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Días 906 y 907 (8 y 9/5/2012): No busquéis más a Nemo…

Porque está aquí conmigo, lo he encontrado… Nemo es un Pez Payaso, y no lo digo porque sea un graciosillo, así se llama la subfamilia a la que pertenece dentro de las Doncellas. Los Peces Payaso se dan en la región del Indo-Pacífico, y sin embargo no existen en otras zonas tropicales como el Caribe, no es raro encontrarlos, pero tampoco es algo que sucede todos los días.

Ha sido una coincidencia fortuita, mientras hacía tiempo esperando la aparición de las mantarraya gigantes, que son de costumbres fijas (acuden durante unas horas todas las mañanas a una cabeza de coral enorme tipo coliflor), me he dado una vuelta por los corales de alrededor. Sobre uno de ellos llamaba la atención una anémona de color rojizo precioso, cuando iba a pulsar el botón para hacer una foto, ahí estaba, frente a la cámara y a un palmo de mis gafas de buceo.

Su expresión es muy simpática, aunque en realidad son territoriales y osados, en el fondo estaba defendiendo su casa, la anémona, de una amenaza externa mucho mayor que él (mediría menos de 10 cm).

A partir de ahí ha comenzado un curioso comportamiento, no tengo claro si es que le ha gustado eso de ser modelo o que estaba un poco inquieto, la cuestión es que no ha parado de posar en las más variadas posiciones, y a mí, que no me cuesta pulsar el disparador, total, que le he hecho un book entero.

De repente se quedaba fijo a escasos centímetros de mi cara mirándome seriamente, al segundo desaparecía y se metía bajo la anémona, observándome con recelo, acto seguido se escondía en sus filamentos asomando solo la cabeza, como si me estuviera mostrando lo mullida que es su cama, o se sintiera a salvo en su bosque de miniatura, en este caso tenía una expresión más tímida.

He podido comprobar en mis carnes el efectivo sistema de protección de su casa, la anémona tiene células urticantes a las que ellos son inmunes por una mucosidad especial de que desarrollan desde larvas. Tratando de quedarme fijo, a causa de la corriente, y con las manos ocupadas con la cámara, me sujetaba como podía a las rocas, en uno de esos movimientos mi rodilla ha rozado la anémona, y todavía noto la quemadura, nada grave, pero molesto y doloroso.

He pasado unos bonitos y divertidos momentos con mi amiguito, y es que en el mar la belleza no entiende de tamaños ni de formas, cada criatura tiene la suya.

Tras varios intentos, por fin hoy he podido tener una inmersión tranquila con las mantarraya gigantes, usando equipo autónomo con botellas de aire. En un par de ocasiones no fue posible, me acercaba primero a localizarlas sin equipo, la cuestión es que en cuanto las veía no me podía resistir y me zambullía sin pensarlo, al rato, cuando me cansaba de hacer amneas a 10 metros de profundidad, iba a por la botella y regulador, pero a la vuelta ya no estaban, en fin, que parecía que estuvieran jugando conmigo. Hoy Jose Carlos también ha podido bajar un rato, pero no llevaba neopreno y ha tenido que salirse, se ha quedado helado. El agua no está fría, a unos 28 ºC, pero sigue existiendo una diferencia importante con la temperatura corporal, y al cabo de un tiempo no tarda en aparecer la hipotermia.

No os quiero poner los dientes largos, pero os adelanto que he podido captar unas imágenes espectaculares, tanto fotografías como vídeos, ya lo veréis.

Aunque llevamos varios días con ellas, sigue siendo emocionante el momento en que las ves aparecer entre el azul intenso de la profundidad, volando como grandes aviones articulados hacia ti. A partir de ahí comienza una serie de revoloteos y aproximaciones a la cabeza de coral, donde como os comentaba se desparasitan.

A pesar de su tamaño son muy tímidas, debes tener cuidado de no acercarte a ellas ni expulsar aire cuando están sobre ti (las burbujas les molestan), pero si te quedas quieto en una buena posición, son ellas las que se acercan, haciendo vuelos rasantes sobre tu cabeza.

