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Días 941 y 942 (12 y 13/6/2012): El ataque del tiburón

Poco después de salir el sol reemprendimos camino hacia el Sur, dirección al paso de Tumakohua, que comunica el lagoon del atolón de Fakarava con el Océano Pacífico.

Un canal cartografiado (el resto no lo está) transcurre pegado a la costa interior del Este. Seguirlo es un placer para la vista: por el costado de babor preciosas playas de arena blanca al borde de motu densamente poblados de cocoteros, por el de estribor las aguas azules del cuasi mar interno.

Casi cuatro horas pasaron hasta llegar a nuestro destino, no se hizo largo, siempre había un punto interesante que contemplar.

La fama de Tumakohua de ser el paso más bonito de Polinesia está bien merecida, el paisaje es sobrecogedor, tanto sobre el agua, como bajo ella.

Fondeamos frente a un islote a unos 500 metros de él, la belleza tiene un precio, está plagado de arrecifes formados por el coral.

Durante la maniobra, el hilo de la caña de pesca se lió en la hélice, estaba suelto porque acabábamos de pescar un uku de unos 5-6 Kg. Me tiré al agua para desenredarlo, nada más sumergir la cabeza me llamó la atención el elevado número de tiburones que teníamos a nuestro alrededor, unos 20, sobre todo puntas negras, no parecían agresivos.

Mientras cortaba la línea (porque no hubo forma de sacarla), Jose Carlos limpiaba el pescado, eso atrajo todavía a más tiburones, empezaron a aparecer algunos grises y limón de buen tamaño.

Era una buena ocasión para tomar imágenes, me pasaron la cámara y empecé a ello, pero llegó un momento en que las cosas se complicaron, tuve que salir del agua, cada vez estaban más nerviosos, los ejemplares más grandes se acercaban demasiado moviéndose violentamente, alterados por la sangre y los restos del pescado.

Ya puestos, atamos la cabeza del uku a un cabo y la lanzamos al agua, jugando con ellos para ver si la atrapaban. Nos quedamos sorprendidos de su voracidad, un tiburón gris casi se sube a la cubierta tras ella, acabaron cortando el cabo de 8 mm a dentelladas, como si fuera hilo de coser, eso sí, nada comparado con lo que sucedería el día siguiente.

Cuando acabamos de jugar, montamos en la embarcación auxiliar y fuimos a dar una vuelta por la zona. No hubo mucho tiempo hasta la puesta de sol, pero suficiente para una zambullida en el paso, reconociendo el terreno para el día siguiente, y un paseo sobre el motu situado frente a nosotros hasta el arrecife exterior.

Esta mañana los tiburones seguían ahí, parece que nos han tomado cariño, pero estaban más tranquilos, así que he aprovechado para bucear con ellos y filmarlos. Mientras Ángel y yo nos distraíamos con los escualos, Jose Carlos ha tomado la lancha para ir a comprobar si había buenas condiciones para hacer kitesurf.

Al cabo del rato regresó diciendo que había chocado con algo y pinchado uno de los laterales de la lancha, aunque no sabía lo que era, ya que no había visto nada. Tras sacar la embarcación del agua para repararla, hemos observado algo que nos ha dejado helados.

No era un pinchazo, era un mordisco, algo había arrancado un trozo de goma de unos 20 centímetros de diámetro, se veía claramente la marca de los dientes. Sin duda se trataba de un tiburón, para hacer eso debía tratarse de un ejemplar grande y una especie agresiva, posiblemente tigre, gris o martillo, con más de 3 metros de longitud.

Es muy raro que un tiburón ataque una embarcación, la teoría es que, sin querer, fue atropellado, a modo de defensa se giró y mordió, una reacción instintiva, un ataque intencionado no tendría sentido. De todas formas la moraleja esta clara, hay que tener mucho cuidado con cualquier cosa que pueda confundir o amenazar a los animalitos, no son bromas.

Superado el susto, me he acercado a nado al paso para bucear un rato, curiosamente había menos tiburones allí que bajo el barco. El coral es precioso, radiante de frondosidad y colorido. Bancos de peces se concentran en numerosos puntos, como muestra de la buena salud de la vida subacuática. Innumerables especies de arrecife se desplazan indiferentemente por doquier, casi inmunes a la presencia humana. He visto varios napoleones enormes, como de 60-80 Kg, uno de ellos se ha mostrado especialmente sociable, estaba siempre a mi lado, posando con mucho desparpajo, eso le ha valido un buen número de fotos y un par de vídeos, los podréis ver en breve.

