Días 1.402 a 1.405 (16 al 19/9/13): Praia de Tofo y las ballenas que cantan

A las 5 de la madrugada del lunes subía a la chappa (furgoneta) que realiza el trayecto hasta la playa de Tofo, situada a algo más de 400 kilómetros al Norte de Maputo, es el único transporte público y el medio de locomoción usado por los nativos.

La primera sorpresa fue que el conductor no se pone en marcha hasta que el vehículo no se llena, pacientemente esperamos el goteo de viajeros que no culminó hasta las 7:20 de la mañana, en aquel momento ya tenía las piernas adormecidas del incómodo asiento, tragué saliva al pensar que por delante me aguardaban más de 7 horas por una carretera no siempre en buen estado.

Mientras amanecía, la especie de nodo de comunicaciones terrestres en que estábamos parados (Junta) se convirtió en un hervidero de personas cargadas con los objetos más inverosímiles y ataviadas con coloridas telas. Los vendedores ambulantes insistían una y otra vez para que comprara pan, agua, fruta o electrónica simple como una radio o una linterna.

En África la maternidad no condiciona la actividad diaria de la mujer, las criaturas de apenas días se convierten en una especie de apéndice unido al cuerpo de su progenitora mediante un gran pañuelo a modo “bolsa de canguro”. El niño se agarra como un “monito” y se busca la vida para mamar solito por muy pequeño que sea, mientras la madre mantiene la movilidad en ambos brazos y sigue arrastrando pesados fardos o levantando cestas para comerciar con transeúntes.

Creyéndome muy listo me senté en uno de los asientos de la fila individual, tras hacer un rápido quiebro del asiento doble en el que estaba al ver dirigirse hacia mi posición a una oronda mujer cuyo trasero, al menos, triplicaba el mío. Mi gozo en un pozo cuando vi que a medida que se llenaban las plazas despliegan unas sillas en los pasillos, al final todo el mundo viaja compartiendo por igual un espacio que se aprovecha al milímetro.

Mi vecina de asiento llevaba una gallina entre las piernas, dos gigantescos barreños encajados sobre las rodillas, una bolsa bajo el asiento y alguna pertenencia más distribuida por la furgoneta, a pesar de ello me sentí privilegiado, había gente que iba mucho peor.

El bebé de apenas un mes de la fila de atrás comenzó a llorar, su madre lo tuvo que cambiar porque se había ensuciado, el espacio es tan reducido que cabeza y pies reposaban sobre los compañeros de asiento de ambos lados, nadie se quejó, y si algo rompió la impasividad de contemplar un hecho biológico natural fue una leve sonrisa de complicidad. Creo que fui el único que abrió un poco la ventanilla para que entrara un poco de aire fresco y diluyera el penetrante olor.

Mientras tanto, a mí alrededor se deslizaban paisajes de la sabana africana, tierras con elevaciones muy suaves salpicadas de árboles casi secos, vegetación baja teñida de ocre por estar casi al final de la estación sin lluvias, escasos cultivos, chozas circulares de pared de adobe con techo de paja…

Llegamos a nuestro destino, hay gente que desde el inicio del viaje ni se ha movido, mientras que yo he tenido que ponerme de pie sobre mi asiento y estirarme cada cierto tiempo, el africano es duro, resistente y paciente. La chappa hace también de mensajero distribuyendo bultos en algunos puntos del recorrido, sus receptores no saben cuándo llegará porque no hay horario fijo de salida, no hay problema, sencillamente se sientan en el suelo bajo la sombra de un árbol y esperan tranquilamente las horas que haga falta.

Tofo es un pueblecito de playa con calles de arena y un incipiente desarrollo turístico por la belleza de sus paisajes, el carácter relajado del lugar, las olas y sobre todo la espectacular vida marina; muchos lo consideran la capital del buceo en Mozambique, aunque eso es mucho decir.

No tengo nada reservado, aunque si algunos contactos, en un par de horas organizo dos inmersiones para el día siguiente y encuentro un lugar donde dormir, no hay lujos, todo es más bien bastante hippie y tranquilo, apenas hay turistas.

La playa es una inmensa franja de arena anaranjada, en sus extremos gigantescas dunas ya consolidadas con vegetación sobre ellas, me recuerda al paisaje del Norte de Brasil.