En una ocasión me he quedado pegado al coral alrededor del que danzan, completamente inmóvil y tratando de que mis formas se mimetizaran con el entorno. Además de pasar rozándome, una se ha quedado parada a mi lado, su enorme ojo no estaría a más de 15 centímetros de mi cara, me observaba con detenimiento, o me ha reconocido de días anteriores o se preguntaba que era aquella extraña criatura pegada a la roca, la escena esta filmada…

No todo ha sido buceo, por las tardes hemos ido a conocer distintos lugares. Ayer dimos un paseo por la isla, casi la recorremos por completo, puesto que solo tiene 9 kilómetros de perímetro. El interior es elevado y escarpado, con cumbres que llegarán a los 400 metros, los pocos habitantes se concentran en la franja costera. Es verde y fértil, con infraestructuras básicas y gente realmente amable y cercana, como en épocas antiguas.

Existe una costumbre que me ha llamado fuertemente la atención, las casas tienen las tumbas de sus antepasados en la puerta, con su lápida y todo. Los hay que hasta les han construido un techado, dando la impresión de que hay dos casas, una para los difuntos y otra para los vivos. Es la primera vez que veo este habito, desde luego no es muy común, aunque intuyo las razones que les motivan.

Hoy la excursión ha sido a los motu más cercanos, los que franquean el paso al lagoon. Motu Tiapaa es más grande y tiene algo de desarrollo turístico (o sea, dos pensiones). El interior esta plagado de palmeras y vegetación, lo más cómodo es darle la vuelta caminando por la playa que prácticamente lo rodea. Motu Pitiahe es más pequeño y está prácticamente deshabitado, esto lo deja más virgen e intacto. Los árboles llegan a meterse en el mar, y eso que no tiene nada que ver con el manglar.

Realmente Maupiti es un lugar encantador, mires donde mires, lo tiene todo: un lagoon interior con aguas tranquilas e infinidad de tonos de azul, una frondosa y escarpada isla en su centro, arrecifes que lo rodean repletos de coral, motus y una vida subacuática espectacular, poco desarrollo turístico, y además hace buen tiempo todo el año, ¿qué más se puede pedir?

Sed felices.

Kike

Días 902 y 903 (4 y 5/5/2012): La isla de Marlon Brando

Tetiaroa, una pequeña joya en el Océano Pacífico, no en vano este precioso atolón fue históricamente la residencia privilegiada de la familia real Pomare de Tahití y posteriormente, en 1966, su propiedad pasó a manos Marlon Brando.

El actor la compró tras el rodaje de la película «El motín de la Bounty», y de casarse con su protagonista femenina originaria de Tahití. Hasta su muerte, en 2004, albergó una pequeña pensión en la que los huéspedes podían vivir como Robinson Crusoe en el paraíso, además de ser escenario de algunos de sus momentos de retiro. Sus herederos cesaron sus actividades y se planificó la construcción de un eco-resort de lujo, pero parece que problemas legales han demorado el proyecto indefinidamente.

A día de hoy la única forma de llegar a esta maravilla de la naturaleza es en barco, solo algunos pescadores y ocasionales veleros de charter de pequeño tamaño la visitan.

El atolón se sitúa a 60 Km al norte de Tahití, está formado por 13 pequeñas islas (motus) repletas de cocoteros que, junto a la barrera de coral, rodean un lagoon azul turquesa.

Llegamos poco después del amanecer, e inicialmente pensamos que no podríamos fondear, la zona a sotavento de menor profundidad que indicaba la cartografía estaba en medio de una fortísima rompiente. Recorrimos el arrecife hacia el sur, con la esperanza de encontrar algún punto adecuado, aunque fuera pasando un cabo a una roca del fondo marino. Al rato divisamos una boya en su extremo sudeste, pero estaba ocupada por una pequeña lancha.