Al llegar al barco, Ángel estaba preparando una fideuá de uku y jaiba (unos cangrejos grandes que atrapamos ayer), aunque el nombre suene raro, nos hemos puesto las botas, estaba excelente, un buen invento esto de adaptar la cocina de casa a los ingredientes se encuentran por ahí.

Sed felices

Kike

Días 927 a 932 (29/5 al 3/6/2012): Un lago dentro de otro lago…

¿Es posible que haya un lago dentro de otro lago? Nunca me lo había planteado, hasta conocer el Lagon Bleu, empiezo a pensar que en Polinesia casi todos los caprichos de la naturaleza son posibles…
El lagoon de Rangiroa es como un mar interior; 75 Km de Este a Oeste y 25 de Norte a Sur son dimensiones suficientes como para que una vez dentro de él no se divisen sus extremos, si no fuera por la cartografía y los instrumentos de navegación, a veces costaría creer que estas dentro de un atolón.
En su extremo Sudoeste, una línea de motus y arrecifes forman una especie de inmensa piscina natural situada entre el lagoon y el arrecife principal, de unas dimensiones aproximadas de 1Km por 500 metros.
Llegar hasta allí desde Tikehau nos costó más de lo que pensábamos, viento y corriente en contra nos obligaron a hacer noche en Avatoru (uno de los dos pasos de entrada a Rangiroa), donde existe una población de 400 habitantes llamada del mismo modo. El muelle para el barco de aprovisionamiento estaba disponible, no hizo falta fondear, nos abarloamos. Día y noche, algunas personas pescaban con rudimentarias artes a nuestro alrededor. Hilo en mano, con una piedra y un anzuelo atados en el otro extremo, lo lanzaban (tipo onda) a las aguas del paso, un par de tirones y al sacarlo, la mayoría de las veces, venía cargado con un pez de buen tamaño, incluso vimos salir un tiburón de 90 cm, que afortunadamente fue devuelto al mar. Avatoru no es una excepción a la elevadísima densidad de vida que se concentra en los pasos, los chapoteos, peces saltando y en la superficie, eran constantes. Tanto es así, que la curiosidad me pudo y me zambullí con una linterna durante la noche, aunque no me alejé más que unos metros del barco, me avisaron que un grupo de tiburones martillo aprovecha la oscuridad para entrar y comerse a las rayas, también es habitual encontrar algún tiburón tigre, y la verdad, no son el tipo de encuentro nocturno más sugerente, a su hora de la comida, y con poca visibilidad no son buena compañía. Estuve un rato contemplando los bancos de peces que se concentraban a nuestro alrededor, y como los depredadores (sobre todo palometas) los acorralaban y engullían.
Poco después del amanecer continuamos camino, tras 3 horas de slalom entre corales llegábamos a un nuevo paraíso, el Lagon Bleu (lago azul), su nombre no es casual: aguas lapislázuli, rodeadas por barrera de coral y pequeñas islas repletas de cocoteros,  espectaculares playas de arena blanca, una combinación de ensueño.
Hicimos un primer intento de desembarcar en el motu más cercano, pero no llegamos, unos metros antes del arrecife algo enorme se movía bajo el agua, eran mantasrraya gigantes, segundos después todos buceábamos. El paisaje de coral era tan bonito, y había tal cantidad de vida, que nos quedamos embobados mirando hacia todos lados, olvidamos casi por completo que nuestra intención era bajar a tierra.
Durante horas nos dedicamos a admirar el vuelo y las piruetas de las mantarraya, los círculos que describían los tiburones a nuestro alrededor, los colores y la orografía creada por el coral, la increíble  cantidad y variedad de peces…
Desperté de un sueño de fantasía multicolor, en el que todos los seres vivos podíamos volar y jugábamos a observarnos con curiosidad, cuando me gritaron que íbamos a pasar la embarcación auxiliar sobre la barrera de coral para ingresar en el Lagon Bleu. Salí del agua con la sensación de regresar de otro mundo, sin tener muy claro en cuál de los dos mundos prefería estar.
Superar el arrecife no es sencillo, durante un buen centenar de metros hay que llevar en volandas la embarcación, dado que apenas hay unos centímetros de agua y la superficie está llena de salientes que cortan como cuchillas de afeitar. Imprescindible llevar un buen calzado (o ser un faquir). Una vez dentro, el fondo predominante es arena, salpicado de cabezas de coral.
