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Días 1.413 a 1.417 (27/9 al 1/10/13): El anticipo… ¡Temporal!

Zarpamos de Maputo plenamente conscientes de que nos dirigíamos hacia nuestro segundo gran reto del viaje: la travesía del Cabo de Buena Esperanza. Teníamos claro que durante las próximas semanas, hasta llegar a Ciudad del Cabo, debíamos ser muy prudentes y conservadores, aquí el mar no se anda con bromas y una mala decisión te puede costar la vida, y como os contaré a continuación, ya hemos tenido un pequeño anticipo…

¿Porque es tan complicado Buena Esperanza? Está considerado (después de Cabo de Hornos) como el segundo punto más peligroso para la navegación del planeta, su sobrenombre es el cabo de las tormentas, y no es por casualidad. En realidad la dificultad no reside en un lugar exacto, y si lo hiciera no sería en Buena Esperanza, sino en el Cabo de Agujas, que frente a lo que muchos piensan, es en realidad el extremo más meridional del continente africano. La zona peligrosa comprende prácticamente todas las aguas territoriales de Sudáfrica, especialmente el sudeste y sur, digamos que hasta franquear Buena Esperanza y llegar a Cape Town.

Los 3 factores fundamentales que condicionan la dificultad son: la corriente de agujas, la inestabilidad meteorológica y la escasez de lugares para refugiarse. La corriente de agujas fluye poderosamente hacia el Sudoeste bordeando África, en algunos puntos su intensidad alcanza los 6 nudos. La meteorología de la zona está condicionada por trenes de bajas presiones que vienen de la zona Antártica sin ninguna tierra que los frene, conllevando fortísimos vientos del Sudoeste. Como ya os he comentado en alguna ocasión, cuando la corriente se enfrenta al viento tiene como resultado olas grandes y abruptas, mucho más de lo que correspondería en condiciones normales, así que imaginaos lo que ocurre cuando se enfrentan estos dos colosos, bueno, incluso cuesta de imaginar, porque se han registrado olas de hasta 18 metros de altura, muros de agua imposibles de sortear.

La única forma de atravesar el área es estando muy atento a las previsiones, evitando los temporales de Sudoeste que se suceden cada 3-4 días y aprovechando para navegar entre ellos. Pero la meteorología no es una ciencia exacta, las experiencias de los que alguna vez se ha visto atrapados en esta situación son para echarse a temblar, no puedes avanzar porque tienes el viento en contra, pero tampoco puedes volver porque la corriente no te deja, un mar montañoso te envuelve, con gigantescas olas que te golpean por todos lados, una auténtica pesadilla de la que es muy difícil salir, como atestiguan miles de naufragios.

Desde el inicio de la travesía sabíamos que uno estos temporales llegaría en un par de días, por lo que nos planteamos inicialmente recalar en Durban, a 325 millas. Durante esta primera etapa de navegación no hubo ningún problema, un suave viento y la corriente nos ayudaron, costaba creer que ese mar se pudiera convertir en un infierno, pero nuestra información mostraba que el temporal se acercaba, y finalmente decidimos refugiarnos en el lugar más cercano, Richards Bay, 90 millas antes que Durban.

Una imagen en la bocana de puerto nos confirmó que la decisión había sido la correcta, un inmenso mercante yace allí partido en dos, hace aproximadamente un mes decidió zarpar desoyendo los avisos de mal tiempo, y el mar no lo perdonó, las gigantescas olas le hicieron tocar fondo partiendo hélice y timón, una vez sin gobierno acabó completamente destrozado (podéis ver fotografías en facebook). Si eso es lo que puede hacer con una enorme mole de acero y potentísimos motores, ¿qué podría hacer con nosotros?, mejor ni pensarlo…

Bien amarrados soportamos el paso del mal tiempo sin problemas, aprovechamos para reabastecernos (Sudáfrica es mucho más barato que Mozambique) y disfrutar de las comodidades de un país muy desarrollado.

El lunes a mediodía regresábamos de nuevo al mar, una excelente ventana meteorológica se abría por delante, tendríamos viento favorable que podría alcanzar los 30 nudos, eso añadido a la corriente nos haría ir muy rápido, con un poco de suerte podríamos avanzar un buen tramo.

Durante la tarde el viento fue arreciando, progresivamente tuvimos que ir recortando trapo hasta quedarnos sólo con la mayor con el primer rizo. Estaba siendo más fuerte de lo previsto.

A lo largo de la noche la situación no mejoró y las olas se iban haciendo cada vez más grandes, el Bahari volaba en planeadas de 16-17 nudos y mantenía velocidades estables por encima de 10, ciertamente íbamos muy rápido, pero nos estábamos acercando peligrosamente al límite.

