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Día 401 (20/12/2010): Los dos luceros y la boca del lobo

Parte 1: la noche, los dos luceros

Mi guardia nocturna era de 12 de la noche a 3 de la madrugada, como siempre, todo se inicia saliendo a regañadientes del saco de dormir y quejándote del frio que hace, luego el ritual de equiparse: polar, pantalones, mono impermeable, botas de agua, chaqueta y encima chaqueta impermeable.

Con más capas que una cebolla te dispones a salir fuera a comprobar cómo esta todo, previamente vistazo a los sistemas del barco: radar correcto (nada a la vista), ordenador de navegación ok (vamos a rumbo), datos de ángulo y velocidad de viento en la electrónica de abordo, inspección rápida de que no hay alarmas o fallos de cualquier tipo.

Abres el acceso al interior, sales rápidamente y cierras para mantener el calor de dentro. El primer shock es el peor, pasar de los dulces sueños, calentito en la cama, a la realidad del gélido viento del exterior y los rociones cuesta, luego ya te habitúas.

Una vez estaba fuera me acordé que no había cogido la linterna, ¡que rabia!, ahora tenía que volver a abrir, entrar a por ella, salir y cerrar de nuevo, se nota que estoy dormido, pensé. Sin embargo, en cuanto los ojos se habituaron a la luz de exterior me di cuenta que veía perfectamente, es más demasiada claridad, sorprendente, ¿qué pasa?

Una mirada a proa y popa y lo entendí todo, algo fascinante, nuevo para mí. A popa la luna, aunque no era llena, brillaba con la claridad e intensidad que solo he apreciado en las latitudes australes, como si estuviera más cerca que de costumbre, con mayor definición, más bonita que nunca.

Y a proa, aunque parezca increíble, todavía iluminaba la claridad del día, el horizonte hacia el sur parecía no querer que el ocaso acabara nunca, aunque no se viera, se aferraba al sol como un niño a su madre. La noche antártica, esa que apenas existe en esta época del año, hacia su aparición.

La combinación de ambas fuentes de luz daba como resultado una suave penumbra con extrañas sombras, más propia de una tarde de invierno que de la medianoche, pero en la que en lugar de un gran lucero en el firmamento fueran dos los que se disputaran el predominio de la luz en el cielo. En cualquier caso se trataba de un bello espectáculo, tanto, que por un rato me olvide de frio, viento, mar, barco y velas, sencillamente me quede embelesado dejando que mis retinas se impregnaran de aquel momento tal vez irrepetible.

Parte 2: el día, la boca del lobo

Faltaban escasas millas para la entrada a la bocana del estrecho canal que da acceso a Puerto Parry, en la Isla de los Estados. Tras analizar todas las opciones la decisión había sido hacer escala allí, visitar un par de puntos que nos habían recomendado, de paso guarecernos del fuerte viento del Suroeste previsto y posteriormente continuar rumbo hacia Ushuaia.

Hacía ya tiempo que veíamos flotar en el agua masas compactas de algas que llegaban a formar una especie de islotes. Con anchas hojas y gruesos tallos, se enredaban en la hélice provocando cavitación y que el motor funcionara de forma anómala, casi como si se enredara una red o uno cabo, tal es su consistencia y resistencia.

De repente el motor dejó de refrigerar y empezó a calentarse, tuvimos que pararlo, seguro que habían embozado el filtro de admisión de agua. Durante un rato estuvimos casi al pairo solucionando la avería, no sería la última vez que tendríamos que repetir esa maniobra, el problema era si sucedía en un momento complicado en el que nuestra seguridad dependiera de la máquina.

Poco a poco nos fuimos aproximando, deseando que no hubiese mucha rompiente en la entrada, puesto que está abierta a Norte y el viento del Noroeste había levantado olas de tamaño considerable.

La vista es impresionante, una estrecha franja de mar que se interna 3 millas mar adentro flanqueada por escarpadas montañas de más de 600 metros que caen casi a plomo sobre el agua. El paisaje es agreste, con la orografía fuertemente erosionada y descarnada por las duras condiciones meteorológicas.

A medida que nos íbamos adentrando su amplitud iba disminuyendo, de hecho se pasa por una especie de garganta de no más de 20 metros que delimita una zona interior. Casi al final divisamos una enorme boya a la que decidimos amarrarnos, y al fondo del todo, en la base de un cerrado valle, y prácticamente sobre la única porción de terreno habitable por lo escarpado del entorno, se ubican un par de casas de madera y un pequeño embarcadero que constituyen la base del destacamento de la Armada, 4 personas que a turnos de 45 días son la única presencia humana en tan remoto y aislado lugar. Un pequeño bosque y una cercana cascada, que se desliza por centenares de metros de pared, contribuyen a dar una imagen bucólica al lugar, que puede ser el más placentero de los retiros o un pesado confinamiento, en función de cómo se mire y como lo quiera entender cada cual.

En el momento iniciábamos la maniobra de amarre nos dimos cuenta que el viento cambiaba, el encañonamiento lo aceleraba de tal modo que violentas rachas alcanzaban los 50 nudos, pensando que por lo protegido sería un buen lugar de abrigo nos habíamos metido en la boca del lobo, salir de allí con ese viento era muy peligroso, ahora ya no teníamos otra opción, había que sujetarse a la boya y aguantar como fuera posible hasta que calmara.