En el momento estábamos todos listos a bordo, y había profundidad suficiente para el motor, surgió la pregunta del millón, ¿y a donde vamos? El paisaje era tan bonito en todas direcciones que costó decidir hacia dónde dirigirnos, fuimos a la playa de un motu cualquiera, y caminamos un poco por nuestro jardín del Edén particular. Durante el paseo los peces saltaban a nuestro alrededor, una morena salió disparada al vernos, las rayas se apartaban, pequeños tiburones nos merodeaban. Nos divertimos cazando algún cangrejo gigante y subiendo a las palmeras a por cocos.
Aquí los pasatiempos son diferentes a la televisión, internet o el whatsapp. Ya desde el Bahari, durante la tarde y parte de la noche, nos dedicamos a jugar con los tiburones; atábamos cabezas de pescado al extremo de un hilo y lo lanzábamos a unos metros de distancia, no tardaban en aparecer los escualos, poco a poco los íbamos acercando, tratando de esquivar los ataques a lo que debían considerar una presa muy escurridiza, se llegaron a concentrar una docena, y tarde o temprano ganaban ellos la partida, son muy rápidos, aunque su radio de giro es grande, si no aciertan a la primera tienen que dar toda una vuelta para volver a intentarlo. Puede parecer un curioso juego, pero es divertido, si vierais a los niños de Tikehau, su distracción es saltar sobre los tiburones desde el muelle, gana el que es capaz de sentarse a horcajadas sobre uno de ellos, yo creo que los animalitos les temen, cada vez que los vean deben salir disparados pensando en la que les espera.
Los más madrugadores del día siguiente fueron Daniel y Olga, nos avisaron de que en uno de los extremos del Lagon Bleu, en la salida de un pequeño canal que lo conecta con el lagoon principal, sucedía algo excepcional, los peces se arremolinaban en una formación cilíndrica que iba desde el fondo hasta la superficie, las mantas daban volteretas hacia atrás en la misma zona, los tiburones eran un enjambre, debía estar relacionado con los nutrientes que salían del lago más pequeño, cuyas aguas están a una temperatura mucho más elevada.
Jose Carlos y yo subimos inmediatamente a la auxiliar, los cuatro nos dirigimos hacia allá. La naturaleza es a veces espectacular y ser testigo directo de ciertos eventos un privilegio. Una especie de pequeños insectos o crustáceos se concentraban en la superficie, aparentemente un apetitoso bocado, bancos de peces los devoraban saliendo prácticamente del agua, la hacían hervir. A su vez, éstos eran objetivo de sus depredadores, extasiados por tal cantidad de comida concentrada. Sobre todos ellos, los tiburones, en la cima de la cadena alimenticia. Una auténtica escena de documental, que muestra lo apasionante de la aventura de la vida bajo el mar, y todo sucedía en unos 100 metros cuadrados, a escasos centenares de metros del barco.
Un poco más allá, en aguas muy someras, se producía otra escena no menos espectacular. Decenas de tiburones de puntas negras (no peligrosos en circunstancias normales) no cesaban de patrullar una zona en concreto. Describían círculos de amplio radio, me situé en su interior para captar algunas imágenes, y a pesar de que el agua estuviera un poco turbia, os aseguro que son dignas de película de terror, la secuencia previa a otra en la que alguno de los protagonistas es devorado.
Después de que casi todos los que estaban a nuestro alrededor comieran, era nuestro turno,  aunque nosotros elegimos un picnic de fiambres a la sombra de los cocoteros, frente a una playa de arena blanca bañada por las aguas turquesa del lago interior, no puede haber un restaurant con mejores vistas.
A una hora prudencial tuvimos que abandonar el Lagon Bleu y poner rumbo a Tiputa, Daniel y Olga tomaban su vuelo de regreso al día siguiente por la mañana, el camino se demora entre 3 y 4 horas.
Llegó el momento de la separación de nuestros amigos, con quienes tan buenos ratos hemos pasado. Con lágrimas en los ojos nos abrazamos fuertemente, sus palabras de despedida fueron de agradecimiento, según ellos, habían estado en el paraíso. Seguro que los volveremos a tener junto a nosotros en alguna otra etapa del viaje.
Jose Carlos y yo permanecimos un par de días en Tiputa, solucionamos un par de pequeñas reparaciones y preparamos al Bahari para nuestro siguiente destino: Fakarava.
Sed felices
Kike