Por la mañana el mar era un hervidero de espuma blanca, inmensas olas de 5 metros nos rompían por detrás, el viento sostenido rondaba los 40 nudos y las rachas superaban ampliamente los 50, un temporal en toda regla.

Tuvimos que recortar de nuevo la mayor tomando el segundo rizo, el barco aguantaba bastante bien porque el viento nos venía prácticamente de la popa, pero aun así se estaba volviendo excesivamente arriesgado, demasiado viento y unas olas cada vez más inmanejables.

Decidimos acercarnos a costa, según la previsión allí habría menos viento y menos ola, pero el margen en el que nos podíamos mover era estrecho, si nos aproximábamos a profundidades inferiores a 200 metros perderíamos la ayuda de la corriente, y en este caso, al venir el temporal de detrás, a mayor velocidad nuestra menor viento aparente y menor velocidad relativa de las olas que nos alcanzaban por detrás, nos convenía navegar rápido. Eso nos obligó a ir trasluchando una vez tras otra, una maniobra delicada con tanto viento.

Durante una de las trasluchadas, que al final hacíamos virando por avante para evitar el violento botavarazo, escuché un brusco sonido y de repente noté que el timón no reaccionaba, girar la rueda no tenía ningún efecto. Se me heló la sangre, quedarnos sin gobierno cruzados a ese enorme mar era una de las peores cosas que nos podían pasar, eso implicaba un revolcón seguro (y no de los placenteros), las olas se nos tragarían… Instintivamente me pasé a la otra rueda, la cual afortunadamente respondió, posteriormente comprobamos que había partido uno de los guardines (sistemas de transmisión) del timón, pero son independientes, de manera que aunque una falle la otra sigue funcionando. Ley de Murphy, no podía haber elegido un otro momento para romperse…

Antes del mediodía era evidente que las condiciones eran tan duras que no las soportaríamos mucho más tiempo, había que buscar un refugio, el más cercano, East London estaba a unas 170 millas, 16-17 horas a las velocidades que llevábamos, había que aguantar como fuera hasta entonces, no había más remedio, no existía posibilidad de regresar.

Una especie de explosión anunció un nuevo problema, el cabo de la contra de botavara había partido, normal, con tanta presión el material estaba trabajando al límite (o por encima de él), no había nada que hacer, ya repararíamos al llegar a puerto, la vela mayor no mantenía su forma, pero de este modo también vaciaba y liberábamos esfuerzos.

Tengo que reconocer que hubo momentos en los que pasé miedo, el horizonte estaba plagado de rompientes, las olas tenían un aspecto terrible, veteadas de blanco, escupiendo agua en horizontal, cada vez más abruptas y agresivas, si el vendaval continuaba podíamos tener graves problemas, no lo soportaríamos. Más de una vez rogué en silencio a Eolo y Neptuno, les pedí mostrando mi máximo respeto un poco de clemencia, que no apretaran más, que nos dieran un pequeño respiro que nos permitiera llegar a puerto, no los habíamos desafiado, ellos desataron su furia muy por encima de lo que habían anunciado.

Sin embargo el Bahari aguantaba como un campeón, sacando su raza y dando lo mejor de sí, le di las gracias en numerosas ocasiones, no sé lo que habría pasado de ir en otro barco. El piloto automático también hizo un trabajo excelente, a pesar de que cuando subía la racha y una ola nos alcanzaba un poco por el través se iba de orzada, recuperaba muy bien y mantenía un rumbo razonablemente estable, únicamente perdió el control en un par de ocasiones, algo muy aceptable bajo esas condiciones tan extremas.

Pero una de esas ocasiones fue una trasluchada involuntaria con el consiguiente golpe de botavara, fue tan duro que arrancó por completo los topes del carro de mayor, no hubo más remedio que arriar. Sufriendo un poco pudimos dominar la vela y recogerla, desplegamos un poco de génova a modo de tormentín y continuamos navegando, un poco menos estables que antes, pero asumible.

Ahora ya no quedaba ninguna duda, necesitábamos ir a puerto para reparar los desperfectos, en esas condiciones no podíamos afrontar una navegación de varios días más con una meteorología tan variable como la de Buena Esperanza, la recalada en East London se hacía necesaria y urgente.

Durante la noche el temporal empezó a remitir, la furia de los elementos se fue aplacando, las olas se volvieron más manejables y el viento se estabilizó en unos 30 nudos, para nosotros una brisa después de lo que habíamos soportado.

