Protegido: Días 864 a 866 (27 al 29/3/2012): La Bahía de las Vírgenes…
Días 862 y 863 (25 y 26/3/2012): Pukapuka y su gente.
Durante estos días hemos podido comprobar de nuevo la calurosa acogida que brindan los polinesios habitantes de atolones remotos, recordaremos Pukapuka por su belleza, pero jamás olvidaremos a su gente y como nos han tratado.
Siendo domingo por la mañana, y tras unos días de navegación, nos levantamos tarde, con el sol ya bien alto. Nuestros amigos los delfines no estaban, y dado que el arrecife de enfrente tampoco tenía especial interés para el buceo (estuve allí la tarde anterior y lo único destacable fue un grupo de 6 tiburones de puntas grises cazando en formación), decidimos bajar al pueblo que habíamos visto al pasar con el barco. Aseguramos el fondeo y tomamos la embarcación auxiliar.
Nada más llegar fuimos el centro de atención, los pocos que se encontraban en el minúsculo muelle vinieron enseguida a ayudarnos a subir la lancha y saludarnos.
Una de mis primeras preguntas fue: ¿vive mucha gente en esta isla? Me hizo mucha gracia la respuesta: siii, ¡mucha!… -hizo una pausa para pensar, como si estuviera contando-… ahora mismo 169. Para que veáis que todo es relativo.
Tras pedirle permiso al alcalde, que también vino a recibirnos, empezamos a caminar por las calles, repletas de cocoteros y con casitas de madera salpicadas aquí y allá. ¿Cómo no? Una bonita iglesia de buen tamaño, desde luego los misioneros dejaron su legado por todo lugar.
A los pocos minutos se acercó a nosotros un hombre de los que habíamos conocido en el muelle, venía con otro amigo que disponía de una furgoneta, nos ofrecieron llevarnos al lagoon, allí había una especie de fiesta, aceptamos encantados.
Durante el trayecto el paisaje era espectacular, inicialmente un camino de tierra entre bosques de cocoteros, luego una pista que discurría por el borde del lagoon, con una serie de azules tan vivos que parecían pintados artificialmente. Habría parado cada 50 metros para tomar fotografías, pero me supo mal detener la marcha.
Llegamos a un techado de madera bajo el que se reunían varias familias y un joven francés que, tras conocer Tahití y no desear volver a Europa, había montado una pequeña empresa de construcción, estaba allí encargándose de un refugio para huracanes y tsunamis, también había llevado a cabo la rehabilitación de la catedral de Mangareva. El lugar es realmente privilegiado, frente a la laguna interior de aguas cristalinas, parece una enorme piscina, y con un pontón de madera que hace las veces de trampolín.
Nos integraron en el grupo como si nos conocieran de toda la vida, compartiendo su comida y todo lo que tenían. Pasamos horas conversando, riendo, bañándonos y contándonos cosas de nuestras respectivas vidas. Jose Carlos montó su equipo de kitesurf, y aunque no pudo navegar mucho, porque no había bastante viento, dejó a todo el mundo con la boca abierta, sobre todo a los niños, que lo observaban con enorme curiosidad.
Pukapuka es un atolón de 3,5 millas por 2, situado al Noreste de las Tuamotu. Casualmente fue descubierto por Magallanes en 1521, durante la primera vuelta al mundo de la historia. Su economía se basa en la copra (pasta de coco con la que luego fabrican cosas como aceites) y en los trabajos para la comunidad (pagados por el gobierno francés), aunque al igual que hemos visto en otros sitios, son bastante autosuficientes (pescan y cultivan sus propias frutas y verduras). No dispone de fuentes de agua, se recoge de la lluvia. Tiene un aeródromo con 2 vuelos al mes a Tahití. Un buque menor de aprovisionamiento les abastece cada 3-4 semanas, supongo que lo transvasarán a lanchas, no hay puerto. Existe colegio y puesto de enfermería. La ciudad tiene algunas calles asfaltadas con cemento, el resto son caminos de tierra.