La jornada empieza muy pronto, hay que aprovechar las primeras horas de la mañana para bucear, cuando la visibilidad es mejor y el viento todavía no se ha levantado. Durante la navegación hacia el punto de inmersión divisamos varias ballenas, la zona está plagada, es el lugar y la época del año correcta.

Ya con la lancha parada, mientras nos equipábamos para sumergirnos, una inmensa ballena jorobada emergió a nuestro lado, tan cerca que pensé que nos iba a volcar, su enorme tamaño y grave resoplido me desconcertó, he visto muchas ballenas, pero nunca había tenido una tan grande al alcance de la mano.

Desde que metí la cabeza bajo el agua escuche la melodía que me acompañaría durante los siguientes días: el canto de las ballenas. El medio acuático es un excelente conductor del sonido, por ello se puede oír con nitidez la forma de comunicarse de cetáceos situados a distancias considerables. En la orquesta muti-timbre se podía distinguir a los distintos individuos, especialmente a las crías, con un tono más agudo. No es estridente, es más bien acogedor, no inquieta, transmite paz. Al principio puede pasar desapercibido, pero una vez sintonizas con él ya no hay forma de sacártelo de la cabeza, no sé lo que dicen, pero si dejo mi mente en blanco y sencillamente lo percibo casi lo puedo imaginar, se llaman para saber donde están, la madre le transmite instrucciones a su vástago, él replica curioso y excitado por el nuevo universo que está descubriendo…

Inmensos bancos de peces deambulan sobre el arrecife que exploramos, un mero que me dobla en tamaño se cruza frente a mí con la tranquilidad de que no soy una amenaza para él, gigantescas morenas abren y cierran rítmicamente la boca con gesto desafiante, aunque en realidad no hacen más que respirar. Distintos tipos de peces escorpión y león aportan una nota de color a la numerosísima fauna de arrecife. Es una pena la escasa visibilidad, ya que en la zona abundan las manta raya gigantes y tiburón ballena, podrían estar a 15 metros de mí y no sería capaz de distinguirlas. El agua esta fría, 19ºC después de tanto tiempo buceando en las cálidas aguas del trópico es un shock.

Otro de los días Paulie, sudafricano amigo de Alexis, me invita a conocer Barra, una pequeña península rodeada de playa y dunas que se sitúa una docena de kilómetros más al Norte. Durante el trayecto recogemos a dos mozambicanos amigos suyos, llevan caminando una hora y media bajo el sol para ir a trabajar, Paulie les pregunta: ¿hoy no hay chappa?, con una sonrisa de oreja a oreja responden: -no, hoy no pasó-, no hay el más mínimo tono de enfado en su voz. No pude evitar el reírme a carcajadas cuando imaginé esa situación trasladada a otro continente, pensad en alguien que se levanta de madrugada para ir a trabajar, sin explicación alguna el transporte público no pasa, y le toca caminar diez kilómetros por un camino de arena, no sé si hay muchos que lo asumirían con esa deportividad y simpatía.

Es imposible circular por la zona sin un 4X4, aquí son una necesidad, bueno, relativa, el africano camina, es algo de lo que me he dado cuenta. En esta área no viven en núcleos de población, más bien en chozas diseminadas por cualquier lado, no disponen de medios de transporte propios y los públicos son casi inexistentes, así que sencillamente caminan lo que sea necesario, para ir a la escuela, comprar, trabajar o visitar a alguien, como antaño.

La playa de Barra, si cabe, me pareció incluso más bonita que la de Tofo. Contemplando este precioso paisaje nos adentramos en el mar para una nueva inmersión, que por supuesto pasó por el encuentro de varios grupos de ballenas, no hay más que esperar unos segundos contemplando el horizonte del mar para que sobre él destaque un surtidor tipo geiser. Bajo el agua la misma biodiversidad y grandeza que en Tofo, aunque lamentablemente también escasa visibilidad y baja temperatura.

Comida típica mozambicana, espíritu de África, gente amable y acogedora, ambiente distendido, días de paz y tranquilidad frente a la playa.