¿Es posible que haya un lago dentro de otro lago? Nunca me lo había planteado, hasta conocer el Lagon Bleu, empiezo a pensar que en Polinesia casi todos los caprichos de la naturaleza son posibles…

El lagoon de Rangiroa es como un mar interior; 75 Km de Este a Oeste y 25 de Norte a Sur son dimensiones suficientes como para que una vez dentro de él no se divisen sus extremos, si no fuera por la cartografía y los instrumentos de navegación, a veces costaría creer que estas dentro de un atolón.

En su extremo Sudoeste, una línea de motus y arrecifes forman una especie de inmensa piscina natural situada entre el lagoon y el arrecife principal, de unas dimensiones aproximadas de 1Km por 500 metros.

Llegar hasta allí desde Tikehau nos costó más de lo que pensábamos, viento y corriente en contra nos obligaron a hacer noche en Avatoru (uno de los dos pasos de entrada a Rangiroa), donde existe una población de 400 habitantes llamada del mismo modo. El muelle para el barco de aprovisionamiento estaba disponible, no hizo falta fondear, nos abarloamos. Día y noche, algunas personas pescaban con rudimentarias artes a nuestro alrededor. Hilo en mano, con una piedra y un anzuelo atados en el otro extremo, lo lanzaban (tipo onda) a las aguas del paso, un par de tirones y al sacarlo, la mayoría de las veces, venía cargado con un pez de buen tamaño, incluso vimos salir un tiburón de 90 cm, que afortunadamente fue devuelto al mar. Avatoru no es una excepción a la elevadísima densidad de vida que se concentra en los pasos, los chapoteos, peces saltando y en la superficie, eran constantes. Tanto es así, que la curiosidad me pudo y me zambullí con una linterna durante la noche, aunque no me alejé más que unos metros del barco, me avisaron que un grupo de tiburones martillo aprovecha la oscuridad para entrar y comerse a las rayas, también es habitual encontrar algún tiburón tigre, y la verdad, no son el tipo de encuentro nocturno más sugerente, a su hora de la comida, y con poca visibilidad no son buena compañía. Estuve un rato contemplando los bancos de peces que se concentraban a nuestro alrededor, y como los depredadores (sobre todo palometas) los acorralaban y engullían.

Poco después del amanecer continuamos camino, tras 3 horas de slalom entre corales llegábamos a un nuevo paraíso, el Lagon Bleu (lago azul), su nombre no es casual: aguas lapislázuli, rodeadas por barrera de coral y pequeñas islas repletas de cocoteros,  espectaculares playas de arena blanca, una combinación de ensueño.

Hicimos un primer intento de desembarcar en el motu más cercano, pero no llegamos, unos metros antes del arrecife algo enorme se movía bajo el agua, eran mantasrraya gigantes, segundos después todos buceábamos. El paisaje de coral era tan bonito, y había tal cantidad de vida, que nos quedamos embobados mirando hacia todos lados, olvidamos casi por completo que nuestra intención era bajar a tierra.

Durante horas nos dedicamos a admirar el vuelo y las piruetas de las mantarraya, los círculos que describían los tiburones a nuestro alrededor, los colores y la orografía creada por el coral, la increíble  cantidad y variedad de peces…

Desperté de un sueño de fantasía multicolor, en el que todos los seres vivos podíamos volar y jugábamos a observarnos con curiosidad, cuando me gritaron que íbamos a pasar la embarcación auxiliar sobre la barrera de coral para ingresar en el Lagon Bleu. Salí del agua con la sensación de regresar de otro mundo, sin tener muy claro en cuál de los dos mundos prefería estar.

Superar el arrecife no es sencillo, durante un buen centenar de metros hay que llevar en volandas la embarcación, dado que apenas hay unos centímetros de agua y la superficie está llena de salientes que cortan como cuchillas de afeitar. Imprescindible llevar un buen calzado (o ser un faquir). Una vez dentro, el fondo predominante es arena, salpicado de cabezas de coral.

