y otra en el de enfrente, no superan los 20 habitantes. Si pensaba que las Hermit estaban aisladas y sin recursos Heina las supera con creces, me quedé estupefacto de lo que me contaron, está claro que todo es relativo.

En las Hermit de vez en cuando reciben visitas de veleros como nosotros y en ocasiones algún familiar se arma de valor y recorre más de 200 millas en un fueraborda para verlos y llevarles algunas cosas. Sin embargo hemos sido el sexto velero de la historia en Heina y pueden pasar años sin que reciban ninguna visita o suministro.

Dado el tamaño y la naturaleza de las principales islas de las Hermit allí es posible cultivar fruta y verdura; Heina es un atolón bajo de tierra arenosa, a penas se puede cultivar nada, lo intentan, pero las cosechas son exiguas, tienen que centrar su alimentación en pesca, gallinas y coco.

Fondeamos en el Norte del atolón, al abrigo de los vientos predominantes, aunque en realidad no hay problema en cualquier parte del lagoon, es tan pequeño y esta tan cerrado que parece una piscina grande, sople de donde sople no se podría montar mucha ola.

El paisaje es idílico, posiblemente si pidiéramos a alguien que dibujara un atolón del Pacífico dibujaría algo parecido a Heina. Tiene todo: islitas repletas de cocoteros y vegetación, playas de arena blanca, aguas turquesa entre ellas, la tranquilidad de un lago, etc.

La elevada temperatura ecuatorial tiene un precio, inestabilidad meteorológica, es habitual que durante el día haya algún intervalo de lluvia torrencial seguido de sol, por la noche es prácticamente seguro que llueve, y eso que todavía no estamos en la estación húmeda. No hemos tenido muchos problemas de agua dulce, dejas un par de baldes en cubierta y siempre están llenos.

Una tarde vimos acercarse una canoa, a bordo iban un hombre, una mujer y un niño de unos 4 años, se trataba de Rellen con su familia. Saludaron y nos ofrecieron langostas, las aceptamos y les invitamos a subir, comenzaba a llover. Los tres son de complexión pequeña, piel muy oscura y rasgos claramente melanesios de la zona de Papúa. Rellen es afable y amistoso, de conversación escueta, pero comunicativo. Su mujer apenas se expresó, no sé si por timidez o poco dominio del inglés. El niño se comportaba como un niño, a mí entender, bien educado. Una cosa me llamó la atención, tiró los papeles de unos caramelos que le di al suelo, supongo que no está acostumbrado a tratar con nada que no sea biodegradable, su concepto de basura es diferente, en su entorno todo es natural.

Siendo consciente de su extrema humildad ofrecí a Rellen pagar las langostas u ofrecerle a cambio cosas que necesitara. Con una sonrisa me respondió que no, eso era un regalo y no tenía que darle nada a cambio, me dejó sin palabras, tampoco quería ofenderle, pero durante los siguientes días usé su misma lógica para regalarle numerosas cosas que durante nuestras conversaciones detecté que precisaba, y ayudarle en todo lo que pude, incluida la coordinación de un envío de material a través de un barco alemán que tiene previsto recalar enHeina el próximo agosto. Casi se me saltan las lágrimas cuando me contó que encendía el fuego frotando dos troncos, a veces le costaba tanto que quedaba exhausto, evidentemente le regalé varios mecheros y una bolsa llena de cajas de cerillas.

Como cualquier padre, Rellen se preocupa por sus hijos, pero aquí las preocupaciones son de otro tipo (no si llevarlos a buen colegio o que uso hacen de internet, entre otras cosas porque ni tienen ni saben lo que es), había visto las huellas de un enorme cocodrilo, y eso podría ser peligroso para los niños, trataría de cazarlo, pero no es fácil.

Ya que he mencionado lo de la educación os explico cuáles son sus alternativas:si desean escolarizar a sus hijos la única opción es enviarlos a una de las islas principales, y eso implicaría no saber cuando los volverían a ver, con suerte una vez al año, pero no es seguro.

Es difícil hacerse una idea de lo que significa vivir en un lugar comoHeina hasta que no estas aquí. Imaginaos que vuestro mundo es una estrecha franja de arena y cocoteros en medio del mar, el poblado más próximo se sitúa a unos 100 Km (las Hermit, que ya os he contado como son) y la ciudad más cercana Madang (a más de 500 Km). El único medio de transporte: canoas de madera (hechas vaciando un tronco) impulsadas a remo. La vivienda es una choza rectangular construida de madera con techo de hoja de coco trenzado, no hay cristales en las ventanas, es de pequeñas dimensiones y todos duermen juntos sobre esteras, no hay intimidad. No hay electricidad, ni cuarto de baño, ni agua corriente, ni nevera, ni nada por el estilo. Se cocina a leña con unas cacerolas que bien podrían tener más años que yo. Sus útiles y herramientas son artesanales, su materia prima la que les brinda la naturaleza. A veces se ve algo manufacturado, fruto del regalo de uno de los pocos barcos que han pasado por aquí, de las esporádicas visitas de familiares o porque ha llegado flotando como basura del mar, algo que les viene como caído del cielo, prácticamente reciclan todo. Aunque conocen la existencia de los productos de consumo, ni podrían comprarlos, ni tienen donde. En definitiva estas prácticamente solo, en medio de la nada, y tienes que subsistir y tratar de hacer tu vida un poco más cómoda con tu ingenio y lo que encuentres a tu alrededor, esto si es ser un auténtico Robinson.

Sin embargo aquí nadie se muere de hambre, no hay depresiones, ni estrés, ni lamentos, es admirable como asumen su realidad y tratan de vivir de una forma digna. Su concepto del tiempo o de la certidumbre es diferente, para ellos lo importante es hoy, el mañana no lo pueden prever ni organizar. Por ejemplo, saber que cabe la posibilidad de que dentro de 8 meses llegue un barco y le traiga ciertas cosas ya es suficiente, ni necesitan la garantía de que vendrá ni se estresan por el tiempo que falta, con eso les vale, si no sucede pues ya se arreglarán de otro modo. Otro concepto que relativizan es la seguridad, les podrían pasar muchas cosas, peroasumen su destino, y si suceden lo solucionaran como puedan, si pueden, no necesitan saber que están cubiertos ante casi todas las amenazas.

En definitiva un modo diferente de vivir, que tal vez ellos no comparan porque es lo único que conocen, pero que desata muchas dudas el aquel que si tiene una visión más general de como se vive en otras partes del mundo, sobre todo si se valoran los aspectos más básicos y humanos, dejando un poco más de lado comodidades y temas materiales.

Algo que incita a reflexionar… nada es perfecto, pero ¿es el modelo de vida occidental el mejor?…

Sed felices

Kike