Mientras esperaba la chappa de regreso a Maputo coincidí con Mª Luz, una chica española que iba a realizar el mismo viaje, casualidades de la vida, no sólo es de la misma ciudad (Valencia), sino que además vive a escasos 100 metros de donde yo vivía, la conversación hizo las 7 horas de vuelta más agradables y llevaderas, el mundo es grande y pequeño a la vez…

Sed felices

Kike

Días 1.395 a 1.401 (9 al 15/9/13): El lugar en que se encuentran las aguas…

De todos los significados y orígenes del nombre de la ciudad de Maputo que he escuchado éste es el que más me ha gusta, no está exento de lógica, puesto que en el Estuario do Espíritu Santo y la bahía de Maputo desembocan al menos 5 ríos, que a su vez se funden con el inmenso Océano Índico. Otras versiones hablan del líder de una antigua tribu, Maputa, que gobernó la zona antes de la llegada de los portugueses. También se hace referencia al propio río Maputo como originario del nombre. Sea como sea, lo cierto es que la ciudad se denominó Lourenço Marques en honor al comerciante que la exploró por primera vez en 1.545, y mantuvo su nombre hasta la independencia en 1.975, aunque no fue hasta 1.907 cuando se convirtió en la capital del África Oriental portuguesa, debido a sus ventajas estratégicas como puerto y a la línea de ferrocarril que la unía con Pretoria (Sudáfrica).

A última hora de la tarde del día 9 de septiembre fondeábamos el Bahari frente al puerto pesquero, más tarde de lo previsto, el camino a recorrer sorteando los innumerables bajos de la bahía y la fuerte corriente en contra nos llevó desde el amanecer. No habíamos encontrado ninguna información acerca de posibles lugares seguros donde dejar el barco, las imágenes satélite y la cartografía apuntaban que podría ser dentro del puerto de pesca, pero con decepción comprobamos que tanto por calado como por espacio de maniobra no podría ser.

La primera noche fondeados en el río frente al puerto nos reveló lo que intuíamos, aquel no era un lugar adecuado, demasiado expuesto a los vientos, en cuanto éstos se enfrentan a la fuerte corriente se forman unas picudas olas que amenazaban con arrancar el ancla e incluso entrar por cubierta. La única opción era la marina, aunque según nuestras informaciones se secaba por completo en marea baja, algo impensable como amarre para nosotros hasta el momento, aunque varias personas nos aseguraron que eso no sería un problema.

Tras dos visitas en marea baja nos animamos a intentarlo, el único velero amarrado allí nos explicó que el fondo es una capa de más de 3 metros de fango muy esponjoso, por lo que poco a poco la orza se va enterrando hasta que el casco apoya sobre el lodo. Es un proceso lento y la maleabilidad del fondo fabrica una especie de cuna a medida, por lo que aunque el barco quede en seco la estructura no sufre.

La teoría está bien, pero no respiramos tranquilos hasta que no vimos al Bahari perfectamente asentado sin mayor problema, no fue sencillo llegar hasta el pantalán, a mitad de dársena ya tocábamos fondo, acelerando a toda máquina conseguimos abrir un surco de más de 30 centímetros por el fondo avanzando centímetro a centímetro, emoción hasta el último momento.

Con el barco ya seguro pudimos lanzarnos a conocer una ciudad que nos ha sorprendido gratamente. Maputo es una urbe más desarrollada de lo que desde fuera pueda pensarse, no es París, pero comercios, transportes, restaurantes, hoteles y lugares de ocio atestiguan que la calidad de vida no es tercermundista.

Tal vez lo que más me ha sorprendido es la animación cultural y artística, especialmente la musical, con grupos en directo casi todos los días que en muchos casos fusionan ritmos africanos con otros estilos, nuevos sonidos que encantan al visitante.

Alexis, con quien tengo amigos en común, había preparado nuestra llegada, además de informarnos de todo lo necesario y ayudarnos a solucionar cualquier problema. La primera noche conocimos a Pedro, un español que también lleva varios años viviendo en Mozambique, con ambos nos incorporamos fácilmente a la agitada y divertida vida nocturna, fiestas, nuevos amigos, eventos culturales, etc.

La verdad es que no hemos parado, lo cual nos ha venido genial tras unos meses de vida casi ermitaña, aunque tal vez por la falta de costumbre, el domingo yo ya estaba pensando en retirarme unos días a la tranquilidad de la playa y el buceo en algún lugar más al Norte.