Después de comer surgió el tema de la piragua polinesia, es un deporte que practican todos en la zona, entre sonrisas nos desafiaron a probarlo, aceptamos el reto. Montaron una piragua de 6 plazas y nos pusimos a remar. Subieron con nosotros dos mujeres, ellas se encargaron de fijar el ritmo y la dirección, se morían de la risa, aunque tampoco creo que lo hiciéramos tan mal.
En un momento llegamos a casa de unos amigos al otro extremo del lagoon, allí hicimos una parada para conocerlos y tomar algo. Eran gente realmente simpática, nos reímos un montón. Otra de las anécdotas vino cuando preguntamos:
– ¿Cuántos barcos como nosotros pasan por aquí?
– Sois los cuartos.
– ¿De este año?
– No, de este año sois los primeros, hay barcos que pasan por delante, pero nunca paran. Que yo sepa sois los cuantos que han parado en la isla.
Se me olvidó preguntarle si en estos había contado a Magallanes o no 😉
Supongo que éste es el premio de llegar a lugares tan aislados con fondeos muy complicados, son auténticos, sin turismo, y es lógico que no sea lo mismo que todos los días pase algún extranjero por allí, que sea algo que suceda cada años.
También nos hizo gracia el nombre de uno de los hombres, se llamaba «Te Amo», tal cual como suena («te» es un artículo, y «Amo» apellido), bromeamos con intercambiar nuestros nombres, así cada vez que nos llamaran nos dirían que nos querían.
Todos con los que hablábamos estaban encantados de vivir allí, no lo cambiarían por nada, y no me extraña, un paraíso, sin impuestos y casi sin normas. Por ejemplo, no hace falta permiso para conducir, nadie lo tiene, tampoco hay policía ni señales de tráfico, conducen desde los 13 años, y con no estamparse con un cocotero o caerse al mar les vale.
Antes de que cayera el sol regresamos al pueblo, y tratamos de compensar su amabilidad mostrándoles nuestra humilde morada, el Bahari. Cuando nos dimos cuenta en el muelle había como 20 personas esperando a subir, solo pudimos llevar a un grupo antes de que se fuera la luz y se convirtiera en peligroso cruzar el arrecife.
Pensábamos irnos esa misma tarde, pero nos ofrecieron ir de pesca de madrugada (a las 5) y dijimos que sí, como veréis nos apuntamos a un bombardeo, hay pocas cosas que dejamos para que nos las cuenten…
Sin embargo las cosas se nos complicaron durante la noche, la ola fue subiendo, y llegó un momento en que la rompiente era terrible, estábamos demasiado cerca de ella. No nos atrevimos a abandonar el barco. Si por la noche el sonido ya era aterrador, esta mañana al verla se nos han puesto los pelos de punta, estábamos en el límite, hemos cortado el cabo y escapado de allí a toda prisa, luego volveríamos a recuperar todo con la auxiliar.
Mientras Jose Carlos mantenía el Bahari en círculos frente al pueblo, Hugo y yo hemos bajado a despedirnos y pedir disculpas por no haber acudido a la cita. Nos hemos ido de allí con un montón de besos, abrazos, saludos y buenos deseos, muchos nos han acompañado hasta el muelle para agitar sus manos en el momento zarpábamos.
Gracias Irma, Charles, Patricia, Te Amo y tanta gente cuyo nombre no recuerdo, como el joven francés, el hombre de la furgoneta (que fue nuestro chofer oficial), y muchos otros… ha sido una magnífica experiencia conoceros y compartir un trocito de nuestras vidas, con gente tan noble, humilde, pura de corazón y acogedora como vosotros el mundo es un lugar mejor, alimentáis la creencia de que todavía quedan paraísos habitados por gente amable y cariñosa.