Tuvimos suerte, llegó un catamarán que amablemente nos dejó el sitio, quedando en una excelente y segura posición.

La motivación de ver aquel espectacular paisaje no nos dejó ni un segundo para pensárnoslo, nos faltó tiempo para lanzarnos bajo el agua o explorar el motu más cercano.

Como siempre, franquear la barrera de coral tiene su truco, pero encontramos una zona accesible que a partir de ese momento se convirtió en nuestra puerta de entrada a un mundo de aguas cristalinas, islas desiertas, playas de arena blanca y verdes cocoteros que parecen complementar la decoración.

No hemos parado en estos días, un entorno así incita a la actividad: buceo, paseos por la playa, baños, excursiones a las islas, pesca submarina, remo con kayak e incluso un poco de kitesurf. Jose Carlos es un maestro de este deporte, y yo voy aprendiendo con sus consejos. El lugar es ideal, partiendo de una barra de arena en el interior del lagoon, rodeado de aguas someras color turquesa, ¿quién no se anima así?

Durante el regreso de la sesión de kite tuvimos un pequeño susto. Navegar con la auxiliar por el interior es navegar por un laberinto de cabezas de coral, hay que ir buscando los pasillos y a veces no los hay, por lo que toca descender, levantar motor y arrastrar la lancha a mano. Para ahorrar camino tratamos de salir al exterior por un lugar diferente, desde la distancia se veía factible. Cuando nos acercamos lo vimos un poco más complicado, pero a pesar de ello decidimos intentarlo.

En este caso, superar la barrera de coral es un ejercicio de sincronización con las olas, el agua baja, dejando la plataforma de coral al descubierto como medio metro, o sube, cubriéndolo 20-30 cm. Esto implica unas corrientes fortísimas en ambos sentidos, y una rompiente en la transición. Tras un primer intento, en el que casi volcamos, decidimos desistir, pero cuando nos retirábamos la resaca no nos lo quiso poner fácil. La corriente vaciante era tan fuerte que no pudimos sujetar la lancha, nos la arrancó literalmente de las manos, visto lo visto, la única opción fue saltar sobre ella y hacer lo que se pudiera, sin saber lo que iba a pasar, a tumba abierta.

Si os digo la verdad, todavía no sé cómo, pero milagrosamente conseguimos salir, durante un segundo pensé que no lo conseguíamos y que nos destrozaría sobre el coral (el revolcón sobre un arrecife es como meterse en el centrifugado de una lavadora repleta de cuchillas de afeitar), pero hubo una fracción en que pudimos bajar motor, arrancar y acelerar a toda velocidad.

Salvo este pequeño incidente, que nos recuerda que permanentemente estamos en manos del mar, todo ha sido tranquilidad y disfrute, la meteorología nos ha acompañado muy favorablemente.

Me pasaría horas describiéndoos los colores, los paisajes y la riqueza de la vida subacuática, que parecía un acuario, pero mejor os voy a emplazar a ver las fotografías, por aquello de que una imagen vale más que mil palabras.

Sin embargo, hay una que si voy a destacar, porque no creo que la hay podido captar con la suficiente calidad. No sé si os habéis fijado en la luna estos días, esta preciosa, redonda y muy luminosa. Sale muy temprano, aquí sobre las 18 horas, durante el ocaso, justo después de la puesta de sol, pero cuando todavía queda un poco de su luz. Verla aparecer por encima de los cocoteros, con el agua y la playa iluminada por una tenue y rojiza claridad, ha sido una de las escenas más bonitas que he visto en mi vida, durante un buen rato me he quedado embobado sin poder dejar de mirar fijamente; ha sido uno de esos momentos mágicos que desearías que nunca acabaran y compartir con alguien muy especial…

Tras la bucólica visión hemos reemprendido la navegación, rumbo a Maupiti, otra de las perlas de Pacífico, situada en las Islas de la Sociedad de sotavento. La distancia es de unas 160 millas, por lo que calculamos llegar el lunes a primera hora de la mañana.

Sed felices.

Kike