Habíamos oído hablar de Maputo como una ciudad peligrosa, pero no ha sido esa nuestra experiencia, cierto es que no hemos buscado el riesgo, pero en ningún caso hemos visto el menor indicio de problemas, excepto irónicamente con la propia policía, que no deja pasar una oportunidad para intimidar al “blanquito” y tratar de sacarle un soborno con cualquier excusa peregrina. Más adelante os contaré con más detalle alguna de las increíbles experiencias que hemos sufrido, pero desde luego tiene narices que la mayor fuente de inseguridad sean las propias fuerzas del orden, aunque según la expresión resignada de muchos de los que conocí: “África es así…”.

Es una pena que la ciudad apenas conserve edificios de la época colonial, y los que quedan no estén en muy buen estado. Salvo honrosas excepciones, como la estación de trenes, no es brillante por su arquitectura, aunque sí por su gente y ambiente. Del mismo modo que puedes ver lujosos 4X4 circular por grandes avenidas flanqueadas por edificios gubernamentales con imponentes estatuas, puedes contemplar escenas de vida tradicionalmente africana: mujeres cargadas con inmensos fardos sobre la cabeza vestidas con las típicas telas, pequeñas embarcaciones de pesca que se adentran a remo por las mañanas en la bahía y regresan con una rudimentaria vela latina aprovechando los vientos de la tarde, mercados en los que la artesanía se mezcla con los productos de cultivo más primarios que son la base de su alimentación.

Pero hay que tener claro que esta es la capital y la costa Sur es la zona más rica de Mozambique, no es todo así, lamentablemente es uno de los países más pobres del mundo, en el que a día de hoy todavía hay gente que muere de hambre y la esperanza de vida es de poco más de 40 años; un salario normal apenas alcanza los 100€/mes, y la vida no es barata porque prácticamente todo es importado, no es fácil salir adelante, sin embargo lo llevan con la sonrisa y resignación positiva de la que creo que sólo es capaz el pueblo africano.

Las guerras han sido las protagonistas de la historia contemporánea de este país, primero la de independencia desde 1.964 hasta 1.975, y acto seguido una cruenta guerra civil, alentada y financiada por oscuros intereses de terceros países, que se prolongó hasta 1.992. La herencia de esta época: una escalofriante cifra de muertos, millones de desplazados, economía e infraestructuras destruidas, reservas naturales arrasadas con el exterminio de sus animales y millones de minas anti-persona que siguen enterradas bajo el suelo y hacen peligroso salirse de los caminos transitados en numerosas zonas del territorio nacional.

Pocos viejos se ven por la calle, es un país eminentemente joven con casi la mitad de su población por debajo de los 15 años, una tasa de natalidad superior a 5 nacimientos por vientre fértil le empuja a ello (aunque la tasa de mortalidad infantil también sea una de las más elevadas), una fuente de esperanza para mejorar y transformar a Mozambique, que desde el final de la guerra civil asciende por una trayectoria positiva.

Aunque la agricultura sigue siendo de auto-subsistencia, un incipiente turismo está proporcionando una alternativa a los tradicionales negocios de la minería, madera o pesca. Se han descubierto importantísimas reservas de gas y petróleo que auguran un futuro prometedor. Pero lamentablemente estamos cansados de ver que el hecho de que un país sea rico en recursos naturales no implica que la mayoría de sus habitantes disfruten de esa riqueza, seguiremos con cariño la evolución de Mozambique.

Sed felices

Kike

Días 1.390 a 1.392 (4 al 6/9/13): Cruzando el Canal de Mozambique

Ya estamos prácticamente a mitad de camino entre Madagascar y el continente africano, a las 21:00 horas GMT nos quedan 350 millas para llegar a Maputo, el avance ha sido significativo durante estos días.

Como si los Dioses del Mar hubieran leído lo que escribí en el anterior reporte, y se compadecieran de nosotros, las condiciones empezaron súbitamente a mejorar en las siguientes horas.

El viento comenzó a subir y rolar exactamente en la dirección que necesitábamos, como si estuviera hecho aposta nos permitió ir cambiando progresivamente de un rumbo en dirección al Sur a otro prácticamente al Oeste, de modo que el Bahari pudo ir describiendo la curva que deseábamos bordeando Madagascar, manteniendo la distancia de seguridad a costa que habíamos previsto.

Una vez al Sur de Madagascar, cuando ya enfilábamos en línea recta nuestro punto de destino (aunque todavía muy distante), a medida que nos adentrábamos en el Canal de Mozambique (como se denomina el área de Océano Índico entre Madagascar y dicho país) la corriente en contra desapareció por completo, dando paso a todo lo contrario, una corriente favorable que nos sumaba más o menos un nudo a la velocidad que hiciéramos sobre el agua.