Después de esta emotiva despedida, continuamos navegando rumbo a Fatu Hiva, la isla más septentrional de las Marquesas. Vamos rápidos, entre 7 y 9 nudos, con viento del Este de más de 15 nudos que nos viene entre ceñida abierta y través, llevamos la mayor con el primer rizo tomado y génova completamente desplegado. A las 11:37 GMT del día 27 (aquí 10 horas menos) nos encontramos en 12º 59′ S, 138º 47’W, a 151 millas de nuestro destino, si continuamos así podríamos llegar mañana, pero ya veremos si con luz o tendríamos que esperar al día siguiente.
Sed felices.
Kike
Días 860 y 861 (23 y 24/3/2012): Bailando con Delfines.
Nadar con delfines siempre es una experiencia que emociona, ya lo había hecho otras veces, pero la de hoy ha sido realmente maravillosa, muchísimo más allá de lo habitual, y no sólo porque haya sido en un atolón casi perdido del Pacífico Sur, en plena Polinesia.
Primero os pongo en situación. Estamos en Pukapuka, el atolón de las Tuamotu que os mencioné como posible recalada en el anterior reporte del blog. Hemos llegado esta mañana, la navegación hasta aquí estándar, viento moderado de componente Este, con alguna encalmada o arreciando con los chubascos. Medias de velocidad muy discretas, pero navegación cómoda (entre través y un largo), poco destacable salvo por alguna preciosa puesta de sol.
El primer intento de fondeo ha resultado infructuoso, casi pegados al arrecife la sonda marcaba más de 100 metros de profundidad, no lo podíamos creer, hasta el punto que hemos pensado que fallaba. Para verificarlo usamos una segunda sonda de mano y hasta un escandallo manual, efectivamente la costa caía en vertical. Por supuesto en las cartas no aparece la batimetría (la información de profundidades), no tenemos ningún tipo de información.
Para localizar un punto adecuado tendríamos que navegar en paralelo a la isla, próximos a la rompiente, si había un posible fondeadero de ese modo lo encontraríamos.
Concentrados en dicha tarea apenas hemos remarcado la presencia de delfines a nuestro alrededor, hasta que han empezado a saltar y hacer cabriolas. Eran un montón, más de 20, y se han mostrado especialmente simpáticos y juguetones.
Tanto ha sido así, que ha llegado un momento en que no aguantaba más, y me he lanzado al agua. Su primera reacción ha sido distante, han tardado unos minutos en acercarse a mí.
Sin darme cuenta estaba rodeado por un grupo que nadaba a mí alrededor, varios se han quedado inmóviles a medio metro de distancia, me observaban atentamente…
Ha sido un momento crítico, el contacto inicial, muy suavemente, sin movimientos bruscos, sin miedo, y tratando de irradiar el máximo cariño, me he ido acercando hasta tocar al que tenía más próximo. Con mucha delicadeza le he acariciado el lomo.
No ha hecho falta mucho para que perdieran la timidez inicial, con todo desparpajo se ha dado la vuelta para que le acariciara el vientre, y el que estaba a su lado, celoso, se ha pegado a mí para recibir su parte. A los pocos segundos me faltaban manos para acariciar a tanto delfín que competía por unos mimos.
Todo se ha convertido en una fiesta, me han integrado en sus juegos, iban, venían, saltaban a mí alrededor y sobre todo buscaban mucho el roce, ¿estarían faltos de cariño? o por el contrario, ¿son tan inteligentes e intuitivos que en realidad me lo estaban dando?
Su piel es la más suave y esponjosa que haya tocado jamás. Su mirada refleja inteligencia e inocencia. Sus gestos y expresiones parecen casi humanos. Cada uno tiene su carácter: puedes detectar al más tímido (pero que en el fondo lo está deseando), al atrevido, al cariñoso, al juguetón, el celoso, etc.
Cuando te miran fijamente, con su cara a 15 cm. de la tuya, y giran la cabeza en ambos sentidos, sabes que te están preguntando algo, que rabia no hablar su idioma, porque lo tienen, bajo el agua se les oye comunicarse con toda nitidez, es más, cada uno tiene un tono diferente, llegas a reconocerlos, solo puedes pensar en lo que quisieras decirles, con la esperanza de que logren leer tu mente.