Fue realmente complejo, casi imposible aproar el barco y para avanzar había que dar casi toda la máquina, tras más de media hora lo conseguimos y afirmamos con 3 cabos, confiando en que aguantaran las violentas condiciones.

Contactamos por radio con los militares, que tras confirmarnos que la boya era segura (la usan los buques de la Armada que se ocupan de la logística y el relevo), nos invitaron a bajar a tierra, ofreciéndonos lo que tuvieran a su disposición. No era el momento, pero en cuanto calmara si nos apetecía visitarles.

Por la tarde las condiciones se suavizaron y aceptamos la invitación. No os podéis imaginar lo hospitalarios, amables y simpáticos que han sido con nosotros, es el último lugar del mundo en el que pensaba que nos iban a hacer sentir como en casa. Los 4 soldados, acompañados por 2 perros, intuyo que no tienen muchas más tareas (salvo emergencias) que mantener la presencia en la isla, y tampoco reciben muchas visitas que digamos, así que creo que también fuimos una novedad. Nada más llegar nos hicieron pasar al refugio, cuya buena temperatura interior nos recompuso del frio pasado. Pudimos ducharnos, cargar agua potable y sin darnos cuenta ya estaban preparando la cena para todos. Charlamos durante horas, de la vida allí, la isla, nuestro viaje y mil otras cosas, fue realmente agradable e interesante compartir con ellos, además de que son excelentes cocineros.

Nos hablaron de que se podía ascender por la montaña y llegar al nacimiento de la cascada, un lago situado en la parte alta, una bonita excursión. A pesar de que nuestros planes eran zarpar a primera hora y dirigirnos a San Juan del Salvamento, en el extremo oriental de la isla, cambiamos de idea, nos levantaríamos temprano y subiríamos a descubrir ese lugar, uno de ellos nos acompañaría.

Regresamos de madrugada al barco, todo estaba calmado, hemos dormido como sobre una balsa de aceite, un placentero y merecido descanso.

Sed felices.

Kike

Día 399 (18/12/2010): En los dominios de los 50 aullantes

A las 23:02 GMT (una hora menos que en la España peninsular) hemos cruzado los 50º de latitud sur, salimos de la zona de los 40 rugientes y nos adentramos en la de los 50 aullantes, solo el nombrecito impresiona.

Desde que salimos de Puerto Deseado y arrumbamos al sur nos acompañan vientos del Noroeste de intensidades entre 20 y 30 nudos, una dirección muy favorable que nos permite navegar entre el largo y la popa, con la que hemos desarrollado velocidades de hasta 10 nudos, aunque de forma estable nos mantenemos entre los 7 y los 8.

Navegamos solo con la mayor tomado el primer rizo, al irse el viento muy a la popa el génova ha dejado de ser efectivo y hay demasiado para izar el spinnaker. De todos modos no necesitamos más trapo, así vamos bien, aunque al no llevar otra vela que compense un poco, el balanceo lateral es más intenso, aunque no brusco.

El tamaño de las olas es de 2,5-3 metros y al alcanzarnos por detrás nos empujan acelerando nuestra velocidad hasta la siguiente, mejor así que luchar contra ellas.

Hoy el día ha sido frio, especialmente en la madrugada o cuando cae el sol, aunque ya no calienta como antes, a pesar de que este visible y sus rayos te incidan directamente ganan la pelea la temperatura ambiente o la sensación térmica por el viento. La impresión al ponerse la ropa o meterse en la cama es desagradable, hasta que lo calientas un poco todo esta húmedo y frio.

Nubes y claros han intercambiado su dominio del cielo, el color plomizo del horizonte, junto al azul intensamente oscuro del mar, han predominado en la escala cromática de la jornada. En cualquier caso el paisaje de alta mar es diferente al que hemos observado en otras latitudes, me resulta difícil de describir, las nubes son diferentes, hay una claridad especial, tal vez sea una sensación mía por saber la zona del planeta en la que estamos navegando, tal vez sea la latitud.

Afortunadamente ningún incidente, todo tranquilo, vida rutinaria de abordo, alternando descansos con guardias, poca vida en común, puesto que el que descansa donde mejor esta es bien abrigadito en la cama, durmiendo, leyendo o escuchando música.

La previsión meteorológica por el momento no es mala, incrementos y descensos del viento, pero siempre permaneciendo entre el Oeste y el Norte, lo cual nos viene genial para el rumbo que llevamos.

Ayer conocimos una noticia que nos impresionó, hace 3 días un barco polaco naufragó en el canal de Beagle y murieron dos de sus ocupantes. Es una zona que atravesaremos para llegar a Ushuaia, y además, en principio no parece la más conflictiva, pero así son los designios del mar. Tampoco hay que ponerse negativo, sencillamente es información que refuerza nuestro ya elevado sentido de la prudencia, aunque esto pueda ser visto por algunos desde otra perspectiva.

Poco más por hoy, ya os sigo contando que tal vamos.

Sed felices.

Kike