Para acabar de facilitarnos las cosas, la incómoda ola oceánica sin relación al viento se fue, el mar calmó casi por completo, rizándose únicamente cuanto más arreciaba el viento.

Con esas condiciones el Bahari no se hizo el remolón y empezó a volar a toda velocidad, no ha sido extraño contemplar ritmos de avance superior a los 10 nudos mantenidos durante horas seguidas, las medias han superado las 200 millas por día.

Hoy la situación se ha normalizado, digamos que han desaparecido las condiciones de ventaja (corriente a favor y buen viento sin ola) y a lo largo del día regresábamos a una situación habitual de travesía.

El viento se ha suavizado, ligeras brisas de poco más de 10 nudos nos llegan desde el Sur o el Sudoeste, permitiéndonos navegar de través o ceñida abierta. La velocidad ha caído considerablemente, unas veces vamos a 4 nudos y otras a 7, pero como la ola es proporcional al viento no hay problema, las velas se mantienen en su sitio haciéndonos avanzar más o menos en función de los caprichos de Eolo.

La tranquilidad se ha instaurado a bordo, la escora es pequeña, no hay fuertes sacudidas, los sonidos son los normales de jarcia y velas trabajando y agua deslizándose bajo el casco, un placer de navegación que se complementa con un horizonte despejado y noches claras plagadas de estrellas.

La previsión es que esta situación de vientos suaves se mantenga hasta la llegada a la costa de Mozambique, allí lo más probable es que se refuercen un poco y se vayan a componente Norte, aunque también estaremos expuestos a las deformaciones de los vientos térmicos provocados por el continente.

Lo que sí han bajado son las temperaturas, el viento procede fundamentalmente de latitudes australes, y no hay que olvidar que aquí estamos en invierno. No es que el termómetro descienda más allá de 20-22ºC, pero después de dos años permanentemente en temperaturas superiores se nota el cambio. Preveo con pereza mucho más frio cuando crucemos el Cabo de Buena Esperanza (a una latitud de casi 35º Sur) o cuando regresemos por el Atlántico Norte, siendo invierno en ese hemisferio.

Ayer vimos pasar una enorme ballena por nuestra popa, no estoy seguro si se trataba de una jorobada o de una azul, nadaba hacia el Norte remontando el Canal de Mozambique. No es extraño, es la época, aproximándonos a La Reunión divisamos varias, como se ve que a ellas también les da pereza el frio abandonan las aguas más septentrionales durante el invierno, subiendo a latitudes más cálidas para aparearse y reproducirse. En diciembre, cuando vuelva a ser verano en este hemisferio, bajarán de nuevo hacia el Antártico para aprovechar y darse un enorme banquete con la infinidad de nutrientes que aportan sus aguas frías.

En estos momentos nos encontramos en 26º 01’S, 038º 39’E, navegamos rumbo 273º con el viento de través a 6-7 nudos de velocidad, suaves olas nos mecen, el radar está despejado a 12 millas a la redonda, no hay más luces en el horizonte que la nuestra y la de las estrellas de la bóveda celeste, que en ausencia de luna se adueñan de la oscuridad para brillar más que nunca, una noche tranquila…

Sed felices

Kike

Días 1.379 a 1.386 (24 al 31/8/13): La Reunión, isla de volcanes

No hace mucho, apenas 3 millones de años, una explosión volcánica hizo emerger del agua una nueva isla 400 millas al Este de Madagascar. Sucesivas erupciones la fueron haciendo crecer en elevación y superficie, llegando a superar los 3.070 metros de altura en Le Piton des Neiges, la cumbre más alta de archipiélago de las Mascareñas y de todo el Océano índico. Pasó el tiempo y otro coloso brotó del interior de la tierra, un nuevo volcán, Le Piton de la Fournaise, que con medio millón de años de antigüedad trató de disputarle la hegemonía a su hermano precedente. No lo consiguió por poco, se quedó en los 2.632 metros de altura, pero todavía no ha dicho su última palabra, ya que a diferencia del primero sigue activo, de hecho está considerado uno de los más activos del mundo, en los últimos 10 años lo ha demostrado más de media docena de veces, habiéndose registrado una cifra superior a las 300 erupciones en sus menos de 500 años de historia escrita, es el artífice de que la isla siga creciendo hoy en día.

