Protegido: Día 838 (1/3/2012): Cazadores – recolectores
Días 836 y 837 (28 y 29/2/2012): Henderson, in extremis…
Esta noche dormiremos fondeados en la isla Henderson (perteneciente al grupo de las Pitcairn), aunque por los pelos, ahora os cuento la odisea que hemos pasado hasta poder llegar a echar ancla.
Como os decía en mi último reporte, zarpamos el lunes por la tarde del atolón Ducie con buen viento para recorrer las 190 millas que lo separan de nuestra ubicación actual. Así siguió durante una buena parte del martes, hasta que decidió desaparecer.
Ha sido una travesía bastante pasada por agua (nunca mejor dicho), apenas ha parado de llover, a veces torrencialmente. Más que un sistema frontal, las perturbaciones meteorológicas eran fruto de innumerables chubascos locales, pero tan seguidos que apenas daban descanso.
Uno de ellos lo vimos venir en el horizonte con tan mal aspecto que decidimos arriar todo, por si acaso. Apenas se distinguía su interior, no estábamos seguros si esto podía ser debido a que llevara fuertes vientos asociados, o a una cortina de agua. En este caso fue más bien lo segundo, y no os podéis hacer una idea de cómo descargó, parecía el diluvio, además con un montón de relámpagos y truenos. En resumen, una tormenta en toda regla, cuyo único efecto fue que nos endulzó a base de bien el barco.
Después de haber navegado algunas horas a motor, y cuando nuestro objetivo era frenar la marcha porque veíamos que íbamos a llegar demasiado pronto, Eolo hizo acto de presencia, con un viento de Norte superior a 20 nudos, ¡vaya hombre! Justo cuando no lo necesitamos, es más, lo que peor nos viene para poder fondear… Pero cuando se trata de viento y mar, tú no decides, solo tienes la opción de adaptarte.
A pesar de desplegar únicamente un poco de génova, a media madrugada estábamos ya frente a la isla, permanecimos haciendo traveses esperando el amanecer, no queríamos aproximarnos sin la luz del día, no te puedes fiar ni de la cartografía ni de los arrecifes, puesto que a veces cambian.
Las primeras luces del día nos presentaron un panorama nada halagüeño, el viento y una ola de más de metro y medio hacían imposible el fondeo en los únicos puntos de los que teníamos referencias (uno al Noreste y otro al Noroeste), ni siquiera hizo falta acercarnos mucho para tenerlo claro, la espuma blanca por doquier así lo confirmaba. Como plan B hemos bordeado todo el perímetro de la isla buscando algún lugar alternativo, pero nada, no había forma.
Henderson parece una fortaleza, rodeada por acantilados de más de 15 metros de altura en cuya base no deja de golpear fuertemente el mar. Esa belleza agreste, con un verde tupido en la cima de las paredes, y numerosas cavidades y formas esculpidas por la erosión, es a la vez inquietante cuando te aproximas en barco (la única forma), ya que ves de forma clara que ante cualquier intento acabarías estrellándote sin la más mínima posibilidad de hacer nada.
Las únicas excepciones son las dos pequeñas playas que he mencionado, accesibles cuando sopla el viento predominante (Sureste), pero imposibles con Norte.
Teníamos dos opciones, continuar camino hacia Pitcairn, pero llegaríamos de noche (son unas 100 millas y estaríamos en las mismas), o esperar que bajara el viento y como consecuencia la ola, que aunque estaba previsto, nunca se tiene la certeza de cuando se da, y cuanto tiempo puede permanecer en condiciones no aptas para el fondeo.
Tras pasar por delante de las playas, y ver lo bonitas que eran (arrecife delante, aguas claras, arena rosada, cocoteros, vegetación hasta el borde, etc.), hemos decidido esperar a probar suerte.
Hasta las 6 de la tarde hemos estado haciendo bordos esperando que el milagro se diera, y casi cuando íbamos a tirar la toalla, ¡sucedió!
Nuestro aliado en este caso, un enorme chubasco, ha desviado el viento al Noroeste y como por arte de magia ha aplanado el mar en un instante, dentro de lo que cabe. Tal vez de algún modo nos estaba poniendo a prueba para comprobar nuestro autentico interés en conocer ese nuevo territorio, virgen y raramente visitado.
Nada más ver los cambios, hemos puesto proa a la playa Noreste, la más grande y extensa, buscando el sitio más protegido. Tras varios intentos hemos conseguido que el ancla agarrara, aunque por si acaso, siempre es mejor dar también un cabo a una roca cercana.
Al acabar quedarían menos de 2 horas de luz, por lo que era importante bajar a tierra lo antes posible, si queríamos pisar la isla. Teníamos antojo de unos cocos, por lo que machete en mano nos hemos dirigido a la playa con la auxiliar.
Con un poco de dificultad, y alguna que otra magulladura, hemos atravesado rompiente y arrecife y acabado sobre la arena.