En el momento estábamos todos listos a bordo, y había profundidad suficiente para el motor, surgió la pregunta del millón, ¿y a donde vamos? El paisaje era tan bonito en todas direcciones que costó decidir hacia dónde dirigirnos, fuimos a la playa de un motu cualquiera, y caminamos un poco por nuestro jardín del Edén particular. Durante el paseo los peces saltaban a nuestro alrededor, una morena salió disparada al vernos, las rayas se apartaban, pequeños tiburones nos merodeaban. Nos divertimos cazando algún cangrejo gigante y subiendo a las palmeras a por cocos.

Aquí los pasatiempos son diferentes a la televisión, internet o el whatsapp. Ya desde el Bahari, durante la tarde y parte de la noche, nos dedicamos a jugar con los tiburones; atábamos cabezas de pescado al extremo de un hilo y lo lanzábamos a unos metros de distancia, no tardaban en aparecer los escualos, poco a poco los íbamos acercando, tratando de esquivar los ataques a lo que debían considerar una presa muy escurridiza, se llegaron a concentrar una docena, y tarde o temprano ganaban ellos la partida, son muy rápidos, aunque su radio de giro es grande, si no aciertan a la primera tienen que dar toda una vuelta para volver a intentarlo. Puede parecer un curioso juego, pero es divertido, si vierais a los niños de Tikehau, su distracción es saltar sobre los tiburones desde el muelle, gana el que es capaz de sentarse a horcajadas sobre uno de ellos, yo creo que los animalitos les temen, cada vez que los vean deben salir disparados pensando en la que les espera.

Los más madrugadores del día siguiente fueron Daniel y Olga, nos avisaron de que en uno de los extremos del Lagon Bleu, en la salida de un pequeño canal que lo conecta con el lagoon principal, sucedía algo excepcional, los peces se arremolinaban en una formación cilíndrica que iba desde el fondo hasta la superficie, las mantas daban volteretas hacia atrás en la misma zona, los tiburones eran un enjambre, debía estar relacionado con los nutrientes que salían del lago más pequeño, cuyas aguas están a una temperatura mucho más elevada.

Jose Carlos y yo subimos inmediatamente a la auxiliar, los cuatro nos dirigimos hacia allá. La naturaleza es a veces espectacular y ser testigo directo de ciertos eventos un privilegio. Una especie de pequeños insectos o crustáceos se concentraban en la superficie, aparentemente un apetitoso bocado, bancos de peces los devoraban saliendo prácticamente del agua, la hacían hervir. A su vez, éstos eran objetivo de sus depredadores, extasiados por tal cantidad de comida concentrada. Sobre todos ellos, los tiburones, en la cima de la cadena alimenticia. Una auténtica escena de documental, que muestra lo apasionante de la aventura de la vida bajo el mar, y todo sucedía en unos 100 metros cuadrados, a escasos centenares de metros del barco.

Un poco más allá, en aguas muy someras, se producía otra escena no menos espectacular. Decenas de tiburones de puntas negras (no peligrosos en circunstancias normales) no cesaban de patrullar una zona en concreto. Describían círculos de amplio radio, me situé en su interior para captar algunas imágenes, y a pesar de que el agua estuviera un poco turbia, os aseguro que son dignas de película de terror, la secuencia previa a otra en la que alguno de los protagonistas es devorado.

Después de que casi todos los que estaban a nuestro alrededor comieran, era nuestro turno,  aunque nosotros elegimos un picnic de fiambres a la sombra de los cocoteros, frente a una playa de arena blanca bañada por las aguas turquesa del lago interior, no puede haber un restaurant con mejores vistas.

A una hora prudencial tuvimos que abandonar el Lagon Bleu y poner rumbo a Tiputa, Daniel y Olga tomaban su vuelo de regreso al día siguiente por la mañana, el camino se demora entre 3 y 4 horas.

Llegó el momento de la separación de nuestros amigos, con quienes tan buenos ratos hemos pasado. Con lágrimas en los ojos nos abrazamos fuertemente, sus palabras de despedida fueron de agradecimiento, según ellos, habían estado en el paraíso. Seguro que los volveremos a tener junto a nosotros en alguna otra etapa del viaje.

Jose Carlos y yo permanecimos un par de días en Tiputa, solucionamos un par de pequeñas reparaciones y preparamos al Bahari para nuestro siguiente destino: Fakarava.

Sed felices

Kike