Tras el enfriamiento y la erosión llegaron sus primeros habitantes: vegetación, aves, anfibios, insectos, pequeños mamíferos, etc. Como la isla jamás estuvo unida al continente africano nunca llegaron los grandes herbívoros o sus depredadores que allí proliferaban. Con el tiempo se convirtió en un vergel de exuberante naturaleza, plagada de ríos, bosques, tortugas gigantes, grandes aves que no volaban, etc.

La vida se abría camino a su ritmo, sin perturbaciones externas (más allá de la meteorología y las explosiones del volcán), hasta que durante el primer milenio de nuestra era llegó el ser que cambiaría para siempre su existencia: el hombre.

Se dice que árabes, fenicios y austro-malayos (habitantes de lo que hoy en día sería Indonesia y Malasia) arribaron a sus costas, aunque jamás pasó de ser un mero punto de reaprovisionamiento de agua y comida hacia otros destinos.

Europa tuvo noticias de su existencia a principios del Siglo XVI de la mano de los portugueses, pronto franceses, holandeses, ingleses y españoles la convirtieron en potencial escala durante los viajes a través del Océano Índico.

Compartió historia con sus vecinas de Isla Mauricio y Rodrigues, con la diferencia de que tras la invasión inglesa de principios del siglo XIX fue devuelta a los franceses. Tras más de una decena de cambios de nombre se denominó definitivamente «La Reunión» inspirándose en las ideas de la revolución francesa, aunque el segundo apelativo que más predominó fue Île Bourbon (en honor a la dinastía de los Borbones que gobernó Francia), todavía se encuentran infinidad de reminiscencias a esa época.

En apenas un día navegando desde Port Louis alcanzábamos las costas de La Reunión, su silueta se distingue en la lejanía a muchas millas de distancia, aunque su verdadera altura queda oculta la mayor parte del tiempo por la presencia de nubes en las altas cimas.

Por nuestro calado, el único puerto accesible es Le Port (en el Noroeste, cerca de Saint Denis, la capital), por el que entran cargueros y mercancías del exterior. No existe ningún fondeadero viable en sus costas.

Al llegar uno tiene la impresión de haberse teletransportado a la Francia europea: la señalización, los comercios, los coches, sus calles, el estilo arquitectónico, las avanzadas infraestructuras… todo recuerda a la metrópoli de la cual es un departamento de ultramar.

Sin embargo, no hay más que levantar la vista para confirmar que la orografía es diferente, su macizo montañoso central se observa desde cualquier lugar de la isla, casi lo mismo que el mar, la escarpada pendiente parece que sube hacia el infinito, al menos hasta la cuasi perpetua boina de algodón blanco.

El atractivo fundamental de La Reunión es su interior, y aunque en general todo sea carísimo, el alquiler de coches no lo es, por lo que decidimos que este sería el mejor modo de conocer la isla.

Evidentemente inauguramos las excursiones con una subida al volcán, al Piton de la Fournaise. Debido a su microclima la mayor parte de los días las cimas y la parte Este se cubren a las 10-11 de la mañana, por lo que si quieres subir a la montaña hay que levantarse muy temprano y aprovechar la vista desde el amanecer hasta la llegada de las nubes.

A medida que ascendíamos por la carretera hacia la base del volcán el paisaje se fue transformando, el aspecto mediterráneo de la costa dio paso a una imagen de campiña francesa, por la que se extendían inmensos cultivo de caña de azúcar. Más arriba el paisaje de alta montaña tomó el relevo, exuberantes bosques de coníferas se sucedían con grandes prados en los que pastaban vacas, hay fotografías que podría asegurar que están hechas en Suiza. A partir de los 2.000 metros de altitud las bajas temperaturas y el fuerte viento solo dejan crecer arbustos y vegetación baja, el aspecto es similar al de la tundra de las cumbres más elevadas.

De repente, tras superar un collado, todo cambia radicalmente, entras en los dominios del volcán, el paisaje toma un aspecto lunar, que con la luz roja del amanecer más bien podría ser calificado de marciano, en él los protagonistas son las abruptas rocas, los cráteres y la lava solidificada.