La fauna oriunda tampoco debe haber tenido mucho contacto con humanos, cangrejos y aves defendían su territorio sin temernos lo más mínimo, casi nos atacaban.
Los cocoteros estaban más lejos de lo que pensábamos, se estaba haciendo de noche, pero hemos visto algo que ha despertado nuestro interés: langostas, en abundancia, atrapadas en pozas por la marea baja o escondidas bajo piedras casi justo a la orilla. No ha sido complicado elegir menú para la cena, con las manos y la ayuda del machete tres de ellas han venido al barco para compartir mesa, eso sí, desde otra perspectiva.
Se ha quedado una noche preciosa, buena temperatura, casi calma, cielo estrellado, luna radiante y enfrente una bella isla completamente salvaje, hay momentos en la vida que bien merecen la pena una eternidad.
Esperamos poder disfrutar mañana de todo lo que tenemos a nuestro alrededor, os lo cuento.
Sed felices.
Kike
Protegido: Día 835 (27/2/2012): De isla desierta en isla desierta
Días 833 y 834 (25 y 26/2/2012): Ducie o el paraíso perdido…
Hoy no os voy a hablar de navegación, el tramo desde el último reporte hasta llegar al atolón consistió fundamentalmente en frenar el barco para llegar el domingo al amanecer.
Desde el principio, la isla parecía muy celosa de su intimidad, se resistía a facilitar una aproximación a ella, como si quisiera reservar sus tesoros naturales a unos pocos elegidos, tanto tiempo sola… Con las primeras luces del alba distinguíamos su silueta, con gran pesar nos dimos cuenta que la cartografía no coincidía con la realidad ni por asomo, y ya no sólo en ubicación, si no lo que es más grave, en orientación, es decir, mejor no mirarla, no servía de nada y únicamente nos confundía.
Todos en cubierta nos desgastábamos la vista tratando de detectar rocas, bajos o el inicio del arrecife. Inicialmente parecía inexpugnable, rompientes por todos lados, aunque parezca increíble, las olas convergían de cualquier punto hacia ella.
Sin cartografía, en una isla sin fondeaderos conocidos, sin posibilidad de acceso al lagoon interior y rodeada por rompientes, parecía misión imposible. Pero ya sabéis que no somos de los que se rinden fácilmente, ante la adversidad, templanza…
La estrategia fue simple, comenzamos a rodear el atolón a una distancia prudencial, buscando el sotavento y una zona a resguardo de la ola más significativa (la de viento), una vez seleccionada la zona, ya buscaríamos como fondear.
Con un poco de paciencia la localizamos, frente al norte de la isla y al abrigo de un arrecife existía una especie de remanso, una zona más tranquila, ahí nos dirigiríamos. Poco a poco nos aproximamos, sin dejar de mirar el fondo para detectar rocas o cabezas de coral, hasta que la profundidad se situó en torno a los 10 metros, largamos ancla. Para garantizar la seguridad pasamos una cincha por una roca enorme del fondo, unida por una cabo al barco, a la vez que exploramos todo el radio de borneo, y estaba libre, misión cumplida.
Desde el primer momento que sumergimos la cabeza en las cristalinas aguas quedamos hipnotizados por la explosión de vida y de color en su fondo marino. Paisaje interminable de coral, peces de todo tipo se acercaban hasta rodearnos, con el descaro del que no conoce la amenaza de la presencia humana, la belleza convertida en visión subacuática. No tardamos mucho en descubrir varios tiburones, jaquetones de puntas negras, en torno a un metro de longitud, no parecían agresivos, aunque si curiosos de nuestra presencia, por si acaso no los perdíamos de vista, aunque eso no impidió que continuáramos buceando.
Hemos buceado en muchos sitios espectaculares, pero las aguas de Ducie nos han sorprendido, la variedad, los tamaños y la casi total ausencia de miedo de sus habitantes solo se pueden dar en lugares realmente vírgenes, en los que casi nunca se ha dado la presencia humana.
Mientras Jose Carlos y Hugo desayunaban me acerqué a nado a la orilla, distraído haciendo fotos y contemplando aquel regalo divino. Al atravesar la rompiente una ola me hizo efecto lavadora y sufrí un pequeño revolcón sobre el arrecife, sin más consecuencias que un par de magulladuras. Di una vuelta por la playa, y mientras regresaba, tranquilamente embelesado con mis cosas, vi pasar de reojo una sombra que no me gustó nada.
Me giré y me di cuenta que podía empezar a tener problemas, un tiburón de metro y medio, en este caso un jaquetón gris, potencialmente peligroso, no paraba de dar vueltas a mi alrededor. Me preocupé porque, a pesar de que es muy difícil que un tiburón te ataque, en este caso yo tenía sangre en mis heridas recién hechas, ellos pueden oler una gota a un kilómetro de distancia, y es algo que les vuelve agresivos.