Poco después del amanecer cruzábamos la bocana de puerto adentrándonos en el Buffalo River para buscar un lugar de descanso, parecía que llegáramos de una guerra, aunque con la sonrisa de los vencedores, o al menos de los sobrevivientes. En cualquier caso, esto no ha hecho más que confirmar la extrema prudencia necesaria en estas aguas, puede no ser más que un anticipo, y si con viento y corriente a favor casi no lo aguantamos, no quiero ni imaginar lo que habría sido en contra, imposible, innavegable, el fin…

Los planes son dormir, comer bien, repostar, reparar, estudiar las previsiones con detalle y en cuanto el tiempo lo permita seguir navegando hacia Ciudad del Cabo.

Sed felices

Kike

Días 1.402 a 1.405 (16 al 19/9/13): Praia de Tofo y las ballenas que cantan

A las 5 de la madrugada del lunes subía a la chappa (furgoneta) que realiza el trayecto hasta la playa de Tofo, situada a algo más de 400 kilómetros al Norte de Maputo, es el único transporte público y el medio de locomoción usado por los nativos.

La primera sorpresa fue que el conductor no se pone en marcha hasta que el vehículo no se llena, pacientemente esperamos el goteo de viajeros que no culminó hasta las 7:20 de la mañana, en aquel momento ya tenía las piernas adormecidas del incómodo asiento, tragué saliva al pensar que por delante me aguardaban más de 7 horas por una carretera no siempre en buen estado.

Mientras amanecía, la especie de nodo de comunicaciones terrestres en que estábamos parados (Junta) se convirtió en un hervidero de personas cargadas con los objetos más inverosímiles y ataviadas con coloridas telas. Los vendedores ambulantes insistían una y otra vez para que comprara pan, agua, fruta o electrónica simple como una radio o una linterna.

En África la maternidad no condiciona la actividad diaria de la mujer, las criaturas de apenas días se convierten en una especie de apéndice unido al cuerpo de su progenitora mediante un gran pañuelo a modo “bolsa de canguro”. El niño se agarra como un “monito” y se busca la vida para mamar solito por muy pequeño que sea, mientras la madre mantiene la movilidad en ambos brazos y sigue arrastrando pesados fardos o levantando cestas para comerciar con transeúntes.

Creyéndome muy listo me senté en uno de los asientos de la fila individual, tras hacer un rápido quiebro del asiento doble en el que estaba al ver dirigirse hacia mi posición a una oronda mujer cuyo trasero, al menos, triplicaba el mío. Mi gozo en un pozo cuando vi que a medida que se llenaban las plazas despliegan unas sillas en los pasillos, al final todo el mundo viaja compartiendo por igual un espacio que se aprovecha al milímetro.

Mi vecina de asiento llevaba una gallina entre las piernas, dos gigantescos barreños encajados sobre las rodillas, una bolsa bajo el asiento y alguna pertenencia más distribuida por la furgoneta, a pesar de ello me sentí privilegiado, había gente que iba mucho peor.

El bebé de apenas un mes de la fila de atrás comenzó a llorar, su madre lo tuvo que cambiar porque se había ensuciado, el espacio es tan reducido que cabeza y pies reposaban sobre los compañeros de asiento de ambos lados, nadie se quejó, y si algo rompió la impasividad de contemplar un hecho biológico natural fue una leve sonrisa de complicidad. Creo que fui el único que abrió un poco la ventanilla para que entrara un poco de aire fresco y diluyera el penetrante olor.

Mientras tanto, a mí alrededor se deslizaban paisajes de la sabana africana, tierras con elevaciones muy suaves salpicadas de árboles casi secos, vegetación baja teñida de ocre por estar casi al final de la estación sin lluvias, escasos cultivos, chozas circulares de pared de adobe con techo de paja…

Llegamos a nuestro destino, hay gente que desde el inicio del viaje ni se ha movido, mientras que yo he tenido que ponerme de pie sobre mi asiento y estirarme cada cierto tiempo, el africano es duro, resistente y paciente. La chappa hace también de mensajero distribuyendo bultos en algunos puntos del recorrido, sus receptores no saben cuándo llegará porque no hay horario fijo de salida, no hay problema, sencillamente se sientan en el suelo bajo la sombra de un árbol y esperan tranquilamente las horas que haga falta.

Tofo es un pueblecito de playa con calles de arena y un incipiente desarrollo turístico por la belleza de sus paisajes, el carácter relajado del lugar, las olas y sobre todo la espectacular vida marina; muchos lo consideran la capital del buceo en Mozambique, aunque eso es mucho decir.

No tengo nada reservado, aunque si algunos contactos, en un par de horas organizo dos inmersiones para el día siguiente y encuentro un lugar donde dormir, no hay lujos, todo es más bien bastante hippie y tranquilo, apenas hay turistas.