Sólo se puede llegar a la cima del Piton de la Fournaise a pié, en una marcha de 2,5 horas de ascenso por su ladera. La única puerta de acceso al inmenso cráter en el que se aloja es un estrecho y empinado barranco, bajándolo se llega a una llanura sobre la que se alza magistralmente el cónico coloso, además de otros cráteres menores procedentes de las innumerables erupciones del complejo.

A pesar de que llevábamos ropa de abrigo el frio era intenso, tanto que cara y orejas nos dolían, en el suelo se podían apreciar cristales de escarcha. Mientras avanzábamos hacia la cumbre la meteorología jugó una mala pasada y nos sumergió en un mar de nubes, apenas eran las 8 de la mañana, pero la montaña también tiene sus propias reglas. Dentro de una espesa niebla, sin sol, con viento fuerte que hacía que las minúsculas gotitas de agua helada nos cortara el rostro… decidimos regresar, no tenía sentido, ni íbamos equipados ni conseguiríamos ver nada más allá de nuestras narices al llegar arriba, nos conformamos con la ya espectacular vista desde su base, es irónico que uno pueda helarse estando en el trópico, pero así es.

Otra de las maravillas de la isla son sus circos, la herencia del primer volcán que la generó. Tres gigantescos cráteres de decenas de kilómetros de diámetro se sitúan prácticamente en su centro geográfico. Más antiguos, e inactivos desde hace miles de años, han sido moldeados por erosión y vegetación hasta presentar el aspecto de una cordillera que por capricho adoptó la forma de tres círculos unidos. El interior de dos de los circos (Cilaos y Salazie) acoge varias poblaciones, por lo que son accesibles, aunque a través de intrincados puertos de montaña.

Existen multitud de puntos de observación, desde cada uno de ellos se disfruta de una vista impresionante y diferente del laberinto de picos y peñascos cubiertos de verde, o de los enormes valles circulares, dentro de los cuales existen planicies, mesetas o cumbres de inferior tamaño. Los frondosos bosques y la vegetación desbordante son una constante en la montaña.

Dar la vuelta a la isla por la carretera de la costa también tiene su encanto. En ella se concentran la mayoría de pueblos y ciudades, aunque queda muy poco de la época colonial, se disfruta del ambiente y las delicias de las pequeñas localidades francesas. La convivencia (según ellos) en completa armonía de un sinfín de etnias y religiones es un claro legado de las épocas de esclavitud e importación de mano de obra barata para cultivar inicialmente el café y posteriormente la caña de azúcar. Por sus calles se ven casi a partes iguales europeos, africanos, chinos, indios, malayo-indonesios e incluso aborígenes australianos, además de todas las posibles mezclas entre ellos, un auténtico puzle interracial.

Me llamó la atención que su aeropuerto se llamara Roland Garros (como el trofeo de tenis) y el nombre apareciera en varios lugares, desconocía que se tratara de un héroe de la Primera Guerra Mundial nacido en La Reunión, un pionero de la aviación que libró numerosos combates aéreos exitosos pero que pereció durante el conflicto.

No hay muchas playas en La Reunión, y las que hay son más bien pequeñas y no muy atractivas, el auténtico espectáculo es contemplar la fuerza del despiadado Océano Índico castigando sus costas con moles de espuma blanca o rompientes en forma de tubo. Tradicionalmente ha sido un excelente lugar en el que practicar el surf, pero desde hace unos años se han sucedido una serie de extraños ataques por tiburones toro con varias víctimas mortales. En un principio no le daba mucho crédito, pero me lo confirmaron diversas fuentes, es un caso bajo estudio, incluso devoraron a sus presas, algo fuera de lo habitual que choca con lo que he aprendido de los tiburones y mi experiencia en muchos lugares del mundo, posiblemente se deba a algún cambio de comportamiento influenciado por algún efecto secundario de la civilización.

Una de las escenas que más me impresionó fueron las gigantescas lenguas de lava solidificada que descienden desde le Piton de la Fournaise hasta la costa Sudeste. Durante varios kilómetros se atraviesa la zona a través de la que numerosas erupciones volcánicas han llegado hasta el mar en forma de ríos incandescentes, la última en 2.010. La naturaleza avanza a un ritmo vertiginoso, en tan poco tiempo ya empieza a crecer vegetación sobre ella.

Ha sido una experiencia formidable recorrer y vivir esta isla de espectacular orografía y naturaleza, un curioso micromundo en el corazón del Índico difícil de imaginar si no se conoce.

Sed felices

Kike