Día 153 (16/04/2010): Llegada a la Isla de Providencia
Mi intuición se ha cumplido, tal y como os decía ayer, la noche ha sido especialmente tranquila, navegando a vela rumbo a Providencia con viento suave y muy poca ola, siguiendo la tónica del día anterior, disfrute de la navegación y descanso absolutamente relajado. Durante mi guardia únicamente se quebró esa paz al cruzarnos con un pesquero, y mira que el mar es grande, pues íbamos directos a él, colisión asegurada si no llego a gobernarle, nunca se puede bajar la guardia ni pensar que estas solo ahí afuera, por muy recóndita que sea la zona. Comencé viendo una luz muy tenue fija, por un momento, y al no distinguir verde o roja, pensé que podía ser la señalización de algún arrecife, plataforma o piscifactoría, pero en la carta no se veía nada por esa zona. A medida que nos fuimos acercando la luz aumentaba en intensidad, llegado un punto, supongo que porque el pesquero estaba viendo que nuestro rumbo era de encuentro, encendió unos potentes focos y las luces de navegación, en ese momento le vi la roja, yo a su vez también encendí las luces de navegación de cubierta, para que me viera mejor (normalmente navegamos con las luces de navegación de tope de palo, son leds y consumen mucho menos, aunque también tienen algo menos de alcance que las otras). Me habría venido genial el radar para evitarme el rato de incertidumbre tratando de averiguar que era aquello, una vez lo tuve claro caí 20 grados a estribor y lo dejé por babor a unos 300 metros sin mayor problema.
La mañana ha sido similar a la noche, salvo por el bello paisaje del día y lo bien que se ven las cosas a la luz del sol. A las 12 el viento ha comenzado a cerrarse (ponerse más de proa) y a bajar, así que dado que nos quedaban pocas millas hemos decidido poner en marcha el motor para acelerar, podíamos llegar de día y preferimos hacerlo con el sol alto, de modo que se distinguen mejor los obstáculos bajo el agua, y para variar, la entrada a la bahía del destino no es simple.
A las 4 de la tarde estábamos ya en el fondeadero de Catalina Harbour, aquí no hay marinas ni nada que se le parezca, únicamente un muelle muy rudimentario que usan un par de pesqueros y por donde supongo que embarcaran también las mercancías en pequeños barcos (no hay calado para grandes). En la bahía hay fondeados otros 4 barcos, fundamentalmente americanos.
La visión a lo lejos de la isla es majestuosa, a pesar de ser muy pequeña (algo más de 4 millas en su parte más larga) es bastante montañosa y verde, se la ve emerger del agua en la distancia, en medio de la nada, como si fuera una isla flotante de los cuentos. A medida que te acercas observas lo agreste que es y lo frondoso de su vegetación, con montañas repletas de palmeras y arbustos que llegan hasta el borde del mar. Apenas se distinguen construcciones en su paisaje, casas de madera aisladas y algún edificio un poco más grande en el centro del pueblo.
Tras asegurarnos de que estábamos bien agarrados por el ancla, hemos montado la auxiliar para bajar a tierra y explorar nuestro nuevo destino. La impresión que da desde el mar se mantiene en tierra. El pueblo, localidad principal de la isla, consta de medio centenar de casas distribuidas en un par de calles, todas las construcciones son de madera pintadas con vivos colores. El ambiente recuerda a épocas pretéritas, grupos de gente en la calle conversando tranquilamente, apenas hay vehículos (un detalle curioso es que la mayoría no tienen matrícula, supongo que no les hace falta, saben perfectamente cada coche de quien es), todo muy rustico y tradicional, desde luego no se respira estrés ni contaminación.
Como en anteriores ocasiones, al primero que vemos con pinta de espabilado lo abordamos y achicharramos a preguntas para centrarnos: ¿es este el pueblo? ¿Alguna localidad más grande? ¿Qué hora es? ¿Cuál es la moneda local? ¿y su cambio frente al dólar? ¿Qué medios de transporte hay? ¿Dónde está la gasolinera? ¿Dónde podemos comprar comida? Etc. Si es que preguntando se llega a Roma, nos miran con cara rara, pero en 5 minutos nos ubicamos y sabemos de qué va la cosa, a partir de ahí nos movemos perfectamente.
Caminando hemos recorrido las calles del pueblo, no nos ha dado para mucho, en 10 minutos lo habíamos visto todo de norte a sur y de este a oeste. Nos ha vendido bien para localizar comercios, bares y un restaurante en el que cenar, todo muy básico, pero la comida buena, ¿Qué más queremos?
Un paseo más por la plaza, al lado de la cual está el embarcadero en el que hemos dejado la auxiliar, y de vuelta al barco a descansar un rato. No creo que hagamos mucho más hoy, nos han hablado de un bar en el que se concentra la gente a partir de las 12, pero estamos cansados, llevamos ya unos días navegando y durmiendo poco, aunque por otro lado puede ser curioso ver como se divierte la gente, en un sitio tan recóndito y endémico.
En fin, ya os cuento lo que hacemos al final…
Sed felices.
Kike