La playa es una inmensa franja de arena anaranjada, en sus extremos gigantescas dunas ya consolidadas con vegetación sobre ellas, me recuerda al paisaje del Norte de Brasil.

La jornada empieza muy pronto, hay que aprovechar las primeras horas de la mañana para bucear, cuando la visibilidad es mejor y el viento todavía no se ha levantado. Durante la navegación hacia el punto de inmersión divisamos varias ballenas, la zona está plagada, es el lugar y la época del año correcta.

Ya con la lancha parada, mientras nos equipábamos para sumergirnos, una inmensa ballena jorobada emergió a nuestro lado, tan cerca que pensé que nos iba a volcar, su enorme tamaño y grave resoplido me desconcertó, he visto muchas ballenas, pero nunca había tenido una tan grande al alcance de la mano.

Desde que metí la cabeza bajo el agua escuche la melodía que me acompañaría durante los siguientes días: el canto de las ballenas. El medio acuático es un excelente conductor del sonido, por ello se puede oír con nitidez la forma de comunicarse de cetáceos situados a distancias considerables. En la orquesta muti-timbre se podía distinguir a los distintos individuos, especialmente a las crías, con un tono más agudo. No es estridente, es más bien acogedor, no inquieta, transmite paz. Al principio puede pasar desapercibido, pero una vez sintonizas con él ya no hay forma de sacártelo de la cabeza, no sé lo que dicen, pero si dejo mi mente en blanco y sencillamente lo percibo casi lo puedo imaginar, se llaman para saber donde están, la madre le transmite instrucciones a su vástago, él replica curioso y excitado por el nuevo universo que está descubriendo…

Inmensos bancos de peces deambulan sobre el arrecife que exploramos, un mero que me dobla en tamaño se cruza frente a mí con la tranquilidad de que no soy una amenaza para él, gigantescas morenas abren y cierran rítmicamente la boca con gesto desafiante, aunque en realidad no hacen más que respirar. Distintos tipos de peces escorpión y león aportan una nota de color a la numerosísima fauna de arrecife. Es una pena la escasa visibilidad, ya que en la zona abundan las manta raya gigantes y tiburón ballena, podrían estar a 15 metros de mí y no sería capaz de distinguirlas. El agua esta fría, 19ºC después de tanto tiempo buceando en las cálidas aguas del trópico es un shock.

Otro de los días Paulie, sudafricano amigo de Alexis, me invita a conocer Barra, una pequeña península rodeada de playa y dunas que se sitúa una docena de kilómetros más al Norte. Durante el trayecto recogemos a dos mozambicanos amigos suyos, llevan caminando una hora y media bajo el sol para ir a trabajar, Paulie les pregunta: ¿hoy no hay chappa?, con una sonrisa de oreja a oreja responden: -no, hoy no pasó-, no hay el más mínimo tono de enfado en su voz. No pude evitar el reírme a carcajadas cuando imaginé esa situación trasladada a otro continente, pensad en alguien que se levanta de madrugada para ir a trabajar, sin explicación alguna el transporte público no pasa, y le toca caminar diez kilómetros por un camino de arena, no sé si hay muchos que lo asumirían con esa deportividad y simpatía.

Es imposible circular por la zona sin un 4X4, aquí son una necesidad, bueno, relativa, el africano camina, es algo de lo que me he dado cuenta. En esta área no viven en núcleos de población, más bien en chozas diseminadas por cualquier lado, no disponen de medios de transporte propios y los públicos son casi inexistentes, así que sencillamente caminan lo que sea necesario, para ir a la escuela, comprar, trabajar o visitar a alguien, como antaño.

La playa de Barra, si cabe, me pareció incluso más bonita que la de Tofo. Contemplando este precioso paisaje nos adentramos en el mar para una nueva inmersión, que por supuesto pasó por el encuentro de varios grupos de ballenas, no hay más que esperar unos segundos contemplando el horizonte del mar para que sobre él destaque un surtidor tipo geiser. Bajo el agua la misma biodiversidad y grandeza que en Tofo, aunque lamentablemente también escasa visibilidad y baja temperatura.

Comida típica mozambicana, espíritu de África, gente amable y acogedora, ambiente distendido, días de paz y tranquilidad frente a la playa.

Mientras esperaba la chappa de regreso a Maputo coincidí con Mª Luz, una chica española que iba a realizar el mismo viaje, casualidades de la vida, no sólo es de la misma ciudad (Valencia), sino que además vive a escasos 100 metros de donde yo vivía, la conversación hizo las 7 horas de vuelta más agradables y llevaderas, el mundo es grande y pequeño a la vez…

Sed felices

Kike