Me cuesta explicar con palabras las sensaciones que te produce estar junto a estos increíbles animales con tal nivel de conexión, de forma libre. Notas su energía, sus sentimientos, te envuelven en una aureola de paz y diversión, una corriente eléctrica recorre tu cuerpo, en cualquier momento podrías estallar a reír o llorar, te absorben de tal modo que a veces se te olvida respirar.
Son animales poderosos, algunos ejemplares superaban ampliamente los 4 metros, de un aletazo podrían partirte en dos, pero no hay miedo, sabes que jamás lo harían, es más, todo lo contrario, no tengo la más mínima duda que ante un peligro serian una ayuda.
En un momento dado me he dado la vuelta buscando la cámara oculta, pensando que aquello era una broma y se trataba de delfines entrenados, pero la única cámara que había allí era la mía, estaba sólo, con ellos, en mar abierto (el barco se mantenía a una distancia prudencial para no interferir).
El punto álgido del juego ha venido cuando me he cogido de la aleta de uno y ha empezado a remolcarme, ha sido lo suficientemente listo como para saber que no tenía que ir hacia el fondo, pero le costaba controlar su fuerza, nadaba despacio unos metros y luego alcanzaba tal velocidad que me era imposible sujetarme, tal vez esa era su forma de divertirse, a costa mía, demostrando que era una criatura tan torpe que no podía seguirlo ni aún agarrado a él.
Se ve que les ha hecho gracia, porque luego varios alternaban la posición panza arriba, para que les acariciara, con aproximar su lomo para que me agarrara y salir nadando. También he probado con dos a la vez, rápidamente lo han captado y me han dado un corto paseo.
No sé cuánto tiempo he estado con ellos, perdí la noción, y habría estado más todavía, pero Jose Carlos se acercó con el barco para pedirme que cambiáramos, como es lógico él y Hugo también querían zambullirse, visto que estaban tan sociables.
Antes de dejarlos me he despedido, con caricias y hasta con abrazos, que han aceptado inmóviles, se diría que me entendían en todo momento. Cogido a ellos parecía que estábamos bailando, la danza de la despedida…
Desde el timón los veía retozar y jugar como yo lo había estado haciendo, con envidia, porque hubiese deseado estar en el agua, pero feliz de que mis amigos compartieran la experiencia.
Cuando Jose Carlos ha subido al barco no podía ni hablar, su mirada perdida indicaba el grado de conexión y sentimientos que le habían hecho aflorar. Hugo estaba extasiado, para él era una novedad, tanto ver delfines desde tan cerca, como nadar con ellos, no es una mala forma de conocerlos.
Se hacía tarde y todavía teníamos que encontrar un lugar adecuado para fondear y pasar la noche, tras un buen rato lo hemos conseguido. Da miedo, porque estamos muy cerca de la rompiente, pero estamos a sotavento y aunque bornearamos no llegaríamos a tocar, la profundidad se mantiene hasta el arrecife. Lo único que el tenedero es muy malo (roca), si sube el viento tendremos que salir a toda velocidad.
Nuestros amigos nos han seguido durante casi todo el trayecto, y ahora mismo, mientras os escribo en la noche, desde mi camarote con la escotilla abierta, de vez en cuando los oigo resoplar, ¿nos estarán esperando para seguir jugando mañana? Pues si es así se van a enterar, porque no pienso separarme de ellos en todo el día.
Los planes son zarpar antes de que anochezca, nos quedan 260 millas hasta Fatu Hiva, la isla más al Sur de las Marquesas, en un par de días estaríamos allí.
Sed felices.
Kike
PD: la mala noticias es que Reme no estaba, le habrá sido imposible seguirnos en alguna de las planeadas, ojalá encuentre una buena ballena o tiburón que la trate bien.