No es buena idea escapar corriendo de un depredador que duda de lo que eres, eso le confirmaría que eres una presa y la probabilidad de ataque aumenta, así que seguí nadando hacia el barco tranquilamente, eso sí, sin quitarle ojo y listo para defenderme con el cuchillo en caso de necesidad.
Los círculos que daba a mi alrededor se iban estrechando, hasta que llegó un momento en el que hizo su primer intento, se dirigió en línea recta hacia mí, cuando estaba a la distancia apropiada le di un aletazo con todas mis fuerzas en el hocico, esto lo volvió a alejar.
Seguí nadando, aunque tras este último comportamiento reconozco que sentí miedo, y eso me preocupaba más, porque se dice que son capaces de oler tu adrenalina, y a su vez les vuelve más agresivos todavía.
Cuando me quedaban 50 metros para llegar al barco hizo un segundo intento, esta vez más decidido, hasta el punto que le di una patada casi más que un aletazo, me estaba investigando, si me hubiese querido morder me habría destrozado. Por si acaso mejor no esperar a una tercera, igual era la definitiva, tras comprobar que yo era un ser muy inferior a él en el agua. Pude llegar al barco sin problemas, pero me impresionó verlo pasar justo por debajo en cuanto subí los pies a cubierta. No es una sensación agradable sentirse presa de un ser superior, es la primera vez que me he sentido seriamente amenazado por un tiburón, y es extraño, porque en contra de la creencia popular suelen ser inofensivos, sus ataques suelen ser más bien consecuencia de errores (te confunden con otra cosa).
La naturaleza salvaje, además de bonita, también puede ser peligrosa, y aquí la selección natural no se anda con bromas, a partir de ahora bucearemos en grupo y por si acaso listos con fusil submarino y una especie de lanza que vamos a fabricar con una flecha, pero eso no va a impedir que dejemos de disfrutar del fondo de estos mares.
A última hora de la mañana planeamos tratar de acceder al lagoon interior. Más tarde comprobaríamos que era imposible, pero como no lo sabíamos, conseguimos entrar. Rodeando el atolón buscamos un supuesto paso, pero la rompiente era durísima. Jose Carlos se acercó a nado mientras yo pilotaba la lancha. Iba a ser un auténtico numerito de circo, había que atravesar la rompiente a toda velocidad sobre una ola, pero pararse justo antes de la zona de arrecife, en la que cubría menos de 20 cm, todo esto sin estamparnos contra las rocas, y acto seguido lanzarnos al agua para aproar la auxiliar y alejarnos corriendo hacia adentro antes de que llegara la siguiente ola. No me preguntéis como, pero salió bien, eso sí creo que nunca más volvería a intentarlo, no hay que jugar tanto con la suerte.
Luego tuvimos que arrastrar la lancha durante unos 200 metros de aguas por el tobillo, plagadas de erizos enormes, cuya consistencia comprobé con uno de mis pies. Tras el esfuerzo llegó la recompensa, el lagoon (lago interior del atolón), de aguas azuladas y tranquilas, era espectacular. Recorrimos una parte en lacha y otra caminando por la playa, donde los pájaros, para los que también debíamos ser una novedad, se aproximaban hasta casi tocarnos.
La nota negativa vino cuando andábamos por la playa que da al exterior del lado de barlovento, vimos un terrible espectáculo, multitud de boyas, botellas, cabos, restos de redes, etc. que habían sido arrojados al mar y encallado en la isla. En ese momento me avergoncé de ser un hombre, me entraron ganas de llorar, ¿cómo podemos ser capaces? Ni en una isla desierta y perdida en mitad del océano pacífico nos libramos del yugo de la contaminación y algunos desaprensivos que arrojan cosas al mar como si en su inmensidad se fueran a perder, nada más lejos de la realidad, acaban en los lugares más insospechados.
Durante el paseo por la costa vimos que había un montón de cangrejos enormes (tipo jaibas), también ermitaños, así que recolectamos unos pocos para preparar un arros-en-carrancs o arros brut, en función de la parte del Mediterráneo desde la que se lo denomine.
Cuando vimos que el sol estaba ya bajo regresamos al barco, es importante para poder distinguir rocas y arrecifes bajo el agua. La salida del lagoon fue más fácil que la entrada, esperamos desde el borde de la rompiente a que se diera el momento adecuado y aceleramos a toda la velocidad que nos permitía nuestro pequeño fueraborda de 8 CV.
La puesta de sol desde el barco fue un excelente colofón de la jornada, no os la describo, la veréis en las fotos, preciosa. Cenamos el arroz (sabrosísimo, los bichos con más carne de la que parecía) y prácticamente caímos rendidos, agotados de un día sin descanso.
En principio nos quedaremos un día más aquí, os seguiré hablando de nuestro paraíso particular.
Sed felices.
Kike